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Manu@l de viaje

NO ME DIGÁIS LUEGO QUE NO OS AVISÉ. PUERTO BARTON

PHILIPPINES | Friday, 14 October 2016 | Views [883]

Casa baja en Puerto Barton

Casa baja en Puerto Barton

No siempre es posible encontrar todo lo que buscamos en un viaje. Nos creemos que lo importante es ver el grandioso Taj-Majal sin que ninguna de las 10.000 personas que te rodean estropeen nuestra preciosa foto o ver las islas de la bahía de Bucuit, en El Nido, con sol y un cielo azul despejado o tener el perfecto selfie con los tiburones-ballena. Pero no, no se trata de eso. Porque, si eso es lo que buscas nunca lo tendrás todo y la experiencia no será satisfactoria. En cambio, si creo que existan lugares en el mundo donde puedes encontrarlo todo, cuando en realidad no buscas nada, y personas en el camino que pueden dártelo todo, sin siquiera pedirlo. Quien haya venido hasta este remoto poblado de Palawan sabe exactamente a que me refiero y para quien no, espero que los próximos párrafos os trasladen, aunque sea por un instante, a Puerto Barton.

Me hospedaba en Valdeztamon Lodge Inn, una de las mejores decisiones de todo el viaje: por 500 pesos la noche (menos de 10 euros), un pequeño cottage para mi solo con mi propio porche, baño y cocina (que no usé más que para curarme las heridas, eso ya es otra historia nada emocionante). Me recibió Glen, el hijo de los dueños, con una sonrisa sincera y una taza de té. Apoyados en la barandilla de mi porche y con la mirada perdida contemplamos el inexistente horizonte, ante nosotros tan solo había un coche en el pequeño jardín de la propiedad pero hacíamos como si tuviéramos el vasto océano delante y estuviéramos observando, en la lejanía, algún barco pesquero. Mientras me acababa el té hablamos de cualquier cosa que se nos pasaba por la cabeza, una conversación errática y divertida como si Glen fuera un viejo amigo, o incluso primo del pueblo, al que hace una eternidad que no veo. Finalmente concluyo con la firme idea de visitar unas cataratas a 20 minutos andando, según le entendí. Había visitado otras cataratas a lo largo del viaje y no creo que estas pudieran aportarme nada nuevo, pero, primero, no quería más playa y, segundo, caminar me ofrecía la oportunidad de conocer el poblado. Una costumbre, la de pasear por el poblado, que suelo hacer nada más llegar a cada nuevo destino (si son pequeños) y tener un primer acercamiento al pueblo que me acogerá los siguientes días.

Recorro unas pocas calles del poblado, tampoco hay mucho más, hasta que me desvío por una carretera de tierra en obras. Bernardo, uno de los trabajadores de la obra, me avisa de lo lejos que quedan las cataratas además de darme una lección gratuita de historia filipina y, en el fondo, española. Bueno, más que historia es una anécdota. Resulta que, según dice, el nombre del país, Filipinas, proviene del rey español de aquel entonces, alguno de los Felipes anteriores al actual. Seguramente todo español conoce este hecho de nuestra historia pero es algo elemental que, reconozco, no sabía. Me quedo paralizado y sin palabras. Mientras intento asumir ese reciente conocimiento adquirido, Bernardo se aleja riendo y con la cabeza bien alta sintiéndose ganador.

Me impaciento al ver que tras andar más de 30 minutos no veo ninguna señal de cataratas. Paro el primer triciclo que veo – es más bien un sidecar artesanal -,  único que he visto en todo el camino, y salto en el asiento libre que tienen. Lo conduce Marvin, un chaval de 15 años, que con pericia salva todos los obstáculos que el resbaladizo barro y la obra han creado. Le acompaña el pequeño Mervel, que está de pie en el módulo que hace de sidecar, como si de una cuadriga de carreras romana se tratara. Ninguno dice mucho de camino a las cataratas hasta que llegamos allí y saludan a sus amigos. Tan sólo cuando decido tirarme con ellos desde lo alto de unas rocas a la poza es cuando se dan cuenta de mi existencia. Charlo con ellos un rato y hasta me ofrecen un cigarro que niego sin intentar convencerles que fumar no es buena idea y menos a su edad. No creo que el mentoring sirviera mucho en ese momento. Volvemos a divertirnos saltando desde lo alto, me piden que les fotografíe mientras hacen sus acrobacias y se gustan en la imagen que les muestro de ellos mismos congelados en el aire.

Me tumbo en una roca cercana para descansar de la frenética adolescencia y disfrutar, tumbado, del sol y el murmullo ensorcedor de la caída del agua. Empieza a anochecer y volvemos, ahora sí como amigos, hablando y riendo en los saltos locos del triciclo.

Esa misma tarde conozco a Nellie, la dueña de la guest house. Es una mujer adorable a la que, no hay más remedio, querer muy fuerte. Si Glen es mi primo del pueblo, Nellie es mi tía filipina. Me soluciona el island Hopping del día siguiente y me acompaña a un restaurante que conoce realmente barato, 50 pesos (menos de un euro) con bebida incluida.

Hacer island hopping es, básicamente, coger un barco para que te lleve a diferentes islas y puntos para hacer snorkel. El día es idílico y el sol reluce como no lo ha hecho en todos los días que llevo en Filipinas, supongo que es alguna recompensa divina por las intensas lluvias de El Nido. El island hopping es perfecto, soleado pero con un calor soportable, divertida compañía en el barco, desiertas playas paradisíacas, literal pues se llamaban Máxima Paradise y Paradise Island, y con el alegre Junjun como barquero, que nos lleva a los mejores puntos para hacer snorkel.

No vemos tantos peces como en Gili Air pero sus corales,…, sus corales no son de este jodido mundo, pertenecen a un mundo surrealista de mil formas y colores. Como ya me pasó en Gili, y me volverá a pasar, no llevaba cámara así que intentaré describir lo que vi. Pero lo haré en otro post para no alargar este con párrafos de aburridas descripciones marinas. Una imagen vale mil palabras y tengo muchas imágenes en mi cabeza ahora mismo que quiero dejar retratadas en decenas de miles de palabras.

En las inmersiones también vemos tortugas que seguimos en su tranquilo aleteo hasta que se pierden en el profundo azul y pequeñas mantas rayas que escanean el fondo marino en busca de sustentos.

Por la tarde me acerco en moto hasta la granja de Nellie y familia, un terreno organizado ganado metro a metro a la anárquica jungla. Me muestra orgullosa el trabajo de toda una vida, cuidando sus árboles frutales, sus gallinas y cerdos salvajes. De camino al poblado me detengo en la White Beach, creo que todas las islas de Filipinas tienen una playa con ese nombre, a ver atardecer. Una solitaria playa de postal, detrás de la cual sólo hay jungla y alguna pequeña cabaña local. Bañarse, aunque ya es de noche es casi una obligación. Entro corriendo al agua para precipitarme de cabeza al mar y un latigazo en la espalda me recuerda súbitamente porque no hay nadie viene a la playa. En mi salida precipitada aún me pican otras tres medusas más y cuando llego a la orilla sonrío por mi sabia decisión de no haberme bañado desnudo. Pero de los errores siempre surgen grandes historias, o por lo menos, en este caso, marcas en la piel. ¡Lo que hay que hacer para alimentar este blog!

Termina mi estancia en Puerto Barton lamentando haber comprado el billete de avión a Cebú. El poblado tiene un encanto natural y paseando por sus fotogénicas calles la gente te saluda sonriendo sin más intención que la de ser amable. Dejan los negocios para otro momento. Aun teniendo playas e islas preciosas, un mundo submarino fascinante y un poblado sencillo pero limpio viven acomplejados por las islas montañosas de su vecino del norte, El Nido. Se ríen cuando les digo que prefiero su pueblo, pero es cierto. En ningún otra parte de Filipinas he encontrado una mezcla tan perfecta de vida local y turismo atraído por su naturaleza desbordante aun sin una explotación masiva. Pero todos los pueblos tienen derecho a desarrollarse, mejorando la calidad de vida de sus habitantes y Puerto Barton lo está haciendo conocedores de su auténtico potencial (por ejemplo, están mejorando dos carreteras de acceso al pueblo). Tan solo espero, y esa impresión me ha dado hablando del tema con Nellie, que el crecimiento mantenga la esencia del pueblo, que no son solo sus playas o islas sino la desinteresada alegría de sus habitantes y la posibilidad de encontrarlo todo, salvo electricidad de 00.00 a 18.00, sin buscar nada.

Y si no esa así, siempre me quedará el: “Ya os lo dije”.

Tags: beach, island hopping, jungla, playas, puerto barton

 

 

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