Llegamos al último destino en Laos, justo en la frontera con Camboya. A este lugar lo llaman la región de las cuatro mil islas, el paraíso "playero" de un país que no tiene salida al mar; muchas islas (no sé si cuatro mil) que se forman en una ampliación que hace el río Mekong antes de adentrarse al país vecino en bellas cascadas de gran afluente. Es aquí donde, por primera vez, hemos visto el color verde del Mekong, que hasta ahora sólo se había mostrado en su cara marrón.
Hay tres islas principales entre las cuales se reparten los turistas. Nosotros elegimos hospedarnos en Don Det, que aunque se supone que es un hervidero en temporada alta, la encontramos demasiado tranquila en el mes más caluroso del año en esta región.
Esta fue una estancia para relajarnos y tomar fuerza para nuestro próximo destino. Yo pasé dos días enteros durmiendo mientras Miguel escribía su proyecto para la beca que nos habrá que dar de comer el próximo año, sólo levantándome para comer y darle apoyo moral a mi marido =)
Aunque sí que hicimos una excursión en bici a una isla cercana en compañía de dos españolas que conocimos en el barco, y después de pedalear por más de una hora llegamos a la frontera con Camboya, donde se pueden avistar unos delfines de agua dulce que hoy en día están en peligro de extinción. Si bien es cierto que son un poco fellones, y que tampoco hacen mucha gracia porque no saltan como sus primos marítimos, hace mucha ilusión ver la aleta dorsal asomarse entre las aguas mientras nadan tranquilos al atardecer. Sentimos mucho no poderles mostrar fotos de estos amigos, pero la barca que te "acerca" a ellos, mantiene sus distancias un poco por proteger el ambiente de los animales y creo que por la razón de mucho más peso de que sólo puede navegar en territorio laosiano. Aún así, los tres españoles y la mexicana disfrutamos de un bello atardecer en el Mekong, viendo uno que otro delfín a la distancia y volviendo al anochecer a nuestra isla pedaleando a la luz de la luna llena.