Cuando le decía a
los franceses que iba a estar un mes en Ardèche, una región de
Francia donde no hay ni una gare de tren, la gente se me
quedaba viendo un poco asombrados, como si pensaran de que no sabía
en lo que me estaba metiendo, como si fuera a un destierro
voluntario. Quizás tenían razón, pero no me importaba mucho,
tenía objetivos claros para esta ocurrencia. En Ardèche estuve
haciendo wwoofing, que es una especie de voluntariado donde
uno trabaja en una finca/granja, aprende un poco sobre la vida de la
finca y la actividad particular de esa finca, y recibe alojamiento y
alimentación gratuita. Como llevaba algún tiempo estudiando
francés, decidí que esta era una muy buena oportunidad para mejorar
el idioma y conocer un poco detrás de su cultura, de cierta forma
ambos se complementan. También, me pareció una buena forma para
conocer un poco mejor los trabajos donde no se está detrás de una
computadora todo el día, como para variar un poco, y ver la vida
desde un punto de vista diferente. Otro factor que le agregaba un
poco de asombro a la gente era cuando les decía que iba a ir a
trabajar a una granja de escargots, o sea, de caracoles, de
los que se comen los franceses, y bueno, alguna otra gente en otros
lados. Aún en Francia eso de comer caracoles es visto con un poco
de... recelo, por cierta gente, y bueno, supongo que les resulta
difícil comprender por qué a alguien de Costa Rica se le ocurriría
ir a meterse voluntariamente a la región posiblemente más “aislada”
de Francia, a trabajar con unos animales que para muchos resultan
bastante repulsivos.
Para movilizarme
hasta allá tuve que tomar un tren desde Toulouse, pero como dije
anteriormente, Ardèche es una región que no tiene estaciones de
tren, entonces fui a dar a la ciudad más cercana, y ahí me
esperarían mis anfitriones, Hélène y Thierry, una pareja que hacía
unos diez años había decidido que había tenido suficiente de la
vida en la ciudad y se fueron a instalarse en la montaña, donde con
bastante esfuerzo sacaron adelante su granja de caracoles. Para
empezar con el pie derecho, al llegar a la gare de Valence Ville,
pues busqué exhaustivamente y no los vi por ningún lado, di vueltas
por la ciudad, y me resigné a que habían venido y se habían ido
porque no me habían encontrado. La confusión fue a causa de un
problema de nomenclatura, a esa estación yo llegué en un bus,
procediente de la estación TGV que estaba a unos 10 km. del centro
de la ciudad, y resulta que había una estación de buses y una de
trenes, y yo no estaba consciente de la diferencia. Hubiera podido
solucionar el problema con una simple llamada de teléfono, pero en
mi SIM prepago sólo me quedaban 9 céntimos de euro y no me dejaron
ni siquiera decir “a" antes de desconectarme. Eventualmente, con
un poco de suerte, Hélène me encontró en la sala de espera de la
estación, mientras yo trataba de buscar alguna red wifi disponible
para tratar de comunicarme. Esta ligera confusión de una hora fue
bastante estresante, y me hizo ver la necesidad de tener un
celular funcional, aunque esta no sería la última vez que tendría
problemas por no andar un teléfono que sirviera. En fin, una vez
que me encontraron, Hélène y Thierry me llevaron hasta su casa. El
escenario difícilmente podría ser más ideal para una postcard:
la casa era construida en piedra, había un bosque a los 200 metros
de la casa, los vecinos también tenían sus respectivas
explotaciones agrícolas, habían unos que tenían un par de vacas,
otro tenía gallinas, y el otro tenía una burra en el patio. La
familia anfitriona la completaban 4 gatos, y 2 perras, Chipie y
Belle.
Este entry sería
increíblemente largo si intentara contar todo lo que hice en la casa
de los Odasso, y la verdad esa no es la idea (empezando porque quiero
tratar de ponerme al día con esta cosa eventualmente). La idea es
relatar lo más sobresaliente, lo que vi y lo que aprendí en casi un
mes de estar con ellos. Cuando los contacté, desde un principio yo
les aclaré que mi propósito principal era mejorar mi francés, que
ya llevaba estudiando un par de años en Costa Rica. Quiero decir
que logré mis objetivos lingüísticos, no obstante, creo que me
quedé un poco corto con mis expectativas. Creo que mi compresión
oral si mejoró significativamente, no obstante mi expresión se
quedó un poquito corta de lo que yo esperaba lograr. De todas
maneras, creo que en las ocasiones que tuve para realmente hablar
largo y tendido, pues saqué la tarea adelante, y la gran mayoría de
la gente calificaba mi francés de “bueno” a “muy bueno”.
Una vez alguien me dijo que si un francés dice que el francés de
uno es “impecable”, entonces uno realmente habla un muy buen
francés, pero de momento me deberé conformar con la segunda mejor
cosa, supongo. Me consuelo pensando que bueno, ça ira.
Mi otro objetivo
con esta parte del viaje era pues conocer un poco del tipo de trabajo
que la verdad casi que nunca en la vida he hecho. Generalmente mi
trabajo involucra más sentarme al frente de una computadora por
bastantes horas, en vez de estar bajo el sol haciendo cosas al aire
libre. Debo decir que la experiencia en este sentido fue bastante
gratificante, y me hizo ver tanto las cosas buenas como las cosas
malas de este tipo de trabajo. Definitivamente hay un sentimiento
sumamente positivo cuando uno hace algo con sus propias manos y lo ve
levantarse poco a poco, o cuando uno empieza a hacer una tarea algo
monótona pero un poco exigente físicamente, y el tiempo se va sin
que uno se de cuenta, sin mayores preocupaciones. Por otro lado,
también me di cuenta de lo mucho que tienen que trabajar Hélène y
Thierry para sacar adelante su finca. No voy a entrar en todos los
pormenores del proceso para llevar los caracoles desde el criadero
hasta una mesa, pero la verdad es que el trabajo es bastante agotador
y de cierta manera un poco esclavizante. Ellos son sólo dos (cuando
no tienen wwoofers como yo), y deben planear todo, alimentar
los caracoles, asegurarse de que su espacio esté libre de malas
yerbas, asegurarse de que no hayan muchos depredadores cerca,
recogerlos cuando están suficientemente grandes para ser comidos,
prepararlos, e ir a un laboratorio donde pasan hasta unos tres o
cuatro días cada vez que van, preparando los diferentes productos
que tienen a la venta. A veces me han preguntado si a ellos “les
va bien”, y ciertamente pues no se están muriendo de hambre, pero
tampoco se están haciendo millonarios con su criadero. En fin, pues
definitivamente fue una buena oportunidad de experimentar un tipo de
trabajo y de vida completamente diferente al que suelo llevar en
suelo tico.
Otro de mis
propósitos durante mi estadía en Ardèche era descansar un poco,
luego de dos meses de un ritmo de viaje que fue pues... bastante
intenso. Aunque ciertamente tenía que trabajar, y a veces el
trabajo era bastante agotador, pues siento que sí logré descansar.
Básicamente no era como que necesitaba no hacer nada durante todo el
día, simplemente necesitaba descansar un rato de ese trajín de
viajar, de estar moviéndose cada tres o cuatro días, ocupaba tener
un hogar por un rato, si lo puedo poner de esa manera.
Además, pues la verdad aunque el trabajo era cansado a veces, pues
tenía bastante tiempo para descansar, y tengo muy gratos recuerdos
de los largos paseos que tomaba con Belle y con Chippie por el bosque
vecino, paseos que tenían el más fantasioso y bucólico encanto,
paseos que parecían tomados de un pasaje de algún libro de cuentos
de hadas.
El último de mis
propósitos era conocer un poco más a fondo la cultura y la façon
de vivre francesa. Ciertamente las grandes ciudades de Francia
que visité me gustaron muchísimo, pero bueno, como parte de mi
aprendizaje de la lengua, quería ir un poco más allá y conocer la
Francia más real, si es que tal cosa realmente existe.
Quería conocer la vida en las montañas de Francia, alejada del
glamour de París y de la torre Eiffel. Quería conocer un poco más
el estilo de vida de los franceses comunes y corrientes.
Quizás no dé a basto toda una vida para conocer un país realmente,
sobre todo si ese país no es el de uno, pero quiero creer que
gracias a esta estadía de unas cuatro semanas en las montañas de
Ardèche, pude comprender y experimentar muchísimas cosas de la vida
cotidiana francesa, y entre cosas que no esperaba y algunos cuantos
clichés que pude confirmar un poco, pues la pasé muy bien
aprendiendo un poco más lo que no se puede enseñar en un salón de
clase cuando se aprende una nueva lengua. Hélène y Thierry me
hicieron sentir como alguien de su familia, como un hijo adoptivo por
unas semanas. Pude ir a fiestas de su familia, y conocer a primos,
hermanos, hijos, y mucha gente de su familia, que también me
trataron como si fuera uno de ellos (incluso una hermana de Hélène
me recibió en su casa por unos días para que yo pudiera conocer
Lyon, pero sobre eso hablaré en otro post). Pude conocer pequeños
pueblos cercanos a la finca, y pude ir a algunas actividades
interesantes, como los mercados a los que iban mis anfitriones para
vender sus productos, o incluso un festival de jazz en un pueblito
pues bastante perdido entre las montañas. Comí y bebí muchísimas
cosas deliciosas, desde los quesos después de cada comida, pasando
por algunos vinos, hasta los mentados caracoles, que la verdad me
gustaron, aunque su contextura fuera algo... extraña. Por último,
pues creo que pude conocer un poco mejor la personalidad y el
carácter francés, que debo admitir me desconcertaron un poco al
principio, pero que llegué a entender un poco mejor conforme pasaron
los días.
En fin, ciertamente
Francia es uno de los destinos en los que más me enfoqué en este
viaje (y bueno, según el plan, posiblemente sea el país
donde vaya a estar más tiempo en total), y mi estadía en la casa de
los Odasso fue una excelente oportunidad para mejorar mi conocimiento
de la cultura francesa en casi todos sus aspectos. Fue un
aprendizaje en muchos sentidos, y de eso se trata toda esta
experiencia. Más allá de coleccionar fotos, o sellos en el
pasaporte, pues se trata de aprender todo eso que sólo se aprende en
otro lugar, lejos de casa, fuera de todo eso a lo que estamos
acostumbrados. No voy a pretender tampoco que me acerco a cierta
sabiduría particular, pero creo que he acumulado una lección
valiosa o dos en el tiempo que llevo cargando una mochila de ciudad
en ciudad, de país en país.
En fin, un domingo
me despedí de los Odasso, y con mucha tristeza también de las
perras, y me dirigí (haciendo carpooling) hacia París, para salir
de Francia.