Tomé el Inka Express, un bus turístico que viaja entre Cuzco y Puno. La otra ruta es por tren, pero el bus, que toma todo el día, hace paradas cada dos horas y media, y es bastante divertido. La primera parada fue en Oropesa, pero sólo se bajó una guía, para comprar el pan por el cual es famoso este pueblito. Es como una galleta gigante, de 12" por 12", con una corteza crujiente, pero pulpa suave y dulce. Me encantó, es el tipo de pan que me gusta. Así que, luego de la prueba, me pasé el día picando. Se hornea con ceniza de eucalipto y anís. Aunque el eucalipto es un árbol introducido en Perú, al igual que en Puerto Rico, y está causando problemas ecológicos, l@s indígen@s se las han ingeniado para sacarles provecho.
El trayecto es en el antiplano andino, lo que da otra visión de ese mundo sudamericano, tan rico en diversidad geográfica. Paramos luego en Andahuaylillas, el punto más bajo de Cuzco, a 3122m de altura, cuya iglesia se denomina la capilla sixtina de los Andes. En todos estos pueblos e iglesias muy pequeños, se nota la diligencia eclesiástica en desarrollar templos llamativos para convertir a los indígenas. Luego seguimos a Raqchi, unas ruinas de una civilización pre-incaica. Allí tenían una exhibición de los diversos tipos de maíz que se cultivan en el altiplano.
También paramos en el punto más alto de nuestro trayecto, la Raya, 4335m, que divide las municipalidades de Cuzco y Puno y, además, divide los Andes occidentales y orientales. Es allí donde comienza el altiplano andino, que se extiende hasta Bolivia. La temperatura allí baja a -30 grados. También desde allí se pueden ver los siempre nevados, que están a sobre 5000m de altura. De allí, seguimos a Sicuani, en donde almorzamos. Fue allí que probé el anticucho de corazón, la sopa de maíz, el mousse de palta, el flan de cañigua --un grano más pequeño que la quinoa--, papa seca con queso, y la mazamorra, entre otros platos peruanos. En Secuani conocí a Rosita, una alpaca de cuatro meses. Como varias turistas le caímos encima a ñoñazo limpio, se enfogonó. Fue entonces cuando fui escupida por primera vez por una alpaca. Se ganó que le ataran la boca. Pero luego, convencí a sus dueñas que estaba bien que escupiera cuando estaba molesta, e hice las pases con ella.
Nuestra última parada antes de nuestra llegada a Puno fue en Pucará. Allí hay un museo de culturas pre-incaicas. Recordé que un guía nos había explicado que los toritos que veíamos puestos en los techos de las casas se llamaban toritos de Pucará, porque allí se compraban, aunque no se hacían allí verdaderamente. La tradición es que las casas se bautizan, dos padrinos, uno de la tradición católica, que pondrá alguna imagen religiosa, y otro de la tradición indígena, que pondrá los toritos. Muchos techos en la provincia tienen sus dos toritos y en el medio una imagen religiosa. Los más, sólo tienen los toritos. Je.
Finalmente, a la llegada a Puno, me esperaba, como siempre, un carro que me trasladaría al hotel. Puno es una ciudad de 500,000 habitantes, con un paseo peatonal que va desde la Plaza de armas hasta el Parque Pino. El hotel en Puno fue de 3 estrellas, mucho mejor que los anteriores, a una cuadra de la Plaza de armas. Por haberme quejado del frío de Cuzco, me esperaba el frío más intenso del viaje. Esa noche salí a comer en un lugar recomendado por el chofer, La choza de Oscar. Allí tenían peña, así que vi varias danzas tradicionales mientras comía liviano: arroz con mariscos, ensalada de tomate, palta y palmitos. Puno está a 3851m de altura, por lo que comencé a sentir el soroche, un poco de malestar en la cabeza, lo que conjuré con un mousse de coca. Regresé al hotel prontamente, para descansar para el viaje a Titicaca.
