Hace exactamente un año me encontraba sacando fotos y escribiendo correos electrónicos desde Colombia, habiendo pasado antes por Panamá gracias al auspicio de Copa. Si me hubiesen dicho que llegaría de vuelta a Chilito machucada por un asalto, que me diagnosticarían tuberculosis y que al año siguiente (desde enero 2018) tendría que pasar por seis meses de tratamiento intensivo y supervisado a lo Gran hermano, habría escupido el té, de haber estado tomando "once" en ese momento, claro. Todo parece un sueño ahora.
De a poquito los astros comenzaron a alinearse a mi favor. Así, el 20 de julio de 2018 terminé exitosamente el tratamiento farmacológico contra la TBC. Cuando me estaban dando las pastillas, las últimas diez que tomaría, me puse a llorar como Sailor Moon de pura juelicidad. La paramédico me abrazó y me felicitó, y yo -que estaba hecha un mono animado japonés- sentí un alivio y alegría que es difícil de explicar. Pasaron las semanas y llegó lo wendy: en pleno cumpleaños de hermana mayor -y única que tengo- recibí la noticia de que mi visa para viajar a Canadá había sido aprobada. Creo que mi familia estaba más jueliz que yo. Es que, gente, esto me agarró tan de sorpresa (que las cosas se estuviesen dando superbien), que simplemente yo no me la podía creer. Sentía que algo malo iba a suceder y que nuevamente truncaría mis planes. Por eso, no podía convencerme de que estaba realmente sana, aunque tres médicos así me lo habían asegurado. Ya que el tratamiento me dejó el sistema inmune superdebilidado, me poseyeron las doce plagas de Egipto, y lógicamente eso no me ayudó en mi estado anímico, al contrario. Debo reconocer que durante ese mes me chalé un poco. Menos mal que se me pasó.
Lo bueno es que las cosas están volviendo a la normalidad de a poco. Y por "normalidad" me refiero a:
1. Retomar mi práctica de piano (sí, soy culpable de haberla abandonado por dolor en las manos y por flojera después, pero decidí volver a disfrutar de algo que me apasiona, la música).
2. Estudiar un idioma por mi cuenta (esta vez francés, una vez que me haya sanado de este resfriado mardito).
3. Seguir siendo odiosa con mi gente (la tuberculosis me tenía bastante tranquila).
4. Continuar con el pilates y la barra (zapallo parado con levadura y cinturita de avispa, aquí voy).
5. Comer y comer y comer (si bien aún no me regresa mi apetito pretuberculoso, para allá vamos).
5. Y lo más importante: emprender pronto un nuevo viaje viajero.
Como dice mi madre, no puedo más que sentirme agradecida y bendecida por todo lo que me ha tocado vivir. Por ello, Canadá se ha transformado en un lugar sumamente especial para mí. Si no hubiese sido por la exigencia y meticulosidad del proceso de postulación de la visa, jamás me habría enterado de que tenía alojada una bacteria asesina en mi cuerpecito. Le debo mi vida a los canadienses, a la oficina de Migraciones específicamente. Me tatuaré la bandera con la hojita al centro algún día en honor a ellos.
Vayan preparándose, queridos fans, porque el próximo año me instalaré en el que será mi sexto país de residencia. Después a dónde me llevará la vida, who knows. Solo sé que estaré con las focas y las auroras boreales. Así que atenti. Todo lo estaremos reportando por aquí
¡No lloren, que aún no me he ido!