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Awereness of diversity

My Scholarship entry - Seeing the world through other eyes

WORLDWIDE | Tuesday, 24 April 2012 | Views [917] | Scholarship Entry

April 21. When the bus trip is well with the constantly changing images through the window it becomes difficult to get concentrated, but it is also difficult to ignore the stories landscapes always have. I went to Bogota to visit “The International Book Fair". I traveled with two friends, twins, hoping to find some good books and to listen to Gay Talese. We stayed on the 12th floor of a building right in front of Corferias where the book fair was, at my friends’ aunt´s home. The building is named "Nariño Center" and is a strange construction of about 65 years where within the same set, next to the apartments, there is also a school. For this reason while people are waiting for the elevator to go home can see children in uniform running and playing around. The fair entrance looks like a fashion show in which women who are visiting the fair compete in beauty with some of the ladies that try to convince you to acquire a magazine subscription. Cold provides an excuse to go elegant. You can tour a gallery after another and get lost in the immensity of known and unknown names that publications reveal, books of all kinds in issues of all kinds, great tomes you can´t afford, hidden treasures among tables full of the cheapest books. I bought an anthology of the 27 Spanish generation and a novel: "The Slaves of Solitude" by Patrick Hamilton. Talese's talk was entertaining though, but as is common, remained primarily between the channels of the anecdote. I expected to hear more about the work of writing. After that I went out the apartment looking for a place to be alone and write. I walked for half an hour until I saw an old woman just sat in the street in the middle of the rain. She asked me: Do you have any food? And I said no, sorry Mrs., I spent all my money buying a few books at the fair. And then she looked at me and answered: You are just another tourist.

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Ibagué, 21 de abril. Miro el reloj y son las 10:30 a.m. Dormí unas siete horas y estoy casi recuperado. El regreso de Bogotá fue un poco traumático: hice una mala elección de bus (no se debe viajar jamás en uno pequeño y mucho menos en el último asiento) y tomó un poco más de tiempo del que esperaba (cinco horas de viaje).

Esa vieja costumbre mía de no dormir mientras viajo es una lotería que te puede permitir disfrutar al máximo cada detalle, como si fueras un catador de paisajes, o llevar tu desesperación a extremos que rayan con la angustia. Cuando el viaje es bueno mientras se viaja en bus con el constante cambio de imágenes pasando por la ventana se hace difícil concentrarse, pero también se hace difícil desentenderse de las historias que siempre cuentan los paisajes. En Colombia los paisajes suelen variar de un momento a otro (algunos cambios apenas se perciben y otros son radicales), y con ellos lo hacen los estados de ánimo del espectador. Yo generalmente pienso en cosas inaprensibles como en todas las partículas del universo que no he visto y no veré, o en todas las partículas del universo que he visto y no recuerdo. Tal vez influye el viajar escuchando The Strokes.

Fui hacia Bogotá para visitar la Feria Internacional del Libro. Viajé con dos amigos, hermanos gemelos, esperando poder encontrar algunos buenos libros a y escuchar a Gay Talese. Nos alojamos en el piso 12 de un edificio justo al frente de Corferias donde se realiza la feria, en el que vive una tía de mis amigos que me atendió como a otro sobrino. Se llama “Centro Nariño” y es una extraña construcción de hace aproximadamente 65 años en la que dentro del mismo conjunto, junto a los apartamentos, hay también una escuela. Por ese motivo mientras esperas el ascensor para ir a tu hogar puedes ver pasar corriendo y jugando a niños en uniforme a tu lado. También hay árboles altos en los que abundan pájaros gordos y un teatro abandonado cuyas paredes de piedra los niños tratan de escalar.

Durante todo el tiempo que estuve allí en el cielo amenazó una rebelión de lluvia que finalmente no se desató. La Feria refleja el mundo desde la particular combinación de Bogotá. Es un evento enorme con millares de libros, invitados de varios países, conferencias y conversatorios recorrida por millares de snobs y estudiantes, algunos cientos de honorables curiosos e incluso niños en la que se une la experiencia colectiva con la absolutamente individual.

La entrada parece un desfile de modas en el que las mujeres que van de visita compiten en belleza con algunas de las señoritas que tratan de convencerte para que adquieras una suscripción a una revista. A pesar de que todos intentan vestirse cómodamente, el frío proporciona una excusa para ir elegante. La mayoría de los estantes se pueden recorrer tranquilamente y sin que nadie te interrumpa, aunque siempre tendrás algún ojo en ti vigilando qué haces con los libros que revisas. Puedes recorrer una galería-pabellón tras otra y perderte en la inmensidad de nombres conocidos y desconocidos que revelan las publicaciones (son muchísimos más los desconocidos), en libros de toda clase en ediciones de toda clase, portadas magníficas fuera de tu alcance económico, tesoros ocultos entre mesas llenas de los libros más baratos. Yo compré una antología de la generación del 27 española y tres novelas: “Los esclavos de la soledad” de Patrick Hamilton, “Plexus” de Henry Miller y “Casi nunca” de Daniel Sada. El libro inalcanzable esta vez fue una obra completa con los cuentos de Chejov.

La charla de Talese fue amena aunque, como es frecuente, se mantuvo primordialmente entre los cauces de la anécdota. Yo esperaba escuchar más de la técnica de escritura, sin embrago reveló dos verdades que no repetiré aquí y que hicieron que valiera la pena asistir. Al salir caminamos un poco más por ahí y movidos por el hambre (la comida es muy cara en la Feria) y el cansancio decidimos regresar al apartamento de la tía de mis amigos. Después de cenar nos sentamos en su sala. Olafo, su perro, gemía para llamar su atención mientras ella hablaba con nosotros y con una mano ella lo consentía. Por la ventana se veía llover y las luces de Bogotá parecían infinitas multiplicadas en los reflejos del agua. Daban ganas de escribir sobre esa ciudad.


Tags: travel writing scholarship 2012

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