Han sido ya casi tres semanas desde que salí de Costa Rica, y hasta ahora me siento con un poco de calma a tratar de redactar sobre las cosas que he pasado. De alguna manera siento que no les haré justicia porque ya ha pasado un tiempo considerable, pero lo intentaré de todas maneras.
El inicio de mi viaje me llevó desde Costa Rica hasta Frankfurt, Alemania, para ese mismo día tomar un tren al primer destino real del viaje: París. Dicen que esto de viajar suele poner a la gente a prueba de maneras repentinas e inesperadas, y en mi caso una prueba de dicha naturaleza no tardó en llegar. Al llegar al aeropuerto para hacer check-in en la aerolínea, al personal de la aerolínea se le metió entre ceja y ceja que TENÍA que tener un boleto de vuelta a Costa Rica, a pesar de que por las circunstancias de lo que estoy intentando hacer, la verdad tener un boleto de vuelta a estas alturas no tiene mucho sentido. Por más que traté de razonar con ellos, por más que les dije que había reservado en un vuelo fuera de Europa, que cumplía con los requisitos para entrar a Europa y que me había estudiado muy bien las reglas del espacio Schengen, no me dejaron más opción que comprar un boleto de vuelta a Costa Rica ahí mismo, luego de decirme que quedaban tres minutos para que cerraran el vuelo. Tuve entonces que comprarles un boleto a ellos mismos, que posiblemente no vaya a usar, y que me salió bastante caro. Quizás exagere, pero cuando me dijeron que sin el bendito boleto no me iban a dejar montarme al avión, sentí que siete meses de estar obsesionándome con esta idea se iban a la mierda en cuestión de minutos, e incluso pensé que todavía estaba a tiempo de llegar al trabajo. Luego de varias discusiones, de alzar un poco la voz, de correr un poco en el aeropuerto, y de firmar un pacto con el diablo, logré que me dejaran pasar para abordar el vuelo hasta Frankfurt. Sobra decir que pasé el vuelo con una indignación que me dificultaba conciliar el sueño que tanto quería para evitar el jet lag, y con una inquietante preocupación del interrogatorio al mejor estilo alemán al que iba a ser sometido a mi llegada a Frankfurt. Lo más irónico del caso es que a mi llegada a Alemania la madrugada siguiente, las autoridades migratorias alemanas no me hicieron ninguna pregunta y simplemente sellaron mi pasaporte; aunque él no lo supiera, el policía de migración que me miró con expresión indiferente me dio la mejor bienvenida a Europa que pude haber imaginado. La historia del boleto extra que tuve que comprar todavía no ha terminado del todo, posteriormente les diré que sucede con esa desafortunada parte de la historia, único lunar importante de todo esta travesía hasta ahora.
En Alemania no estuvimos mucho tiempo, el día se nos fue esperando impacientes a que fueran las 5 para tomar el tren que nos llevaría a París. Sí dimos algunas vueltas por Frankfurt, donde aprovechamos para degustar una de esas famosas salchichas alemanas, tomar fotos de los puntos de más interés que logramos encontrar, ser reclutados en una campaña anti-sida, y para que mi hermana comprara un pantalón un poco más caliente que los dos manganos que llevaba, sorprendida por el clima primaveral europeo.
Al llegar a París fuimos muy amablemente recibidos por Fabíán, un primo de uno de mis grandes amigos (el caballero Manfred Aguilar), y con el que he compartí algunos viajes, fiestas y otros eventos hace ya algunos años. Fabián nos recibió de una manera realmente amable, y nos abrió sus puertas aunque eso significaba incomodarse él mismo, y por eso realmente estoy sumamente agradecido. Además, Fabián nos ayudó a orientarnos en París, y nos dedicó bastante de su tiempo en las noches, y por lo tanto nos enseñó un lado de París que quizás no hubiéramos conocido de otra manera. En fin, de veras le agradezco mucho a Fabián, fue una de las razones por las cuales me gustó tanto París.
París es un constante problema de optimización... optimización de espacio, de dinero, de rutas y de tiempo. Quizás fue la impresión de ser la primera ciudad europea en la que me quedé más de unas horas, quizás fueron todos los clichés franceses, la sobrecarga cultural, o que decidí concentrarme en todo lo bueno para olvidar el mal clima con el que nos recibió la capital francesa, pero lo cierto es que hasta ahora París es la ciudad como tal que más me ha gustado. La encontramos con los aires típicos de ciudad grande, pero con una cierta tranquilidad que no encontramos en Manhattan (y cuya paz vimos ligeramente manchada luego de pasearnos por los Champs Elysées). Éramos constantemente acomodados en los rincones más pequeños de todos los restaurantes y bares a los que entrábamos, y aún así acordamos que tan solo era parte del esquema parisino, que tan fascinados nos tenía aunque fuera un poco incómodo. Nos volvimos locos y terminamos exhaustos tratando de ver todo el Louvre en un día (llegamos un poco tarde eso sí), y al final resolvimos ir apresurados a la sala donde estaba la Mona Lisa antes de irnos, sólo porque no podíamos dejar un cliché tal por fuera. En Versailles varias veces dimos por un hecho que ya habíamos llegado a la habitación más lujosa del palacio, sólo para auto corregirnos a la sala siguiente. Como las elecciones presidenciales eran el tema en boga, tuve el difícil reto de entrenar mi oído oyendo las conversaciones de política de todo el mundo, en general considero que quizás podría decir que mi francés pasó la prueba en París... pero dejando los pelos en el alambre.
Luego de cinco noches en París, tuvimos que partir con sentimientos mixtos: por un lado creemos que utilizamos bastante bien nuestro tiempo, y que además gracias a Fabián conocimos muchísimo de París, pero por otro lado, hubo tantas cosas que no vimos, tantos museos que no visitamos, tantos lugares donde no comimos, y muchísimas cosas que quedan para descubrir (excusa para volver), que en parte se nos hizo insuficiente el tiempo, por más optimización que tratamos.
Como dato curioso, en París aprendí que aparentemente en Europa las despedidas de soltero (o de soltera al menos) tienen algunas costumbres diferentes a las nuestras, pues una tipa con orejas de conejita me pidió de la nada que me tomara una foto con ella, aparentemente luego de que sus amigas la retaran a hacerlo. También aprendí que muchos europeos suelen enrolar sus propios cigarros para que el vicio salga más barato (a 8€ el paquete o por ahí, yo haría lo mismo).
En fin, siento que no es mucho lo que he dicho, y aún así me tomó un montón escribirlo, así que voy a dejar por acá esta primera sección francesa y trataré de tener la siguiente pronto. En la siguiente parada cambiamos de francés a inglés (para el alivio de mi hermana), y tratamos de conocer Londres con menos tiempo que París. A estas alturas he visitado 4 ciudades después de París (estoy en Italia), entonces espero ponerme al día con rapidez, disculpas si pasa un tiempo considerable entre esta y la próxima entrega, nos vemos.