Una de las excursiones que más valen la pena en Laos es, sin duda, la cueva de Kong Lor, y llegar ahí fue una larga aventura.
Tomamos un autobús desde Vientiane cuyo destino final era el poblado de Kong Lor, a sólo un 1 Km de la cueva. Sin embargo, Miguel y yo habíamos decidido bajar antes, en el pueblo de Ban Nahin para pasar la noche ahí y alquilar una motocicleta por la mañana para hacer la última hora de camino a nuestro ritmo y sin ir metidos como sardinas en el autobús junto con todos los demás turistas que iban a la cueva. Desafortunadamente, el autobús no había recorrido ni 20 Km cuando se apagó. Todos pensamos que se trataba de algún problema mecánico de rápida solución, pero al final estuvimos dos horas a media carretera a 40 ºC esperando a que el conductor y otros dos chicos hicieran mecánica y finalmente pudieran hacer andar nuestro viejo autobús. Tal parece que llamar a otro autobús no es opción, a pesar de que todo el mundo trae teléfono móvil consigo y es a lo que más le pone atención cada ciudadano de este país.
Después de más de ocho horas de viaje, finalmente llegamos a Ban Nahin y fuimos las dos únicas almas en quedarse ahí. En sitios como este verdaderamente se nota cuando es temporada baja en Laos. Habían sólo cuatro turistas más y 20 guesthouses en la única calle del pueblo. Para bien o para mal nos quedamos en la primera que quedaba a nuestra izquierda y dormimos en una cabaña muy austera, pero con mosquitera, baño privado y un coste de sólo cuatro euros (no habíamos encontrado nada tan barato en Laos!!). Y lo mejor de todo es que finalmente comenzamos a encontrar a los laosianos sonrientes y amables de los que todo el mundo habla en sus blogs y que nosotros no habíamos visto en 15 días de viaje por este país.
Los dueños de nuestra guesthouse no sólo nos trataron con amabilidad y en todo momento nos regalaron grandes sonrisas, sino que también nos explicaron la ruta para llegar a la cueva, nos alquilaron una moto y le enseñaron a Miguel a conducir una semi-automática.
A la mañana siguiente, después del desayuno, tomamos camino rumbo a la cueva, disfrutando del paisaje y los poblados. Tras una hora en moto llegamos al parque nacional donde está la cueva, y después de pagar la cuota del barquero y ponernos el chaleco salvavidas nos dirigimos a la entrada de Kong Lor, una cueva de origen fluvial que se abrió paso por en medio de una montaña y que, según leímos, puede llegar a tener dimensiones de 100 metros de alto por 100 metros de ancho en sus más de 7 Km de recorrido por la más completa oscuridad. La única manera de explorarla es en lancha y la verdad es que la experiencia fue bastante divertida, ya que al estar en temporada seca el río no tiene suficiente agua y en varias ocasiones tuvimos que bajarnos para ayudarle a nuestro agradable lanchero a empujar nuestro vehículo hasta aguas más profundas.
Lo más impresionante, en mi opinión, no son ni las dimensiones de la cueva, ni la oscuridad, ni las formaciones rocosas en su interior, sino la sensación que se tiene al ver la salida después de casi una hora dentro de una de las cuevas más impresionantes del mundo. La luz lastima un poco los ojos a lo primero, pero el bello paisaje, las aguas transparentes del río entre la verde vegetación y la coca-cola bien fría que nos tomamos en un chiringuito cercano son momentos imborrables, y la recarga suficiente para hacer el mismo recorrido de regreso.