Muchas gracias de nuevo por todos vuestros comentarios y por seguir tragando esta paliza. Animo que ya queda menos !!!!
Desde Mendoza hasta San Martín de los Andes el bus tarda aproximadamente 19 horas. Nosotros necesitamos alguna más porque embarrancamos en una pista de tierra a apenas 50 km de la llegada y tuvimos que esperar más de 1 hora a que nos sacaran de allí las máquinas.
La llegada a San Martín de los Andes fue un pequeño jarro de agua fría. Lo primero que tuve que hacer al bajar del bus fue buscar el anorak en lo más recóndito de mi mochila. Hacía frío y soplaba un viento bastante molesto. Además durante el trayecto hasta el albergue pude darme cuenta que San Martín poco tiene que ver con el resto de ciudades argentinas que hasta la fecha había visitado. Aquí todo recuerda a centroeuropa: la arquitectura alpina de las casas, el silencio de la vía pública, el respeto de los conductores por los pasos de cebra, las tiendas de artesanía y chocolates con nombres como Otto y Schmidt y por supuesto el entorno natural: lagos y montañas de empinadas laderas cubiertas de coníferas y cimas nevadas. San Martín se encuentra en la orilla del lago Lácar.
Este salto cultural me produjo una inicial decepción. Admiro la cultura centroeuropea, el civismo y el desarrollo económico e industrial de los pueblos germánicos, pero no esto lo que yo buscaba en este lugar del mundo. En cualquier caso, San Martín de los Andes es un destino turístico invernal, donde los argentinos de mayor poder adquisitivos van a disfrutar de las pistas de esquí de la zona y era previsible encontrar lo que pude ver allí.
Sumado a la decepción de haber viajado a Suiza por un tunel del tiempo cultural, también fue en San Martín de los Andes cuando por primera vez fui consciente de que no iba a poder visitar todos los lugares que tenía previstos y la tarde de mi llegada la pasé tratando de buscar algún vuelo para bajar hasta El Calafate unos días más tarde (los buses turísticos tardan 2 días y no hay líneas regulares !!!). Encontré una buena oferta con LADE (la compañía aérea del ejército argentino) para volar el viernes 7/12 desde Bariloche hasta El Calafate, así que tenía cuatro días para explorar toda la región de los lagos (muy poco tiempo !!!)
La reconciliación con San Martín de los Andes llegaría al día siguiente. Tenía intención de viajar hasta Villa La Angostura por la ruta de los siete lagos y compré un billete para las 16:00h. Por la mañana tenía tiempo para hacer una corta travesía en barco por el lago Lácar hasta Quila-Quina, una reserva mapuche explotada turísticamente enclavada en una península con unas bonitas vistas al lago y una flora impresionante. El lugar desde luego merecía la pena y aunque apenas tuve 1 hora para caminar entre los bosques de robles junto al lago tiré casi medio carrete de fotos.
A la vuelta en barco hasta el puerto de San Martín estuve hablando con un grupo de turistas porteños. Varios de ellos eran españoles de nacimiento: uno de un pueblecito cerca de Huercal Overa en Almería, otro de Castro (Cantabria) y una señora de Ataun en Guipúzcoa. Estuvimos hablando toda la travesía, con fotografía de recuerdo incluida.
La ruta de los siete lagos transcurre a lo largo de la carretera nacional 234 y bordea los lagos Machónico, Falkner, Villarino, Escondido, Correntoso, Espejo y Nahuel Huapi. El paisaje es idílico pero el autobús va demasiado deprisa para que uno pueda admirarlo como es debido. Además buena parte del trazado de la vía estaba en obras y los vehículos levantaban cortinas de polvo que no ayudaban a contemplarlo en las mejores condiciones. En cualquier caso, el viaje merece la pena.
Villa La Angostura es otro de los enclaves turísticos privilegiados de la región de los lagos. Está situada a la orilla noroeste de lago Nahuel Huapi y muy cerca de la estación de esquí de Cerro Bayo. El centro urbano está plagado de exclusivas tiendas de deporte, chocolaterías y restaurantes. Pero incomprensiblemente para un destino tan exclusivo, la mayoría de las calles no están asfaltadas y uno camina por las veredas masticando polvo continuamente. Me acordé varias veces de esa canción de Queen: Another one bites the dust !!!
Pasé dos noches en el albergue La Angostura, un lugar tranquilo con un personal agradable y bueno para conocer y hablar con viajeros de otros sitios. Aquí conocí a Justin, un chico de Nueva York que estaba viajando durante un año por sudamérica y que llevaba una escayola en su brazo derecho. Le pregunté imaginando que habría tenido algún accidente en la montaña escalando algún pico, pero Justin no se anduvo con rodeos. “Discutí con un tipo y quise darle un puñetazo. Se apartó y me rompí la muñeca contra la pared”. Decidí no discutir con Justin por si las moscas. También estaba en mi dormitorio Laurent, un chico de Grenoble que también viajaba casi un año por sudamérica y que se defendía bastante bien en castellano. Había un chico más con el que no pude tener una conversación, pero que sin duda era un roncador profesional. Hubiera intercambiado con él algunas palabras sobre técnica y táctica del ronquido, pero desafortunadamente siempre llegaba cuando yo ya dormía por la noche y dormía cuando yo dejaba el albergue por la mañana.
La excursión más provechosa de toda mi estancia en Villa La Angostura fue la visita al Parque Nacional de los Arrayanes. Al lugar se accede por la península de Quetrihué, un guante de tierra que penetra en el lago Nahuel Huapi. El bosque de arrayanes de piel canela se encuentra en el extremo de la peníunsula y hay que caminar unos 12 km hasta encontrarlo. Dicen que Walt Disney viajó al lugar en los años 30 y se inspiró en este bosque para crear Bambi. La verdad es que la flora y fauna de la península son impresionantes. Tengo especial buen recuerdo de un perro que encontré casi al inicio de mi paseo y que me acompaño los 12 km hasta llegar al bosque. Compartí (digamos que forzosamente) mi comida con él y cuando ya emprendía el camino de regreso me dejó por la primera turista que nos cruzamos. Creo que intuyó mejores viandas en su bolsa.
Quería estar pronto en el pueblo para subir a un mirador que se encuentra a 4 km del centro en dirección opuesta al parque nacional de los arrayanes, pero cuando llegué al centro eran las 17:00h, llevaba 30 km de pateo a las costillas y no tenía intención de reventar ese día. Así que hice tiempo hasta la cena y compartí una mesa con Laurent con buffet libre de entradas. Allí probé la famosa trucha del lago Nahuel Huapi y Laurent un cordero patagónico.
A la mañana siguiente salí en el bus de las 9:00h hasta Bariloche. En la estación de autobuses había hordas de mochileros sitiando el mostrador de información turística. No me quedé a esperar mi turno y tomé el primer autobús al centro donde yo era uno más de la plaga. Había reservado una cama en el Hostel El Gaucho, propiedad de Uwe y su mujer Ingrid. Uwe es un alemán que había viajado por todo el mundo y hace unos años decidió afincarse aquí. Después de visitar los alrededores de Bariloche pude comprender porqué lo hizo.
A mi llegada a Bariloche no tenía idea de lo que se podía visitar en un día. De hecho pensaba sentarme a la orilla del lago y pasar la mañana mirando las nubes y dormitando después de la paliza que me di el día anterior. Pero Uwe me puso las pilas y me recomendó un par de sitios imprescindibles a las afueras de la ciudad: la subida al Cerro Campanario (una de las 10 vistas más espectaculares del mundo según la revista Nacional Geographic) y el paseo “Circuito Chico”.
Así que tomé un bus de línea en dirección oeste hasta la base del cerro Campanario. Había dos opciones: subir en un cómodo teleférico o a pie por un sendero. Por supuesto, opté por el dolor. La subida era muy empinada y desde el primer minuto ya jadeaba como un lisiado. Suerte que sólo duró media hora el ascenso, porque no estaba el cuerpo para mucha samba. En cuanto llegué a la cima, coronada por una cafetería con vistas panorámicas, se me olvidó de repente todo el cansancio. Lo que uno ve desde allí arriba es simplemente alucinante. El cerro está rodeado 360 grados por lagos salpicados de pequeñas islas cubiertas de una vegetación que parece tropical y que recuerda a las montañas de formas imposibles del sur de China. A mayor altura aparecen cerros nevados que se recortan en ángulos agudos contra el cielo, que si el día es bueno, corona todo ese espectacular paisaje como una guinda fotográfica.
Una vez hube disparado unas cuantas fotografías desde todos los ángulos posibles, me senté en la cafetería para continuar admirando el paisaje moviendo el bigote con un struddel y café con leche.
Todavía quedaba día por delante y quería dar el paseo por el “Circuito Chico”. Así que tomé de nuevo el bus en dirección oeste hasta el hotel Llao Llao, según dicen el más lujoso de Sudamérica y por los precios que pude leer en mi guía Lonely Planet desde luego no era para todos los bolsillos (la suite sale por 3000 dólares la noche !!!).
No llevaba ninguna información del lugar y no tenía ni idea de por donde pasear en aquella zona, así que me pegué como una lapa a Michele, un italiano que venía a hacer lo mismo que yo, pero pertrechado con un buen mapa y mejor sentido de orientación. Dimos una vuelta de casi 20 km recorriendo bosques de pehuenes, abetos, lagos e incluso un cementerio de montañeros. Acabamos reventados de caminar después de 5 horas de paseo y casi una hora de espera para tomar del bus de vuelta. Cenamos juntos en un italiano del centro y nos despedimos entre bostezos. Estábamos molidos.
Fue una pena no disponer de más tiempo para explorar la región y quedaron muchas cosas por hacer allí: subir algunas montañas, cruzar hasta Puerto Montt en Chile y visitar la isla de Chiloé, bajar a El Bolsón y conocer el Cajón del río Azul etc… Pero siempre hay que dejar algo para justificar el regreso, así que otra vez será.