Bucarest fue una bocanada de aire
fresco que venía esperando como desde Roma, porque era la ciudad
donde nos esperaba la casa de un amigo, que tanta falta nos hacía
después de dormir no muy bien en los hostales. Esta vez el amigo
era más amigo de mi hermana que mio, pero de todas formas me recibió
como si fuéramos amigos de toda la vida. Max, nuestro anfitrión,
fue de esas muchas personas que me he topado en mi viaje que ha sido
sumamente generoso y amable conmigo. Max también fue por nosotros
al aeropuerto de Bucarest, y nos acompaño luego en nuestra primera
cena en suelo rumano, donde aprendimos un poco sobre la extraña
forma de “armar” los platos en Rumania, y donde recordamos lo
buenas que son las leyes antifumado para los que no solemos pasar con
un cigarro en la mano.
Para mi hermana ese fue el fin de las
vacaciones, ya que al día siguiente tenía que trabajar. Yo por mi
parte me dediqué ese día, y prácticamente hasta el jueves, a no
hacer absolutamente nada. Estaba realmente agotado de ese primer mes
de viaje tan ajetreado, y traté de reponer sueño y reposo perdido.
El clima de Bucarest también se alió con mis ganas de descansar,
creo que llovió todos los días que estuve en la ciudad. En buena
parte, empecé a planear la siguiente parte del viaje, y para tratar
de ser útil, me propuse ser el chef de turno para Max y mi hermana,
y aunque no soy una estrella de la cocina, pues saqué adelante la
tarea durante esos días. Quizás lo único que merece un par de
líneas acá sobre estos días es que esta fue la primera vez que me
encontré en la situación de salir a la calle solo en un país donde
no conocía para nada el idioma. Es curioso, realmente me costó
salir la primera vez, tenía bastante temor de que alguien me dijera
algo, de no poder responder, de no entender de lo que me estaban
diciendo. Me tomó un gran rato de preparación salir de la casa, y
eso que sólo era para ir al súper a comprar los víveres para hacer
la cena.
Para el jueves decidí que aunque el
reposo estaba bien, pues también tenía que conocer la ciudad un
poco, entonces fui al centro para conocer un poco más. Bucarest es
una ciudad que todavía deja ver claramente las marcas que le dejaron
el comunismo y la dictadura, y hay un montón de llamados “commie
blocks” en la ciudad, que eran los apartamentos que construyó el
gobierno en la época comunista, todos iguales para todo el mundo.
Aún así, la ciudad va cambiando poco a poco su fachada, y hay
barrios que tienen todo el encanto de esas calles “a la antigua”
de muchas otras ciudades europeas. La vista más impresionante de la
ciudad es sin duda el Parlamento, que es un edificio gigante
construido con muchísimo lujo y ostentantación. Pude visitar el
Parlamento el viernes, en un tour en el que, según la guía, uno
sólo ve el 5% del edificio. A pesar de ser un edificio sumamente
hermoso, resulta ser un dilema algo extraño. Por un lado es una de
las atracciones turísticas de la ciudad, pero por otro lado, el
gobierno rumano no termina de ver qué hacer con el grandísimo
complejo, que de feria es carísimo de mantener. Como bien lo dijo
una de las mujeres con las que hice el tour, es al mismo tiempo
impresionante y decepcionante (traducción algo liberal del inglés).
Llegado el sábado, Max muy amablemente
se ofreció a llevar al turista, o sea, a mí, a varios de los puntos
más turísticos de Rumania, en este caso el castillo Peles, el
castillo Bran, y la ciudad de Brasov. El castillo Peles fue sin duda
el más impresionante, un castillo muy lujoso, pero que tenía un
aire fin de siècle bastante
diferente a todos los otros que había visto hasta el momento. El
castillo Bran es el llamado castillo de Drácula, y por esto es
quizás es la atracción turística más visitada en Rumania. El
castillo en sí pues es interesante, aunque es un castillo mucho más
viejo que Peles, y por lo tanto, pues más primitivo,
y bueno, todo el asunto de Drácula se ve muy por encima en la
visita. Luego, hicimos una rápida visita a la ciudad de Brasov, que
me hubiera gustado conocer un poco más, antes de dirigirnos de
vuelta a Bucarest.
Y
bueno, al día siguiente me empecé a preparar para dejar mi casa
en Bucarest. Esa sería la despedida para mí y para mi hermana, que
debía quedarse en Bucarest por razones laborales. Yo por mi parte,
decidí hacer una ruta “turística” hasta Praga, pasando por un
par de ciudades del norte de Rumania, y posteriormente, por Budapest,
Hungría. Este fue el final del primer capítulo de este viaje, cuyo
nombre refleja el ritmo con el que nos movimos, pero sobre todo, el
hecho de que nos movimos sobre todo en aviones (ok, no soy muy bueno
poniendo títulos). Y sobre mi hermana, bueno, a pesar de que
tuvimos diferencias en la organización del viaje (la hice
básicamente toda yo), logramos salir sin mayores sobresaltos a estar
un mes juntos, con el estrés agregado de estar viajando y lidiando
con las aerolíneas y compañeros ebrios de hostales. Supongo que
esta es otra muestra de esa extraña relación que tenemos, juntos
pero no revueltos nos las ingeniamos para ser unos hermanos casi
funcionales. Muy posiblemente esto marcará un antes y un después
en nuestras vidas y en la forma en la que nos agarr... llevamos, pero
eso sólo lo sabré posteriormente. En fin, a pesar de mis reservas
y quejas iniciales, fue un placer viajar con mi hermana... el 97% del
tiempo.
PD: ok, sé que voy súper atrasado pero voy a hacer un esfuerzo por tratar de recuperar tiempo. Por aquello, en este momento me encuentro haciendo la valija para salir de mi retiro en la campiña francesa, con miras a salir de Europa hacia Turquía. Hasta pronto... espero.