Retomemos.
Santa Marta. Pulga. Picaduras por doquier en las piernas. Verdaderos cototos. Picazón. Calor. Mucho calor. Humedad.
A pesar de todo eso, no puedo ser malagradecida porque lo pasé bien allí. Creo que diosito me ayudó y se compadeció de mí, porque cuando tuve que buscar alojamiento en Santa Marta, me mandó a un penthouse en pleno centro y al lado de la playa. Y solo por 6 mil pesos al día. El departamento era enorme y tenía una vista panorámica envidiable. Y como entraba brisa por todas partes y era muy abierto, era bastante fresco (pero también tenía aire acondicionado). En mi vida he visto un sitio más pulcro, ordenado y organizado que ese. La parte más linda es que me hice muy amiga de Elsa, la asesora del hogar que estaba cuidando el departamento, ya que la dueña estaba de vacaciones fuera del país. Las picaduras, y por orden del médico, me obligaron a quedarme algunos días “adentro”, por lo que aproveché de comer como chancho (aún me causa risa y extrañeza de que la gente se asombre por la cantidad de comida que ingiero, que se sorprendan de cómo puedo ser flaca comiendo de esa forma, tan descomunal. Para mí es de lo más normal) y dormir/descansar a pata suelta. Había caminado tanto en Panamá y Cartagena que ese descanso me asentó muy bien.
Cuando ya me encontraba mejor, pude salir -aunque sin mostrar pierna- a visitar la Quinta San Pedro Alejandrino, donde murió Simón Bolívar. Pero ¡qué belleza de lugar! Qué insignificante me sentí ante aquellos árboles centenarios, qué energía más potente, prístina y simple. Era pura vida. Qué manera de calar hondo en mí. Yo amo a los árboles y si bien no necesito vivir rodeada de ellos -por algo vivo actualmente en el desierto-, los venero porque me dan oxígeno, los cuido y “amadrino”. Una de las sensaciones más ricas de estar en la Quinta San “Alex” era el agradable frío que producían los ficus y plantas, era un efecto de refrigerador (es sabido que los árboles son capaces de bajar varios grados a la temperatura reinante en el lugar). No me quería ir de ahí. A pesar del moquito que comenzaba a bajar -culpo al polen del pasto-, me habría instalado allí toda la temporada. De hecho, la foto que aquí pongo es la del ficus majestuoso que aún rememoro y que invoco cuando hago los ejercicios de respiración.
Así que, como pueden ver, las pulgas no me privaron de pasarlo bien en Santa Marta, ni de revitalizarme con energía pura y centenaria. De Santa Marta pasé a Palomino y a Minca, pero no tengo nada interesante qué contar, excepto que el segundo estaba hecho mierda. Es Patrimonio de la Humanidad y Reserva de la biosfera por UNESCO pero eso da lo mismo: plástico y basura, basura y más plástico por todas partes. Qué manera de sufrir con el plástico. Es un cáncer que está devorándose la costa caribeña de Colombia. No puedo entender cómo no se toman medidas al respecto y cómo la Unesco no se mete.
Anyways. Sigamos. Mi viaje toma vuelo cuando me dirijo a Bogotá, Medellín y pueblos/lugares en sus alrededores. Es que jamás me imaginé encontrar lo que encontré: se trataba de otro país, era otro Colombia, en todo sentido. Bogotá (también conocida como Santafé de Bogotá) se convirtió en uno de mis destinos favoritos de América Latina. Caminé más que el correcaminos. Visité más museos que museógrafa en visita oficial. Incluso salí llorando de uno: el Museo del Oro. ¡AAAAAAAAAAAH! Nada, pero nada de nada me ha estremecido -en cuanto a museos de trata- como ese lugar. El cuarto final es de ensueño, salí tiritona, con lágrimas, extasiada. Cómo se nota que allí contrataron a la gente idónea porque todo, la luz, texturas, textos, colores, espacio, todo todito pero todo está perfectamente pensado y dispuesto. Ese museo es B-E-L-L-O, es un lujo, un orgullo para nosotros los latinoamericanos, un tesoro para mí desconocido hasta ese entonces. La ciudad posee una red de museos de primera categoría, que realmente deberían convertirse en una luz, una guía a seguir aquí, lo mismo en cuanto a los archivos. Es que quedé LOCA, si de hecho perdí la cuenta de cuántos museos visité. Prácticamente, todos gratuitos. En el que más pagué fue en el Museo del Oro: $1.000 pesos chilenos.
Quiero regresar a Bogotá porque diez días no bastaron. Tuve la suerte, además, de alojarme en un lugar wendy wendy wendy y a super buen precio, en un barrio trendy y bacán. Pero era un tanto helado para mí (aunque el dueño del depto. andaba como de verano). Hacía más frío que la cresta en Bogotá. Solo un par de días hubo una temperatura rica: 19º. Lamentablemente, no pude ir a Villa de Leyva, un pueblo colonial a unas horas de Bogotá, ni a la laguna de Guatavita. No me dio el cuero. Pero sí visité en un recorrido hermoso por tren unos pueblitos aledaños, Zipaquirá y las minas de sal (Catedral de sal), donde tomé fotos bien lindas y pude conocer a fondo. Pondré imágenes de la “catedral” en un apartado especial.
Medellín fue otra gran sorpresa. Me encantó, aunque me faltaron días. Se me hizo poco. No me pude quedar por más tiempo porque el pasaje de avión se triplicaba si lo compraba el sábado de la semana en que dejaba la ciudad. Pero esos diez días fueron fantásticos, mejor de lo que me imaginé. Es que llegué a Medellín -y esto también me pasó en la capital- con cero expectativas -lo contrario del Caribe colombiano- y debo decir que esa ciudad es fuera de serie: sus parques, calles, carreteras, canchas… La ciudad es verde pero verde y más limpia que hospital. Los parques y plazas tienen internet inalámbrico gratuito, asimismo los terminales de buses y aeropuerto. La ciudad es bonita completa. Y qué decir de las localidades aledañas, como Guatapé. Una belleza. Al igual que en Santa Marta, me pude alojar en un muy buen sitio, pagando muy poco. La anfitriona del departamento me llevó a recorrer la ciudad e incluso fuimos a la casa de su familia, en un sector bien cuico de Medellín, que queda prácticamente sobre las nubes. Qué calidez y acogida más inesperada. Siempre dios me pone a personas buenas en mi camino.
¿Qué me llevo a retornar a Chile antes de lo planeado? La visa que estoy postulando a Canadá. Si bien me quedaba originalmente tres meses en Colombia, los lindos funcionarios del Depto. de Migraciones de Canadá me mandaron una notita diciéndome que, nuevamente, debía someterme a exámenes médicos en un plazo X. Como ya no iba a recorrer el país bajo la fórmula “Help exchange/Work away” (trabajo voluntario a cambio de alojamiento) y sabiendo que iba a gastar bastante $ en los nuevos trámites exigidos para la visa -que no quedó otra que pagarlos en cómodas cuotas mensuales-, tomé la decisión de regresar a Chile antes. Lo bueno es que el cambio de pasaje me salió gratis, porque Copa Airlines me había “becado” en Panamá y uno de los beneficios dados eran $200 dólares para comprar pasaje de avión en la aerolínea o pagar multa/cambio de ruta/fecha en cualquier pasaje. UF. Menos mal. Gracias Copa.
Regreso a Cartagena de Indias. El tiempo estaba increíble, sol pero sin calor y harta brisa. Perfecto. Domingo 10 am. Me voy el martes tempranito (6 am). El día anterior había sido de juerga porque se celebraba la independencia de la ciudad. Me desperté temprano igual, para aprovechar los últimos dos días, y tempranito decido salir a comprar los recuerdos para mi gente. Agarro mi mochila y solo dejé en su interior: tarjeta de crédito, carnet de identidad, cuernófono regalado por madrina y nada más. Pasaporte, plata (apenas 4 lucas para el taxi hacia el aeropuerto) y tarjeta de débito se quedaron en el cuarto guardados. Voy saliendo, cierro la puerta, cierro la reja cuando en menos de tres pasos avanzados aparecen unos “motochorros” -ahora sé que así se les llama-, que para mí se trataba de dos hombres comunes y corrientes que venían en sentido contrario. Los muy desgraciados se detienen y uno de ellos se baja rápidamente y me intenta cercar y ahí me di cuenta de que me estaban “cogoteando”. Comencé a gritar como loca el nombre de la señora dueña de casa y conocida por todo el barrio: “Miriaaaaam, Miriaaaaam” y como vi que los “ociosos, vagabundos y malentretenidos” no sacaron pistola ni cuchillo pensé: “al parecer, no me quieren matar. Les daré duro y con todo”. Silly me. Los vecinos comenzaron a aparecer y los delincuentes se urgieron porque en Colombia la ley de la calle es así: ladrón atrapado, ladrón asesinado. Cuando los vecinos del taller de la esquina empezaron a salir y dirigirse en dirección hacia mí, estos tipos se desesperaron y me dieron duro en el pie y brazo izquierdo. Si no es porque la maldita mochila se rompe y se libera de mi cuerpo, los motochorros no habrían alcanzado a subirse con el botín y se habrían marchado para librarse de los vecinos. Faltó muy poquito para que aquellos mecánicos lograran atrapar a los delincuentes.
Debo reconocer que fui tan irracional y tonta en mi actuar. Reaccioné como no debería haberlo hecho. Creo que todo el gen Ponce afloró. Son genes muy choros. Y me las di de superpoderosa. Al final, resulté coja, amoratada, muy adolorida y más traumada que la xuxa. Terminé en la clínica, con inyección y una radiografía que confirmaba que no había fractura. Herida, me tuvieron paseando en silla de ruedas -empujada por un trabajador- en los aeropuertos de Colombia, Panamá y Chile. ¿Qué lección aprendí? Que para la próxima estaré preparada, porque sí o sí tomaré clases de defensa personal. Si no tienen armas, el o los ladrones que se me enfrente(n), ay de ellos y de lo que les espera… Ahora sí que le(s) sacaré la mierda. Esta vez sí. Desconocía esta característica en mí, tan aguerrida y estúpida. Debería dar un mensaje de paz y advertirle a mis lectores que, de vivir algo similar, deben entregarlo todo y no oponer resistencia... pero en mi cabeza sueño con un desenlace diferente, a lo “Mujer maravilla”.
Listo, amiguitos. He concluido con el testamento. ¿Qué se viene la próxima semana? La parte más sabrosa: el resultado de esos exámenes médicos exigidos por Canadá. Paciencia, paciencia, fans míos, porque si quieren saber cómo termina esta historia -que se viene bien buena, lo prometo- lo mejor que puedo hacer por ustedes y por la trama misma, es crear un clima de ansiedad, curiosidad y clamor. No les fallaré. Causará impacto. Al menos, haré que por compasión y lástima me dejen un comentario cagón. Porque, claro, quieren historias pero con suerte comentan. Linda, la wea.