La mítica ciudad
de Amsterdam fue nuestro siguiente destino. Bueno, no exactamente,
sino que nos aprovechamos de la bondad de mi buena amiga Leda
Peralta, quien está estudiando en tierras neerlandesas, para
tener una base de operaciones de la cual nos podíamos movilizar a
diferentes ciudades. Fue lamentable, como siempre, no tener más
tiempo, pero bueno, con tres días pudimos conocer un par de
ciudades, entonces creo que tampoco podemos quejarnos.
Para el primer día
Leda nos esperaba ya en Amsterdam, exactamente en el andén del tren.
Fuimos a dejar nuestros bultos a los lockers de la estación y nos
lanzamos a descubrir los secretos de la capital holandesa, que estaba
allí, con sus edificios un poco viejos, sus bicicletas, con un
montón de turistas, con un aire de libertad, y un particular aroma
en el aire, sobre todo cerca de ciertos pequeños establecimientos.
Recorrimos las calles llenas de canales y de de otro montón de
turistas, y de primera entrada nos fuimos al museo de Van Gogh, que
lamentablemente tuvimos que recorrer con demasiada prisa. Caminamos
más por la ciudad y nos metimos a un bar a echarnos la mejenga de
turno de la Euro. Nos dimos también a la tarea de probar la comida
“típica”, papas fritas con una salsa tradicional, y una especie
de croquetas que la verdad no deslumbraron nuestros paladares. Se
hizo un poco tarde y teníamos que trasladarnos a la casa de Leda,
que estaba ligeramente lejos, entonces volvimos a la estación por
nuestros bultos y nos fuimos a Wageningen, que es donde vive Leda.
Al otro día
volvimos por más a Amsterdam. Esta vez nos fuimos al museo de la
casa de Anna Frank, una experiencia interesante aún cuando yo
francamente no he leído el libro. Al final había una sección que
presentaba algunas situaciones de intolerancia, dilemas podríamos
decir quizás, que me pareció bastante bien lograda, y que me puso a
pensar bastante también. Para contrarrestar la sobredosis de
actividad mental, nos fuimos a tomar un turístico paseo en bote por
los canales de la ciudad, lo que nos permitió apreciar la ciudad
desde uno de sus puntos de vista más importantes. Luego nos paseamos un rato por el Red Light District, donde están las famosas damas de la noche en las ventanas, y donde hay todo tipo de establecimientos con productos bastante... interesante. Como a cualquier hombre, me gusta la vista de una hermosa dama, pero debo reconocer que ver a las tipas ahí en las ventanas me hizo sentir algo... incómodo, y al entrar en un sex shop quedé algo escandalizada con la variedad de productos que quizás no se le hubiera ocurrido a mi poco creativa cabeza. Después,
tratamos de echarnos la mejenga de Holanda, decisiva si quería
clasificar a la segunda fase de la Euro, y sólo encontramos un bar
de mala muerte donde a duras penas veíamos la mejenga de pie. De
todos modos, Holanda se jaló un papelón y perdió, y todo el mundo
se fue malhumorado para sus casas. Por cierto, en el tren nos oyeron
hablando español, creyeron que era portugués (la mejenga era contra
Portugal), y casi se nos arma una bronca en el tren. Bueno, no
realmente, pero si nos enjacharon un poco, pero todo volvió a la
normalidad cuando explicamos que era español. Esa noche Leda nos
deleitó con buena cocina, y nos reímos un rato viendo estupideces
en YouTube.
Para nuestro último
día de turistas en Holanda cambiamos de ciudad y nos fuimos a La
Haya, donde queríamos ir a un parque similar al Wunderland, que se
llama Madurodam. Estuvo muy entretenido ver las réplicas de lugares
y demás cosas en miniatura, y me pareció gracioso la descarada
propaganda holandesa en casi todas las cosas del lugar, pero bueno,
quizás nos hace falta un poco de eso en Costa Rica. También habían
varios niños en el lugar que impedían que nosotros nos
diviertiéramos con los juegos, los muy cabrones. Luego completar el
recorrido nos devolvimos al centro de La Haya, una ciudad que
realmente se veía muy muy calmada, y en la que vimos parques y
plazas bastante bonitas. Queríamos ver si nos daba tiempo de ir al
museo de Escher, el artista gráfico conocido por sus intrigantes
dibujos con infinidades, construcciones imposibles y ese tipo de
cosas, pero se nos hizo un poco tarde y cuando llegamos ya estaba
cerrado. Un poco decepcionados, pues tomamos el tren de vuelva a
Wageningen.
Esa fue nuestra
estadía en Holanda, donde la pasamos muy bien gracias a Leda,
nuestra guía, anfitriona y chef. Para su mala suerte, este último
día Leda se empezó a sentir un poco mal, entonces nosotros nos
fuimos a cenar por ahí en Wageningen mientras ella se quedó en la
casa empijamada. Muy temprano al día siguiente tomamos los bultos
una vez más rumbo al siguiente destino, Bélgica.