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Viajes de Sixto

La Patagonia argentina

SPAIN | Friday, 18 April 2008 | Views [689]

La mañana del día 7 de diciembre volé desde Bariloche hasta El Calafate en un avión de la compañía LADE. Todos los pasajeros del vuelo que subíamos al avión en Bariloche éramos mochileros canadienses, franceses, belgas, israelíes y españoles. El otro chico español que tomaba el vuelo era Ricky, un técnico forestal madrileño. Enseguida hicimos buenas migas y anduvimos un par de días juntos. Durante el vuelo, íbamos tratando de identificar los lagos y montañas que veíamos comparando con los mapas de la guía de viajes. El objetivo principal era identificar los glaciares del Parque Nacional de los Glaciares, pero todos quedaban al oeste de nuestra ruta y no vimos ninguno.

Llegamos a El Calafate en un taxi desde el aeropuerto. Como todos sus habitantes, el taxista no era de la zona. Era un porteño que había venido a la ciudad pocos años atrás con las buenas expectativas del boom turístico de la región. De hecho, el aeropuerto de El Calafate existe solamente desde el año 2000 y los accesos por carretera son todavía bastante deficientes. El trayecto desde Bariloche se cubre en bus en 36 horas por pistas sin asfaltar !!!

En cuanto bajamos del taxi buscamos un alojamiento económico y dimos un paseo por la ciudad. En menos de una hora yo ya tenía mi veredicto: El Calafate es todo lo feo que puede llegar a ser un pueblo. Los edificios se esparcen sin una mínima planificación urbanística y toda la actividad profesional gira entorno al turismo: principalmente hoteles, cafeterías, restaurantes, tiendas de recuerdos, agencias de viajes, locutorios de telefonía e internet y estudios de fotografía.

Pasamos la tarde programando la visita al Perito Moreno para la mañana siguiente, visitamos una reserva de aves a las afueras de la ciudad (la única atracción cultural de El Calafate) e hicimos una pequeña compra en un supermercado para cenar en el albergue. En cuanto llegamos al albergue fuimos a la cocina a empezar a preparar la cena. Un grupo de cinco chicos israelíes tenía ocupados todos los fogones, cacerolas, sartenes y platos de la cocina y estuvieron cocinando casi dos horas sin liberar un solo fogón. A Ricky le hervía la sangre de ver la actitud tan poco solidaria con el resto de personas que querían utilizar la cocina. Una cola de gente esperaba pacientemente sin hacer ningún comentario. Yo pensé que estarían cocinando para un grupo de 20 personas por la cantidad de comida que preparaban, pero cuando los vi sentados en la mesa nadie más los acompañaba. Dijeron que era un día especial del calendario judío. Le pidieron el mechero a Ricky para encender unas velas ceremoniales. El dudó entre el lanzallamas o el encendedor pero finalmente les prestó sonriente su mechero.

Coincidimos en la cocina con Oriol, un chico de Barcelona que apareció con unos raviolis frescos y un bote de salsa boloñesa. Hubiese tardado 5 minutos en preparar su comida y sentarse a la mesa, pero estuvo esperando más de una hora con nosotros a que se despejase la zona. Por lo menos echamos unas risas. Oriol se tomaba con humor la invasión hebrea y al final Ricky preparó pasta para los tres que regamos con un buen vino de Mendoza. Vino que bebimos a morro porque no había vasos en la cocina. Nos acostamos tarde después de un apasionante debate sobre el estado de la nación entre un madrileño, un catalán y un murciano reconvertido para la ocasión en pseudo-vasco.

Nos levantamos temprano por la mañana para pillar el autobús al glacial Perito Moreno. Había olvidado la noche anterior mi navaja en la cocina y cuando fui a buscarla ya no estaba allí. También mis tapones para los oídos habían desaparecido. Probablemente un compañero de litera los encontró en el suelo y los tiró por error a la basura. No fue un buen comienzo de día.

El glacial Perito Moreno nace en el campo de hielo patagónico sur y muere en el lago Argentino. La pared de hielo de su frente tiene 6 kilómetros de anchura y 60 metros de altura sobre el nivel del agua del lago. Es uno de los pocos glaciares del mundo en el que no se han observado episodios de retroceso y cada día avanza aproximadamente 2 metros, aunque pierde una masa de hielo equivalente. Debido a su constante avance, el glacial se une con una península de tierra formando un embalse artificial en el lago. El continuo deshielo del frente hace que el nivel del agua en el lago aumente, y el nivel de agua del Brazo Rico del lago puede crecer hasta 30 m. Esto hace que la presión del agua sobre el tapón de hielo aumente. Y periódicamente, este tapón rompe por la presión del agua provocando uno de los espectáculos naturales más bellos del planeta. La próxima ruptura está prevista para el mes de marzo de 2008.

El autobús hasta el glacial Perito Moreno tardó una hora y cuarto. A pocos kilómetros de la llegada a los miradores ya se podía ver el gigante de hielo. Era una mañana fría y estar casi tres horas delante de un inmenso frigorífico de miles de toneladas de hielo no parecía a priori la mejor opción. En cuanto bajamos del autobús y nos dirigimos a los miradores se escuchó el primer estruendo. Un fuerte estallido provocado por el desprendimiento de un bloque del frente del glaciar que nos dejó a todos estremecidos. Yo no pude ver el desprendimiento, pero me impresionó lo mismo. A partir de ese momento, todos los visitantes estuvimos en silencio admirando los tonos azulados del hielo, escuchando sus constantes crujidos y tratando de capturar con la cámara de fotos el desprendimiento de los bloques del frente y las enormes olas que se formaban en el lago. No hay palabras para expresar lo que se siente delante de ese espectáculo de imagen y sonido. De verdad que no las hay.

Fue durante la vuelta en el autobús cuando volví a ser consciente de mi cuerpo y me dí cuenta del frío que había chupado. Por suerte, no hubo represalias víricas ni asomo de catarro los días siguientes.

Por la tarde tomamos el autobús hasta El Chaltén, un emplazamiento fuente de conflictos fronterizos entre Argentina y Chile que se encuentra unos doscientos kilómetros al norte de El Calafate. Reservé una cama en el único albergue donde quedaba sitio libre. Llegué allí a las once de la noche después de caminar unos 500 metros desde la parada del bus entre lluvia y un viento infernal. Ricky, que pensaba dormir en su tienda de campaña se acercó conmigo al albergue por si quedaba alguna cama libre. Tuvo suerte y pilló la última litera disponible. El lugar no era nada lujoso, pero el ambiente era muy bueno y me quedé allí tres noches. Eso daba para dos excursiones de día para ver los impresionantes montes de la zona: los cerros Torre y Fitz Roy.

El primer día salí temprano y me acerqué hasta la laguna Torre, mirador privilegiado del cerro Torre. El camino hasta llegar allí atravesaba bosques de ñires y lengas y durante buena parte del trayecto se escuchaba el paciente trabajo de los pájaros carpinteros patagónicos picando la madera de los troncos de lenga. Pude ver varias parejas de carpinteros. Se dejaban fotografiar mansamente sin ningún temor por los clicks de las cámaras. El cielo estuvo cubierto de nubes toda la mañana y desde el mirador de la Laguna Torre no se veía ninguno de los picos emblemáticos de la zona. Cuando saqué la cámara de fotos en la laguna, HORROR !!!! Amputación de objetivo !!! La cirugía de urgencia de Buenos Aires no había sido lo suficientemente buena y la bayoneta del objetivo volvió a fallar. Por suerte, era posible hacer fotos, pero a partir de entonces llevaría el cuerpo y el objetivo separados en dos bolsas.

Hice tiempo devorando un almuerzo a base de pan, salami, frutos secos y chocolate, pero el día no despejaba. Al contrario, empezó a llover con más fuerza y durante unos minutos estuvo granizando con saña. Así que me di la vuelta y volví al pueblo lo más rápido que pude. Fue llegar abajo y a los pocos minutos el cielo abrió y quedó un día precioso. Pero yo ya llevaba 7 horas de caminata al cuerpo y no saqué fuerzas para volver a subir una hora hasta el primer mirador del cerro Torre. Moraleja: en la Patagonia, al que madruga, Dios no lo ayuda.

Pasé la tarde organizando la salida a mi siguiente destino dos días mas tarde. Había decidido ir hasta la península Valdés para ver las ballenas francas y compré un billete hasta Río Gallegos. Por la noche cené con un grupo de españoles que subían hacia el noroeste, la zona de la que yo venía. Ellos venían de Península Valdés y Ushuaia, así que intercambiamos información sobre lugares de interés mutuo. Me dijeron que ya era tarde para ver ballenas francas, aunque sólo las pingüineras de Punta Tombo y los lobos de mar de la península bien merecían que uno se acercara hasta allí. Para dinamizar la charla, teníamos enfrente una montaña de carne de la que no pudimos dar cuenta totalmente.

El segundo día salí también temprano hasta la Laguna de los Tres, una caminata de 4 horas hasta el mirador del cerro Fitz Roy (también llamado Chaltén). La subida era más dura que la del día anterior, pero el tiempo era agradable y mi cuerpo respondió mejor al esfuerzo. Una vez arriba, el cerro estaba cubierto de nubes que venían desde el campo de hielo patagónico sur y pasaban veloces en dirección oeste-este. No es casualidad que en la lengua de los mapuches Chaltén signifique montaña de humo (volcán). Esperé allí más de tres horas hasta que el cerro se despejó totalmente durante apenas cinco minutos. Pero fue impresionante. No sólo ver el cerro totalmente despejado, sino toda la línea de agujas que lo rodean. Bordeando la laguna de Los Tres, me acerqué a la Laguna Sucia, otra impresionante laguna del color de la “leche glaciaria” que lo alimenta constantemente.

Durante las tres horas que estuve allí arriba encontré a Ricky que también había estado el día anterior y no pudo ver nada. También andaban por allí unos madrileños que me hablaron iluminados sobre el parque Nacional de las Torres del Paine. De hecho, me convencieron para que fuese a caminar unos días allí. Así que al día siguiente tomé el primer bus hacia El Calafate, cancelé mi billete hasta Rio Gallegos y saqué un billete hasta Puerto Natales en Chile para la tarde. Consecuencia de las dos palizas de El Chaltén junto con el madrugón de ese día, olvidé mi anorak en el bus. Fueron minutos de pánico. Sin anorak, no podía ir a caminar a Torres del Paine !! Corrí como un poseso hasta el bus pero ya no estaba en la estación. Me acerqué a la taquilla de la compañía y pregunté si había aparecido un anorak en el bus de El Chaltén. El señor no entendía que era un anorak y con mis explicaciones dedujo que sería “una campera”. Yo no entendía que era “una campera” y con el nerviosismo del momento entramos en una agitada conversación de besugos. Pero hubo suerte y pude recuperar la prenda reconciliándome con El Calafate, que fue el sitio donde peores vibraciones tuve de todos los lugares que visité en Argentina.

Pasé el resto de la mañana tratando de reservar una cama en Puerto Natales y organizar el transporte hasta Santiago de Chile donde visitaría a Victor. Otro pequeño calvario. Hice la reserva del billete de avión mediante Internet pero el pago había que hacerlo vía telefónica a un número que no se podía marcar desde Argentina. Por suerte Victor estaba conectado a Internet y el pudo hacer la gestión telefónicamente en pocos minutos. Esto pasaba a sólo un cuarto de hora de que saliera el bus hasta Puerto Natales, así que tuve que correr hasta la estación para no perderlo. No sería la última carrera del día.

Tras cuatro horas de bus atravesando el paisaje marciano del sur la Patagonia, trámites fronterizos incluidos, llegamos a Puerto Natales a las diez de la noche. Quería salir por la mañana temprano hacia Torres del Paine pero todavía tenía que comprar comida para cuatro días de travesía. Más carreras. Encontré abiertas una frutería y una pequeña tienda de ultramarinos donde me aprovisioné de pan, salami, frutos secos, chocolate y fruta. En el albergue pude alquilar una tienda de campaña y un aislante. Fue más tarde de las dos de la madrugada cuando tuve todo preparado para salir a las 7:30h hasta Torres del Paine. Una increíble concatenación de afortunados sucesos hizo posible que pudiera estar listo para caminar esa mañana tras un día de 18 horas de frenética actividad logística.

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