Con sólo un par de piquetes de moscas de arena y el bronceado renovado, llegamos en minivan a Krong Koh Kong al suroeste de Camboya.
Este pueblo no tiene mucho para ver, pero parece ser que es bastante popular dado que se encuentra muy cerca de la frontera con Tailandia y ofrece a los visitantes del país vecino la posibilidad de gastarse su dinero en los casinos, prohibidos en Tailandia pero abundantes en las cercanías de Koh Kong.
El primer día lo invertimos en buscar hospedaje, dar una vuelta por el pueblo y resguardarnos de la lluvia en un restaurante familiar que ofrecía comida típica vietnamita. Pedimos el famoso "pho bo" o sopa de noodles con carne de res y resultó ser muy muy malo. Nótese el segundo indicio de que Vietnam no nos deparaba nada bueno.
Al día siguiente y después de dormir plácidamente escuchando la lluvia monzónica caer toda la noche, hicimos una ruta en bicicleta para llegar al santuario de Peam Krasaop, a unos 7 Km de Koh Kong. El camino fue muy chulo porque por fin salió el sol, y pasamos por pequeños poblados y aglomeraciones de casitas situadas al lado de sembradíos de arroz. En ningún momento faltaron las sonrisas y los saludos de las personas, y los Hello!!! a grito tendido de los niños que nos veían. La verdad es que este es uno de los días que más recuerdo de lo que llevamos de viaje, quizá por la tranquilidad y los bonitos paisajes que íbamos admirando y la buena vibra de la gente.
Una vez que llegamos al santuario natural, pagamos una entrada de un dólar e hicimos la "caminata de los manglares", que es como un camino entablado por encima del manglar para admirar la vegetación y la poca fauna (ratas, caracoles y cangrejos), además de los riachuelos y la faena de algunos pescadores. También pudimos ver a un pez que es una mezcla entre pez y anfibio. Según mi marido, que es un amante de la naturaleza, es rarísimo ver a este animal que es como el eslabón perdido entre esas dos especies y parte de la explicación evolutiva. Lo mejor de todo es que a Miguel le encantó la excursión por este hecho, así que los dos nos dábamos por bien servidos.
Después de pasar un buen rato en los manglares, defendernos de los mosquitos y decidir que el paseo en bote era demasiado caro, volvimos en nuestras bicis, comimos un poco mejor que el día anterior, y reservamos nuestro billete de autobús para ir a la capital, Phnom Penh.