Venecia es un
conjunto de cosas increíbles: la ciudad en sí, su historia, la
facilidad para perderse aún consultando un mapa cada diez minutos,
el precio que se dejan cobrar por un viaje en góndola, y la cantidad
de gente que se encuentra uno en la Plaza de San Marcos a básicamente
cualquier hora del día.
Pero bueno, para
empezar como siempre con los detalles logísticos, a Venecia llegamos
muy tarde, a eso de las 11 de la noche, y bueno, en realidad no
llegamos a Venecia, sino a un pueblo cercano que era donde estaba el
bed and breakfast donde nos hospedamos. Decidimos hospedarnos
ahí porque cualquier otra cosa significaba un golpe significativo
al presupuesto, y antes de buscar hostales pensé que nos caería
bien unas noches donde tuviéramos una habitación sólo para
nosotros. Mónica, la dueña italiana del lugar fue por nosotros
porque de otra manera no hubiéramos podido llegar tan tarde, y
rápidamente empezamos a conversar sobre Venecia, Roma, y sobre
turistas víctimas de esas típicas trampas diseñadas especialmente
para uno que no está completamente al tanto de la situación. Como
llegamos tan tarde y veníamos bastante cansados de Barcelona, ese
día casi que llegamos y nos fuimos directo pa'l sobre.
Fue hasta el día
siguiente que fuimos a la famosa ciudad de Venecia. Al estar
razonablemente lejos de la ciudad, teníamos que tomar un bus hasta
ahí, no sin antes recorrer unos 3 kilómetros en unas bicicletas que
habían visto mejores días. Independientemente de su condición
mecánica, debo decir que los paseos en dichas bicicletas son, quizás
extrañamente, de las cosas que más recuerdo de mi estadía en
Venecia. Habían como pequeños trozos de algodón que caían de
árboles cercanos, el sol brillaba de manera agradable, y yo
pedaleaba con la mayor tranquilidad del mundo, a pesar del insistente
sonido de los pedales que no probaban aceite en un buen rato, y ese
cuadro inesperadamente romántico se me quedó grabado de una manera
bastante particular en mi memoria (también recuerdo los viajes de
vuelta, que era básicamente lo mismo sólo que en noches bastante
oscuras, y en sectores sin iluminación artificial, y nunca
averiguamos cómo se prendían los focos de las bicicletas, si es que
servían en primer lugar). Pero bueno, al llegar al centro del
pueblo tuvimos que luchar contra nuestros instintos costarricenses,
pues teníamos que dejar las bicicletas “amarradas” a un lugar
para “parquearlas” durante todo el día. Evidentemente teníamos
un candado, pero la malicia tica no tarda en hacer efecto y pensar si
eso será realmente seguro; en Costa Rica fijo alguien llega con
segueta a ganarse las cletas si nota que llevan horas solas. Luego
efectivamente tomamos el bus y nos encaminamos, ahora sí a la mítica
capital de la Serenissima.
El laberinto de
canales que fuera la capital de una de las grandes potencias
renacentistas, y hoy es una de las capitales del turismo italiano, no
decepciona y es sin duda alguna un lugar única y una vista
impresionante. Quizás lo malo es que eso no es ningún secreto, y
la ciudad, que es relativamente pequeña, está completamente repleta
de turistas, sobre todo en las áreas más importantes del circuito
turístico. Aparte de las naturales molestias de estar en un
lugar con demasiada gente, supongo que las cantidades masivas de
gente simplemente terminan por agotar la paciencia de la mayoría de
residentes, que son los que atienden en restaurantes, bares y
atracciones turísticas, donde nos topamos una actitud menos amable
que en los demás lugares donde habíamos estado hasta el momento.
No obstante, igual nos dimos a la tarea de descubrir el encanto de
Venecia, y como siempre, pasamos por los obligatorios must-sees:
la Plaza de San Marcos y su Basílica, el Palacio Ducal, que me
recordó un poco a Versailles por su cantidad de frescos y otros
lujos, el Puente Rialto, la isla de Murano y muchas piazzas
grandes y pequeñas que terminan por armar ese bizarro rompecabezas
flotante que resultó ser Venecia. Nos perdimos incontables veces, a
pesar de que yo juraba seguir el mapa o de que seguíamos los rótulos
con indicaciones, pero como lo leí antes de llegar, la verdad
perderse así es parte de la experiencia de la ciudad, y fue así
como encontramos lugares bonitos que la gran masa turística
parece ignorar. El exorbitante precio de los viajes en góndolas nos
hizo optar por dejar esa experiencia para una próxima visita (además
de que por alguna razón lo veo como una experiencia para una
pareja... de novios/esposos y no de hermanos), y nuestro transporte fueron los vaporetti, que son botes que vienen a ser los buses en Venecia.
En fin, Venecia nos
gustó por su carácter único, pero lo cierto es que también nos
cansó un poco. El último día tuvimos que hacer filas como por una
hora y media para poder dejar nuestros bultos en la estación de
tren, y por encantador que sea perderse la verdad nos agotamos muchísimo dando vueltas y devolviéndonos para ir donde realmente
queríamos ir, y pues a decir verdad nos cansamos un poco de la
actitud no muy amable de alguna gente que nos atendió. Aún así,
pues igualmente fue una parada sumamente interesante en nuestro
viaje, no son muchas las ciudades que sobreviven sin calles en pleno
siglo XXI.