Menos misticismo, por favor! (I)
BOLIVIA | Monday, 4 May 2009 | Views [780] | Comments [1]
Me levanto y salgo corriendo al barrio de Santiago, desde donde parten los buses hacia Urubamba, Ollantaytambo y Santa María, el camino necesario y alternativo al tren turístico (un atraco a mano armada en forma de 80 dólares el pasaje) que parte directo de Cusco hasta Aguas Calientes. Consigo un pasaje directo a Santa María, sin la necesidad de cambiar de bus en los dos primeros pueblos, por el módico precio de 25 soles, aprovechando mi buena estrella y que al llegar la combi esta a punto de partir y cono sólo una plaza libre.
El viaje es entretenido. "The Roots Of Chicha", una recopilación de este ritmo peruano, aunque teñido de la psicodelia de los 70 (altamente recomendable), ameniza mi viaje. El valle sagrado comienza a mostrarme sus maravilla, en forma de picos de hasta 6.000 metros, aquí llamados nevados debido a sus nieves perpétuas, que se suceden sin interrupción.
La combi cruza de un lado a otro del valle y, pasado Ollantaytambo, escenario de una de las victorias más importantes de lo incas sobre los españoles (el hermano de "Paquito" Pizarro era menos inteligente y, posiblemente, más impulsivo), nos adentramos ya directamente en la alta montaña, ascendiendo por una carretera imposible desde la que se divisan barrancos que quitan el hipo que acaban en un valle que, desde las alturas, ya se divisa húmedo y tropical.
Al llegar a Santa María un ejército de ocasionistas me asaltan intentando venderme ya el pasaje hacia Santa Teresa. Decido esperar a que llegue más gente para ver en que micro se montan. No quiero elegir la que se quede vacía y tener que esperar una eternidad. Al final del viaje hay una caminata de dos horas y media y es bueno llegar de día para tomarse un tiempo en escoger un lugar barato donde dormir.
El trayecto entre estas dos "Santas" es increíble. Una pista de tierra suelta, como de unos dos metros y medio de anchura, que deambula por un cortecito hecho a base de dinamita en un valle escarpado y angosto, tallado a golpe de erosión por un rio rebelde y limpio, que se adivina como una corriente blanquecina y ruidosa allá en el fondo. Combato mi vértigo cambiando impresiones con yanquies, alemanes, israelíes o húngaros. Con estos últimos hago muy buenas migas.
En la última parte del viaje, un trayectito mas en combi entre Santa Teresa y la Central Hidroeléctrica de Machu Picchu, decido que los húngaros son los compañeros ideales para la caminata. Oshy es un medico de Budapest que ha venido a Lima a hacer una especie de curso de medicina tropical (que no se de que le puede servir en la fria Hungría) y Kinga una bióloga molecular (aunque ella intenta obviar lo segundo) que acompaña a su novio con el deseo de admirar la incontable biodiversidad peruana. Hablan un perfecto inglés y combinan a la perfección humor y temas interesantes. Son ideales para un cascarrabias como yo.
La caminata comienza, siguiendo la vía del tren que hemos evitado por la altura (económica) por la que discurre, en compañía tambien de Kay, un americano afincado en Malaysia, ya entradito en años, pero muy comedido a pesar de su nacionalidad. Se impone una conversación amena para evitar quedar varados en el acto mecánico que supone caminar por las traviesas de madera y así evitar caminar por las puntiagudas piedras que todos conocemos sirven para asentar la vía. Nada mas doblar la primera curva el Wayna Picchu, el pico que domina el paisaje de fondo en todas las fotos de esta marvilla de la arquitectura inca, se nos muestra ya aunque esta ves por la espalda. Sufro mi primera crisis de "bocaabierta". Y me ataca ese deseo estúpido de tomarme la primera foto tipo "yo estuve allí". Lo cumplo.
LLegamos cansados pero contentos a Aguas Calientes, tras contemplar en la estación de abastecimiento que se encuentrar unos cientos de metros antes del pueblo el fantástico Hiram Bingham, el tren de lujo que te lleva desde Cusco a Aguas Calientes con todo tipo de comodidades, por el módico precio de 600 dólares. Nos alojamos rápìdamente en el lugar más barato del pueblo, 20 soles (para entrar en el cuarto a las 10 de la noche y abandonarlo a las 3 de la mañana incluso me parece caro) y vamos a buscar un lugar donde cenar, no sin antes atender la imperiosa necesidad de Kinga de tomar unas cervezas bien fresquitas. Al final acaban siendo más de "unas" y los vahos etílicos y la falta de costumbre me hacen cenar con gula e ir a dormir como un bebé a las nueve y media de la noche. Los más de 2.000 peldaños de las escalera para llegar a las ruinas nos decían que esto era lo más sensato.
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