Para Filipinas vengo preparado. Es el único país, junto con la India, que antes de salir de Madrid sabía que quería visitar seguro. Hice un curso de submarinismo, me compré la Lonely Planet y busqué blogeros que aconsejaran sobre la isla (si alguien va a venir a este maravilloso país que no deje de visitar el blog que se ha convertido en el Evangelio según Santa Claudia de Filipinas, explicaciones al detalle y pasión en todos su artículos: www.soloida.com). Lo tenía todo preparado para disfrutar al máximo del país. Es 4 de Octubre, son las 23.00 de la noche y fuera está jarreando. Ayer pasó lo mismo, llovió durante toda la noche. En el despertar del cuarto día en el país, después de ver que no parece que vaya a cambiar en un mes, es cuando flaqueo y me planteo abandonarlo hacia otro al que no se le acerque un tifón. Vietnam tiene muchas papeletas en esa mañana lluviosa y gris de Puerto Princesa.
El día anterior habíamos estado visitado el mayor río subterráneo navegable del mundo. Una de las nuevas siete maravillas del mundo, por lo menos así lo venden, y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (sí, otro más para la colección). El día fue soleado y pudimos acceder sin ningún problema a la cueva. No estoy seguro si debería estar entre las 7 nuevas maravillas del mundo pero la experiencia mereció la pena. Nunca antes había estado en una cueva con un río navegable y que en algunas zonas llega a alcanzar los 60 metros de altura. En la más absoluta de las oscuridades el barquero, que es el único que lleva linterna, alumbra cada una de las formaciones de estalagmitas/estalactitas creadas durante milenios y va comentando, mientras las pasamos, las diferentes formas que tiene. Algo del todo innecesario pues a nadie le interesa que una roca tenga forma de tomate, pepino o vela y en muchas ocasiones el único sonido que quisiéramos oír es el aleteo de los miles de murciélagos que plagan el techo y nuestras silenciosas muestras de asombro. En cambio si agradecimos cuando nos mostró la cara de Jesucristo, la Virgen María, un tigre o la espalda de una mujer desnuda, que en ocasiones nos hace dudar si están esculpidas con cincel, o eso pensamos desde la lejanía y con la oscuridad que reinaba. El día acabó con lluvia, lo que no imaginábamos es que terminaríamos tomando algunas Red Horse, la cerveza con más graduación de la San Miguel filipina, en el Tikibar: un divertido engendro de discoteca, música en directo, karaoke, restaurante y bar. Es lunes y aún así está lleno de gente local, que supuestamente trabaja al día siguiente, con la que nos juntamos en la zona de baile para desentumecer los músculos.
En la mañana del 4 de octubre tan solo chispea, después de una noche de intensas lluvias y mientras espero a que escampe o se despeje el cielo decido ir a visitar hospitales locales, otra atracción turística más de mi viaje, aún con la loca idea en mi cabeza de irme al soleado Vietnam. Con esa misma idea alquilo una moto, para ir practicando para cuando este en Hanoi, y me dirijo a la playa de Nagtabon. También, como viene siendo habitual, me pierdo o como me gusta pensar; elijo un camino diferente a la mayoría. Durante el trayecto me encuentro con poblados en los que la carretera es una extensión más de sus casas. Por ella corretean los niños sin preocuparse, los jóvenes juegan al baloncesto en sus canastas artesanales y las gallinas cruzan de un lado a otro con total parsimonia mientras que los perros ni siquiera hacen el amago de levantarse del asfalto al sonido de mi bocina. El colegio de la zona es un fogonazo de colores vivos en medio del oscuro verde del bosque que le rodea. Al verme deambulando desorientado no dudan en invitarme a entrar para que contemple la actuación de los niños que celebran el Foundation Day. Todavía no tengo claro exactamente que fundación celebraban, si la de la nación, la del colegio o la del poblado, pero es día de fiesta y los niños, disfrazados, juegan y sonríen mientras con pompones practican el baile que van a representar frente a todo el poblado. En cambio las profesoras están más ociosas y me dan conversación a la vez que se hacen la manicura. Inmediatamente me vienen a la cabeza los domingos de Hong Kong y Macao, pero el contraste es abismal y no solo por el entorno que les rodea sino por la diferencia en sus miradas y las expresiones en sus rostros, hay unos 1.000 km de felicidad de diferencia. De cualquier forma está claro que las filipinas tienen obsesión por unas uñas cuidadas.
Al llegar a la playa el sol ya asoma tímidamente y aunque sigue siendo un día nublado eso no cambia el hecho de estar en una playa salvaje con cuatro gatos, donde tan solo hay un par de pequeños puestos y barcos de pescadores. Desde el agua y con el oleaje golpeándome en la espalda contemplo la hilera de palmeras que hay en primera línea de la larga playa, parece un escuadrón de soldados preparados para una batalla y es sobrecogedor. El azul claro del mar y el cielo, el blanco de la arena y las nubes junto con el verde de las palmeras dominan la escena y es cuando se despejan mis dudas, es ahí, y no en Vietnam, donde quiero estar y es a su gente a la que quiero acercarme.
Es la una de la mañana, sí escribir este pequeño post me ha llevado dos horazas, y voy a dormir tranquilo y feliz porque sé que mi viaje a Vietnam está cancelado.