Antes de llegar a Stung Treng, uno de los encargados del autobús se acercó para ofrecernos boletos para llegar a Ban Lung (todos saben que ningún turista se quedaría en Stung Treng pues no hay nada qué ver). La verdad es que no entiendo cómo es que todavía tenían cara para vendernos algo después del mal servicio de la compañía con un montón de viajeros sentados en el pasillo del autobús y con todos los problemas y timos que ponen para ganarse un dinero extra al pasar la frontera. Naturalmente, dijimos que no, por mucho que terminó bajándonos el precio a la mitad de lo que nos había dicho en un principio.
Una vez en nuestro "pueblo conexión", fuimos al cajero y nos encontramos con la sorpresa de que todos los cajeros dan dólares, aunque la moneda de Camboya son los rieles. Así que puedes pagar en cualquiera de las dos divisas y te tienes que acostumbrar a llevar ambas en la cartera.
Siguiendo los consejos de la guía, dimos con una compañía que nos llevó a nuestra próxima ciudad a un precio justo. Disfrutamos mucho del camino, en parte porque la minivan tenía aire acondicionado, pero en mayor medida por los hermosos paisajes que nos acompañaban.
Al llegar a Ban Lung, dos chicas filipinas que estaban haciendo voluntariado en esta esquina de Camboya nos indicaron el camino hacia nuestro hotel, caminaron con nosotros durante casi todo el camino, pues su casa quedaba de paso, y nos dieron algunas recomendaciones para nuestro viaje en este país.
Los tres días que pasamos en este pueblo fueron geniales. El hotel que encontramos en la Lonely era un negocio familiar y hasta una niña de unos ocho años te atendía en la recepción con mejor inglés que todos los miembros de su familia. La habitación era impecable y espaciosa, y aunque sólo teníamos agua fría para ducharnos, no hacía falta más a causa del calor casi insoportable que azotaba por aquellos días.
Hicimos una excursión al punto de interés turístico más emblemático de la zona: un lago situado en medio del cráter de un volcán, rodeado de verde y espesa vegetación y uno que otro techo improvisado con hamacas para hacer un picnic familiar. Llegamos ahí después de caminar unos 5 kilómetros, acompañados de los innumerables "hello!!!" que tanto niños como adultos nos regalaban junto con sus sonrisas al pasar.
El único problema que tuvimos fue cómo salir de aquí para irnos a Siem Reap. Éramos dos de los tres mochileros que habían en el pueblo y por ser temporada baja no había transporte, fuera de las abarrotadas minivanes destinadas para los locales y de las cuales nadie sabía dónde podíamos comprar un boleto. Finalmente, terminamos pagando 17 dólares por cada uno, convirtiéndose en uno de los trayectos más caros que hemos hecho en todo el sureste asiático. ¿Las condiciones de nuestro viaje? Las mochilas grandes atadas con cuerdas a la parte inferior trasera de la minivan llenándose del polvo y del lodo de las carreteras sin asfaltar, y nosotros con nuestras mochilas pequeñas, sentados con otros dos en un asiento para tres y con cajas y mercancías a nuestros pies. Una experiencia realmente auténtica, aunque seguro mucho más cara de lo que habrán pagado los camboyanos que iban con nosotros...