La ville rose
me recibió luego de otro tren de unas siete horas (los TGV estaban
muy caros). Esta fue otra ciudad que en realidad no estaba en mi
plan, pero que fue posible gracias a una generosa oferta de Laure,
una amiga francesa que conocí en Portugal, y que me dijo que si
quería conocer su ciudad, que ella me recibía en su casa, así que
le hice un campito en el plan a Toulouse, tomé el tren en la Gare
d'Austerlitz, y me fui para allá. Laure estaba esperándome muy
amablemente en la estación.
Para ese mismo día,
Laure tenía en su agenda una fiesta con unos amigos suyos, porque un
pequeño grupo de ellos se iba a hacer un viaje bastante largo
también, pero en un bote. Laure medio improvisó un disfraz de
pirata para mí, y nos fuimos a la fiesta. Evidentemente no conocía
a nadie más que a Laure, entonces fue un poco difícil al principio
romper el hielo, sobre todo porque tenía que hablar en francés, y
bueno, estas ocasiones socialmente incómodas ya son suficientemente
difíciles en español, y la lengua extranjera dificulta un poco las
cosas. No obstante, ya con un par de copitas de vino y de sangría,
pude conversar un poco más fácilmente, alguna gente se interesó un
poco en mi historia y por ahí estuve conversando con varios. Lo
único malo fue que en mi afán de ser más sociable se me fue un
poquito la mano y luego de un cierto punto de la fiesta la verdad no
recuerdo mucho que digamos, desperté a las 7 A.M. porque Laure vino
a despertarme para que nos fuéramos, ella también se había quedado
dormida en un sillón por ahí. Laure juraba acordarse de todo, pero
algunas preguntas revelaron que ella también tenía algunos
lagunazos en su noche... en fin, estuvo muy buena la fiesta.
Al día
siguiente, para recuperarnos de la fiesta, nos despertamos un poco
tarde y Laure me llevó, con un amigo suyo, a conocer un poco más la
ciudad. Pasamos por calles, mercados, iglesias, y todo tipo de
lugares, siempre con el estilo característico de la ciudad, que
recibe su nombre de ville rose
por el color de los ladrillos de casi todos sus edificios. Luego nos
reunimos con otros amigos de Laure y nos quedamos viendo el
anochecher en las orillas de la Garonne.
Al día
siguiente Laure sí tenía que ir a trabajar, entonces yo me fui a
turistear solo. Laure fue muy amable y me dejó su tarjeta para
poder alquilar bicicletas, y entonces anduve turisteando y
perdíendome en bici. A mí siempre me ha gustado mucho andar en
bici, el problema es que si uno no conoce la ciudad se pierde más en
bici que a pie, y también suele hacer caballadas porque no está al
tanto de donde hay vías y donde no, pero bueno, mitad a pie, mitad
en bici, mitad perdido, mitad más perdido todavía, pude conocer un
poco mejor Toulouse, otra ciudad con parques muy hermosos. Ya en la
noche, luego de que Laure volviera del trabajo, fuimos por una cena a
un restaurante, donde probé confit
de canard y tarte
tatin. Magnifique!
Para
mi último día, me fui a un pueblo pequeño cerca de Toulouse, que
se llama Albi, donde hay una catedral bastante bonita, con jardines
impecables, y hay muy buenas vistas con puentes sobre la Garonne, en
fin, un pueblito con un encanto bastante francés, donde estuve
paseándome hasta ya bastante tarde, pero no quería atrasarme mucho,
pues Laure me dijo que para despedirme iba a cocinar. Laure no sólo
“cocino” sino que preparó toda una cena, donde probé foie
gras, magret de
canard, y para terminar, un
riquísimo postre que Laure inventó y que todavía no ha bautizado.
Esa fue la cereza en el pastel de esta excelente visita.
Ese mismo día me
despedí de Laure y le agradecí muchísimo su generosidad. Al día
siguiente tenía que tomar un tren muy muy temprano, que me llevaría
a un lugar donde “descansaría” un poco del viaje, la región
francesa de Ardèche. Por la nota alta gastronómica, y por la
generosidad de Laure, esta visita no planeada resultó ser una de las
que más disfruté en mis días europeos.