Lo primero que salta a la vista al sumergirse son los enormes corales en forma de setas aplanadas, de esas feas que crecen en los árboles pochos. Estos proyectan una sombra imaginaria que protege a decenas de peces. Los más comunes son marrones y lisas, dentro de su irregularidad, aunque también hay que en su superficie tienen miles de pequeños salientes puntiagudos. Las vi de color morado tenue o de un verde intenso. Sobre una de las verdes se acumulaban diminutos peces azules celeste, como si fueran los lunares de un vistoso traje de gitana de la feria de Sevilla. Fue con una de este tipo como me rebané el dedo al rozarlo levemente con mi mano, por supuesto sin querer.
Otro de los corales más comunes son los que tiene forma de ramas o cornamentas de los que existen muchas variedades. Algunas crecen de forma alborotada, otras, en cambio, lo hacen como si fueran las setas que antes describía y las menos crecen planas en altura, creando el efecto 3D cuando se juntan varias. Las hay de todos los tamaños, esponjosas, peludas, lisas, rojas, moradas, blancas, verdes… Un abanico del todo inabarcable.
Abunda también un coral marrón alabeado, como si fueran conos huecos clavados por la punta en el fondo marino. Parecen toscas y feas en comparación con el resto, pero cuando, por casualidad, un rayo de sol las atraviesa el marrón se vuelve más tenue y, sin ninguna explicación posible, el ribete del cono se torna cian. Supongo que es una variante de esta misma especie la más fascinante, desde mi pobre juicio. Es de un color amarillo-verdoso como si estuvieran pintada con el fosforito que brilla en la oscuridad, crecen de forma concéntrica y verla desde lo alto es como contemplar una extraña y gigante rosa formada por corales deslumbrantes simulando ser sus pétalos.
Otro de los clásicos es el que se pega a la roca que parecen tapizarlas en terciopelos marrones, azul turquesa o verde oliva.
Distribuidos por el fondo marino aparecen corales naranjas en forma de monedas estriadas en sus radios. El tesoro perdido de algún naufragio, pienso. Otros, muy llamativos, tienen forma de volcán de hasta un metro de altura dentro del cual, en ocasiones, veo escondido algún pez. Los veo también con rugosidades laberínticas que cuando crecen se convierten en inmensos cerebros marrones y naranjas. Otro singular tiene forma de montaña de diferentes tonalidades de verde, como si fuera la maduración de un limón (tan escaso en esta parte del mundo, por cierto). Este montículo verde está formado por pequeños volcanes verde-amarillentos pero su interior es azul marino, de ahí su singularidad.
Todos los anteriores son rígidos, pero también los hay flexibles que se mueven con la marea como los campos de heno se mecen con el viento. Es uno de estos verduzcos donde se esconden los peces payaso y aún más escondido, asomando tan solo sus caras, los más pequeños Nemos. Aunque también otros peces escogen este método para esconderse de los depredadores, no sé si de una manera muy efectiva pues veo un pez negro en un coral blanco, que no es nada llamativo. Otro de los flexibles, que no estoy seguro si es un coral, está formado de delgadas plumas granate que le dan forma de flor cuando está abierta pero que casi siempre aparecen plegadas formando una pequeña esfera. Tampoco sé si son corales los que se muestran en solitarios con forma de morcilla plegada. Son blancos, naranjas y violetas, tres colores vivos estampados en su superficie imitando las antiguas camisetas hippies.
Si la explosión de colores del suelo marino te permite levantar la cabeza, la vista es incluso mejor. No había me había dado cuenta hasta ahora, pero el fondo marino del arrecife tiene horizonte y cuando los rayos entran diseminados al mar, iluminando y haciendo más vivo los colores de algunos corales, ese horizonte se convierte en mágico, producto de algún viaje de LSD. Y cuando en el horizonte monótono de un mismo tipo de coral irrumpe otro diferente, éste parece clamar por la belleza inherente en la diversidad de razas.