El siguiente
destino en mi tour pour el este de Turquía era Kars, una ciudad
cerca de la frontera con Armenia, y cuyo principal atractivo
turístico son las ruinas de Ani, una antigua ciudad que en su
momento de gloria fue la capital de un imperio y una de las más
importantes ciudades de la región. A Kars llegué en la tarde, y
duré un rato tratando de ubicarme con mi guía por las calles de la
ciudad, hasta que decidí improvisar un poco y por pura suerte me
topé uno de los hoteles recomendados en la guía. Entré y pregunté
por los precios, que me parecieron decentes, y de una vez me instalé
en el lugar. Como ya iba siendo de noche, pues no hice gran cosa
más que ir a cenar. Ya para este punto del viaje generalmente iba
por una cena barata, un dürüm o algo así como de unas cuatro o
seis libras, pero luego me daba un gusto y me iba a comer baklava de
postre, y justo esto hice. Recuerdo que en el lugar de baklava el
niño que me atendió me preguntó que de dónde era, e hizo una cara
bien graciosa cuando le dije que era de Costa Rica, pero me atendió
bastante bien. Luego del postre, me fui a comprar una cerveza en un
súper, para tomarme una birrita mientras descansaba antes de dormir
en el cuarto. Me sentí como si estuviera comprando drogas cuando me
dieron la cerveza en una bolsa negra súper envuelta. También ya
para esta altura del viaje se me había hecho más o menos un vicio
tomar jugo de melocotón, así que me compré uno también.
En fin, al día
siguiente había arreglado transporte para ir a Ani, así que luego
de desayunar de manera muy apresurada (me levanté muy tarde), me
metí en el bus con algunos otros turistas, y nos fuimos a Ani. Al
llegar ahí me di un tour de unas tres horas por las ruinas, que
tenían un aire bastante... fantasmal, por ponerlo de alguna forma.
La murallla y la entrada son bastante grandes y se conservan muy
bien, pero ya adentro cuesta un poco creer que en algún momento eso
fue una importante capital. Habían edificios y ruinas bastante
hermosas, como una iglesia de estilo armenio, una catedral que luego
se convirtió en mezquita (como tantas otras en la región), y hasta
un castillo bastante grande en una colina, que, por desgracia, está
fuera del límite de lo que se le permite acceder a los turistas, y
que, por lo tanto, tuvimos que ver desde lejos. Por ahí habían
otras ruinas, pero mucho menos conservadas, e incluso había un
templo dedicado a Zoroastro.
Luego de completar
mi tour por las ruinas, volvimos a Kars, donde fui a almorzar (Kars
no era tan conservador como Erzurum, entonces no tuve tantos
problemas para encontrar un restaurante abierto), y luego me di un
paseo por la ciudad, vi varias mezquitas interesantes, y fui a otra
de esas citadels/castillos en una colina, donde tenía una vista
bastante bonita de la ciudad (por dicha, por que el camino de subida
era realmente pesado). Ya en la noche salí nuevamente a la caza de
una cena barata, pero no descuidé mi dosis diaria de baklava, en el
mismo lugar de la noche anterior, donde me atendió el mismo niño y
su familia, aparentemente bastante contentos por recibirme de nuevo.
Para la mañana
siguiente ya sabía que tenía que levantarme temprano para irme a Doğubeyazıt. No dejé de aprovechar el desayuno del hotel, y me fui
rápidamente a la parada. No me di cuenta hasta luego, pero por
salir tan de prisa luego del desayuno, dejé perdido mi chunche
para guindar la ropa lavada, una pérdida que me dolió bastante,
pues de una manera bastante estúpida estaba bastante
contento/orgulloso de este pequeño accesorio. Al menos sí llegué
a tiempo para tomar el bus a Iğdir, donde tenía que cambiar y tomar
otro minibús, esta vez sí a Doğubeyazıt.
A eso de mediodía
terminé en Doğubeyazıt, una de las ciudades más cercanas a la
frontera iraní, y donde la principal atracción turística es el
Monte Ararat, de importancia bíblica pues supuestamente fue ahí
donde terminó la arca de Noé. Hubiera sido bonito poder escalar la
montaña más alta de Turquía, de unos 5000 metros y pico, pero para
hacerlo hubiera tenido que pedir un permiso que duran como dos meses
en otorgar, así que bueno, lo tuve que ver de lejos. Luego de
asegurar mi hospedaje en la ciudad, compré algunas cosas para
comer, y fui a buscar un dolmus para el , un palacio idílicamente
colocado en una colina a unos cinco kilómetros de la ciudad. Era un
viernes, el día más sagrado del Islam (equivalente al domingo en el
cristianismo), y quizás por eso, o porque los taxistas querían
hacerme pagar un taxi hasta ahí, no pude encontrar el tal dolmus,
pero decidido a no pagar caprichos, me dirigí caminando hacia la
colina, total eran sólo cinco kilómetros, y la vista del monte
Ararat a mi izquierda hacia que la caminata fuera bastante agradable.
Así caminé como 3 kilómetros, hasta que me di cuenta de la
pendiente que iba a tener que subir para llegar hasta arriba. Sin
amedrentarme, empecé a caminar, pero topé con suerte y unos tipos
que conducían cerca ofrecieron hacerme ride, y pues lerdo ni
perezoso, acepté. Luego de unos diez minutos en el carro, los tipos
estos me dejaron en la puerta del palacio, y no aceptaron ni una sola
de las liras que les ofrecí.
Agradecido por el
gesto, pagué mi entrada y entré al palacio, que tenía un aire muy
à la Las Mil y Una Noches, con una arquitectura
sobresaliente, y una vista muy llamativa de la ciudad y de las
montañas cercanas desde algunos de los cuartos. Algunas paredes
tenían decoraciones talladas en piedra, con detalles muy hermosos.
Estando dentro del castillo, un tipo me empezó a hablar en alemán,
y cuando contesté que no hablaba alemán, me respondió en inglés,
me preguntó que de dónde era, y luego pues me invitó a pasar a una
escuela de tejido de alfombras que administraba, para ver a las
muchachas tejiendo alfombras y tomar una taza de té. Acepté la
propuesta, y luego de terminar mi visita al palacio caminé rumbo a
la ciudad, apreciando la vista de las montañas y del monte Ararat
mientras trataba de no lastimar demasiado mis rodillas, y haciendo
luego una desviación para visitar la escuela de alfombras. Aunque
obviamente presentí que la invitación tenía más fines comerciales
que sociales, igual fui y vi el impresionante trabajo de unas cuatro
muchachas mientras tejían una alfombra que sería terminada en unos
dos años más, contando con el trabajo de las cuatro. El
dueño/admiinistrador del lugar fue bastante persistente para que
comprara una alfombra, pero para su mala fortuna, pues conmigo no
pegó, pues la verdad si con costos me permito lujos como
almorzar, mucho menos me iba a poner a comprar una alfombra. Por
pura curiosidad pregunté el precio de la más grande y hermosa de
todas las que vi, y casi me voy de bruces cuando me dijo que valía
veinticinco mil dólares. Convencido de que no iba a comprar nada,
finalmente el dueño se rindió y me ofreció mi taza de té, que
tomé en compañía de otros turcos, y de unos franceses que
curiosamente había visto en Kars, en mi tour por Ani. Luego de
tomar mi té me fui a la ciudad, busqué qué comer por la noche, y
luego decidí que no había mucho más que ver en Doğubeyazıt, por lo
que decidí ir a la otogar la mañana siguiente y tomar un bus hacia
Van.