Lima era conocido como el centro del Reino de Nueva España durante la colonia española. Así que este día decidí caminar por Lima para conocer esa historia que en PR sólo queda reflejada en las murallas del Viejo San Juan y en los fuertes. Caminé todas las calles del centro, que todavía conservan sus nombres numerados. Ví un tributo a Vallejo, entré en la Catedral, e imaginé que veía a las mujeres de la colonia asomadas tras las celosías de los balcones, escondidas porque no se les permitía mirar a las personas abiertamente. Llegué a lo que debe ser la Legislatura, uno de esos edificios de gobierno que en América Latina no pueden visitarse y están protegidos por soldados armados. Así que me dirigí al edificio de la Santa Inquisición, que todavía existe como museo. Allí no solo se aprecian los mecanismos de tortura y las celdas, sino que tienen hasta una carta de despedida escrita por un reo. Luego me dirigí al lugar en que, dicen, se creó el Pisco Sour. No sé si sea cierto, pero la verdad es que estaba divino.
Este día logré por fin coordinar el tour que no pude coordinar desde PR hacia Nazca y el Oasis. Me dejaron los pasajes de bus en el hotel con instrucciones para el próximo día. Ese día quise hacer dos cosas: 1) comerme un cúi, una especie de güimo que se come en América; y 2) ir a algún sitio gay. Mi búsqueda por internet no me dio muchas opciones así que me dirigí, con ojos cerrados, a lo que encontré. El chico del hotel me consiguió un taxi y le dije el restaurante al que quería ir. En el camino me dijo que el restaurante era de su provincia y compartimos anécdotas. Cuando llegamos estaba cerrado y él se bajó y entró por una puerta trasera. De ella salió con otro hombre, a quien me presentó y le explicó que yo era de PR y que quería cúi. Yo le dije al dueño que sentía haber llegado tarde, pero inmediatamente me dijo que me abriría y que me serviría. Entre sorprendida y pachosa, entré y me sentaron. Un cúi, sólo un cúi entero. Y allí, ante los ojos de ver su carita, le entré a mordizcos. Cuando terminé llamaron a mi taxista, quien me recogió muy solícito y me depositó en el hotel.