Con los güevos de corbata
BOLIVIA | Monday, 13 April 2009 | Views [586] | Comments [2]
Así es como realmente me he sentido, y valga en este caso la expresión por la intensidad de lo experimentado, durante el corto (para lo que es un viaje en Bolivia), aunque lleno de vicisitudes, viaje entre Tarija y Villazón con la idea de tomar el tren que une la frontera con Argentina y el conocido Salar de Uyuni.
Salí a las 10 de la noche, esperando tardar unas ocho horas y estar en Villazón sobre las seis de la mañana, hora en que abren la taquilla de la estación y a la que es aconsejable estar si se quiere conseguir un buen asiento en el Wara Wara, el tren que sale dos veces por semana hacia la ciudad de Oruro y que me dejaria a medio camino para visitar el salar. Los primeros kilómetros son tranquilos, aunque en este caso se vieron enturbiados por un corte en la carretera que nos hizo desandar lo andado y tomar la antigua carretera durante unos 20 kilómetros. A partir de ahí empieza lo "bueno". Léase una ascensión interminable por cerros escarpados e increíblemente empinados, transitando por una pista de tierra bien húmeda, donde el autobús, en mi opinión demasiado grande para afrontar curvas tan cerradas, se detenia a cada rato y nos hacía bajar para poder salir de los innumerables atolladeros en los que nos veíamos atrapados. Lo más increíble es que yo, viajando sentado más o menos en la mitad del bus y situado del lado de la ventana, quedaba como suspendido en el aire cuando el vehículo quedaba varado en estas curvas, pudiendo contemplar el abismo interminable bajo mis pies, mejor aún cuando todo el mundo se acercaba curioso a mi lado del pasillo, haciéndose inclinar el auto todavia más hacia el barranco. Tan solo me quedaba cerrar los ojos y no rezaba porque no creo en dios, que si no...
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