Debo confesar que
esta ciudad no estaba en los planes originales que tracé cuando
trataba de resolver en Costa Rica el travelling Juancho problem,
pero vaya que me llevé una muy agradable sorpresa con esta decisión. La ciudad en cuestión no es otra que Budapest, la capital de Hungría. Era
una decisión obvia, las condiciones iniciales suponían que debía
trasladarme de Bucarest a Praga, donde me encontraría con un
invitado especial en el viaje, y por lo tanto resultó natural que
decidiera quedarme unos pocos días en Budapest, y así ampliar un
poco la experiencia de Europa del Este, que lamentablemente ha
quedado en una especie de segundo plano en este viaje.
A Budapest llegué
en un tren, proveniente de Cluj-Napoca, al noroeste de
Rumania. Sería la primera vez que tomara un tren de un trayecto tan
largo, pero la verdad cayó bien el viaje para descansar un poco,
pues la noche anterior había resultado un poco corta con la salida
en la que terminé con una gente que conocí en el hostel de turno.
Además, me dio tiempo de investigar un poco sobre la ciudad, y más
importante aún, sobre el lenguaje. El húngaro (Magyar) es uno de
los idiomas más singulares que se hablan en Europa, y es uno de los
pocos que no son de los llamados indo-europeos. Además,
cuenta con otras características linguísticas que lo hacen un
idioma muy diferente a lo que estamos acostumbrados del otro lado del
charco. Aún así, y aunque
difícilmente pueda decir que aprendí o aprecié mucho el idioma en
tan sólo tres días, por alguna razón me gustó o me llamó la
atención de manera particular.
Pero bueno, una vez
salí de Keleti, la estación de tren, tenía hora y media para
conseguir florints, la moneda local, comprarme un desodorante porque
quebré muy torpemente el que tenía (que era de vidrio), volver a la
estación, dejar mi bulto guardado en uno de los lockers de la
estación, comprar un pase de 72 horas de transporte público, y
llegar hasta el Óperaház, el teatro de ópera local, donde vería
una presentación de Madama Butterfly, una de las más conocidas
tragedias, que a pesar de ser tan popular nunca había visto en suelo
tico. Es difícil expresar realmente por qué, pero lo cierto es que
mientras caminaba en Budapest sentí una extraña calma, una alegría
Mi vestimenta formal muy posiblemente chocaba un poco con la
gran mayoría del público que vestía elegante y sobriamente, más
espero que puedan comprender que dadas mis circunstancias, mi atuendo elegido para la noche eran los trapitos de dominguear. La
función estuvo bien, aunque lamentablemente no recordé repasar el
libreto, y los subtítulos en húngaro causaron un efecto de doble
distracción: no sólo inconscientemente siempre los veía para ir
entendiendo -según yo- lo que iba pasando, sino que posteriormente
me quedaba medio ido pensando en qué putas significaba eso.
Luego de la
función, debía ir por mi bulto nuevamente y trasladarme a otra
estación de metro, Széll Kálmán tér, donde me iba a esperar la
persona encargada de mi hospedaje en esta ciudad. Al decirlo
así suena como que tenía a alguien con uno de esos cartelitos
esperándome, pero en realidad era un poco diferente. Para Budapest
decidí utilizar CouchSurfing, que es un sitio/comunidad en Internet
donde uno puede ofrecer su casa para hospedar gente, y a la vez
buscar gente para hospedarse, todo de manera gratuita, y la idea es
poder compartir con la gente de diferentes culturas, ya sea
quedándose en la casa de alguien o recibiendo gente en la de uno.
Sería muy hipócrita si dijera que la parte económica no le pasa a
uno por la cabeza al buscar alternativas como esta, mas la mejor
parte fue definitivamente que logré aprender un montón más sobre
la cultura y costumbres de Hungría gracias a Mili, la muchacha que
me recibió en su casa luego de algunos días de intercambio de
mensajes por Internet y de ponernos de acuerdo en algunos detalles.
Mili me dedicó buena parte de su tiempo aún cuando tenía bastante
trabajo en esas fechas, pacientemente me ayudó a aprender las pocas
frases de húngaro que logré pronunciar relativamente bien, e
incluso me recibió con una birrita el día que llegué a su casa.
Creo que no se le puede pedir más a la vida... ah bueno, sí, Mili
habla un español excelente, entonces hasta pude descansar un poco
del modo turista (inglés por defecto).
Pero bueno, al día
siguiente me dediqué a turistear como siempre, luego de que Mili me
mostrara el mercado principal de Budapest antes de irse para su
trabajo. Caminé comiéndome un kilo de cerezas sin mucho rumbo por
un buen rato, entre parques y avenidas, y luego me dirigí a la
colina del castillo de Buda, donde se pueden apreciar vistas muy
bonitas de la ciudad, sus edificios más importantes, y el río
Danubio. Vi los edificios, otra de esas impresionantes iglesias
europeas, y hasta disfruté del concierto de una orquesta que llegó
a tocar en un parquecito en la colina. Luego me dirigí al
Parlamento, donde según yo iba a conseguir boletos para un tour como
con sólo una hora de anticipación. Luego me di cuenta de había
que llegar super temprano para esos tours (de hecho no pude hacerlo
en mi estadía), pero igual seguí viendo la ciudad, la basílica de
St. Stephen, la sinagoga más grande de Europa, y bueno, otras plazas
y estaciones, donde a veces terminaba porque me perdía.
Para el día
siguiente me propuse ir a uno de los “baños” de la ciudad, que
son bastante tradicionales. Pensé en ir a Széchenyi , entonces ya
con más confianza me dirigí al lugar, pero me di cuenta de que me
había quedado sin florints. Caminé tanto rato buscando donde
cambiar euros que para cuando cambié tuve que tomar el metro de
vuelta otra vez. Al llegar al lugar ya con dinero, pues sentí que
no me atendieron nada bien, entonces decidí irme a otro lugar,
donde me atendieron mejor, a pesar de haber leído antes que el
personal no hablaba mucho inglés. En fin, ese día se me fue metido
en aguas termales bajo un domo de estilo turco, donde incluso creo
que viajé en el tiempo, porque no sé como se me hicieron tan
rápidas las cinco horas que pasé ahí metido.
En las noches,
cuando Mili había salido de su trabajo, íbamos por comida y/o unas
birritas, y conversábamos de temas diversos: economía, videojuegos,
música, cultura tica y cultura húngara, un poco de trabajo, viajes,
idiomas, mascotas, etc. De cierta manera me gustó esta manera de
turistear (aunque Mili insistía en que yo no soy un turista
en todo el sentido de la palabra), por el día conocía la ciudad por
fuera y por la noche conocía, al menos un poco, la ciudad por
dentro, un cambio agradable en comparación a una estadía usual
en un hostal, donde , por más que uno conozca gente divertida e
interesante, no suelen haber muchos locales hospedados.
Ciertamente fue un
poco difícil despedirme de la ciudad, como casi siempre en este
viaje, pero en Budapest también tenía que despedirme de alguien.
Ya me lo había dicho ella misma: “esto es lo difícil del
CouchSurfing, llegan los surferos por dos o tres días y te
acostumbras, ellos se acostumbran a ti, y luego se van y uno los
extraña por un tiempo”. Me despedí de Mili y de Budapest al filo
de la navaja, un poco presionado porque tenía muy poco tiempo para
llegar a la estación de tren. Mientras me alejaba de la ciudad
hacia Praga, me quedé pensando en cómo realmente Budapest fue algo
que más o menos improvisé, en lo mucho que me gustó la ciudad, y
lo interesante que resultó conocer la ciudad y el país un poco más
allá de los lugares que todo el mundo visita y las fotos que todo el
mundo toma. Son experiencias como esa las que han resultado más
satisfactorias en mi viaje, llevarse la sorpresa de que a pesar de
las barreras culturales, de diferencias de lenguaje, de tantas cosas
que parecieran separarnos, pues uno puede sentarse con perfectos
extraños del otro lado del mundo y tener una conversación y ver que en
el fondo somos todos humanos y, por difícil que parezca a veces,
somos bastante similares. Köszönöm szépen, Mili! Szerettem Budapestet.