Cuando Ledezma me
dijo que le gustaría tomarse una foto al frente de la torre Eiffel,
supe que tenía la excusa perfecta para volver a París, la capital
que me fascinó con sus clichés la primera vez que la visité. Por
un momento pensé que todo había sido un espejismo, que fue pura
suerte que todo me había gustado tanto, y esta nueva visita era una
nueva oportunidad para probar si realmente el encanto parisino estaba
ahí realmente, por lo menos para mí. Llegamos a media tarde, y
procedimos a dejar nuestras maletas en la gare para ir a
conocer un poco. Yo, como ya era todo un conocedor de la ciudad,
hice de guía. Al principio fuimos a Invalides y la lluvia
nos sorprendió por unos minutos, pero luego escampó, y nos fuimos a
la bendita torre Eiffel, donde Ledezma se tomo la foto de rigor
de todo viaje a Europa. Posteriormente hicimos un recorrido por
varios de los lugares más característicos de París, como el Arc
de Triomphe y Champs-Elysées. Tratamos de aprovechar
bastante el tiempo, pues sólo teníamos un par de días en París.
Luego volvimos por nuestro equipaje y nos dirigimos a la casa del
señor Fabían Güendel, que nuevamente me abría gentilmente las
puertas de su morada.
Era 21 de junio
(sí, hace casi dos meses, lo sé), y era la Fête de la Musique, una
fiesta creada en Francia, y en París las calles se llenan de gente y
de conciertos casi que en toda la esquina. Por desgracia, Fabián no
pudo acompañarnos esa noche, pero quedamos de encontrarnos con
varios amigos suyos que yo había conocido la primera vez que estuve
por ahí, así que tomamos el metro y nos fuimos para Abbesses, donde
había una cantidad increíble de gente, y donde me di cuenta de lo
difícil que iba a ser encontrar a los compitas. De todas maneras,
en el ambiente me sentía bastante a gusto, y anduvimos buscando la
dirección que nos dieron un buen rato, hasta que me dejé de varas y
pregunté, y tuvimos la suerte de encontrarlos, pues como ellos nos
dijeron, a veces pasa que uno queda de verse con varia gente y en
medio del tumulto nunca los ve. Ya en el lugar nos pusimos a hablar
un poco con ellos, y a oír la música de un grupo tipo “big band”
que estuvo bastante bien. A eso de las 2:30 AM decidimos que era
hora de irnos.
No obstante, no
contábamos con que el metro ya estaba cerrado, aunque yo juraba
haber visto que iba a funcionar toda la noche. Empezamos a caminar
al sur, pero nuestra casa estaba a una hora y media caminando, según
los estimados de nuestros compadres locales. Tratamos sin éxito de
buscar una estación de bicis para alquilar, hasta que al fin
encontramos una, donde me pasó un incidente bastante gracioso. Como
nosotros no estamos suscritos, una de nuestras amigas francesas nos
hizo el favor de hacer una tarjeta de un día. El catch es
que si por alguna razón uno no devuelve bien la bicicleta, a la
persona que hizo el depósito le cobran €150. Entonces bueno, yo
me puse a utilizar la máquina para sacar una bici alquilada, y justo
en el momento que apreté el número de bici que quería, hoy un
sonido metálico de alguien que había sacado una bici. Como no
estaba completamente al tanto de cómo funcionaban las máquinas, no
supe si efectivamente esa era mi bicicleta o no, y en dos segundos
tuve que pensar qué hacer al respecto. Decidí no correrme el
riesgo y salí corriendo detrás del tipo, con el que tuve una
discusión al respecto, me preguntó que de dónde era cuando noto
que mi acento no era exactamente francés, trató de explicarse en
español, yo seguía de necio... y bueno, luego nos dimos cuenta de
que realmente no era mi bici después de todo. Yo le extendí mis
más profundas disculpas, yo nada más no quería que a mi amable
amiga francesa luego le cobraran un montón de dinero.
Luego la aventura
continuó, pues teníamos que llegar hasta nuestro vecindario, y como
dije, estábamos bastante largo. Afortunadamente teníamos un guía
local, pero hasta él se perdió, y terminamos haciendo una ruta
panorámica que incluyó Notre Dame -que Ledezma no había visto- y
otras avenidas pintorescas de París. Podría parecer tonto, pero
sinceramente esta cleteada, a las 3:30 de la madrugada, sin mucha
idea de para dónde íbamos, con poca atención a las normas viales,
y rodeados por un montón de edificios bonitos, fue para mí, y creo
que para Ledezma también uno de las partes más memorables del viaje
en Europa, se sintió como una travesura que uno hacía de chamaco.
Como llegamos
tarde, pues no nos despertamos muy temprano que digamos. Ledezma se
dirigió al Louvre, mientras que yo me dirigí al Cementerio del Père
Lachaise, que es una atracción gratuita, y que tenía
ganas de visitar de todos modos para presentar mis respetos al Lizard
King, o sea, Jim Morrison. Ciertamente el cementerio es un lugar
bastante particular, y hay muchísimas celebridades enterradas ahí,
pero lo más interesante es ver todo los estilos distintos de tumbas,
esculturas y demás que hay ahí, es como un parque muy grande, y un
poquito más... lúgubre. En la noche nos fuimos a comer con Fabián,
y como le dijimos que queríamos comer algo “francés”, nos
fuimos a comer una “raclette”, que es como un plato de tipo
“hágalo Ud. mismo”, con queso, papas, y jamón/carne. El
concepto estaba bastante básico, pero la verdad creo que todos
comimos con muchísimo gusto.
Al día siguiente,
me tocó una nueva despedida, pues era el final de la estadía de
Ledezma en Europa, y el tenía que tomar un TGV hasta Frankfurt,
mientras a mí me esperaba un tren un poco más lento que me llevaría
a Toulouse. Luego de eso, no vi a un tico en poco más de un mes,
pero bueno, fue un placer viajar con Ledezma también, aunque el
aseguró que para él había estado bueno, y que no sabía cómo iba
a hacer yo con tantos meses por delante. Para ser sincero, yo sigo
sin saberlo.