COPLASDEKAPLAN

Nada más salir a la calle una tremenda sensación de náuseas invade mi espíritu. No veo más que tubos de escape lanzándome humo y cabezas que salen de las infinitas furgonetas plagadas de letreros con destinos de la ciudad, que gritan repetidamente y a toda velocidad dichos destinos, casi de manera ininteligible. Me mareo y tengo que taparme la cara con el cuello de la chaqueta para intentar filtrar la mayor parte de aire posible. Todo aquí esta desordenado, acumulado, sucio. Los cables invaden el cielo de las calles, incluso las más pequeñas, formando árboles artificiales y estériles en los postes que los sujetan, adornados sólo algunas veces con una triste bombilla. La ciudad ruge de dia en medio de un calor abrasador, pasando por la noche a un silencio sólo mecánico, interrumpido solo por voces humanas y sirenas de todo lo susceptible de tenerlas, todo en medio de un frío gelido que me recuerda los 3.700 metros de altitud, mucho más patentes al subir las empinadas cuestas o al pensar en el 6-1 a Argentina de hace dos semanas.