*Capítulo viajero escrito en el aeropuerto de Santiago, camino a Colombia, octubre de 2017.
A veces me cuesta creer que viví en Irlanda, país de James Joyce, Oscar Wilde, U2 y The Cranberries. Que, de hecho, trabajé, pagué impuestos y estudié en Dublín. Cosas como esta, y no posesiones ni grados académicos, son las que me llenan de orgullo y me hacen sentir “grande”, adulta. Ahora que miro en retrospectiva, pienso en todas las cosas que he hecho y siento que son de lo más normal pero, al parecer, no lo son. Porque cuando me encuentro con personas que no me conocen y me preguntan sobre mi vida, al contarles de mis periplos y aventuras/desventuras, pues se sorprenden. A veces yo también me sorprendo. Es genial darte cuenta de que a pesar de todos los costos que tiene llevar este estilo de vida, medio errante (para algunos, quizás, medio en serio), ha sido la decisión correcta. Porque non, je ne regrette rien.
En Dublín laburé y estudié, y fue duro. A las dos semanas de haber llegado a la capital fundada por vikingos conseguí trabajo en el restaurante de un hotel pirulo, comenzando mi turno a las 6am, lo que asimismo significaba despertarme a las 5am cada día de chambeo. La jornada se me hacía extensa considerando que a las 3pm tenía clases de inglés. Ah, eso me olvidaba contarles. Me instalé en la tierra de los celtas con una visa de estudiante. Objetivo: cursar un English advanced course por un año académico en el 2013. Y no hay día en que no le agradezca al pulento por la profesora que me tocó, Aga. Simplemente, brillante. Licenciada en inglés y con maestría, era estupenda, tenía un nivel universitario de enseñanza y nos exigía mucho, pero siempre motivándonos a mejorar. Con Aga llegué por fin al nivel C2, que es uno antes del proficiency. Esa experiencia significó un antes y un después en mi vida.
Le tengo harto cariño y respeto a Dublín, porque es una de las ciudades mejor planificadas que he tenido la fortuna de visitar y conocer. Es amigable, caminable, limpia, con ciclovías por doquier. Dos aspectos me encantaron. Primero, tiene muchos parques bacanes, de hecho el más grande al aire libre de toda Europa está ahí. Se llama Phoenix Park (ver las fotos allí tomadas por myself (http://bit.ly/2Fm8dey). Es tan re grande que yo no lograba ver el fin. Segundo, no es una ciudad segregada como Santiago. Lo admirable de Dublín es que las clases sociales están mezcladas en barrios bien pensados. Yo vivía en el distrito 7, Smithfield, para ser más precisa. Allí vivíamos nosotros los de clase media en departamentos bonitos y pagables, al frente los “pobres” (clase media baja y baja) en edificios “Serviu” y, al frente de ellos y a un costado mío (la gallada de clase media), los “pitucos” en unos departamentos carísimos y enormes. ¿El resultado? Todos felices compartiendo el espacio armónica y respetuosamente. Era otro mundo, uno digno del siglo XXI, porque eso es el derecho a la ciudad, eso es vivir y convivir.
Tengo que agregar otro aspecto significativo en mi lista “qué admiro de Dublín”. Al ser una de las capitales mundiales de la literatura por UNESCO (tienen 4 Premios Nobel de Literatura), reinaban las bibliotecas y librerías, todas ellas grandes, vivas, bien equipadas y que a mí me entretenía mucho visitar. Yo era socia de una biblioteca pública que me quedaba al lado del College y a solo minutos a pie de la casa. Era siempre agradable ver el lugar lleno de niños y jóvenes que iban a hacer sus tareas, pedir libros, discos, DVDs, etc. Era un lugar alegre, multifacético, y tranquilo. Lo más bacán era que podía reservar el piano para tocarlo por 1 o 2 horas (había dos electrónicos disponibles y un piano de cola para conciertos). Me ponía los audífonos y ya, me perdía tocando los minuetos de Bach o los "palitos chinos" y a nadie molestaba. Había libros de partitura de Mozart, Beethoven, etc. a tu disposición para consultar y tocar. Una de las actividades más bonitas y útiles para la comunidad eran las clases grupales de idiomas que se realizaban con regularidad y que solo costaban un euro por persona. Esa, para mí, es la función de una biblioteca. Sería genial si la exdibam pudiese implementar algo así en Chile, sobre todo en las regiones extremas o más pobres.
Estoy suspirando. Qué lindos recuerdos... Rememorar me pone Olguita Marina. Ya estoy ansiosa por comenzar mi próxima experiencia viajera.