El viernes me recogieron a las 6 am, para irnos hacia Juliaca, donde queda el aeropuerto de la zona. Juliaca es una ciudad inmensa, más grande que Puno, pero de una pobreza mayor. Me dicen que existe mucho contrabando. Al transitar por las calles, una nota la diferencia entre esta ciudad y las demás visitadas. Su aeropuerto no tiene ningún control climático, así que allí una se congela mientras espera el avión.
Llegada a Lima a las 11, me encontré con que la reserva que había hecho al hotel Maury, en el mismo centro de Lima, fue con alguna agencia fraudulenta, por lo que tendré que reclamarle a Visa cuando llegue a PR. Por suerte, tenían habitaciones, porque, aunque es un hotel grande, ya casi nadie se quiere quedar fuera de Miraflores. Este fue un hotel de mucho lujo, ya llegado a menos. Su ascensor es de los que tiene la palanca para hacerlo funcionar por un operador. Queda a una cuadra de la Plaza mayor, y muy cerca de muchos de los museos y ofrecimientos de Lima Centro. Salí a retratar. Compré un tour de la ciudad para el sábado. Mientras, llegué al museo del Bancomar, a ver una enorme colección de objetos de oro que están en manos privadas. No sé cómo Perú pretende reclamarle a Yale los objetos de Machu Picchu si ha permitido y condonado que varias familias peruanas tengan colecciones privadas de objetos indígenas. También llegué al museo afro-peruano, poco conocido, pero que me recomendó la mujer de la compañía de tours, que era negra, of course. Caminé por las cuadras que comprendieron a la ciudad de los tres reyes, llamada así porque su fundación coincidió con el día de Reyes Magos. Todavía se pueden apreciar las casonas y los balcones coloniales en algunos edificios. Lamentablemente, Lima ha sufrido varios terremotos mayores y casi todo está reconstruido. En Lima sólo hay un edificio de 15 pisos, por el peligro de los terremotos. Es por eso que la ciudad está tan desparramada, y que llegar en taxi a cualquier sitio toma casi media hora, sin hablar de los millones de autos que existen en esta ciudad.
Por la tarde, cuando regresaba al hotel, paré en un restaurante que había recibido un premio por un plato específico en una competencia gastronómica. Allí pedí ceviche de la casa y, por fin, tomé chicha morada, una bebida sin alcohol hecha de maíz. Sabe muy buena, debí pedirla antes. De pronto, me dicen que van a cerrar. Son las 6 de la tarde. Allí aprendí que muchos restaurantes no abren por la noche. Pagué y regresé al hotel.
No pude salir más. Decidí descansar.