Puede que no haya llegado en buen momento. Puede que después de una estancia tan intensa en la India cualquier paraíso en la tierra te hace sentir vacío. Puede que ya no tenga edad para tonterías y esté lejos del ideal de surfero autraliano. Puede ser que solo haya visitado la parte sur de la isla. Puede ser que la isla esté preparada en exceso para el turismo y que toda la isla sea una extensión playera y fiestera de Australia, Holanda, España, Inglaterra o Alemania, como está ocurriendo con las Islas Baleares. Puede ser por muchos motivos pero la verdad es que he acabado cansado de lo que he encontrado en Bali.
En la primera rotonda nada más salir del aeropuerto cualquiera puede figurarse en qué se ha convertido Bali. Una fastuosa estatua de algún dios lanzando rayos sobre elefantes, dragones y/o serpientes trata de impresionar a los recién llegados. Y en eso, precisamente, se ha convertido Bali, en apariencia. Y lo peor es que no les hace falta aparentar nada.
Han entrado en una mala dinámica de contentar al turista a cambio de más dólares, dejando, en ocasiones, su propia personalidad y tradición de lado. Gracias a esos dólares y al afán de satisfacer al cliente no es extraño que todo esté cuidado, las carreteras recién asfaltadas y los templos como si fueran nuevos. Y, sinceramente, no les culpo. Tienen activos importantes que cualquier país aprovecharía: playas, temperatura, tradiciones, gastronomía y precio competitivo. Cuidan la isla y eso es de admirar (desde luego está más limpio que la India). Se nota la riqueza que trae el turismo y sus habitantes disfrutan de una vida próspera en comparación con otras zonas de estas latitudes y me alegro de ello.. Pero ya han cruzado el límite y lo peor es que no hay retorno.
Algunos enclaves son una mezcla de centro comercial, una ciudad costera de levante y Port Aventura. En cada rincón donde se puede se están construyendo más complejos turísticos y no es difícil encontrarse hormigoneras en las carreteras, siempre símbolo de bonanza que tan bien ha funcionado en España. En una de las playas más concurridas, Dreamland (¿hay nombre más hortera?), están construyendo un complejo hotelero de proporciones desmesuradas y junto a la carretera que da acceso a la playa se pueden ver las enormes letras rojas: W O R L D H O T E L. No hay vuelta atrás y la burbuja que se está creando entorno al turismo y la construcción puede ser peligrosa.
Bali tiene 5 millones de habitantes (más los turistas, que en julio y agosto no son pocos) y Denpasar, la capital, 2 millones pero sus infraestructuras y el servicio público de transporte no están preparadas para tales dimensiones. Sus carreteras están saturadas y aunque hay muchas motos por el deficiente transporte público, los coches, relativamente pocos, crean atascos en las estrechas carreteras. De esta forma también las motos quedan colapsadas en los lados sin poder pasar entre los coches. Creo que he respirado más contaminación en una semana en Bali que en todo el mes en la India.
Para mi la isla ya ha perdido el encanto y me da rabia no haber llegado antes, mucho antes. Podéis considerarme snob al afirmar esto pero es lo que siento. Estoy seguro que a miles, cientos de miles, la isla seguirá tendiendo atractivo y los turistas no dejarán de abarrotar Bali. Entendería a cada uno de ellos. La isla tiene sitios increíbles, como el pueblo de Ubud con sus arrozales y templos. Playas que solo salen en postales, entre las cuales destaco la pequeña playa de Uluwato a la que hay que acceder por entre unas rocas y la playa de Thomas que aunque es larga, de arena blanca y el fondo marino turquesa no está masificada.
Pero siento comunicaros que todo esto no vale para nada, no es lo importante en un viaje. Lo importante, siempre, son las personas. Personas con las que viajas y personas que conoces por el camino. Ya sean otros viajeros o locales, personal de un guest house o de una tienda, un extranjero de Siberia o uno de Murcia. Cualquiera. La gente es maravillosa y sólo hay que ofrecerles un poco de empatía y sonrisa para poder crear un vínculo especial en un viaje cualquiera.
Por este motivo, por las pesonas, Bali se convirtió en una parada obligatoria en mi viaje. Uno de mis mejores amigos pasaba ahí las vacaciones y no me arrepiento de haber venido. Después de un mes en la India necesitaba, yo también, vacaciones y ocio al viejo estilo occidental. Y eso es fácil en Bali: un par de clases de surf en alguna de las playas (o lo que yo llamo tragar agua y desollarte las rodillas con el coral mientras intentas hacer equilibrios en una tabla), una hamburguesa, un plato de pasta y un par de cervezas en el Single Fin valieron para distraerme y pasar un gran rato entre amigos.
El viaje (y la experiencia) tampoco hubiera sido lo mismo si no hubiéramos conocido a Wayan, el cuidador de la guesthouse. ¡Qué importante en los viajes es el personal de los alojamientos, más que el propio hospedaje! Siempre servicial, siempre con una sonrisa. Al final de la estancia nos propuso hacer una barbacoa e ir antes al mercado a comprar el pescado. Y esa, para mi, fue la mejor de las experiencias. Ir con Wayan a comprar atún, gambas o calamares por entre los puestos del mercado local, situado frente al mar, no tiene precio. Y es que soy un enamorado de comprar en los mercados. Una predilección heredada de mi padre, al que, como no, le debo mucho. Estoy seguro que hubiera disfrutado en el mercado negociando el precio de atunes gigantes, langostas que podrían comerse un gato, anguilas, besugos y mil y un pescados de diferentes formas y colores.
Después de la cena Wayan nos ofreció arak que su familia prepara en el pueblo de montaña donde viven y los recuerdos del homemade tequila de Sikkim me vinieron a la cabeza. El arak es un destilado de la planta del coco, con más de 40º, que no es posible encontrar el las tiendas por su alta graduación. Disfrutamos de este privilegio mezclándolo con sprite (había que rebajar ese brebaje) mientras Wayan nos contaba su vida, tradiciones de Bali, las diferencias entre el hinduismo de allí y el de la INDIA y el porqué de las ofrendas. Además nos detalló una de sus pasiones, la pelea de gallos (también probamos un guiso cocinado con el gallo derrotado en la última batalla). Nos reímos hasta acabarnos la botella y cerramos la estancia en Bali durmiendo plácidamente en los bungalows de Wayan.