Si en el primer encuentro con la gente del lugar te preguntan si quieres viagra es que algo está podrido en esa ciudad. En Manila, además de 16 millones de habitantes, hay vendedores ambulantes que recorren las calles vendiendo, a parte de viagra, Rolex falsos, colonias y bolsos, como en muchas grandes ciudades de Asia. No me había ocurrido, sin embargo, que intenten venderme sexo, que tan directamente ofrecen en Burgos Street. Lo camuflan a veces como un masaje y otras ofreciéndote sin ningúna vergüenza una experiencia nueva: un ladyboy. Paseando por Makati de noche, donde está mi hostel, además veo un local de enanos boxeadores, peleas de mujeres y decenas de bares abarrotados de extranjeros, que en el fondo son quienes pagan por todos estos sinsentidos.
Lo más extraño, sin embargo, me ocurre tomando una cerveza en uno de esos bares. Vemos a Lobezno y me creo en una película de X-Man. El mismísimo Lobezno con sus patillas que, extrañamente, promociona a la competencia, Superman, en su camiseta. Estoy con Adrián, un alemán que resulta ser CEO de una compañía de productos naturales médicos con tan solo 25 años. Su vida no fue sencilla y no tiene estudios pero es una persona con un don de gentes alucinante y sabe lo que quiere, no me extraña que los médicos que crearon la empresa le quieran como CEO, aún a pesar de su edad. Al acabar la noche comprendo perfectamente esa decisión, parecía que el que tenía 25 años era yo. En un momento nos fijamos detalladamente en las personas que transitan el lugar. Son occidentales en su mayoría cercanos a los 40 que buscan algo que ni yo ni Adrián buscamos, aunque las ladyboys no paren en insistirnos. De repente todo parece siniestro y oscuro. Pagamos y nos volvemos a nuestro hostal.
El primer día en Filipinas fue de reclusión en mi hostel, para entre otras cosas, saber qué puede ofrecerme el país y cuales serán mis próximos destinos, aún no había abierto ni la Lonely Planet. Manila, decido, es tan solo una ciudad de paso. Evito siquiera ir a ver Intramuros o Roxas Boulevard que según dicen es bonito pero que pospongo, si tengo tiempo, al final de mi estancia en Filipinas. Puede que esa vez, acierte con el barrio y vea Manila con otros ojos.
El segundo día ya tengo comprado el billete, para esa misma tarde, que me llevará a Palawan. “You are fucked!” me comenta un filipino, “You won’t leave from there, you’ll love it”. Aunque no era difícil la elección, pues es un recorrido usual en los visitantes, me alegra saber que he acertado. Veremos.
Es domingo, y antes de coger el avión que me lleve a la capital de Palawan, Puerto Princesa, aprovecho para ir al Sunday Market de Legazpi, que sólo abre los domingos. Una pequeña plaza donde se puede degustar comida de diferentes partes de Filipinas. Me apaño con un whitefish a la brasa con verduras en su interior. Una autentica delicia. Por la tarde ya estoy en Puerto princesa y la sensaciones al llegar ya son totalmente diferente. Es una ciudad-poblado que ya tengo ganas de conocer, así como sus alrededores.