Primero que nada, rectifico algo de ayer. El río Urubamba termina en el Amazonas, del que es afluente.
Esta mañana me recogieron a las 5 am para ir camino a Machu Picchu. El viaje es en bus hasta la estación de Piscacucho, que queda cerca de Ollantaytambo. Llegamos a las 7:05 a la estación, y los últimos 40 minutos fueron por una carretera estrecha sin asfaltar, por la que sólo cabía un carro en algunos trechos. Pedí café a una indígena y resultó mejor que la brea que me dieron en el hotel ayer. Una cosa curiosa que he notado, es que los perros viven en la calle, y se mantienen frente a la residencia. Pero en zonas urbanas, o cuando las dueñas andan en el mercado, los perros se mantienen cerca, a veces, debajo de las mesas de mercancía. Todos están muy gorditos y son muy mansos.
Para ir a MP, sólo se pueden llevar 5 kilos de equipaje, o 10 libras. Yo no cumplí, pero no me pesaron la maleta ni me cobraron nada en la estación. El tren salió a las 8:10 y llegó a las 9:40. En el camino, pude ver los derrumbes que cerraron MP por dos meses. También se aprecian diversos microclimas. En el Perú hay 80 microclimas. Al ir llegando a Machu Picchu, la vegetación se tornó tropical, y comencé a sentirme en nuestros campos, llenos de bromelias, helechos y lianas por todos lados.
Pasando entre montañas me pregunté cómo sería vivir aquí, rodeada de estas enormes montañas, sin ver el mar, sin sentir la expansión que da poder ver el horizonte, en un valle en el que solo hay dos caminos, el río y la carretera única, porque el valle no tiene más de una milla de ancho. Allí en el tren entendí por qué los indígenas veneraban a la tierra, la pachamama. Las montañas son imponentes, impenetrables, sólidas, perennes. Nada las muta, parecen controlarlo todo. Nuestra pequeñez es impostergable.
De pronto, vi un campesino recogiendo verduras, las llevaba entre sus manos juntas. Su imagen me trajo otra de mi niñez, a papi en su huerta en el campo, recogiendo ñame y batata. Los acumulaba en sus manos hasta echarlos en una bolsa para subirlos. Igual hacía ese campesino, agradecido del fruto de la tierra. Se dice que los quechua han sido la única civilización que no ha conocido el hambre.
Al llegar a Aguas calientes, un minúsculo pueblo turístico hecho en una ladera, fui recibida por el bellboy del hostal, quien se llevó mi maleta, y por la guía, con quien caminamos hasta la estación del bus. Aquí en Aguas calientes no hay carros, sólo hay una calle que lleva de la estación del tren a MP, y sólo van buses oficiales. Me monté en una. Cruzamos el río y comenzamos a subir por un camino zigzagueante sin asfaltar, pero amplio y seguro. Poco a poco íbamos subiendo la montaña, y se alejaba cada vez más el río. Por fin, cuando el río era sólo un hilo en la lejanía, vi a Machu Picchu.
Era lo que había soñado y más. Pero eso lo contaré mañana, que hoy tengo que acostarme temprano para madrugar a las 4 am para hacer fila para entrar a Huayna Picchu mañana. Me duelen las piernas, la espalda, tengo ampollas en los pies, pero lo voy a intentar.