Una vez que tuvimos bastante de la comida buena y barata de Siem Reap y de los días en bicicleta viendo templos, por fin volvíamos a ver el mar. Para ello, reservamos sitio en un autobús-hotel que va desde la capital de los templos de Angkor hasta la playa más famosa de Camboya: Sihanoukville.
El medio de transporte es único en su tipo, pues realmente vas en una cama y no en un asiento reclinable como es lo normal. Lo malo es que cada "cama" es para dos personas bastante pequeñas y muy delgaditas, así es que si estás viajando solo seguro te toca compartir espacio personal con el compañero de al lado... Otro inconveniente que molesta tanto a las parejas como a los viajeros solitarios es que es altamente probable que las cobijas que te dan tengan "bed bugs", o sea, insectos de cama. Nosotros creemos que el nuestro tenía porque nos bajamos con una que otra roncha en las piernas que daban bastante comezón.
La gran ventaja es que duermes más o menos bien y amaneces 12 horas después listo para disfrutar de las playas de arena blanca y agua tibia, aunque quizá demasiado porque da la sensación de meterte en un jacuzzi inmenso salado.
Aquí tramitamos nuestro baratísimo (...) visado de 60 dólares para poder entrar a Vietnam. Se supone que en Sihanoukville puedes hacer este trámite en unas horas, pero a nosotros nos dijeron que volviéramos al día siguiente. Por otra parte, nos pidieron una fecha aproximada de entrada a Vietnam y resultó que nos dieron el visado justo para ese día "aproximado", por lo que no puedes entrar antes y si entras después ya te perdiste un día del mes que te dan. Yo creo que aquí comenzaba la alarma que nos indicaba que Vietnam no nos deparaba nada bueno, pero estábamos muy cegados para verlo. Ya hablaremos en su momento de Vietnam, no arruinemos el momento que todavía estamos en mi querida Camboya.
Un punto extra para nuestra parada en Sihanoukville fue una parrillada de mariscos que cenamos en un restaurante con pinta de caro pero que tenía muy buenos precios para la calidad de comida que dan. Ni les cuento el manjar que comimos, pues ya lo verán en las fotos y las imágenes hablan más que mil palabras. Sólo les puedo decir que nada más de escribirlo se me antoja otra vez... Y el mojito de mango que tomamos, madre mía!!! Buenísimo!!!
Y para hacer más grata la visita, nos fuimos unos días a la contigua Koh Rong, una isla con playas espectaculares y aguas azul turquesa, una jungla densa por la que puedes caminar para llegar a playas casi vírgenes de aguas cristalinas, y donde encontramos a un tailandés que era cheff en Nueva York, se hartó del trabajo y ahora vive en una tienda de campaña y montó un chiringuito de comida tailandesa deliciosa y baratísima. Ya se imaginarán que comimos todos los días ahí, acompañando con batidos de frutas tropicales que hacían en unos puestos de comida por sólo un dólar.
Perfecto, ¿no?
Nada es perfecto. Resulta que alguien descubrió este paraíso antes que nosotros, y se llaman "moscas de arena". Sí, ¡moscas! Unas mosquitas diminutas, como un puntito negro rechoncho que se te acerca y en cuestión de milésimas de segundo ya te ha picado, generándote una ronchota roja que da una comezón increíble y que no se te va por días, sin exagerar, ¡por días enteros! Y no hay dos moscas, ¡hay miles! Tan así es la cosa que había guiris todos picoteados, algunos que tenían más ronchas que espalda, una cosa exagerada. Pero ahí no acaba la cosa, pues mi hermano me hizo conocedora del peligro que pueden representar estos diminutos bichillos voladores, ya que pueden ser vectores de enfermedades bastante chungas.
Al llegar a la isla nos dijeron que había que untarse aceite de coco para que las moscas no te picaran. Pues ahí vamos más brillosos que la cera oliendo a coco quemado para toparnos con la sorpresa de que, efectivamente, las moscas no pueden picarte con tanto aceite en la piel, pero se quedan pegadas y al cabo de 30 minutos puedes llegar a tener unas 150 moscas en cada pierna, y las de la espalda ya ni las contamos.
Hartos de tener que estar todo el tiempo dentro del mar, que por muy bonito que sea harta un poco después de rato, y sin la posibilidad de estar tranquilitos tirados en la arena por las benditas mosquitas, empacamos a los dos días y nos fuimos a nuestro siguiente destino en el sur de Camboya.
NOTA: Hay quienes dicen que una buena capa de repelente de mosquitos logran mantener alejadas a las moscas de arena, si alguien va a Sihanoukville e islas cercanas puede probarlo. Nosotros al final teníamos que gastarnos el medio litro de aceite que compramos, jajaja!