Cuando
visité el Cañón del Sumidero en Chiapas me impresionó mucho la anchura del río
y la altura de las paredes del cañón. Recuerdo haber pasado un excelente rato
en el parque ecológico, donde disfruté mucho lanzarme desde la tirolesa y hacer
las diferentes paradas: la selva bajo mis pies y la imagen del cañón al fondo
eran espectaculares mientras me deslizaba sobre el viento.
Pero lo que más recuerdo de aquella
ocasión fue estar esperando la lancha en el embarcadero del parque para
regresar al pueblo de Chiapa de Corzo. Mientras aguardaba en el muelle,
observaba cómo un par de muchachos intentaban remar en un kayak. Digo que lo
"intentaban" porque al parecer eran nuevos en ello, ya que no se
coordinaban muy bien que digamos. Este detalle cobró demasiada importancia
cuando, de repente, un enorme cocodrilo venido del cañón se empezó a acercar
hacia la zona donde estaban "remando" estos muchachos, que es una
especie de rincón del cañón donde se encuentra el parque ecológico.
Yo vi venir al cocodrilo desde lejos y
vi también a los muchachos que no se dieron cuenta de ello hasta que lo tenían
demasiado cerca. Cuando vieron la larga cresta del animal ondeando sobre el
agua, comenzaron a remar estrepitosamente y con una total ausencia de
acompasamiento, intentando regresar al embarcadero, presas de un ataque de
pánico. Y yo, que había visto toda la escena, me moría de la risa al verlos dar
vueltas sobre el mismo sitio y, sobre todo, al notar que el cocodrilo ni
siquiera los volteó a ver mientras nadaba lentamente hacia la cascada situada
sobre la pared del cañón, donde desapareció sin dejar otro rastro que el par de
chicos asustados detrás. Para cuando este par de inexpertos remeros lograron
alcanzar el muelle, el cocodrilo de seguro estaba muerto de risa igual que yo
en algún recóndito escondite del río.