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Manu@l de viaje

Calcuta. Nadie me avisó (I)

INDIA | Thursday, 25 August 2016 | Views [504]

Taxis y cables

Taxis y cables

“Do not wait for leaders, do it alone, person to person” reza un gran panel que me da la bienvenida a Calcuta, como no, de la Madre Teresa de Calcuta. Yo no esperé a líderes, elegí tomar la decisión de salir, de avanzar siendo mi propio líder donde quiera que ese líder me lleve. Y ahora ese líder me ha traído a Calcuta a empezar un proyecto diferente, nuevo y excitante. Y esto rejuvenece, te hace sentir vivo. Mucha gente ha viajado antes con proyectos similares y seguramente no se vanaglorien tanto como lo haré yo. Pero el problema es que yo no estaba entre esa gente y no me queda más remedio que copiarles y aportar lo que pueda en la experiencia.

Y la llegada a Calcuta es dura. Muy dura. Tras la ventanilla del taxi se vislumbra la pobreza, el deterioro de los edificios y la sobrepoblación que lastra al país se hace patente nada más abandonar la zona del aeropuerto. Hasta una persona inconsciente que yace en el suelo boca arriba y con un reguero de sangre bajo su cabeza (y a la que nadie hace el mínimo caso) me da la bienvenida a esta ciudad inhóspita. Y aquí estoy, rodeado de veinte millones de personas, muchas de la cuales, muchísimas, quisieran llegar a lo que en occidente nos gusta llamar “umbral de la pobreza”, eso significaría que tienen algún ingreso recurrente, pero parece improbable. Muchas están dispersas por los suelos, bajo techumbres enclenques o al raso, ni siquiera haciendo un esfuerzo de pedir. Han perdido la batalla de la vida, y lo saben. Sobreviven, aun no sé muy bien de qué manera, como reflejo de una sociedad con altísima diferencia entre ricos y pobres. Se podría usar la expresión “ciudad de fuertes contrastes”, tan usados en otras ciudades en vías de desarrollo. Pero aquí no, aquí no hay contrastes. Hay ricos y hay pobres (muy pobres), pero todo está envuelto en una capa miseria, suciedad y ruido que impide, siquiera, vislumbrar una parte de la ciudad hecha para los ricos. Avanzando con el taxi por los puentes sobre la ciudad, uno puede imaginarse en cualquier otra ciudad sobrepoblada  del mundo, pero una vez que el puente se acaba y se vuelve al nivel de calle la despiadada realidad reaparece con su indigencia.

Calcuta fue capital de la India durante 200 años aproximadamente, durante la floreciente época en la que todavía era colonia británica. Vivió un crecimiento espectacular con la industrialización y se convirtió en una ciudad próspera. Vestigio de aquellos años aún pueden verse, lo que creo que son, bonitos edificios coloniales. Pero eso es lo que queda de lo que fue una ciudad próspera: vestigios, pues parece que después de que trasladaran la capital a Nueva Delhi en 1911 no hubiera habido ninguna renovación o mejoras en la ciudad. Y la ciudad al completo está cubierta de verdín, los edificios están ennegrecidos, con plantas y árboles que crecen sin control, en lo que se intuyen edificios preciosos pues la maraña de cables y carteles oxidados de publicidad en la fachada impiden apreciarlos por completo.

La pobreza de Calcuta es sucia. Una suciedad que no solo llena las calles de basura, sino que, además, enturbia las esperanza de los más desfavorecidos, impidiendo así un atisbo de ilusión en sus caras. Tengo la sensación, y tan solo es una sensación (que conste), que en otras partes del mundo la gente sin recursos puede llegar a ser felices con lo poco que tienen o a tener esperanzas, aunque sean mínimas, para ellos y sus descendientes. Supongo que detrás de este derrotismo está la segregación por castas, que diferencia a India de otros países, y la creencia religiosa de que en otra vida tendrán una mejor y, ¿para qué van luchar en esta vida si en la próxima pueden tener una vida mejor? Y muchos ven la vida pasar. Literalmente, eligen su sitio de la ciudad para ver la vida pasar. En su rincón del mundo duermen, se sociabilizan, se alimentan (repito, aún no sé muy bien como) y ven pasar el tiempo.

Y el tiempo, en esta ciudad, no tiene valor. Todo es lento, cualquier trámite consume un tiempo absurdamente superior al que debería, desde que te sirvan en un restaurante (aunque sea uno bueno) hasta reparar un portátil, que en principio iban a tardar 4/5 días y al final se alargó hasta las 3 semanas (ejemplos reales). No le dan importancia a trabajar de manera eficiente para consumir el menor tiempo posible pues parece que no tienen nada mejor que hacer que ver la vida pasar.

En una ciudad con tan alta densidad de población hay puestos de trabajo que en otros lugares del mundo ya ni si quiera se plantean o puestos que están sobredimensionados, trabajando en ellos 4 personas cuando con una, eficiente, les valdría. No se buscan puestos de trabajo que añadan valor o nuevas estrategias, sino que, simplemente, se hace lo mismo de siempre con más personas, con la falsa esperanza de ganar en eficiencia y mejoras para el cliente. El caso del ascensorista y el vigilante de seguridad de nuestro hogar de Calcuta (Sunflower Guest House) supongo que se repite en todo el país. Los dos hacen su vida en el rellano de la entrada del edificio, es su rincón de ver pasar la vida. El vigilante, una persona mayor y  delgada, siempre sentado en una silla de plástico se dedica a sonreír con su sonrisa mellada a los clientes y es lo que hace bien, pues dudo que en caso de altercados pueda ejercer como una auténtica persona de seguridad. El trabajo del ascensorista en cambio es un “no-parar”. Su tiempo no tiene valor y trabaja las 24 horas en el edificio subiendo y bajando a los clientes. 24 horas significa que si se llega al guest house después de las 23.00 horas hay que despertarle de su colchón tirado en el suelo para que abra la verja y te suba a tu planta. Únicamente le permiten descansar un día a la semana, que aprovecha para salir del edificio e ir a ver a su familia, pero aun así, no me cabe duda, que se siente un privilegiado.

Tampoco hay que olvidarse del ruido, porque Calcuta es ruidosa, muy ruidosa y el sonido de los cláxones, que no es poco, parece, a veces, amortiguado por el bullicio y el trajín de los calcutenses. Todo parece que bulle, que está en movimiento y no es posible pararlo. Ni siquiera el taxista que me condujo al hotel el primer día, que no sabía exactamente la ubicación, podía detenerse 30 segundos a preguntar a otro taxista estacionado en la acera. Pararse implicaría retrasar la trepidante dinámica de Calcuta. Preguntaba, eso sí, pero sin para el taxi, en movimiento, y así era difícil obtener una respuesta.

Existe una ONG española llamada Los Colores de Calcuta, a los que recomendaría cambiar su nombre para ajustarse más a la realidad de Calcuta por: “Olores de Calcuta”. Sí, habéis adivinado, Calcuta también huele mal. Huele mal en muchas partes de la ciudad y parece que a nadie le importa que haya desperdicios orgánicos por las calles, que aunque se recojan por la noche (no sé muy bien con qué frecuencia y en qué zonas) el calor sofocante y la humedad de Calcuta hacen que en poco tiempo desprendan un olor a descomposición muy desagradable.

En Calcuta las calles no están hechas para los peatones. Si pretendes ir a comprar, dar un paseo o deambular por las calles tienes que asumir que tu espacio para transitar es compartido con los vehículos de la ciudad, jugándote, así, la vida (sobre todo si vienes de países donde se circule por la izquierda). Las calles pertenecen al enjambre creado por las personas tiradas en las mismas, perros sarnosos, puestos de comida y tiendas variopintas que hacen imposible circular por ellas si se no se tiene tiempo para ir esquivándolas. Por las noches, cuando las tiendas cierran y los habitantes de la calle se alinean para dormir, puede parece que reina la calma en Calcuta pero es justo cuando los perros, mansos durante las horas diurnas, se vuelven territoriales y sin darte cuenta puedes encontrarte inmerso en peleas de jaurías disputando sus territorios.

No sé como será en otras épocas, pero en agosto, cuando yo estuve, el monzón está en pleno auge y puede ocurrir que haga un calor y una humedad inaguantable con un cielo azul, que, sin aviso, caiga la tormenta de la vida o que un día entero llueva sin parar. Si es así prepara las botas de agua porque el antiguo sistema de alcantarillado de Calcuta no es capaz de asumir tal cantidad de agua y muchas calles se anegan, creando verdaderos ríos de agua turbia y maloliente.

Continúa en parte (II)...

Tags: calcuta, ciudad, kolkata, olores, pobreza, ruido, sucio, tiempo

 

 

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