Ya algo descansadas salimos en el dawn patrol, que nos llevó por Habana centro. Prado hasta Animas, caminamos pequeñas calles que necesitan cariño extremo. Pasamos por el barrio chino y llegamos a la Plaza da la confraternización, hecha para algún Panamericano, con tierra de cada país participante. Luego del desayuno, el grupo salió para Cojímar, el poblado en el que Hemingway basa su Old Man and the Sea. Este es un pequeño poblado de pescadores, y allí José Manuel, un chico de 12 años, nos habló del trabajo colectivo que se hace en el sembrado orgánico y para la limpieza ecológica. Aixa entró al agua a retratar y José Manuel la regañó, indicándole que la bahía estaba contaminada. Allí hablamos con los guitarristas que estaban en el monumento a Hemingway hecho por los pescadores del lugar. Conocí a Alexander, que me dijo que le tomara una foto por una galleta y su abuela lo regañó. Inmediatamente explicó que alguien le había dado una galleta antes. Le tomé una foto, me contó de sus gustos y aptitudes, y teminé sorprendiéndolo con un billete. Al regreso Aixa se fue con un grupo a comer en un paladar y yo me quedé en el cuarto. Por la noche, luego de dormir algo, nos fuimos al Teatro Nacional a ver el Ballet Nacional de Cuba, dirigido por Alicia Alonso. Compramos nuestros boletos y nos sentaron en una esquina atrás, pero la chica nos dijo que cuando apagaran las luces nos buscaría para acomodarnos en el centro. Y así fue, a las 8:30 en punto, hora de comienzo, se apagaron las luces y comenzaron los primeros acordes, ella apareció y muchos, ya acostumbrados, se levantaron para invadir las butacas del centro y al frente. De las tres noches, el sábado le tocaba al segundo primer bailarín, según las notas. Y se notó. El chico no es un bailarín dramático, no sabe actuar. La primera bailarina tampoco dio el grado, ya para el tercer acto estaba cansada y no pudo hacer par de solos. No obstante, es una excelente bailarina y buena actriz de ballet. Don Quijote es una pieza muy exigente y requiere mucho de las bailarinas. Para colmo, la Gitana se cayó en una de las vueltas. Su rostro expresaba angustia, pero más vergüenza. Pensé, incluso creo que hasta el bailarín también, que no se pararía. Por fin, luego de lo que pareció una eternidad (que lo es sin duda en el ballet) continuó bailando. El público fue muy generoso y la ovacionó. All in all, el espectáculo fue memorable a pesar de los deslices. Aunque teníamos programado ir al jazz, al llegar al hotel nos rajamos.