Llegamos a Georgetown desde Kuala Lumpur en un tren de alta velocidad. Bueno, para ser exacto el tren nos dejó en Butterworth y luego un ferry nos cruzó a la isla de Penang, donde se encuentra Georgetown. El hecho relevante, no nos perdamos en detalles, es que había un tren de alta velocidad, que nada tiene que ver con los Fast Trains de la India, y eso ya diferencia a Malasia del resto de países asiáticos en los que, por ahora, he estado. El mayor desarrollo del país es evidente en comparación con sus vecinos.
Georgetown, os ahorro la visita a Wikipedia, es una de las ciudades más antiguas del estrecho que constituyen Malasia e Indonesia, llamado Estrecho de Malacca. Es el paso más rápido desde la India hasta China en barco, los ingleses lo sabían y lo necesitaban para su comercios. Fue fundada en 1786 por el capitán y comerciante inglés Francis Light que trabajaba para la British East India Company. Resumiendo: un corsario, pirata a las órdenes de Su Majestad la Reina de Inglaterra, que creó su base de operaciones en lo que llamó Georgetown. La zona, como no podía ser de otra manera, se convirtió en una colonia próspera. Recuerdos de aquella época aún pueden verse los edificios coloniales de la ciudad, la clock-tower, casas de comerciantes ricos de la época (como por ejemplo: Blue Mansion y Pinang Peranakan Mansion) y el fuerte que construyó Francis para proteger la ciudad de otros piratas, en este caso los chinos.
Dado su gran interés histórico y cultural la UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad en 2008. No es para menos, la ciudad está bien cuidada y los edificios coloniales, aunque son ahora tiendas, restaurantes, hoteles o talleres, conservan el encanto de aquella época. Pasear, sin una dirección concreta, pisando las baldosas hidráulicas de los pasillos creados por los pórticos de las casas, es un lujo hipnotizante de esta ciudad. Los pórticos, además, están protegidos del sol y de la lluvia con grandes persianas con antiguos anuncios de los locales que embellecen, aún más, el paseo. También disfrutamos sentados, tomando tartas, cócteles o comidas de modernas mezclas (la llamada fusion cuisine), que es otro de los sellos de esta ciudad. Como apunte histórico, contaros que uno de los más antiguos bares de la ciudad era el que usaban los taxistas de la época (vamos, los que tiraban de las carretas) y que durante la Segunda Guerra Mundial fue intensamente bombardeado pues, primero los japoneses y luego los aliados, creían que las carretas colocadas en fila en la puerta del bar eran cañones apuntando al cielo.¡¡Vaya vida!!! Te metes al bar con tus colegas y no tienen otra cosa que hacer que bombardearte la diversión.
Entre las casas coloniales aparecen, dispersos, restaurantes y templos budistas chinos (o taoístas, vete tú a saber) que dan colorido al blanco predominante de la ciudad. Encontramos un barrio llamado la pequeña India, una versión en miniatura, sin aglomeraciones, limpia y ordenada de India (vamos una estafa de India) y no dudamos en entrar en sus tiendas y templos y, por supuesto, comer en sus restaurantes y, así de paso, quitarme el mono de comida india. También hay muchas mezquitas, que 5 veces al día hacen resonar sus altavoces por encima de las pequeñas casa para recordar a sus acólitos que la hora del rezo ya ha llegado. Y aunque la comunidad china es más visible pues llevan mucho de los negocios y los indios tienen su propio barrio, son los de origen puramente malayos, aunque no tan visibles, los que predominan y es con estas llamadas como reclaman, pacíficamente, el territorio. Todos convive en armonía en una ciudad que les da cobijo, incluso a algún cristiano despistado.
Georgetown es también un referente del arte callejero que fue impulsado por el propio gobierno local. En 2010, a raíz de su nombramiento como Patrimonio de la Humanidad, se colocaron en 50 puntos de la ciudad viñetas de cómics representando y explicando escenas cotidianas de la vida en Georgetown, tanto del presente como del pasado. Fue dos años más tarde cuando el joven artista lituano Ernest Zacharevic (www.facebook.com/Ernestzachas) quién continuaría con este proceso, combinando pinturas en las paredes con objetos cotidianos (bicicletas, cestas o motocicletas). Ahora la ciudad sorprende en cada esquina, no solo por los antiguos edificios coloniales sino también por las nuevas pinturas y diseños innovadores que encuentras, sin querer, paseando por entre las calles. También encuentras turistas, bastantes, buscando esas obras artísticas y es fácil reconocer cuando algo es importante en la medida en que hay más o menos chinos frente a una pared.
Tengo que reconocer que estar 4 días en una ciudad civilizada, con arte, cultura y buenos restaurantes no es el tipo de viaje que estaba buscando, pero la compañía es única e inigualable. Encontré algo que sí llevaba tiempo buscando, pasar más tiempo con mi hermano y su mujer. Juntos recorrimos toda la ciudad, sin más prisa que ir a pedir un bubble-tea cuando veíamos el puesto ambulante. Juntos también degustamos toda la comida asiática que pudimos en los food-courts nocturnos. Espacios abiertos con mesas y sillas alredor de los cuales venden, en pequeños puestos, todo tipo de comida asiática. Siempre están llenos pues, además de ser otro de los grandes reclamos de esta ciudad, los locales son aficionados a comer en ellos. Se crea un ambiente vibrante entre las conversaciones de los comensales, el olor a comida, la tenue luz y el humo de las cocinas disperso entre todos nosotros. Juntos probamos platos tan divertidos como: Wan Tan Mee, Chee Cheong Fun, Putu Mayong, Popiah o Hokkien Mee; o los más típicos como el Char Koay Teow, o stir-fried rice noolde strips, y el Laksa, una sopa de vermicelli con miles de diferentes condimentos y combinaciones.
Juntos realizamos una excursión al templo budista Kek Lok Si, o Templo de la Suprema Felicidad. Cuya pagoda principal tiene 10.000 budas (es trampa pues la mayoría son azulejos) y combina diferentes estilos arquitectónicos: Chino, Tailandés y Birmano. El templo cuenta también con una impresionante estatua de 30 metros de una diosa feliz venerada por la gente de Penang. Por cierto, otro aburrido dato histórico: el nombre de Penang viene del árbol más típico de la zona el Pinang. Se trata de una palmera rara de cuyo fruto se puede conseguir un producto estimulante, que a día de hoy aún se puede ver masticar, y despues escupir su característico esputo rojizo, en la India y en Myanmar. Pensar que hace un año cogía autobuses en Myanmar con conductores que mascaban este psicotrópico sin parar me hace repensar la seguridad de esos viajes.
Ya de vuelta a Kuala Lumpur paramos en Ipoh durante un día para que Raja, nuestro guía del momento, nos lo enseñara, mientras no dejaba de hablarnos de su superhéroe favorito: Jesucristo. Se convirtió del hinduismo al cristianismo después de una visión hace 10 años y su devoción no ha parado de crecer. Yo también sería su fiel seguidor y no dudaría de sus superpoderes si me hubiera concedido tantos deseos como le fueron concedidos a Raja. La religión, también, se vive de diferente manera en esta parte del mundo.
Con él vemos tres grandes templos en el interior de cuevas. La más auténtica para mi es Perak Tong (descubierta en 1920 y de la que aún siguen lucrándose los hijos y nietos de su fundador) pues tiene bonitas pinturas en sus paredes y un gran buda de 12 metros en su interior protegido por dos dragones, también pintados en la roca. Somos, además, testigos de la velocidad vertiginosa de las tortugas, cuando de comida se trata, y de la lucha fraticida entre ellas provocada cuando se la lanzamos al estanque del templo de Sam Poh Tong (1890).
Ipoh, con sus edificios coloniales, viene a ser una Georgetown en pequeño, muy pequeño. Aún así no le falta la Concubine Lane, donde los ricos de aquellos viejos tiempos hospedaban a sus concubinas en sus elegantes casas que crean una calle pintoresca (ahora un poco más turistizada). Curiosamente pasa lo mismo en Georgetown, en la llamada Love Lane, o en Macao, en la Rua de la Felicidad. Interesantes nombres de calles para una práctica, por lo que dicen, bien vista en aquella época.
Después de compartir unas cervezas (mezclando en el mismo vaso Guinness y Tiger) y un revuelto de huevos con pimienta, que Raja insiste en que es la mejor comida de la ciudad y de ver un par de modernos hoteles, en los que no podemos hospedarnos, acabamos nuestra estancia en esta parte de Malasia para regresar, al día siguiente, a Kuala Lumpur.