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Sunderbans
Nos creemos inmortales y no lo somos o elogio a la muerte.
Nos creemos inmortales y no lo somos. Nos creemos que tenemos tiempo ilimitado para todo lo que queremos hacer. Nos creemos que tenemos un número infinito de ocasiones para disfrutar con nuestros amigos y familia, para abrazarles o siquiera para decirles que les queremos. Nos creemos que podremos escuchar nuestra canción favorita o comer nuestra comida preferida las veces que queramos, que no pararemos de disfrutar de conversaciones amenas y gratificantes. Pero estamos equivocados y lo peor es que no somos conscientes. Malgastamos nuestra vida pensando que siempre habrá tiempo para escuchar otra vez esa canción, hacer otro viaje, conversar con nuestros seres queridos, volver a ver ese monumento tan impresionante o simplemente dar un paseo por el barrio y nos olvidamos de ser conscientes de vivir cada momento. Ahora les ha dado por llamarlo mindfulness, pero no es más que saber disfrutar de cada instante plenamente, ya sea cocinando la cena o estar tomando el sol en la playa.
Pero puede que sea la última vez, siempre hay una última vez, y no somos conscientes que morimos (y también mueren) y vivimos sin darle sentido a lo que hacemos, sin apreciar el momento que se va, que no volverá. La muerte nos hace iguales a todos. En una vida de diferencias, la muerte nos iguala.
No hay que tener miedo, porque la mejor parte es que la muerte es nuestra aliada, es la aliada de todos. Gracias a la muerte podemos valorar más la vida.
Y en eso estoy. En la vorágine de una vida que no te permite un receso, en la que la sociedad te impone los “deberías” (estudios, trabajo, boda, casa…), he decidido parar, salirme de esa rueda aunque sea sólo por un tiempo corto. Y, para mi, lo mejor manera de detener ese torbellino es viajar, conocer otros lugares, personas y experiencias.
Me preparé para estar un tiempo fuera de lo que ya considero mi hogar, mi zona de confort. Después de años como estudiante y otros tantos con diferentes trabajos había conseguido sentirme cómodo con mi casa, amigos, aficiones y trabajo. El problema es que la maldita zona de confort no te deja crecer. Lo importante (y me he dado cuenta en este proceso) es nunca parar de ampliar esa zona de confort. No conformarse nunca. No os voy a engañar, ampliar la zona de confort es jodido pero al final todo se reduce a superar ese primer obstáculo que significa enfrentarse a algo nuevo, a enfrentarse a los miedos.
Así que eso hice, enfrentarme a los miedos. Primero: mi propio miedo de viajar solo; segundo: no creerme que estoy loco al contárselo a mi gente cercana (y que pudieran contagiarme de sus propios miedos) y tercero: plantear en el trabajo un tiempo de exdecendia sin que ese tiempo llegara a ser indefinido.
No importa quien soy ni qué hago. Sólo deciros que soy mortal, que superé los miedos, que me gusta viajar y la fotografía y es lo que haré durante los próximos tres meses: viajar (y contarlo) y fotografiar.
Sí, sólo son tres meses, no es mucho lo sé. Y ahora estaréis pensando lo mismo que yo: ¿…y para eso tanta filosofía barata? Pues sí. Porque antes si quiera de haber empezado el viaje ya he empezado a disfrutar y ser consciente del momento que se va, me he enfrentado a mis miedos y ampliado mi zona de confort.
He empezado el viaje sabiendo que morirá en breve, tres meses. Lo sé, es poco, por eso quiero apreciar cada minuto y poder, en el futuro, volver a saborear experiencias, personas e incluso alimentos leyendo lo que aquí escriba y viendo las fotos que aquí suba. Además, tengo la firme convicción de que escribir sobre lo vivido es volver a vivirlo nuevamente de una manera, quizás, más sosegada y con otra perspectiva pero con la misma intensidad.
Por cierto, prometo no ser tan pedante como en esta presentación.
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