Cuando uno aterriza en Hong Kong espera encontrar un skyline de puntiagudos rascacielos y calles saturadas de hongkoneses haciéndose hueco entre la multitud para continuar su paso ajetreado. No se equivoca, lo encuentra. Pero seguro que no espera encontrarse perdido en el medio de una montaña frente al mar, por lo menos un iletrado sobre Hong Kong como yo no se lo espera. Por suerte para mí, cuento con el apoyo de mi hermano que es muchas cosas excepto iletrado.
Lo tiene todo estudiado sobre HK y gracias a su sabiduría recientemente adquirida y a unos apuntes elaborados detalladamente por un bloguero nos encaminamos, el segundo día, a realizar el trekking de MacLehose. En realidad tan solo el tramo 2, de unos 15 km, pues el camino entero tiene más de 100 km y es imposible realizarlo en un solo día. Nos alejamos del centro de Hong Kong y tras un trayecto en metro, autobús (que nos deja en un pueblo de pescadores-pescaderías) y barca llegamos al punto de comienzo del trek: una playa paradisíaca a la que únicamente se puede llegar en barca o andando.
El trayecto en barco comienza tranquilo y según avanzamos a gran velocidad vemos la manera de entretenerse de los locales. Alquilan barcos que fondean protegidos entre la tierra firma y las islas que le rodean. Una vez parados despliegan toboganes y grandes colchonetas inflables y sacan las cervezas de las neveras. También vemos gente practicando ski acuático o en sus motos de agua y cuando cruzamos sus estelas un divertido salto de la barca nos hace reír a todos. Pero nuestra meta no está en las tranquilas aguas sino en mar abierto. Una vez desprotegidos, pasamos de ver familias disfrutando de un paseo en canoa a cruzarnos con enormes cargueros. El mar está picado y los saltos ya no son ocasionales. Ahora no hay descanso y es cuando echo de menos un asiento más mullido. Aunque confío en la pericia del barquero chequeo cómo de lejos están los chalecos salvavidas (demasiado para llegar a ellos en una emergencia) y me pregunto cuantas embestidas más resistirá la fibra de carbono de la proa hasta que acabe por romperse en dos.
Aliviados pisamos tierra firme y comenzamos el corto camino hasta otra bonita playa donde acabamos comiendo en su chiringuito. Son las tres de la tarde y no hemos andado mucho, así que retornamos a la senda marcada, o eso creemos. Atravesamos otra larga playa de arena blanca y caminamos por entre maleza, montes y rocas. Todo muy raro y con muy poca gente (nadie) a nuestro alrededor para ser un camino tan conocido, pero confío en las nociones de mi hermano sobre el camino a seguir. No, mi hermano no es un iletrado pero si acostumbra a perderse. Recuerdo que jugando al escondite de niños estuvo escondido toda la tarde hasta que una expedición de amigos y familia logró encontrarle, orgulloso de haber ganado en el juego.
Y aunque creemos seguir el camino correcto, preguntamos, para asegurarnos, a unos voluntariosos scouts que dedican su tiempo a cortar ramas, manejando peligrosamente un machete. Se confirma, nos hemos perdido y para llegar a nuestro destino tenemos que dar una vuelta tan larga que se nos haría de noche en medio de ningún sitio. Damos la vuelta y no nos importa pues el camino transcurre por verdes colinas con vistas al mar de un intenso azul mientras el atardecer tiñe de naranja un cielo totalmente despejado (si me paso de cursi me lo de decís).Para volver eludimos el barco y seguimos caminando, ahora sí, por el verdadero sendero de MacLehose bien marcado con sus mojones kilométricos. Subimos dos colinas, entre medias de las cuales hay un lago en absoluta calma y un pueblo abandonado al que el musgo le da un cierto aire místico. Agradezco a HK la nueva experiencia en Asia, aunque me sigue pareciendo increíble, de perderme en colinas y caminar con la única compañía de mi hermano.
Es casi surrealista que al día siguiente volviera a las transitadas estaciones de metro camino del Museo de Historia de HK. Sorprende ver que a pesar de toda la gente que usa ese medio de transporte la eficiencia es magnífica, todo está pensado para evitar aglomeraciones y hacer el trayecto de cada uno de sus pasajeros lo más rápido posible. Andenes en los que no se ve el final (true story), corto tiempo de espera, intercambios directos en el mismo andén o miles de diferentes salidas en cada estación (todas ellas perfectamente señalizadas) son algunas de las razones por las que considero el metro de HK el mejor que he conocido. Y hasta aquí mi apunte ingenieril del día.
Entro con recelo en el Museo de Historia de HK pues dudo que pueda igualar al de Macao. Nuevamente me equivoco y me alegro de ello. El museo es un recorrido extraordinario por la historia (la zona sobre la Guerra del Opio es mi favorita), las tradiciones, los clanes y los medios de vida de la población a lo largo de los siglos.
Se nota que en HK hay dinero y no solo por el impecable Museo de Historia sino también por los detalles que se aprecian al transitar por entre los rascacielos del barrio de Central. El más llamativo, sin duda, la cantidad de cochazos que veo. No es raro cruzarse con un Ferrari, Bentley, Porche o Mercedes y BMW de alta gama y ver un Tesla (el caro deportivo eléctrico) se convierte en costumbre.
Llega el domingo y es el día libre de las cuidadoras de las casas, en su mayoría filipinas. Todas las sombras, parques, fuentes y bancos de Central está ocupado por miles de ellas. Se olvidan, por un solo día, de su trabajo de 24 horas y disfrutan de un picnic con amigas mientras escuchan música, duermen, charlan, se cortan el pelo o se hacen la manicura.
No me olvido, por supuesto, de los rascacielos, por que HK es la ciudad con más rascacielos del mundo, dato que habrá que googlear pero me fío de lo que me dice el arquitecto indonesio que conozco mientas los contemplo. La elegancia del skyline de NYC es absolutamente inigualable pero he de reconocer que el de HK es impresionante y la cercanía desde la que se contempla es determinante. Aunque no son especialmente altos, desde el Tsim Sha Tsui Promenade dan la sensación de ser enormes. Además las montañas que aparecen justo detrás de los edificios dan un aire más salvaje a la aglomeraciones de rascacielos de HK. Los humanos, y sus arquitectos, parecen competir con la naturaleza e intentan, sin lograrlo aún, superar la majestuosidad y altura del Victoria Peak.
Hablando de Victoria Peak, la excursión hacia su cima, desde donde se ve el puerto y todos los rascacielos de la bahía, es otro fracaso: el atractivo tranvía que sube a lo alto no funciona, el cielo está repleto de nubes y cuando el autobús me deja en Victoria Peak resulta que hay dos centros comerciales con altos miradores que arruinan el encanto del lugar. No obstante, hay un camino poco transitado que sube un poco más alto que los miradores del centro comercial y que al poco tiempo comprendo el por qué de su poco tránsito: el paseo tiene una pendiente que dudo que suba el mismísimo Contador con el calor y la humedad que hace en la zona. Además cuando llego a la cima me doy cuenta que las vistas no impresionan nada (y menos nublado) pues es opuesto a la bahía y los rascacielos. Me fue imposible hacer fotos buenas desde lo alto de Victoria Peak, sin embargo, sí las hice de las mariposas del lugar mientras descansaba de la pequeña caminata, y es que en el fondo soy un tipo sencillo.
HK está hecho para ser vivida de noche. Es de noche cuando el pulso de la ciudad se acelera, los rascacielos encienden sus luces (decorativas y de sus propias oficinas), las calles iluminan sin complejos sus coloridos neones, los centros comerciales despliegan su artillería luminaria y los puestos callejeros, que por el día están sombríos por los toldos que lo protegen, desprenden tanta luz que, por sus destellos, parece que acaba de nacer el niño Jesús de entre sus puestos.
Es también por la noche cuando más me fascina aparentar ser un fotógrafo urbano. Me cuelo en aparcamientos para hacer fotos en altura de mercados, subo furtivo por las escaleras laterales de los edificios para retratar las estelas de los coches en movimiento, fotografío las calles vacías del barrio financiero que acostumbran a estar siempre llenas. Utilizo los rascacielos como si de mis musas preferidas se trataran. Corto el tráfico de la calle para fotografiar sus neones mientras los coches esperan pacientes, haciéndoles saber con la mirada que) necesito más tiempo de exposición (en realidad no sé si llegaban a comprender mi mirada pero sí veían el trípode en medio de la calle que les obligaba a parar. Y aunque dedico horas a la foto perfecta del skyline y los barcos que cruzan la bahía no lo consigo.
Es en este trajín de fotógrafo cuando contemplo, con cierto miedo, lo más parecido a lo que pudiera ser a un apocalipsis de zombis chinos. Innumerables chinos corren hacia mi, en una oscura calle e iluminados únicamente por la pantalla de sus móviles, y pienso que mi fin a llegado de la peor manera posible, devorado por una hambrienta multitud de zombis. Es hora de expiar todos mis pecados. En cambio pasan de largo, buscando, según lo poco que entiendo el juego, apoderarse de nuevos pokemons.
Mi adoración es absoluta por un trozo de China, que resulta que tampoco es China y que nunca será China, por mucho que en 2047 el gobierno central chino y la Ley Básica diga lo contrario pues tiene un carácter propio e indomable,
HK también es la ciudad donde me despido de mi hermano y su mujer. No sé cuando les volveré a ver y si en algún momento podré compensar su amabilidad, su generosidad y la paciencia infinita al compartir sus vidas estas semanas con una persona que tan poco acostumbrado está últimamente a la vida en compañía. Gracias a ellos he recuperado peso, me he adecentado la barba y cortado el pelo, soy una persona respetable nuevamente. Desde aquí mi agradecimiento y cariño por escrito.