Llegamos a Chiang Mai con el plan de quedarnos 2 noches y estuvimos 5, simplemente porque nos encantó, a pesar de que la bienvenida fue demasiado cordial...
A mediados de abril es año nuevo tailandés, que se celebra con guerras de agua entre todos los habitantes de la ciudad y cuya mayor intensidad se concentra en Bangkok y Chiang Mai. Se suponía que llegábamos un día antes de la gran festividad, pero resulta que los días más intensos se preceden por unas guerras menos intensas, que se resumieron en un trayecto en tuk-tuk (nótese, medio de transporte de compartimento trasero no cerrado) compartido con otros extranjeros en el cual nos empaparon a su gusto y voluntad la mitad de los habitantes de la ciudad, al igual que a todo nuestro equipaje. ¡Menos mal que los aparatos electrónicos no sufrieron daños irreparables!
Después de recuperarme de una gripilla mal plan que me atosigó por esos días, salimos a la calle dispuestos a la lucha y nos hicimos armar de dos cubetas para poder contraatacar tomando, como todo el mundo hacía, agua del canal que rodea y delimita a la ciudad antigua y cuyas condiciones de salubridad, olor y color no quiero hacer notar. Con este preámbulo, se imaginarán que lo mejor que te podía pasar era que te echaran agua helada que provenía de hielos deshechos y así por lo menos sabías que esa agua no era del canal...
Una vez compartida la alegría de las festividades y en la urgencia de una buena ducha de desinfección marcamos retirada, pero cabe mencionar que la guerra dura oficialmente 3 días, y algunos la alargan un poco más.
Pero Chiang Mai es mucho más que agua en una fiesta familiar, sana, con muchas sonrisas y buen rollo y nada de violencia ni trastadas un poco pasadas. Esta ciudad tiene un gran encanto, es súper barata tanto en hospedaje como en comidas y está llena de gente amable y que siempre te sonríe. Aquí aprendimos a cocinar unos cuantos platillos tailandeses en una clase que era para 7 pero al final fue sólo para nosotros dos (la suerte nos acompaña) en una clase genial que duró medio día con visita al mercado local incluida.
Y para finalizar, pasamos un día entero en un centro de acogida de elefantes donde nos asignaron a Moon-Pai, el macho más grande de toda la manada, para cuidarlo, mimarlo, darle de comer, aprender a darle órdenes y hacer trekking por la selva en su lomo, además de bañarlo en el río. Sin duda, una experiencia que se tiene que vivir alguna vez en la vida, para contagiarse de la ternura de estos adorables "animalitos".