Mi viaje por Colombia fue una aventura de esas que parecen sacadas de una cámara indiscreta. Me pasó de todo. Zancudos, pulgas, ladrones/asalto, rayos X, inyección, tarjetas bancarias que no funcionaban, "beca" en Panamá (cuando solo se trataba de una escala hacia Colombia), que es para no creerlo. La parte de Panamá ya la conocen, fueron dos días de lo más bacán. De allí despegué rumbo a Cartagena de Indias, donde estuve de manera intermitente yendo y viniendo.
Mi paso por el Caribe colombiano fue "horripibueno", porque no todo fue malo (aunque lo malo fue malo). Ahora que lo recuerdo me da risa pero en su momento era para pellizcarse y despertarse de un mal sueño. Sufrí mucho viendo la pobreza tanto humana como animal que todo lo ensombrecía (no me lo esperaba, mi hermana me pintó otro panorama). Lloré con los caballos, mulas y burros que acarreaban carruajes (de turistas y de mercadería) por el centro de Cartagena y otras localidades en pésimas condiciones. Su mirada era de una tristeza profunda, de dolor, de cansancio. Y yo soy empática con el sufrimiento de ellos, por eso soy vegana... Se me apretaba el corazón al ver el resultado de años de tenencia irresponsable de perros y gatos en una ciudad tan turística como aquella, donde entra además tanta plata. Cuando viajé por la costa, desde Cartagena a Barranquilla y de allí a Santa Marta, al pasar por Ciénaga y ver a los niños jugando descalzos en medio de tanta precariedad material, pero sonrientes y alegres, más lloré. Sufrí por la injusticia, por la falta de equidad y empatía, por el plástico que cubría cada centímetro de la carretera, en lugares rurales y urbanos, del poco amor que se tiene por este planeta, de la indolencia de los turistas. Me sentía parte del problema, sentía que estorbaba y que no traía nada bueno a la zona. Me sentía impotente de no poder ayudar a mejorar las condiciones de vida de esas personas y de aquellos animales. No podía creer que ese era el lugar descrito por mi hermana como un "paraíso", visitado tres años antes con una amiga.
La peor parte fue Taganga. Era un pueblo hermoso con foto playera de postal convertido ahora en un basural. Reinaba el tráfico de armas y droga. Era peligrosísimo. Las chicas no podíamos salir solas de la hostal por la tarde y menos ir por nuestra cuenta a la playa más bonita, pasando un cerro, porque asaltaban y te quitaban lo que trayeses puesto. Allí me quedé en una hostal a través de "Work away", donde a cambio de unas horas de trabajo (en mi caso 8 horas por tres días y cuatro de descanso) te daban alojamiento gratuito. La experiencia fue buena en cuanto a las personas que allí conocí, pero creo que los empresarios turísticos abusan de los viajeros y el sistema se utiliza -por muchos inescrupulosos- como una forma de reducir los costos fijos -léase sueldos-, pues así no contratan trabajadores locales. Yo imaginaba que los viajeros-voluntarios seríamos un apoyo para los trabajadores del lugar, pero NO. Uno hace el trabajo porque no había recepcionista, ni uno solo. Y eso no corresponde. Al final, yo misma terminaba siendo parte de la injusticia antes relatada: le estaba quitando la oportunidad de trabajo formal a una persona local. Entonces solo estuve allí una semana y me fui. Pero la parte más "jocosa" es que en la hostal había una ladrona, una chica colombiaba también voluntaria -estaba viajando por el país, supuestamente-, que sacó dinero de la caja en mi primer turno como recepcionista (el dueño dejaba la caja sin llave, craso error), también robó plata a otros viajeros junto con ropa, perfumes... Y se alojaba en mi cuarto jajaja. Yo llevé una mochila de 60 lts. con una malla de seguridad -bendita malla de seguridad- que impidió que metiera mano en mis cosas. Sin embargo, en mi último día, cuando estaba a punto de tomar el taxi hacia Santa Marta, me di cuenta de que ella me había sacado mi único par de zapatos: unos de cuero -lo único de cuero que tengo de mi vida prevegana- roñosos, de cinco años, comprados en Dublín y viajados por una decena de países (les tengo más cariño, por eso aún los conservo aunque no los uso). Llamamos a la dueña para que viera que los tenía fondeados debajo de su ropa, de una forma en que quedaba en evidencia su culpabilidad pero no tajantemente. Y la dueña no hizo nada. Menos mal que me fui de ahí. Si bien lo pasé estupendamente wendy con los viajeros-voluntarios de la hostal (tantas historias intercambiadas), fue un alivio salir de ese lugar y no haber seguido con el sistema de "alojamiento por trabajo voluntario". Todo el resto de mi viaje me lo costée 'rompiendo el chanchito de greda' por un mes y medio. Y no puedo quejarme porque -al haber bajado el dólar y tener un cambio favorable + el hecho de que Colombia es barata- comí rico, recorrí mucho, visité sitios interesantísimos y alojé en muy buenos lugares.
Llegué a Santa Marta feliz sin saber lo que me esperaba. En ese mismo lugar, pero dos días antes, me había picado una pulga en la playa, en el pie derecho, y me dio una reacción alérgica de esas que aparecen en los libros de medicina. No le hice caso, fui de nuevo a la playa. ME TRAJE UNA PULGA AL DEPARTAMENTO y ahí quedó la cagada: del "chorius" hacia abajo estaba llena de ronchas, que con el calor, humedad y sudor, picaban las condenadas con malicia. Un médico y paramédico fueron a verme a domicilio. Me agarró el pecho también, me costaba un poco respirar. Pasó lo peor. Salí a recorrer pero sin poder mostrar pierna. Mis visitas a Minca a Palomino fueron tapadita porque no podía exponer mis piernecitas al sol. No pude visitar el Parque Tayrona (aunque muchas ganas no tenía) por lo mismo. Así que, ante la cruda realidad, tomé la mejor decisión de todas y la que hizo de mi viaje por Colombia fuese al final una bella e inolvidable experiencia: me fui al interior del país.
Me dio hambre. En otra oportunidad les cuento la segunda y feliz parte de esta triste (hasta ahora) historia. ¡Loh vemoh!
P.D. quedó pendiente lo del asalto, donde se vuelve a poner triste la historia...