En busca del centro histórico que fue declarado patrimonio mundial por la Unesco en el 2008 y de la deliciosa mezcla culinaria que atrae a miles de visitantes tanto malayos como extranjeros, llegamos a George Town, un sitio conocidísimo entre los mochileros que visitan Malasia.
Volvimos al calor intenso de la cercanía al mar y tuvimos que quitarnos los jeans y el polar que nos pusimos en Cameron Highlands. Tomamos un autobús urbano desde la central de autobuses para llegar al centro histórico y con las mochilas cargadas y sudando la gota gorda, fuimos preguntando de hostal en hostal hasta que dimos con una habitación más o menos decente, con baños compartidos un poco menos decentes, a un precio más o menos razonable. Porque resulta que desde que la Unesco puso los reflectores sobre esta ciudad, la fiebre del viajero subió, todo el comercio está enfocado al turismo y se han abierto hoteles y hostales a cada dos pasos, pero la calidad que ofrecen en los de bajo presupuesto deja mucho qué desear, y mucho más la limpieza del lugar. Vamos, que nos quedamos a dormir en uno de esos sitios donde estás seguro de que los chinches de cama te comerán vivo por la noche, pero milagrosamente salimos intactos del sitio.
De la comida no nos podemos quejar, sobre todo después de que Miguel encontró un restaurante por el trip advisor que se caracteriza por una cocina nonya (el nombre de la cocina local) con influencias de la cocina de medio oriente. La comida era deliciosa, con el toque justo de especias para descubrir un montón de sabores en los platillos, sin llegar a ser pesado para el estómago y sin sobresaturar el paladar. Y la cereza en el pastel fue la bebida que pedí: una mezcla de leche de coco, agua de rosas, granadina, semillas de chía y otros ingredientes que no recuerdo; la mezcla suena atrevida, pero es de lo mejor que he probado.
En nuestro deambular por el centro histórico de George Town encontramos una conglomeración increíble de arquitecturas tan distintas como una mezquita situada casi enfrente de un templo hindú, a unos cuantos pasos de un templo budista y a tres cuadras de una casa de un clan chino. La riqueza de esta mezcla no deja de ser increíble, pero esperábamos mucho más. Nos encontramos con calles sucias, con mucho tráfico y demasiadas tiendas de souvenirs, además de tantísimos turistas que te hacen sentir (aunque tú también eres uno de ellos) que la autenticidad del lugar se ha perdido.
Lo que más recuerdo de esta ciudad fue nuestra visita a Khoo Kongsi, es decir, la casa del clan Khoo. Este edificio parece un templo chino con muchísimos adornos, pero en realidad fue concebido como una casa de reunión para aquellos inmigrantes chinos que comenzaron a llegar a George Town desde mediados del siglo XIX y que pertenecían al clan (o familia) Khoo. De esta manera, tanto abuelos, padres, tíos, primos y otros familiares lejanos, podían reunirse en un sitio común y ayudarse mutuamente para encontrar trabajo o adaptarse a su nueva ciudad. Otros clanes chinos también inmigrados hicieron lo mismo, así que en George Town se pueden encontrar varios ejemplares de estas casas, pero la más impresionante es Khoo Kongsi dado que esta familia ha tenido mucho éxito generación tras generación y para demostrar su riqueza y buena fortuna han construido la casa más impresionante de todas. Como dato curioso que encontramos en el museo que hay dentro de la casa resulta que una escena de la película "Ana y el rey" se rodó usando esta casa y su patio frontal como locación.
También vimos un par de grafitis o arte urbano por las calles de George Town, pero no les dimos mucha importancia y mucho menos tomamos alguna foto. Esta distracción, junto con el hecho de leer sin atención la página 162 de la lonely de Malasia, donde claramente pone "Don't miss - George Town's street art" hizo que nos perdiéramos de uno de los atractivos más famosos de la ciudad. ¿Y cómo nos dimos cuenta? Pues días después, cuando un alemán nos mostraba sus fotos de George Town mientras viajábamos en lancha. Sí, lo sé, ¡error fatal! No sé si estábamos poco inspirados esos días o si nos pegó un bajón de viajero después de más de cuatro meses cargando mochila, pero es una lástima habernos perdido esto, aunque me queda el consuelo de una larga vida y alguna oportunidad para volver a ver aquello que nos perdimos.