Desde que vi en la revista de la aerolínea Air Asia una fotografía de una máscara sonriente de una celebración local, que además coincidía con mi estancia en Filipinas, no lo dudé. Soy un hombre de fiestas y ferias y la de Bacolod tenía muy buena pinta.
No fue fácil llegar desde Malapascua, la isla a la que no quería ir, pero eso es otra historia. El viaje incluyó un ferry, un coche privado, ferry de nuevo, autobús y taxi. Sólo 10 horas de viaje, que no me importó recorrer. Me encantan los ferrys porque además del agradable viaje en barco siempre gano algún amigo dispuesto a ayudarme o con el que continuar el viaje. En este viaje conocí a Jun, que me transportó al segundo ferry, y a Glenden y Christopher, dos mecánicos que viajaban a Bacolod para arreglar un motor de una excavadora, con los que luego compartí autobús. No fue fácil llegar a Bacolod para ver el Masskara Festival pero merecía la pena, o eso aseguraba la Lonley Planet en sus 15 top experiences de Filipinas.
El Masskara Festival comenzó hace unos 20 años cuando el gobierno local decidió animar a sus habitantes, que por aquella época estaban sufriendo la crisis de la industria azucarera. Les animaron creando este festival en el que todo mundo porta máscaras sonrientes y preparando diferentes actividades para la distracción del pueblo, algo así como el circo para los romanos.
La actividad principal es el desfile de máscaras, algo parecido a un carnaval canario. Pero, no puedo estar en todo y estuve justo el fin de semana anterior al desfile, cuando cuadraba, más o menos, con mi itinerario. De lo que si puedo hablar es de lo ocurrido durante esos dos días en Bacolod.
Como digo, no vi el desfile, pero sí estuve en Plaza, donde organizan una feria, con sus feriantes, sus atracciones y pequeños timos de habilidades imposibles de conseguir. Pero si, por casualidad, encestas o metes el aro en la botella los premios no son tan suculentos. Puede tocarte un vaso, un plato o peluches antiguos que llevan expuestos decenios. Como si fuera cualquier feria de los años 80 de España. De nuevo la sensación de volver al pasado, esta vez a mi infancia por las ferias de los pueblos de la sierra madrileños.
Junto con Glenden y Christopher intentamos encestar canastas, acertar la carta donde caería una pelota de pin-pon o meter el aro en la botella. También tomamos cerveza, cantamos La Bamba en el Videoke y fuimos al circo. ¡Al circo! Y no a un circo moderno que visitan Madrid habitualmente. Un circo a la vieja usanza donde por menos de un euro podías ver payasos, trapecistas, magos, equilibristas y lanzadores de cuchillos, que no lograban clavarlos donde deberían. Todo realizado únicamente por 3 personas y muy rústico pero que captaba la atención los niños presentes, que observaban, con la boca abierta, el espectáculo. Y es que, en el fondo, los niños de todo el mundo son iguales.
Sin embargo, lo único que hacía referencia a una máscara ese fin de semana era el concurso de Belleza: Masskara Queen. “¡Qué puedo perder!” me dije, “¡Máscaras y chicas guapas!” Es un win-win. Fui a por la entrada, el mismo día del evento, y cuando nombré mi blog, este humilde blog, inmediatamente me presentaron a Archie, el director del evento, que me ofreció su última entrada VIP. Creo que me podría acostumbrar a esta vida de viajero-blogero-con-entrada-VIP-a-concursos-de-belleza.
Antes del acontecimiento aún dio tiempo para comer en el Manokan Country un excelente pollo a la brasa marinado y visitar el Museo de Negros. Aclaración: Negros es el nombre de la isla donde se encuentra Bacolod y el nombre de la isla fue acuñado por el color de la piel de los originales habitantes de la isla pero que después de la mezcla originada por la invasión malaya dieron como resultado a los rasgos filipinos que todo el mundo conoce. En el ecléctico, como me gusta esta palabra, Museo de Negros también se exhibía cañones de bambú y sus balas-cocos pintadas de negro con los que engañaron a los españoles para que firmaran la rendición y conseguir la independencia, asustados por el poderío armamentístico de los filipinos. Toda una treta, otra palabra que me encanta, que sorprendentemente funcionó.
El concurso de belleza tuvo momentos estelares: baile tradicional con las famosas máscaras puestas, los gritos de las amigas de la reina, que se sentaban justo a mi lado, cuando la nombraron Masskara Queen 2016 y las preguntas de los jueces a las aspirantes del tipo:”Si saliera una ley en la que se decretara matar a los feos, en que bando te encontrarías y por qué?” o referentes al maniático presidente Filipino (que ha decretado que cualquier persona puede denunciar o matar a un traficante de drogas, como en el viejo oeste). Pero por lo general fue aburrido. Chicas de 17 años que aunque eran guapas estaban pintadas como si fueran pequeñas Isabel Presley, es decir: mujeres de 60 largos, un horror. En el fondo son niñas y podían verse en sus rostros la decepción cuando quedaban fuera de las nominaciones, un sufrimiento/trauma innecesario.
El alojamiento de Bacolod fue complicado. No es un destino muy turístico y además estaba todo ocupado por las fiestas y, aunque es el único que reservé con antelación en todo mi viaje, acabe en un hostal, digamos, justo de limpieza. En el check out (menos mal que fue al irme) una rata cruzó el pasillo. “A RAT!” grité al encargado. Levantó la mirada de su móvil y volví a repetirle la gravedad de lo que había visto: “A RAT! THIS SIZE!” señalando el palmo de largo que medía. “Uumm!” fue toda su respuesta y volvió a bajar la mirada al móvil. Supongo que sabía que había ratas en su hostal, pero podía haber hecho el paripé de hacerse sorprendido, al menos por cortesía. Salí corriendo del hostal, de Bacolod y de la isla de Negros hacia tierras más paradisíacas (y sin ratas).