COPLASDEKAPLAN

A veces surjen en un viajes cosas que no esperamos, destinos con los que no contamos, que nos aportan experiencias irrepetibles y doblemente placenteras por el hecho de no haberlas previsto. Eso me ha sucedido en Tarabuco.
Estando en Sucre me entere de que los domingos hay un mercado en un pueblito a 60 km. donde se reúnen habitantes de otros pueblos pertenecientes a diferentes etnias y ataviados con sus vestimentas típicas. Lo había leído en la guia, pero me parecía un montaje de estos para turistas.
Y la verdad es que había muchos turista, algunos de ellos conocidos, pero uno se queda tan bobo contemplando las caras de esta gente, castigadas por el frío, el viento y el potente sol en esta altitud, que no repara en los gringuitos que le rodean.
El conjunto de estas pieles curtidas, cobrizas y con unas arrugas marcada y expresivas; las diferentes indumentarias, aparentemente poco apropiadas para este clima, y la naturaleza de algunas mercancias, como hojas de coca, frutos secos extraños y todo tipo sombreros creados con una imaginación dificil de encontrar en estas gentes; contrasta con la abundancia de objetos de plástico, todo tipo de refrescos, pantallas de pequeños televisores con los videos de los artistas de la provincia.
Después de un almuerzo de 7 bolivianos (80 céntimos) consistente en una pechuga de pollo con arroz, papas fritas y ensalada; regresamos en una de las pequeñas furgonetas donde se desplazan los lugareños, mucho más angosta y sofocante, pero más rapida al fin y al cabo, pensando hasta cuándo estas formas de vida se mantendran y quien seguirá interesado en conocerlas cuando ya solo formen parte de documentales y libros gordos y aburridos. Hablo de todo esto con mis amigos franceses, tres mosqueteros que recorren Sudamérica llenos de idealismo y simpatía, mientras nos comemos unos sorprendentes kebaps en medio del altiplano boliviano. La aldea global avanza a pasos agigantados.