Hace exactamente un año me diagnosticaron tuberculosis. Aquí ya conté la historia, por lo tanto no es necesario repetirla. Simplemente, a través de estas líneas quisiera decirles cuán significativa esta enfermedad ha sido en mi vida. Esto da para reflexionar bastante sobre mi forma de enfrentar las adversidades. Porque cuando pienso en la antedicha experiencia me doy cuenta de lo emocionalmente pendex que era; y no solo eso, sino que no sabía ser paciente, ni agradecida, ni tolerante ni flexible conmigo misma. La vida me enseñó a patadas a serlo. Todavía me sigue enseñando y yo aún sigo aprendiendo, porque vaya que cuesta entender. Pero sobre todo me pregunto: ¿qué habría hecho yo sin mi familia y sin el equipo médico del consultorio que me brindaron apoyo y cariño incondicional? No habría sido capaz de vivir algo así sola, en otro país, sin mi gente.
Creo, sinceramente, que tenía que pasar por algo tan intenso para convertirme en una mejor versión de mí misma, una más cercana al ser humano que quiero ser. De ninguna otra manera habría tomado decisiones tajantes, concienzudas y fundamentales que han comenzado a dar un vuelco en mi existencia, para mejor, por supuesto. Hoy me siento mucho más libre, cuando antes solo entendía la libertad si era viajando. Pues no, la libertad es ser la persona que quieres ser pero asumiendo primero tus miedos, frustraciones, disgustos, insatisfacciones, dolores; observarlos, entenderlos para luego hacerte cargo de ellos... Es increíble como una enfermedad o cualquier situación traumática puede despertar tantos sentimientos, emociones, tocar hilos finos que ni siquiera sabía que ahí estaban.
En febrero me toca tomarme una baciloscopía y una radiografía preventiva (el tratamiento culminó, fue exitoso, yo estoy sana y dada de alta). A veces, no les miento, me da un poco de cuco pensar en el resultado de los rayos X. No lo niego. Es como una cosa en la guatita, que da de repente pero luego se me pasa. Pero ¿qué le voy a hacer si es que saliera alterada? Lo que tenga que ser, será. Como dijo Paul McCartney “Let it be”. Y eso es lo difícil para mí de aceptar, que no tengo el control. ¿Y? Nada se puede hacer, sino que esperar y ya. La diferencia es que no voy a sufrir ni a ponerme ansiosa mientras espero. Porque de qué me sirve. Es una estupidez. La preocupación es anticiparse de manera negativa, pensar que aquello que es tan importante resultará mal cuando no se tiene ningún indicio de que así será.
La tuberculosis me enseñó a ser fuerte y a confiar más en mí. A tener más fe en mí. Yo soy la fuente de todo lo bueno que hay en mí y de lo malo también. Y está en mi poder elegir qué se queda y qué se va, qué elementos se mejoran y enaltecen. Y lo demás, chao. No sirve. Next. Besitos.
Si has pasado por algo similar, te felicito. Enfermedad o no, los dolores son dolores y calan profundo. Considérate afortunado porque sigues aquí y estás viendo la vida desde otro ángulo y con menos peso sobre los hombros. En un par de años, o incluso quizás en un par de meses, todo esto será solo un recuerdo, que al menos yo rememoraré con cariño y gratitud.