ALEJO DE LA TORRE
ANDORRA
El Viaje
Capítulo Uno
ASÍ ES LA VIDA
De las cosas que la vida me mostró,
hubo muchas que no quiero recordar,
y otras tantas que no son sino dolor.
Y aun así sin preguntar sé muy bien que lo mejor
fue amor. Oh, sí. Fue amor, yeah yeah.
Jazzy Mel.
-¿Por qué no entramos acá? -dijo, mientras se reía y buscaba el vestido para ser feliz. Evidentemente ése era el negocio en el que había que entrar: si no, esta historia no existiría. Ese negocio en donde un vestido sería la puerta de entrada a una historia real, y dejaría de ser una excusa más para salir a divertirse y vestirse
- A ver: ¡Hola! Dame ése, ése y ése. ¿Te gustan?
-No sé... ¡esperá que me los pruebe! Vení y decime qué tal.
-OK: andá probándote y vemos.
-Disculpame -dije a una mujer que tenía una remera a rayas negras y blancas-. ¿Cuánto cuesta este vestidito?
-176.540 australes.
-176.540 australes... o sea... ¿treinta dólares por un pedacito así de tela? Cuando en realidad la parte más linda es cuando te lo sacás.
-Y sí: todos terminamos en ésa...
-¿Y? ¿Cómo te quedó? ¡Tá buenísimo! ¡Tá mundial! ¿Te gusta?
-Ay... meeencanta. ¡Es medio cortito!
-Mejor: la vida también. Bueno: listo, Vamos.
Y ante el pago en dólares, la encargada de la caja:
-¿No serán falsos, no?
-No te preocupés -se adelantó una voz-. Cualquier cosa yo se los cobro en Fly -dijo la mujer de remera a rayas.
¿Cómo?, pensé.
-¿Vos vas ahí? No te he visto nunca.... pero son buenos.
-Bueno, listo, gracias, nos vemos.
-Chau.
-¡Gracias!
No era tiempo de análisis alguno, ni mucho menos, tiempo de reflexiones: era tiempo, por ejemplo... ¡de que el BB Gavatxe usara el vestido! Ésas eran las únicas cosas importantes: divertirse, reírse, salir a bailar, comprarse ropa, en fin: una cuestión de vida o muerte. Disfrutar la superficialidad o morir. Extremo total.
Ya habría tiempo para eso, para morir: ahora había que vivir; y en realidad, lo que había que hacer al otro día, era organizar cómo grabar The Time Goes by, la canción del país de la nieve, compuesta tiempo después del día del Port de Rat, ese verano argentino, invierno allí. En síntesis: 05 minutos, 58 segundos de buena música, en lugar de una vida: El cambio no era muy convincente, pero en el mercado de la existencia, vaqueros, no hay muchas chances a la hora de la negociación, y el mejor negocio es entender cómo se sigue viviendo. Que siga la música.
Al tema lo había compuesto en el Tiffany’s, con la guitarrita que me prestó Mark Crichton -I wonder what has become of this Irish man-, una criolla común, pero muy fiel en notas y frutos. A pesar de que no me di cuenta cuando la agarré, adentro de ese hueco había una canción: mi canción.
Y así pasa con las personas: todos vivimos en el hueco de la existencia, y copados de superficialidad es que se puede de tanto en tanto encontrar la canción del momento. El que no canta, ya murió, aunque siga existiendo, o así crea que lo hace.
The Time Goes by salió espectacular: inclusive las partes con la voz en off -Eh Carchat, on vas tu?- salieron muy buenas: igual que con la guitarra de Mark, de la consola de grabación salieron cosas que uno no sabía que existían.
Así es que el vestido (o la puerta), la guitarra (o la canción), la vida (o la muerte) definían ese agosto de 1990. En realidad, el año 1990 ya había empezado bastante loco: había empezado para mí en Andorra, a diez mil kilómetros de casa, de El Mollar, en el campo; de Alberdi 50, de Gin, de la Renola, de Cado, mi amigo, de Totoral y la casa de los Agrelo; en medio de la nieve, laburando en la Telecadira Doppelmayr, la antigua telesilla austríaca de la estación Arcalís, en el Retorn, en la loma de la mierda; y lo mejor: me encantaba. Además, como indio salvaje, no había andado nunca en tren, ni en avión, ni conocía la nieve. Estaba en Europa, y por mis propios medios, y no ya ganando diez dólares por mes en un estudio jurídico, sino mil por mes en una estación de esquí. Para un estudiante de abogacía sudamericano venía muy bien como experiencia. Sumado a eso, trabajaría con mi hermano mayor, al cual hacía bastante que no veía, ya que vivía donde la nieve estuviere. Y para broche de oro: ¡el Bebé Gavatxe! Realmente había sido el encuentro justo, en el momento justo. ¿Quién iba a decir que ese cruce no planeado un mediodía de fines de septiembre de 1989, en la Cañada, iba a desatar una cadena de coincidencias y ocurrencias jamás pensadas? Nadie.
Durante 1989 yo había trabajado en el estudio de Myriam, una "torda" de treinta y un años, exuberante, esclava de las cosas caras y lindas. Muy buena onda era ella ... con unas amigas que estaban bastante buenas: María Rosa, Graciela, y "otras chicas del montón", entre más figuritas que pasaban por allí. Era lindo trabajar con gente positiva; y de paso se veían minas "pulenta". Y más, si uno es un pibe iluso y lo necesariamente superficial como para que la vida no sea un embole.
Siempre le estaré agradecido a Myriam, por su trabajo; además de que era buena y estaba buena, me quedaba cómodo el lugar de trabajo. Más allá de la paga de diez dólares por mes, que casi no servían para nada, pero ayudaban a meterse en la profesión, hacer Tribunales y rendir las materias de ese año. Fueron mis primeras armas.
Ese año, me había ganado un boleto de ida y vuelta a Europa, ayudando a organizar un viaje a Santiago de Compostela. Mi destino en diciembre sería Madrid. ¿Y por qué no -pensaba- ir por treinta días a Europa, aprovechar que estaba Matías, mi hermano, que junaba gente allá, y volver, así terminaba con otro año de la facu? Así que decidí que lo mejor sería meter la mayor cantidad de materias, antes de irme de viaje a Andorra, y seguir a la vuelta con la carrera. Tengo boleto de vuelta para el 20 de enero, el 20 estoy acá, no más, -pensé.
La cuestión con el BB Gavatxe iba al pelo: todo OK, una piba con súper buena onda y muy transparente. Pero lo más criminal era que ella también se iba a ir a Europa, y justamente iba a estar en Francia, en la misma época que yo estaría en Andorra:
-Te puedo invitar un café en el segundo piso de la Tour, pero por qué no lo dejamos para más adelante y salimos esta noche, mejor -fue la manera de pactar la salida.
Tan frívolo, si se quiere, como alucinante y sano. Pues bien: ya era un proyecto muy concreto e insólito pensar en la posibilidad de encontrarse en Europa, como quien iba a Fly -la mejor disco de la historia- y volvía: ¡sudamericanos inconscientes! Pero ésa era la onda; y era una muy buena aventura. Diecisiete años, señores, y yo veintidós: El Tesoro de la Juventud.
Junté una "buena" suma de guita como para ir a Europa. ¿Qué hice? ¡Vendí mi Renault 4 en la suma de U$D140! O sea, no servía ni para que me metan en cana por pobre. Pero pensé que con eso era bastante: de última... ya vería allá. Animal. Por los días que quedaron en Argentina, me compré una bicicleta, y así, me iba a laburar de Alberdi 50 hasta el centro en bici, de saco y corbata a lo de Myriam. Strange? ¡No! ¡Bien ahí! Y la bici fue mucho más prolífica que el auto: todas las tardes a andar en bici con el BB Gavatxe.
Esto estaba tremendamente bien, pero había que hacer algo más: ¿qué se podía hacer para cerrar ese año de una manera asesina? Obvio: la casa de la Bola -mi viejo, el mejor cómplice de todas las cagadas que he hecho en mi vida- estaba recién por estrenarse: ¡UNA FIESTA! ¡Sí, la fiesta! La fiesta que había querido hacer toda la vida... ¡era el momento justo! Una fiesta de disfraz y maquillaje, rigurosos: el que no se pinta y no se disfraza, no entra. Ponemos un nazi en la puerta y listo. ¿Y la música? ¿Quién mejor que mi amigo, el guitarrista de nuestra banda, DJ de Factory, José Cabanillas?
Las últimas materias que metí ese año, obviamente las metí porque había sido "a good boy in class". En realidad ahora, fin de año en puerta, lo importante era comprar los globos, hacer las tarjetas, y que fuera mucha gente: los de todas las épocas, los de todos los extremos: pensé que era la Fiesta del Fin del Mundo, Según el Evangelio de San Lucas.
En fin: esto iba a ser un DESCONTROL. Y así la bauticé: "Descontrol: Maquillaje y disfraz rigurosos. 22:57 hs." Así puse en las tarjetas. Básicamente una excentricidad. Eso iba a ser una fiesta. Entonces, a esa velocidad y a ese ritmo, todo ocurría rápido: pero, como hubo un adelanto de una semana en los vuelos a Europa, no sé por qué motivo, la velocidad de organización de la fiesta duplicó su ritmo vertical y kamikaze, y la fiesta ya no era el 2 de diciembre: ahora era el 25 de Noviembre: ¡Sí! ¡Ya! ¡Ahora! Sólo había tiempo para divertirse o "morir" si no se llegaba a la fiesta. Después de la fiesta: La Nada. Tenía que ser de magnitudes apocalípticas.
La fiesta empezaba a las 22:57 hs. Fui a buscar al BB Gavatxe, a quien le había dicho que yo personalmente las pasaría a buscar "a todas juntas", o sea a sus amigas. Y fui hasta la casa donde se iban a reunir, ya todas disfrazadas, y maquilladas de fiesta.
-Hola: ¿están las chicas? -ya totalmente maquillado y disfrazado de algo que aún no he logrado descifrar.
-Sí, pe... p... per... ya te las llamo: ¡Chiiiicas! La fiesta! ¡Las buscan!
-¿Vamos?
(Risas)
-¡Qué bueno!
-Pero... ¿de qué te disfrazaste?
El mejor maquillaje de todos, fue la cara del guaso que manejaba el carro, cuando vio "la merca femenina" que iba subiendo a su Mateo Súper-Sport:
-Ah, despué desto, ¡que Dio me quite la vida, si quiere! -acertó el maestro.
Y la cara de todas las pasajeras invitadas a abordar el desatino y el protagonismo, cuando advirtieron en qué iban a tener que subir: UN CARRO tirado por un caballo, lleno de globos y serpentinas y botellas de champagne, y dispuesto a obedecer las déspotas órdenes que mi alocada voluntad le comandara a su elegante “yofer”, oriundo de “Víia Altamira”, más allá de San Vicente. Así partió esta carrada de hembras, a caballo, por el medio de la ciudad, Deán Funes, La Cañada, Vélez Sarsfield, Duarte Quirós: fotos, gritos, canciones y disturbios varios, hasta que el viaje terminó en la casa de la Bola. Era un buen comienzo para una fiesta: el primer kilómetro de fiesta y el primero del viaje, ya estaban asegurados.
-¿Va llegando gente, Jefe? -pregunté al policía que había contratado para la puerta.
-Por lo meno’...
La respuesta era obvia: la cantidad de autos en la calle ya lo decía: empezó a caer gente, y no paró más en toda la noche: ¡qué salvajes!
La casa estaba recién construida y pintada. Cada uno traía una botella de algo y una vela. Sí, una vela -así decía en las tarjetas- cuya luz daba a los caracteres de los disfraces un toque Barry Lyndon, como para inspirarse. Mucha gente. A tope. Música, y decibeles que iban haciendo bailar al papel picado, mientras caía por el aire. El mejor DJ de la ciudad estaba esa noche; y cuando se acabó el papel picado, se me ocurrió pensar -¿pensar en una fiesta? Casi un error- qué se podría tirar en lugar de papel. Subí al techo de la casa y abrí el caño maestro del tanque de agua, y empezó a "llover" adentro de la fiesta, justo en esa noche de verano...
Eso fue una fiesta...
¿Cómo podía empezar el ‘90, si el ‘89 no daba más, casi al borde de la explosión?
Vayamos entonces a agosto de 1990, ¡al vestidito! Era momento para el BB Gavatxe de usar su famoso vestidito: y qué mejor ocasión que el día del casamiento de "El General", un gran amigo mío de Santiago del Estero. Nunca se sabrá -y menos cuando se trata de una mujer frente a otras en un casamiento- si lo importante en esta vida es el casamiento como sacramento, o el vestido que cada una de las envidiosas y concurrentes aún célibes se pone para ir al mismo. Por suerte para mi amigo y su afortunada mujer lo importante no fue el vestido en ese caso. Si no, hoy tendrían una excelente colección de vestidos con los cuales disfrazarse, en vez de unos adorables hijos.
-La vida: ¿se divide entre la gente que tiene vestidos y los que tienen hijos?
-Todo depende de si querés vivir en una tienda, o bien en una contienda con tus hijos. Pero la vida te exige no ser cobarde: aun para vestirse, aun para parirse.
Y una noche, no mucho después de la compra del famoso vestido, minutos antes de mi cumpleaños y después del llamado de Lara, mi amiga angloirlandesa de Andorra, llegando a "la" disco. Y sí: si la vida era bailar...
-Nenas: vayan pasando, que le compro unos Marlboro a Cocó -cuando fui sorprendido por mi acreedora. En el momento en que entraba a la disco, siento una voz clara, concreta y sabedora de lo que quería:
-¡Los dólares eran falsos!
-¿Cómo?
-¿No te acordás de mí?
-No... ah... ya está: ¿qué hacés? -respondí en automático. Entré en una fase de desvío motriz y volitivo de mis objetivos (¿"objetivos"? Nunca planteados) para una noche, en donde lo más divertido era una remera que yo mismo había pintado horas antes, de una manera muy animal y particularmente antiestética (para los demás).
-¿Y qué ondas? -dije.
-¿Y dónde está el vestido?
-Ya tiene vida propia...
-¿Y vos, dónde estás?
-Por ahí. ¿Nos vemos?
-¡Dale, nos vemos!
Y de repente no sabía adónde estaba, ni para qué estaba en ese lugar, que no era al que yo había querido ir. Sin embargo, ahí estaba; pero no era malo el cambio de rumbo de todo.
¿Por qué a mí esa mujer, animal, me llama? Está her-mo-sa; pero qué diferente a lo que había visto el otro día. Evidentemente no había visto nada: no me había fijado en el lomo, el pelo, ni los ojos; pero ya era tarde: había pasado de la falta de atención, directamente a la sorpresa. Demasiado tarde para todo.
Realmente, ¡feliz cumpleaños! Y la noche siguió su rumbo, como sólo ella sabe; esa música alucinante: la misma de antes. Y otra más. Buena música ponían en ese lugar: ese lugar que hacía ya unos años venía dando tanto. I poc a poc, la noche, sabia, fue acercando las cosas que debían estar cerca:
-Pará: ¿tenés un nombre? Porque... no lo sé.
-Natalia.
-Natalia...
-¿Y por qué no pasás un día a visitarme? Llamame.
-Dale.
Y bueno, cosa a fare? La verdad, todas las historias sólo cobran vida cuando son relatadas a un amigo. Efectivamente, me junté con mi amigo y luego de ver los detalles dije:
-Man, ¿Qué hago?
-Andá y pasá.
Llamé y arreglé no sé de qué manera, cuidando los detalles y el tacto, para hacer algo el sábado, pero pareció que más oportuno sería ese viernes 14 de septiembre (vaya fecha). Se planteaba un problema: justo esa noche ya había arreglado para ir al teatro con una pareja amiga para ver a las 21:30 “Los valses de Strauss”. ¿Cómo carajo hacer? Fue una excelente función de teatro. Así pasó: una excelente puesta en escena. Y bueno, lo que se acabó se acabó, el teatro apagó sus luces y cada chancho a su rancho.
Vértigo, cálculos, detalles, y a pie. El tema era a la una de la mañana...
Tutto è disposto:
L’ora dovrebbe esser vicina;
Io sento gente...è dessa!
Non è alcun;
buia è la notte...
"Le nozze di Figaro"
LORENZO DA PONTE
En un momento sonó el timbre en la casa de la Bola: era la hora. Fui, y abrí esa puerta verde que metía un quilombo cada vez que se abría. Ahí estaba: totalmente real, totalmente segura de sí misma, y envuelta en un spolverino, medias blancas hasta las rodillas, hot-pants, y todo eso que había adentro. Qué buen momento.
-¡Eh! ¡Hola!
-¿Acá vivís?
-¡Ahpp!
-¡Oh! ¡Qué lindo el gatito! -dijo, y el gatito se trepó a una tapia, huyendo.
-Pasá: vamos a tomar algo.
Miradas, palabras, sorpresas, dudas. Distancia. De repente la guitarra. Mejor que mil palabras, suplió los silencios, y las burbujas de un brut rosé estallaron contra el silencio.
-No fumo -dije mientras rechacé un Marlboro-, pero dale, dicen que es muy bueno fumar en los buenos momentos. ¿Yo tomo, y vos fumás?
Silencio. Mucho silencio. Aire. Mucho aire. Palabras, muchas.
Ariscos, y no tanto, y así se fue el tiempo. Y llegó la luz del otro día. Era hora de irse. ¡No podía creer lo buena que estaba esa mujer! Y estaba conmigo.
En esos días de locura y libertad, lo mejor que podía pasar era lo que estaba pasando: conocer a Natalia. Una cosa de locos. Se me ocurrió ir al campo, y fuimos, a bañarnos al sol y al río. "463", decía la placa, y aún lo dice, en la puertita del cuarto de la casa de piedra. Increíble. Entonces fuimos río arriba, y después río abajo, y después a otro río. Esos lugares. Esas paredes. El buen domingo seguía su curso y pronto estábamos de vuelta en la ciudad. Y "Adiós". Pero... ¿y?
En cinco días, ese viernes, día de la primavera, yo tenía que partir para Chile, a llevar una gente a esquiar a Portillo, donde me quedaría una semana: ¡una eternidad! La verdad es que si bien el programa del esquí me gustaba, mi interés había casi desaparecido; en realidad, había mutado: quería ver qué pasaba con esto otro. El hierro se dobla en caliente o no se dobla. Pero bueno, qué hacer. Esperar. Pero...
Y de repente, un jueves por la noche, a media cuadra de la casa del Jesús, el mogólico del bar Esper -9 de Julio esquina Garzón Maceda-, no sé cómo pasó, pero pasó: por Dios, esa mujer, de cuerpo y alma desnudas.
-Quiero que te llevés un recuerdito -escuché.
Y con la gracia natural de un felino a punto de atrapar su presa, se detuvo. Miró. Y se entregó. En ese momento, la presa se confundió con el cazador, y el cazador con la presa, y la realidad con el sueño, y la respiración con la respiración, y la calma con la prisa, y el silencio con la risa. Cuando despertaron ambos, cazador y presa, se dieron cuenta de que estaban atrapados en la jaula del propio recuerdo: el de esa noche. Y luego de ese duelo sin ofensas y sin padrinos, pero con la mente y el corazón como testigos, en el que ambos batientes salieron satisfechos, vi una frase escrita con Rimmel en la pared:
¡AMO LA VIDA DE ESTE PLANETA!
N Z
Portillo estaba excelente, como siempre en primavera: Plateau, Tío Bob’s, Roca Jack. El sol, el viento, la nieve, las montañas: mucho esquí. No era malo como trabajo, no era malo como diversión. Me encontré con Julio, pister de Andorra (Oie, la cgagó, uon!). Pero cuando la mente no está, no hay nada. Realmente estaba a 3.300 metros de altitud, de todo y de todos. ¿Si todo está en la mente, qué hay en el corazón? No lo sé: pero todo estaba en la Jaula. En la jaula del recuerdo. En fin, esos días, esa semana, fue un suspiro. Un plácido recuerdo...
Volví a Córdoba, y luego de presenciar una discusión de aproximadamente dos horas, entre el corazón y la mente, por la cual el Corazón terminó siendo imputado como autor por el Homicidio de la Mente, agravado por el vínculo, decidí cobardemente huir en mi bicicleta con el necio asesino, y terminé donde éste me llevó: Fancy Club, donde trabajaba Natalia. Le dije al corazón:
-Loco, esperame afuera, porque si vos entrás, ¡vamos a echar moco!
Ahí quedó el corazón, violín en bolsa, cuidando la bici en la vereda.
-¡Ey!
-Hola -dijo esta mujer
-¿Cómo te va? ¿Te llegó la carta?
-¿Qué carta? -en una voz extraña.
-La que te mandé desde Chile.
-No.
-Escuchame: ¿Qué onda esta noche?
-Bueno. Pasá por casa.
Salí del lugar, y lo primero que hice fue agarrarme a las puteadas en la vereda con el corazón:
-¡Bolú..., por hacerte caso a vos!
-Pe, pero, si yo estaba acá afuera. ¿Cuál es tu drama, alteradito?
-No sé... tengo una sensación como si la mina hubiera dejado a propósito la puerta de la jaula abierta.
-Ma perche’?
-No sé, loco... ¡si no sabés vos!
Empezamos a pedalear despacito, como si hubiéramos perdido el vuelto. ¿La mente? Ya la habían trasladado a la morgue, a dos cuadras, al ladito del San Roque. ¿Qué se le iba a hacer? Faltaba poco para las once de la noche: ¿poco? Miles de horas.
Al fin, ese sádico reloj marcó las once: ¡Vamosss!, -pensé. Y sí. Fueron siete horas de ansiedad, distracción concentrada. ¿Que qué hice con el cuore? Lo até con una cadena, a la pata del reloj, y ¡que-se-cague! Si lo llevaba, echábamos moco. Pero... ¿y la mente? ¿Ésa? Ésa ya estaba en la bolsita de plástico, hacía rato: tampoco estaba disponible ya.
Vamos como sea, me dije. Ya no tenía más excusas para evitar ir yo solo. Con la ansiedad propia de quien escribe, es muy probable que esa noche haya batido un récord de velocidad entre mi casa y la suya. Otro record.
-Hola, sí. ¿Está Nati?
-¿Quién es, Alejo?
-Sí.
-Mirá, la Nati salió -fue la seria respuesta.
-Ah. Bueno -ghghgh-. Dígale que pasé. Gracias.
Otro record, al pedo. Repito. Esta vez al revés: hacia mi casa, y al paso, nomás. Demoré no tanto en llegar a casa, sino en entender qué carajo pasaba. A esa altura yo no entendía más nada. ¿Dónde estaba el felino que me había perdonado la vida en medio de la jungla: ¿o la jungla se había transformado en hielo e incertidumbre? No lo sabía. Sin embargo, al otro día estando yo en casa, y sin aviso, apareció esta mujer, a la tardecita, a eso de las ocho. Obviamente mis ojos (que ya la veían más linda que al día anterior) deben haberme delatado al instante, porque no me dijo sino las palabras justas para la ocasión:
-Mirá, anoche sí estaba en casa, pero la verdad.... es que no tenía ganas de salir. Y prefería decírtelo personalmente, pero por ahora...
¿Por qué será que uno en los momentos en que tiene que quedarse callado, empieza a hablar desvaríos, que sólo sirven para rematar la condena común a todos los imbéciles que se encuentran bajo el encanto de una mujer?
-No... ¡está todo bien! -frase aprehendida de la TV. Mentira: ¡estaba todo mal!- Pero nos veamos. En todo caso te llamo... -insistí. Inútil: la cara de opa resume las frases de quien las dice...
Así que, como si fuera un velorio de alguien no muy conocido, en el que hay que cumplir con los deudos, nos quedamos como dos extraños que recién se conocen, observando el cadáver de esta conversación, sin siquiera tratar de reavivarlo. Mejor enterrarlo, y bien profundo. En todo caso... de tanto en tanto recordarlo. Pero, no. Mejor no hablar de ciertas cosas.
-¿Te acompaño hasta la puerta?
-Bueno. Chau.
-Chau.
Cerré la puerta, y ahí mismo saqué el martillo de emergencia y empecé a darme en las bolas, como indica la OMS para estos casos. ¡Cómo iba a ser taaaan tarado! Y la mina se estaba yendo...
-Que se vaya. ....
-No: ¡que venga!
-¡Qué!
Lo mejor en ese momento era irse al campo (futem al camp!), pensar en otra cosa, y ya se vería... Pero como todo récord se rompe, a la semana siguiente nos vimos, y a la otra también. Pero faltaba algo: no sé qué sería, quizá mi relación con BB Gavatxe era muy reciente, vaya a saber qué pensamientos rondaban en la cabeza de Nati, en fin. Tiempo al tiempo: era mediados de octubre, y ya tendría que irme para Andorra en un mes, o sea que todas las definiciones para lo que uno hacía en Argentina eran a corto plazo. ¿Estudiar? Ése no era el año. ¿A la vuelta? No sé, ya se vería: ésa era la idea. No sé.
Una noche, después de ir a tomar un licuado con dos buenos amigos, llegué a mi casa, y en el silencio de la noche, el teléfono; la bakelita negra que a veces tomaba forma de galera de mago:
-¿Pero cómo iba a ser ella -pensé-, si cada vez que uno espera una llamada, la llamada nunca llega?
-Má’ sí: atiendo, y seguro es ella -afirmé como un soberbio cagón.
-¿Hable!? -con voz de "No, no-estoy-esperando-tu-llamada".
-¿Hola? -¡Sí! ¡Era ella!
-Ah, hola, ¿qué hacés? -ya era "un tipo muy seguro de sí mismo".
-No, te llamaba, y -ta, ta, ta...
Excelente: me había hablado y con buena onda. Eso tenía más color.
- Listo. Paso y te busco, ¿te parece?
Alberdi, Alberdi 50: ¿por qué tenía tanta mugre ese departamento? No importa, era una maravilla. ¡Y claro! Hacía un año que no pasaba ni una escoba por ahí. En realidad, no era un departamento, era una rueda de auxilio, con forma de útero materno, que nos había servido de cucha varios kilómetros y varios años: no al pedo nos pasamos diez años en "Alberdi 50".
Y allí, en la rueda de auxilio, tomamos un vino, conversamos palabras, más palabras, más palabras, y "¿Qué opinas de esto? " y "Qué de aquello?", y "¡A mí me pasa lo mismo!", "¡Que sí!", "¡Que no!", "¡Qué lindo es eso!"; hasta que de diálogo tímido y civilizado, pasaba a instinto puro y salvaje. Palabras, más palabras. Hasta que se hicieron las 05:00 de la matina. La magia. La Jaula. La jungla. La mujer. Esa mujer.
-¿Te dejo esta cruz: no te animás a ir conmigo a Europa?
Los días que siguieron fueron días en los que debía definir cosas del viaje: los pasajes para la vuelta por Aeroflot, haciendo escala en Milán (no precisamente en la Scala). Me sobraba un tramo del Barcelona/París/Buenos Aires/París/Barcelona, y lo iba a usar para irme, pero para volverme de Europa, necesitaba otro pasaje. El Eurail Pass, las transferencias con Yolanda, la secretaria del Crédit Andorrà, el recital de Gin en Le Freak y en Factory: ¡había que estrenar la canción nueva antes de partir!; recoger y enviar algunos faxes (qué novedad: ¡el fax!) para Vito y Danio, en fin: organizar los siguientes cinco meses de mi vida.
-Y... ¿qué es un "fax"? -preguntó "La Povera", mi abuela paterna, nacida el 15 de enero de 1900.
-Mire, Povera: es una mezcla de teléfono con fotografía.
Murió algunos años más tarde de que le diera esa respuesta, y de un par de faxes en los que le mandaba saludos.
Con GIN, el grupito de música pop hacía tres años que no tocábamos ni ensayábamos juntos: La Torta, José, Marcos y yo. Esa noche sola fue mejor que todas las noches que tocamos en el ‘87: lleno de gente, con temas a estrenar que fueron un flash, y que salieron "ajustaditos". Tres años: no nos presentábamos en público. Pero ahí estaba la gente, al palo, y cantando. Too much. Era bueno para seguir adelante. Pero... la vida ya ofrecía otras cosas. Quedaron para el recuerdo las espectaculares fotos en Le Freak, en blanco y negro, que sacó María, la gran amiga del BB Gavatxe.
THE TIME GOES BY
Well, I’d really like to see you
and to hold in my arms,
well, I’d really like to hear you
always saying some things kind.
The time goes by
we don’t know why
we don’t know how.
Well, I’d really like to tell you
all the things I’ve got to do.
Well, I’d really like to spell to you
all the words that I’ve been thru’.
Well I’d really like to know how
could a feeling be expressed
‘cos the closer I get to you
is the finest that I get.
When they told me you were leaving
I felt something in my chest
thought of many words unspoken
since about the day we met.
When I’m with you
I touch the earth
and I feel no shame
no one is to blame.
Of all the things we do
and that we’ve been thru’
just like the year gone by
I know: It’s out of time!
Yes, It is!
It´s Outta Time
Yes, I’d really like to show how
you have surely done the best.
You know? Sometimes time is waiting
for the ones who had an end.
When they told me you were leaving
I felt something in my chest
many words unspoken
since about the day we met.
Well, It was something so unreal
almost left me out of breath.
If I tell you, darling, you’d believe me
it really shocked me: it was death.
Cos´ when I’m with you
I touch the earth
and I feel no shame
no one is to blame.
Of all the things we do
and that we’ve been thru’
just like the year gone by
I know: it’s out of time!
Like the love I feel
For the ones who are real
When there is sth bad
And you think it´s the last.
ALEJO de la TORRE - GIN
Y como todavía por esos días la vida era gratis, - no sé si la regalaba el Estado, o si los perros cagaban guita, o uno era simplemente libre, un inconsciente. Es decir, ¿uno era rico? La cuestión es que los días pasaban, pasaban y pasaban sin preocupaciones: y un 6 de diciembre de 1990 a la noche, 21:10 hs, la gente que me quería, me fue a despedir a Pajas Blancas. Esa noche me tomé el palo a Andorra. Esta vez tenía que volver.
Capítulo Dos
ANDORRA
Aquesta cancó ha sigut feta per à
tots aquests andorranis que treballen a Ordino Arcalis i tots els "cojons" que em
han fet pasar un añy molt agradable:
L`añy qu`ha pasat: Aquest mateix!
Per à Ordino Arcalís, cojons!
“The Time Goes by”,
Alejo de la Torre.
-Y no sé, macho: de última te vas a juntar mierda conmigo, pero tenés laburo -me sugirió Matías. Y no sonaba mal-. Hablo con el Carchat, y él te va a conseguir algún laburo. Eso sí: si te mandás una cagada, no mientas: "Carchat, ¡le puse una bomba a la Telesilla!" -explicó-, y no habrá problemas. Está lleno de argentinos que te hacen quedar mal, pero va a estar todo bien.
-Dale, yo ya tengo el pasaje -dije, y pensé: 28 de noviembre de 1989, 20:55 hs. Ezeiza/Barajas.
-¿Cuánta guita tenés?
-Trescientos dólares -confesé inocentemente.
-Con eso... no creo ni que te metan en cana, pero ya veremos...
-No, no es poco -dije, sin tener idea de lo que decía.
Esos días antes del viaje a Andorra estuvieron llenos de expectativas, a mil, muchas ilusiones y pura adrenalina: me iba a Andorra. Por supuesto, no tenía realmente la menor idea de adónde carajos iba. No por cómo se iban a dar los acontecimientos, sino por cómo era el lugar, qué idioma se hablaba, si hacia frío, calor, si había que laburar, en fin, si había que estar lejos de Totoral, La Cascada, los amigos, y todo eso que desde hacía seis años venía haciendo los veranos en Córdoba. Pero me sentía importante: ¡yo, en Europa!
Imaginaba que llegaba, y toda Europa iba a estar comentando mi llegada. Nada más alejado de la realidad. Sin embargo, es muy importante ir con el copete alto, para no asustarse en el intento y abandonar el proyecto -porque la verdad, y aunque nadie lo hubiera imaginado, iba a hacer falta tener el copete bien alto para la vuelta-.
Además, el viaje a Andorra suponía una muy buena experiencia por compartir un tiempo con Matías, a quien hacía varios años, salvo fugaces visitas a Córdoba, no veía de manera permanente, ya que se había ido a vivir a Carlos Paz, al "Klondike" ("clon dai" según el Gordo Felipe, ex cocinero del "Mesón del Ujier"), un balneario de propiedad de la Bola. Allí laburaba vendiendo pilchas con Néstor Cuberas, su amigo de "Marcos" Paz. Se alimentaba comiendo arroz, emulando y perfeccionando las normas de vida del profesor Hugo Dante Sequeira, Juez de Cancha de Bochas, un infalible mozo de mano de mi padre. Aprovechaba los ratos libres para andar en moto por Carlos Paz, entrenando. Competía oficialmente en no sé qué categorías, y no lo hacía mal, según escuché años más tarde de boca del Nanán Vázquez, excelente piloto y campeón en diferentes oportunidades:
-Sí. Era 1986, yo empezaba a correr y el Coyote Villagra también, peleaban la punta del campeonato entre los tres: Mirá -y me mostró un recorte de diario: el "Gringo" Adamo, Lucrecio Vázquez, y Matías de la Torre.
-Pero este loco era puro huevo...
-Escuchame: si yo lo conocí cuando este animal ni sabía andar en moto en la calle: era un chalchalero. Pero le metió y salió subcampeón.
Matías era un tipo de pocas palabras, mucho huevo, y acción concreta:
-Me voy a Las Leñas -dijo un día.
Y se fue. Y no volvió más. Volvió, pero recibido de instructor de esquí. Actio, non verba. Mientras hacía el curso laburaba en el Hotel Piscis de Las Leñas, y, estoy seguro, en vez de dormir, practicaba, practicaba, practicaba, practicaba y practicaba. Hasta que se recibió. Indio comechingón, pura fibra. ¡Pero si no conoció la nieve hasta la mayoría de edad! Y bueno, así pasa.
-Puro huevo -dije.
Fue justamente de indio que se apareció disfrazado en la fiesta, antes de que nos fuéramos a Andorra: entre él y el Cuervo Novillo Corvalán estaba la tribu completa, después del malón.
Ese lunes, después de la fiesta, rendí Derecho Constitucional, con el padre de una amiga mía -cantante muy buena que pisa estas tierras-: no sé cómo llegué a un 5: que Dios lo tenga en gracia en el cielo a ese gran constitucionalista, Guillermo Becerra Ferrer. Ese día, después de mi examen, a las 20:30 Matías picaba para Andorra, una temporada más: esa tarde vi un par de nenas llorando. Fuimos al aeropuerto con mi viejo. Bromas, consejos, abrazos.
Austral Líneas Aéreas anuncia la partida de su vuelo..., una voz tan ininteligible como impostada.
-Bueno, Querubín, nos veremos a la vuelta -dijo la Bola.
-Nos veremos a la vuelta.
-¡Nos vemos en Barcelona! -me dijo.
-Nos vemos en Barcelona el 1º de diciembre -le dije, y embarcó; después caminó por la pista, trepó la escalera del avión, levantó la mano derecha, como diciendo adiós, y se perdió en el fuselaje. Al otro día, me iba yo: íbamos a encontrarnos en Barcelona, en el aeropuerto mismo.
En casa, la valijita que me habían regalado mi tío Hernán Núñez y su mujer María Marta fue la elegida para viajar. Qué llevo, esto sí, esto no, check list de las boludeces a llevar.
-¡Vamos al aeropuerto! -dije ese día a las 07:00 de la mañana. Otra vez al aeropuerto, otra vez el embarque, otra vez los consejos, otra vez el adiós.
-BB Gavatxe: ¿Nos vemos en Europa?
-¡Sí!
-Nos hablamos.
-¡Sí!
-Beso.
-Beso.
Claro, estaba buenísimo esto de irse por un mes y medio a Europa, me encontraba con el BB Gavatxe en Francia, nos reíamos, trabajaba un poco en la nieve, y me volvía: un verano diferente. Así que partí muy contento, pasando por Buenos Aires, en donde me encontré con mis amigos Patí, Tian, y Dani, todos en su casa. ¡Chau Argentina! Por un tiempo.
Y partió el avión. Frenamos en Río de Janeiro, calor húmedo; y de ahí, en un sueño que se cortó recién cuando sobrevolábamos una montañas bien nevadas. A Madrid. Sí. Estaba en Europa: a 10.000 Kmts. de todo, a 10.000 metros de altitud de todo.
Tenía que esperar a Matías y unos compañeros de Las Leñas, unos hermanos, que se llamaban más raro que la mierda. Pero no era momento de acordarme de lo que no sabía: había que abrir bien los ojos, maldito sudaca, y atinar a hacer lo correcto en esa tierra quince siglos más civilizada y más salvaje que el Departamento Totoral, Córdoba, Argentina. No, papá: estabas a 10.000 Kmts. del "Petit Café", y Mamerto -el mozo- no estaba. Además, tenía que encontrarme con Matías, pero recién en cuarenta y ocho horas, y a 500 Kmts. de Madrid, en Barcelona.
¿Qué carajo hago acá, en Madrid? ; y por lo que veo, el Cid Campeador no vino a esperarme, -pensé muy sorprendido. Uno leyó muchas cosas en el colegio que formaron ideas sobre la realidad, del otro lado de las paredes del aula. En este caso la distorsión caía sobre el pobre Don Quijote, Ruy Díaz de Vivar y Carlos V y su España. Pero esto era real: trescientos dólares (33.475 pelas de aquellos días) en el bolsillo (¡nada más!), pasaporte argentino recién estrenado, y una cara de chuncano que lo decía todo. Sin embargo, pensaba que en cualquier momento el rey Juan Carlos y los otros tres recién nombrados vendrían a buscarme: si no, no sabía cómo me las ingeniaría.
Fui a un youth hostel: cómo caminé... El lugar estaba limpio, pero había unos sujetos que no eran muy parecidos a los guasos amigos de uno, a los que se está acostumbrado.
¿Querías Europa? Ahí está. Dibujá, pibe, dibujá.
Conocí el Museo del Prado: Tema del día: Me cago en el Tintoretto. ¿Me explico? Está bueno el Tintoretto, pero no la versión Tintoretto, paso el día, hasta que llegue el tren y picamos a Andorra. Vi Picasso, y una serie de titanes de la plástica. Miríadas de japoneses: para hacer dulce. Hasta que me hice amigo de Mark Fawles, un inglés con el que me entendí más rápidamente que con los "gallegos": cómo cuesta acostumbrar el oído del madrileño al cordobés. En fin. Me gustó lo que dijo el inglés:
-Esa guerra fue totalmente al vicio (That war was a complete nonsense).
Malvinas, of course. Siete años para atrás, no tanto en esa época. Almorzamos juntos, fuimos a una Plaza de Toros: Ventas (¿yo? Yo gastaba como si estuviera de joda a la vuelta de mi casa). Nos despedimos, no lo vi nunca más. A la noche recogí mis bolsos en la Estación Chamartín, y tomé un tren a las 21:40 para Barcelona, Sants (que no sabía qué carajos quería decir), y llegué a las 07:00. ¡Qué sueño tenía! Encima, de ahí al aeropuerto de Barcelona. ¡A qué horas putas llega Matías! Faltaban como ocho horas. Y los bolsos pesados... Quiero llegar a Andorra, -pensaba. Después de cambiarme mil veces de silla, de posición, de mirar el reloj, de maldecir el cambio de horario de arribo del vuelo: ¡frumssssssssssssssss! Se abrió la puerta y apareció Matías:
-¿Todo OK?
-¡Todo OK! Este vuelo de mierda -etc., etc.
-¿A qué hora llegan estos guasos? -pregunté.
-En cuatro horas, si no se retrasan.
Cuatro horas. Sin comentarios. ¿Dónde hay una cama, por Dios? De repente, aparecieron estos dos hermanos mendocinos: Danio y Vito (¿cómo dijo, Compadre?). Tenían la misma cara de chuncanos que yo, pero yo les ganaba: hacía ocho horas que estaba allí, ya me sentía europeo... por lo menos había dos más tan en bolas como yo, y encima eran amigos. Estos hermanos eran unos flaaacos, altos, nariz puntiaguda, evidentemente gringos, tal vez piamonteses. Viviríamos juntos en Andorra, alquilando un departamento o una casa.
-Ve, ahí ‘ta el Matías. ¡Hola, compadre! -dijo uno con pinta de más grande.
-Hola, macho -Martini seco, le dicen.
-Hola, Alejo de la Torre -dije.
-Así que vos sos el Aléjo? -dijo el otro, en una tonada muy rara, pero muy amable.
-Bue, va’ la mierda. Hay que ir a apolillar a un hotel - dijo Matías.
Y partimos a buscar un hotel. Entramos en uno raro, en una callejuela de Barcelona. Nos bañamos, comimos alguna cosita, y se comentaron los viajes de cada uno. Entre ellos comentaban cosas relativas a Las Leñas, y a amigos de allí: Dani Rodriguez, Andy Beutin, que quizá irían a Andorra. Yo totalmente en silencio, ya que no conocía nada de eso. Luego fuimos hasta otro hotel, en donde compramos los boletos para (¡por fín!) Andorra, al otro día a las 07:00 de la matina. ¡A dormir!
Estaba bastante oscuro cuando nos despertamos y empezamos a armar las cosas para partir. Llegamos a la parada del bondi, que llegó a tiempo. Un viaje muy lindo desde Barcelona hasta Andorra: 220 Kmts. de valles, montañas, pinos, lagos, y bordeando el río Valira. Llegamos a un pueblo llamado la Seu d’Urgell: la sede del obispado por el cual los andorranos tributaban a España, en virtud de ser un coprincipado, gobernado con el Compte de Foix, en Francia. Hicimos una mini parada en la Seu, y ya con sol, se apreciaba mejor el paisaje: estábamos a pocos kilómetros de la frontera con Andorra. ¿Cómo sería Andorra?
La ruta, de asfalto, muy bien señalizada, se ensanchaba y de repente, estaban la Aduana y Migraciones. El bondi frenó, algunas palabras ininteligibles entre el chofer y el poli; claro... estaban hablando en catalán, el idioma oficial de Andorra.
Estábamos en Andorra.
Pasamos por Sant Julià de Loria, lleno de supermercados, de concesionarios de autos, en donde los españoles iban a comprar como "argentinos a Miami ", víveres y demás necesidades a mejor precio. Unos pocos kilómetros más, y ya nos encontrábamos en el valle de Andorra la Vella (Andorra la Vieja), capital del coprincipado y sede administrativa de todo lo que en ese territorio de 46.000 hectáreas ocurriera. La ciudad, llena de callejuelas que iban viboreando de esquina a esquina, subiendo y bajando caprichosamente, estaba enclavada en medio de un valle de aproximadamente 1,5 Kmts. de ancho y 10 Kmts. de largo, más o menos, como si fuera una Y griega, con cerros de unos 2.800 m de altura, nevados y llenos de pinos. La ciudad me había causado muy buena impresión: era linda, chica, y con el resto del país, tenía 9.000 habitantes andorranos. O sea, era casi como "Mitre" (Totoral). Vaya comparación. Como quien se da una idea, nomás...
-Vamos a ir a lo del Salva Eudal -dijo Matías.
Eran como las once y media de la mañana. Y nos metimos con todos esos bolsos, por esas callejuelas de piedra y en subida, una ciudadela medieval. Lo había sido alguna vez: piedras románicas y restos de construcciones de la época de Carlomagno. Fuimos a lo del amigo de Matías, andorrano de pura cepa, de padre y madre. El Salva en ese momento estaba trabajando, y su madre, muy buena mujer, además de convidarnos algo ante nuestra cara de peregrinos, después de conversar y ponerse al día, y contar sobre la Gemma y sobre su otra hija, ofreció acercarnos hasta el camping Valira, cosa que aceptamos. Allí alquilamos una casilla: ya teníamos dónde abrir los bolsos por primera vez, y bañarnos.
Esa tarde pasó el famoso Salva: era un godo perfecto, parecía el hermano de Asterix: un tipo de ojos muy cerrados, verdes, pelo corto, baja estatura, pero de una fortaleza y personalidad muy seguras, absolutamente parco y preciso: no se le entendía nada. Si bien hablaba castellano, lo hacía casi en catalán, y con Matías hablaba en Catalán. ¿Qué carajo es ese idioma?, me pregunté.
Todos arreglaron el tema laboral: estaban aceptados para trabajar en Arcalís, la estación de esquí de Ordino, que pertenecía al Comú d’Ordino. El Salva se fue, y ya todos tenían trabajo. A la noche llegó otro amigo de Matías, desde España: Diego Orihuela, un amigo del Hotel Piscis, allá en Las Leñas, que hablaba portugués, mientras Matías hablaba alemán y otras hierbas.
Como buenos sudamericanos, esa noche comimos unos huevos duros, y arroz: Millones de chinos han vivido por siglos comiendo arroz: no nos íbamos a morir justo en Andorra por comer arroz unos días. Obvio que nos reímos de todas las cosas que nos habían pasado a cada uno en su viaje desde Argentina, y de las cosas que suponíamos nos iban a pasar:
-Sí, porque a mí me pasó justo que...
-Oh, y nosotros, compadre: viera la huevada que nos pasó...
-Justo cuando iba a embarcar me di cuenta de que...
-¿Cómo se dice? ¿"Ous"?
-¿Y se imagina, compadre, si..?
En fin, el cansancio era grande, y el sueño todo lo invadió.
Se trataba de aprovechar mis días en Andorra, me quedaba tiempo hasta el 20 de enero, y nada más, día del vuelo en Aerolíneas Argentinas de vuelta a casa. Intentaba figurar en mi mente cómo conocer Europa en cuarenta días, incluyendo tratar de trabajar en Arcalís, porque si no los piojos me iban a morfar. Además la estación abría recién el 15 de diciembre, si nevaba. Pero aún faltaba que Matías hablara con el Carchat, el contacto laboral en Arcalís, para ver si había algún lugar, aunque sea juntando mierda.
El mismo día en que Diego partió a España fuimos hasta la estación, pero antes pasamos por lo de Patricia Anguita, una amiga de Matías, chilena, madre de Mika y Maui, dos grandes esquiadores.
Ya en Arcalís nos encontramos con el Carchat, y ese día ¡ya tenía laburo! Muy bueno, la sensación de inseguridad había terminado: paradójicamente, y muy en contra de lo que yo hacía en Córdoba, había pasado a ser empleado público de la Estaciò de Ski d’Ordino Arcalís. Iba a ganar mil dólares por mes, e iba a poder ahorrar unos manguitos para la vuelta, aunque no fuera más que un mes. Total el dollar en Argentina estaba "peligrosamente" bien de precio: ya costaba 3.000 australes. Un problema menos.
Siguieron días de conocer gente, y hasta tanto empezara en Arcalís el 15 de diciembre, conseguí un laburo que duró tres días, pero me permitió vivir diez más: un día fuimos a comer a un restaurante con Danio, Vito y Matías, y luego de pagar le pregunté al mozo si no había trabajo ahí mismo, y éste, que era portugués, me dijo:
-Esperra que pregunto a Don Martín.
Se demoró un minuto y me dijo:
-Dice Don Martin que vengas hoy a las 17:00.
¡Listo! Ya tenía laburo. Y al lado del hotel. La verdad es que nos reíamos por la situación. Se trataba de un comedor en el que la mano de obra era toda extranjera: turcos, marroquíes, africanos en general y "pringaus" de todas las layas. Me daban comida, y me cagaba de risa con la cocinera -una gorda asturiana de 120 kg, muy piola.
Al tercer día, justo cuando nos mudábamos de hotel, dije:
-No laburo más acá. Me voy a dedicar a hacer los trámites.
Eran los de la seguridad social y análisis médicos, incluido el de SIDA, que pedían en el trabajo de la estación, esas cosas que en Argentina no existían ni por las tapas. Le agradecí a don Martín haberme dado laburo. Me pagó y me dijo:
-Una mano lava la otra y dos lavan la cara.
-Gracias.
-Adeu!
Los últimos días de 1989, e inclusive hasta el 10 de enero de 1990, estuvimos parando en el hotel "Casino" de la Avinguda Meritxell, en donde nos hicimos amigos de varios personajes: la doctora Justa, una catalana, médica o enfermera, muy piola; Francesc, una especie de Woody Allen catalán -con más problemas que el mismo Allen-; otra mina, medio gordeta; y uno de Mar del Plata, Edgardo creo que se llamaba. En fin, eran los compañeros a la hora de comer y comentar alguna situación común a los argentinos que estaban en Andorra.
El 15 empecé a trabajar en la estación, tal cual lo prometido por el Carchat, y allí conocí a una serie de extraños, que iban a ser mis compañeros de trabajo por esos días: muy buena gente parecían ser. Los primeros días en la estación consistieron en una serie de actividades no definidas: probar los frenos de la telesilla, cargada con lastre, palear nieve en un Jeep Toyota Land Cruiser alucinante, ir con una motosierra a cortar un pino para Navidad, para poner en la plaza del pueblito de Ordino para el pesebre -tarea muy divertida que consistió en talar diez pinos al pedo y elegir sólo uno, con algunos de los capos de la estación, algunos de los cuales eran consellers (diputados), tipos serios, muy concretos y sin palabrerío, sin tanto saco y corbata como los garcas argentinos que funcionan a 30.000 por mes de soborno.
El día de Navidad llegué a la estación y el Carchat, que era mi jefe, el Cap de Personal, me dice:
-A veure, Alejo, escolta’m: ara tu pujas al Retorn de la Doppelmayr, y el Ferran abaix, com conductor de gynis.
-¿?
-¡Hostia! ¡Que os digo que os vais, tú al retorno de la Telecadira y el Fernando se queda abajo como conductor!
-¡Venga!
¡Menos mal! A partir de ese día me asignaron un lugar de trabajo fijo, en la punta de una montaña, en donde no había radio, y por lo tanto nadie me controlaba; no había nadie aparte de mí. Además, estando ahí tenía que ir sí o sí con los esquíes, para poder bajar esquiando después de que yo mismo desactivara el funcionamiento de la telesilla Doppelmayr, luego de controlar la última "cadira".
Aprender a esquiar, una hora cada día, y un día de "festa" por semana, no estaba mal. Estaba lejos de los problemas de los turistas y sus apuros típicos, del gentío. Por otro lado, la gente que llegaba al Retorno sabía en general esquiar. Se frenaban, conversaban y siempre te convidaban algo para tomar o comer. Cada tanto subía algún capullo, quejándose de alguna sonsera.
En el Retorn había una barraca de piedra para mí, con una estufa y el panel de controles eléctricos de la telesilla. Además había una especie de teléfono-intercomunicador a cuerda del año del orto, sacado de una película de Boris Scarloff, que de vez en cuando servía sólo para comunicarme con Fernando, mi amigo de Quilmes, Argentina, que estaba en la base.
Fernando... maestro: lo conocí dos días antes de Navidad, en la base de Arcalís, el día que nos fuimos con el Toyota del Carchat, que manejaba Oscar, un bombero buena onda de ahí que laburaba en la estación, mientras cargábamos tierra para la salida de la Doppelmayr. Fernando estaba como yo, dando vueltas por Europa, y terminamos los dos ahí: como éramos argentinos, de la misma edad, y qué sé yo, nos pusieron juntos, a él en la base y a mí en la punta. Hice una buena amistad con él.
Todas las mañanas teníamos que poner en marcha los motores Caterpillar 2412, unas bestias gasoleras, que generaban la energía eléctrica con la cual los motores de la telesilla comenzaban a tirar el cable. Había, dentro de la cabina de la Telecadira, un minimotor gasolero de emergencia, para el caso de que los dos Caterpillar no se despertaran una mañana. Y después, si el Kiwi (Nigel Boyd) o Tommy Haytree habían hecho la salida con la "ratrac", se "enllegaba", se accionaba el telearrastre en sí. Entonces, después de que yo mismo llegara al retorn, y me echara una meada, o algo así, se habilitaba la silla al público: supuestamente eso debía ocurrir a las 09:00 hs., y hasta las 16:30 de cada día.
Estaba muy contento con mi trabajo y me lo tomé muy a pecho, no quería que pensaran que era un "altre argentí fil de putes". Además era la forma de obtener el "calès", la guita. No falté nunca (ni un solo día) a laburar, realmente disfrutaba el trabajo, aprender a esquiar, conocer gente que me respetaba por ser "el germà petit de’n Matías": buena onda en general, lo que me sirvió para después abrirme mi camino.
Por otro lado, me di cuenta de que era una muy buena oportunidad para poner en practica el inglés, que tanto me gustaba y durante tantos años había estudiado, pero sólo hablado en Córdoba, con gente que tenía vergüenza de pronunciar como se debía y gente a la que no le copaba hablarlo. Andorra estaba llena de ingleses, sobre todo en Pal, un centro de esquí en el valle vecino de Arinsal. A Arcalís iban bastantes. Conocí en el Retorno, un día en que la silla se trabó dos horas, a dos ingleses absolutamente típicos: Richard and Sandy Parker. What a couple! Parecían sacados de una serie inglesa de televisión: prudencia, método, discreción, simpatía y puntualidad. Venían todos los días a esquiar, acompañados de "Timber", un golden retriever, muy copado. Richard era abogado y ex-piloto de la RAF, y había volado Tomcat F14 hasta 1979; por ambos lados teníamos muchas cosas para conversar: de leyes y otras yerbas. Además, el tema que un argentino y un inglés siempre terminan hablando: Falklands o Malvinas, Malvinas o Falklands. Richard, con la flema propia de los ingleses, sostenía y privilegiaba la valentía y las "guts" que habían tenido los pilotos argentinos, quienes no habían contado con los recursos de los ingleses en esa guerra.
Y Sandy... Sandy sólo decía "Oh, yes darling!", y evitaba cualquier discusión con Richard. Mujer monísima e inteligente, austríaca de nacimiento. Ojos azules, flaca, muy buena silueta, haciendo juego con su estatura, pelo rubio y unas facciones muy suaves. Estábamos tratando con la mujer de un verdadero "space cowboy". Vivían en Sispony, Camp de Baix 38, más allá de La Massana, cerca de casa, durante el invierno; y los otros seis meses del año en Javea, cerca de Alicante, en la playa. A los cuarenta años, Richard había acomodado sus finanzas de manera tal que cada tanto decía:
-Well, Alejo, you know it’s quite probable we may not be coming to Arcalís for a few days. We have got some things to be done abroad.
Calculo que cada vez que Richard decía esa frase, su cuenta en las Channel Islands pegaba unas buenas subidas. Bien, Richard. Cada tanto nos invitaban a comer a Camp de Baix; chupar, comer y jugar un juego con penalidades y prendas después de la tabla de quesos y chocolates, como si fuera el chancho, o algo así. Una noche -esto no lo olvido más- Danio (que sólo hablaba en tunuyanino) y Richard (que no sabía más que un cerrado y polite English) empezaron a contarse chistes: nunca vi a dos personas cagarse de risa como estos dos incomunicados; Vito y yo nos reíamos porque no se entendían, pero seguían contándose el chiste... muy buena "aneda". Esas invitaciones eran muy buenas: esta gente, más allá de su propia soledad y el eventual aburrimiento de una pareja europea sin hijos pero con perro, nos recibía como Dios manda: mesa con cubiertos, bien servida, buenos cuchillos, buenos quesos, vinos y chocolates, y música. Vivían bien.
Todo servía para poner en práctica el inglés, que me servía mucho más que el francés enseñado en el Monserrat, con una fuerte tooonada cordobesa; con los gavatxes, que tienen un muy mal humor, era más difícil, pero se podía. Cuando hacía falta lo hacía, y dentro de mis posibilidades. Me empezó a interesar el catalán, porque me di cuenta de que era muy importante saber hablar el idioma del lugar, si querías que te dieran bola en cualquier cosa: con lo cual se produjo en mi mente un feliz caso de discriminación idiomática, el cual festejo me haya pasado: si no, en vez de ser un català-parlant, hoy sería uno más que nunca aprehendió lo que era Andorra en català. Me decidí entonces a comprar un diccionario y una gramática catalana, y empecé a averiguar cada palabrita que la gente que pasaba en la silla me decía. Pero no me animaba a hablarlo. No lo iba a hacer hasta que no lo hiciera bien. Aprovechaba a Matías, que lo hablaba bien, y le consultaba. Lo primero que aprendí fueron puteadas; los "hits": "fil de putes", "cagundena", "la mare que’t va parir", "collons!", y otras barbaridades chocantes, pero de uso muy común en esas altitudes pirenaicas...
El viaje ya había tomado su rumbo y color: ya me sentía con "un lugar", y sentía que me respetaban mis compañeros de trabajo, y que el Carchat estaba contento. Sin embargo, empezaba a darme cuenta de que el regreso a la Argentina no estaba tan lejos: tenía que volver el 20 de enero, y hacía dos días que habíamos festejado Año Nuevo en el Hotel Casino. Esa tarde hablé con el Carchat y le pregunté si podría trabajar por más tiempo, y me dijo que sí. Entonces hablé con Matías, y cuando volvimos al hotel hablamos a la Bola; le dije que me quedaba hasta el final de la temporada de esquí. A la merde! Cuándo iba a volver a Europa, en Argentina el dólar estaba trepando al galope, y con Myriam ganaría diez dólares al mes...
-Me quedo hasta mayo en Andorra -resolví.
¡Sí! Estaba Matías, y además Danio y Vito. Estaba seguro, con trabajo, seguro social, y muchas ganas de vivir la vida. ¿De abogado? Sí, me iba a recibir un poquito más lento que mis pares. ¿Pero cuándo iba a tener de nuevo veintidós años, y a mi novia argentina a 400 Kmts. de mi casa en Andorra? Ése era el momento.
Al otro día le comuniqué la novedad a Fernando, mi compañero de Quilmes, excelente trabajador, calentón como buen "tano", y quien estaba contento de que me quedara. Si no me quedaba en Andorra, iba extrañar todo eso. Ése fue el momento en el que quise aprender catalán, aprender a esquiar, devolverle a Ordino-Arcalis l`estaciò feliç el favor de haberme dado trabajo, justamente a mí, un sudaca de clase media, sin trabajo, en un continente desarrollado, en el cual hay que tener muchas monedas... ellos, ya me daban unas monedas por mes: 87.500 pelas + premios. Casi U$D1.000.
Ésa era mi vida los 22 años, a 2.600 metros de altitud sobre el nivel del mar, a 10.000 Kmts. de toda mi realidad, en medio de la nieve y las montañas, en medio de extranjeros, en otros idiomas, si bien acordándome a veces de Argentina. No extrañaba para nada el no estar en Córdoba. Me sentía cómodo en mi Doppelmayr. Quería quedarme más. Con todo gusto asumí internamente el compromiso de no defraudar todo este proyecto, haciendo bien las cosas, y disfrutando todo al máximo.
Las cosas empezaron a definirse: al otro día, cuando volví al hotel, me avisaron que me había llamado BB Gavatxe desde Madrid.
-Qui de vosaltres es l’Alejo de la Torre?
-Es el meu germà.
-Per que li ha trucat una noia que’s deia la BB Gavatxe. Ha dit que‘s trobaba a Madrid, i va demanar que, si us plau, li truqui.
-Merces!
-Loco, ahí te ha llamado BB Gavatxe y dice que la llames.
-¡Excelente!
Partí como un rayo a llamarla: la encontré en Madrid.
-¡Qué hacés!
-¡Holeee! ¿Cómo estás?
-Bien: acá todo es alucinante -etc.
-¡Sí! Acá también -bla bla...
-Bueno: ¿cuándo hostias nos vemos?
-Y bueno, nosotras estamos acá con el grupo, y tenemos que estar en tal lado en - ...- y en tal fecha -...-.
-Bueno, no sé: si se puede, nos vemos y si no,... tal cosa.
-Bueno, contame...
-No: contame vos.
-¡Me quedo hasta Mayo!
-¿Hasta Mayo?
-Sí. Dopo parliamo: mañana tenemos un programa espectacular: Reyes.
-Nos hablamos. Adeu!
-Te hablo desde Francia.
Andorra es un país católico, apostólico y romano, y muy tradicionalista: en ese aspecto, es muy parecido a la Argentina, lo cual es muy cómodo a la hora de vivir ahí, porque más allá de la diferencia Europa-América, uno no se siente tan extraño a las costumbres; son parecidas a lo que uno está acostumbrado a disfrutar o soportar. No estás en China, en la costa del Yang Tzé Xiang, lejos de Occidente.
Pero lo que sí me llamaba la atención era que a la Navidad no le dan tanta importancia como en la Argentina: allá la fiesta es el día de Reyes. Hacía falta, justamente para una misa en la plaza del pequeño y agradable pueblito de Ordino, gente que quisiera actuar en el "Pessebre vivent": no sólo una excelente oportunidad para salir más temprano del trabajo, sino que además, nos convidarían una comida y algún vinito y nos reconocerían las horas extras. Partimos rumbo a la iglesia de Ordino: muy buena ocasión para conocer los personajes del pueblo: el cura, hombre flaco, viejo, que únicamente hablaba en català y estaba a cargo de todos los pecados y perdones de la parroquia de Ordino. Muy interesante. Pasamos atrás de la iglesia, a la sacristía, y ya nos empezamos a distraer y divertir probándonos los disfraces de cada uno: Vito hacía de Melchor, Danio, Matías y yo soldados romanos que iban controlando la escolta de los reyes, los pajes que iban repartiendo caramelos y recibiendo las cartas que els petits del pople habían escrito para los reyes.
Fue buenísimo: subimos a la misma Traffic en la que habíamos ido a cortar el pino que estaba puesto en la plaza desde Navidad, y ya disfrazados fuimos a un pueblito que se llamaba Sornàs, que tenía 48 habitantes: bajamos y de todas la casas -muy pocas- salían con campanitas y cencerros de las vacas, els nois i les noies, con sus cartitas, y pedían caramelos y regalos. Muy bueno. Y de ahí, nos recibieron en una esclesia románica viejísima, con techos muy bajos, de madera y piedra, alucinante, en donde finalizaba la puesta en escena de los reyes en relación a Sornàs. Allí nos convidaron Calvados y otras bebidas fuertes para el frío. Fue una experiencia única y una de las que hizo que el viaje fuera tan particular.
De allí seguimos nuestra "cruzada" hasta Ordino, donde bajamos de la Traffic y caminamos con antorchas empapadas en gasoil hasta la plaza, mientras se iban uniendo los chicos del pueblo hasta entrar a la iglesia. Estaba por comenzar la misa. Entramos, y al costado del altar nos ubicamos los "actores". La misa, totalmente en catalán, estuvo muy graciosa, con la actuación de cada uno de los chiquitos del pueblo, que actuaban la aparición del diablo, la del ángel, la vida del "pagès", el campesino de aquellas latitudes. Se olvidaban o se equivocaban en sus papeles; el cierre, con cabritos y un burro incluidos, adentro de la iglesia.
Haber actuado en la función de Reyes nos permitió conocer por dentro la oficina del "Consell d’Ordino", un recinto que hace las veces de legislatura en una república democrática (cosa que Andorra no era en ese momento). Y no sólo sirvió para establecer una muy buena relación con els caps del pueblo y por ende de l’estació, sino que nos invitaron a comer a un pueblito espectacular entre Ordino y El Serrat, que se llama Llorts y es realmente una imagen del pasado, viva. Ahí fuimos, a comer a la Era del Jaume, un restaurante con siete mesas, molt petit i molt maco.
Iban pasando los días en Andorra y de una manera muy buena: se trabajaba, nos divertíamos, ahorraba algo (tenía que devolverle a Matías U$D600), y se esquiaba. Estaba viviendo por primera vez en mi vida de mi laburo, y pagando cada minuto de mi existencia, sin que me bancara nadie más que yo mismo.
Tan lejos de la casa y del país, pueden llegar a generarse adversidades que uno no está acostumbrado a tolerar, si no es prudente y cuida su lugar. En Andorra, al igual que en cualquier lugar fuera de Latinoamérica, -no es que te traten- si no que uno es un simple sudaca, un extranjero más, que debe "no sacar los pies del plato" si no quiere terminar fuera, lo cual me parece muy bien. Nadie quiere recibir en su país la basura social que sobra en otros países. En cualquier país en donde uno no suma sino que resta, uno no es bienvenido, y eso es lógico: es el propio sentido de conservación y supervivencia de los grupos sociales. Genera una sensación muy molesta cuando en cualquier país extranjero, muy amparado por la mayor de las razones y el mejor de los derechos, un nativo te dice "Argentino, vuélvete a tu casa". Gracias a Dios, a ninguno de nosotros cuatro jamás nos pasó allí, quizá porque nunca hablamos mal de Argentina, ni nos quejamos de Andorra. Por supuesto, estaba lleno de Carlos Gardeles argentinos (los de siempre) que, no sé por qué razón, justito se habían tenido que ir de Argentina, y estaban en Andorra, quejándose igual que en Burzaco o en el microcentro de Buenos Aires, despreciando las oportunidades laborales que se les ofrecieran.
-¿Yo? ¿Trabajar ahí? Pero por favor, ¡si en Buenos Aires eso no lo haría jamás! ¿Yo? En Buenos Aires era empresario. Acá estoy porque... en fin... vine a ver si puedo abrir una sucursal de mi empresa. Lo que pasa es que estos gallegos no entienden nada...
Este tipo de argentinos no se dan cuenta de que nacieron en un continente subdesarrollado, pertenece a una clase media-baja argentina, y de repente, pretende insertarse en las clases altas de un continente desarrollado: no están conformes ni aquí ni allí. Y encima llegan disconformes de su propio país. En fin: que alguien escriba sobre eso. ¿Yo? No. Yo soy argentino, valga la ironía. Ésos sí son los verdaderos hijos de las perras (con el debido perdón de las Magdalenas que ejercen la prostitución).
Pero en otro orden de cosas y personas, incluyendo algunos argentinos, debo decir que estaba lleno de gente muy buena en la estació. "El Carchat", Joan Carchat, era un tipo de primera, casado con la Carmen, con dos hijos, el Joanet y el Jordi. Él era el "Cap de Personal", el jefe de personal y un poco de mantenimiento: el encargado de las personas asignadas a la infraestructura de la estación; designaba encargados de telesillas, telearrastres, choferes de ratrack, y demás. Josep María y "el Pere", dos tipos de muy pocas palabras, muy silenciosos, buenas personas, y ningunos pelagatos: me recordaban a esos viejos de la Colonia Caroya; eran justamente "els caps de manteniment": palas, hachas, calles, camiones, ratracks, telesillas y arrastres en general. Y el "Cap de Pistes", o jefe de pistas, era "el Marcel", una tipo de primera, quien regenteaba a todos los "pisters" o socorristas, o pisteros, y tenía a su cargo el estado de las pistas: "xarxes" (redes), palos y trabajos a realizar sobre el dominio esquiable. Es así que la estación se organizaba, en algunos de sus aspectos. Ése era un sector. Mi sector, para decirlo sociológicamente y sin que medie resentimiento alguno, estaba conformado por los "primates" de la estación; estábamos encargados de que los engranajes estuvieran en su lugar, que hubiera suficiente gasoil, suficiente energía, seguros del cable, el peso de la silla, etc. Grasa, manchas de gasoil, y ruido: el Chin, Oscar, Fernando, Alejo, Josep Miquel, el Toni gitano, y el más capo de los capos, Ramó Garriga, una especie de "último hombre". Éramos els pringats, macarres, fils de putes.
Después estaba el otro escalón en la evolución de la historia del hombre: las "barbies" o vedettes de la estación: la escuela de esquí. Su jefe era el "El Maní", un sujeto de primera, medio rubio, medio colorado, que se encargaba de todo el puterío en relación a la "Escola d’ski", y las malditas asignaciones de lugares de cada monitor en la lista de clases. Era el sector más civilizado de la estación, si se quiere. Ahí trabajaban Matías, Danio y Vito, a más de otros como Mark e Isa, la Patricia Anguita y Andrés Raya Demidoff, el Salva, la Carla Donoso.
El otro eslabón del medio eran los pisters: buenos esquiadores, prácticos, y sin problemas. El Juanma, un madrileño que había subido el K2, una de las cimas más complicadas del Himalaya, y decía una frase muy buena: "No me expliques tu vida, tío"; Huguito, de Mendoza, un petiso de ojos claros y nariz aguileña, oriundo de Godoy Cruz; el Xavi, catalán, una cosa muy animal de las montañas pirenaicas, un sujeto alto, sumamente fuerte, con pinta de gringo, rubio y ojos verdes, todo su vocabulario estaba compuesto por dos palabras: "Hostia, tío!"; "el Boi", amigo de Jean François, un gavatxe que hablaba en langue d’Oc, y pister también; y el Marc, "fontaner de profesió", plomero andorrano hasta la médula. Todos respondían a las órdenes de Marcel, "Cap de Pistes".
Como en las clases sociales, mientras más refinados son sus integrantes, más complicados son sus problemas. Y mientras más primarios éramos nosotros, menos problemas nos hacíamos. Por ejemplo, ante un mismo evento, un viento de 140 Kmts. por hora, el animal del Carchat (un primate de mi escala humana) no nos daba la orden de cerrar la Doppelmayr, hasta que una cadira no se deformara contra una pilona (como pasó una tarde en que el viento me levantó del suelo). Una vez que daba la orden, terminado el problema y los de mantenimiento contentos: podíamos ir a esquiar o lo que fuera. Pero los monitores tiraban la bronca, porque no podían llevar a sus alumnos a niveles más elevados. O sea, objetivos diferentes: ellos iban en "hora clase", y nosotros ganábamos "hora tormenta".
Pero la estación era una sola, y así funcionaba Ordino Arcalís, sin broncas, ni resentimientos, aunque sí con muchas puteadas por día: de los pisters a los monitores y de los monitores a los pisters y de los de manteniment a los de encargados. Pero a las 17:00 hs no había más problemas. Ni problemas, ni gente, porque se escuchaba "Futem al camp!", o "¡Piquemo’ a la mierda!" en cordobés. Allá arriba, en el Retorn, esperaba la última silla, apretaba el botón que estaba contra la pared, me ponía las botas, cerraba el bolso, y bajaba esquiando por La Coma -el contravalle de la estación- o por la Negra, según el tiempo del que dispusiera; pasaba por la barraca de Fernando, dejaba los esquíes y las botas, y nos juntábamos en el Edifici d’abaix, donde esperaba el Clìpol (el bondi o autobús andorrano) del Toribio, un guitarrista de un grupo gitano, que funcionaba a ajo, el muy hijo de Dios, y era el encargado de llevar a “la peña”, es decir a todos los laburantes, de vuelta hasta El Serrat, Llorts, Ordino, La Massana y Andorra la Vella. Era una muy buena oportunidad para adormecerse en el viaje de vuelta, después del laburo, y para conversar y hacer amigos. Yo tenía el cassette "La gran lluvia", de Mousse, de Gabriel Braceras, y cada tanto lo poníamos y gustaba. A veces uno se volvía en auto, si había arreglado con alguien de antemano. Pero era más cómodo en el Clìpol, en donde no había que escuchar a nadie.
Uno llegaba a casa como a las seis y tomaba el té, o iba al supermercado, o a tomar algo, según las circunstancias y el cansancio. También era una muy buena oportunidad para comentar las cosas que habían pasado durante el día:
-Usted sabe compadre que hoy me vino un huevón y me preguntó no sé qué huevá’ en catalán, y io le contesté en tunuianino... ta... ta... ta.
Estos hermanos mendocinos... eran muy ocurrentes, hablaban con esa tonada y siempre tenían una observación diferente a las de los cordobeses, y mucho diálogo entre ellos. Mucho más que el diálogo monosilábico que existía entre Matías y yo, o entre Matías y el mundo.
Vito y yo hablábamos hasta por los codos. Éramos los dos hermanos menores y nos llevábamos muy bien: no teníamos razón ni tema laboral, ni mucho menos personal, por el cual competir. Él sabía esquiar y era instructor; yo no sabía esquiar. Lo único que teníamos en común era que teníamos cada uno un hermano más cabeza dura que el otro: cabezas duras y esquemáticos. Vito y yo éramos La vida es una fiesta. Unos inconscientes, y nos dábamos cuenta de que a veces, pero sin ofensas, Matías y Danio opinaban muy diversamente donde tenían participación simultanea: el esquí. Y como eran dos guasos muy definidos en sus cosas, alguna vez discutieron por una cuestión baladí. Una vez, teníamos que ir a pasar Navidad a lo de Patricia Anguita, la chilena que vivía en La Pleta (una muy buena mujer, de gran corazón), y fuimos los cuatro al súper:
-Bueno, ¿ y qué llevamos a lo de Patricia? -dijo Matías.
- Y llevemos esto, compadre -dijo Danio.
-Que no: llevemos esto otro.
-Que no, que eso es...
-Pero, cómo le vamos a llevar esto.
-Justamente, le llevemos esto... que esto no.
-No, que esto sí.
Y mientras Vito y yo seguíamos delirando en las nubes, viendo qué compra innecesaria se podría hacer, estos dos agotaban su discusión.
-Pero... ¿los dejamos que se maten? Por qué no se van por donde ellos saben... ¡Que los parió estos dos viejos! -el “Mike" (Vito) y yo nos reímos y nos comunicamos en una sola mirada.
-¿Vamos compadre? Déjelos que se maten, nomá...
-Ma’se... ¡Que se maten! Y después nos tomamos nosotros las "gaseosas"... ¿Qué le perece, compadre?
-Para mí la más cara.
-¡Entonces para mí la más barata!
(Risas.)
Ni Vito le dio la razón a Danio, ni yo a Matías, cuando después, hechas las paces, cada uno en privado dijo:
-Sí loco, tenés razón.
-Sí compadre, tiene razón.
Ésa fue la única discusión. Cuando discuten dos tipos parcos, reservados y de pocas pulgas, es porque se armó la cagá’ : en cambio, cuando discuten dos parlanchines, no hay problema.
Cuando no hubo problemas ni discusión alguna fue al irnos a vivir al Tiffany’s, Apartament 331, La Massana. Estaba espectacular: al lado de un arroyo, más cerca de Arcalís y cerca de un supermercado. Dos cuartos, baño, cocina, living y balconcito, ascensor y buena calefacción. Muy importante, la calefacción. El 10 de enero nos mudamos al Tiffany’s, y por toda la temporada. Ya estaba arreglado. Hasta mayo nos quedaríamos ahí. Estábamos en "casa". Ese día hicimos las valijas en el Hotel Casino, pagamos y adeu.
Por esa fecha había caído una buena nevada y decidí, ya que estaba en el Retorno y nadie me controlaba, hacerme un iglú. ¡Sí! Si no lo hacía en ese momento, ¿cuándo carajo lo iba a hacer? ¿En la Cañada, cuando volviera a Córdoba? Así que empecé a juntar nieve con la pala que tenía el Retorn, cuidando que no viniera nadie en la silla: manejaba los horarios de los grupos y las clases de esquí: los primeros días cada grupo pasaba dos días abajo, y después, ya subían en la Doppelmayr. Una vez que pasaban como carne al matadero (The Wall, Pink Floyd) para el lado de La Coma, -previos golpes y arrastradas por el suelo con la silla- no volvían más, y me quedaba tiempo para volver a mi "Antártida" con forma de iglú).
Demoré dos días en construirlo, y al fin lo terminé: Aclaro: yo estudiaba abogacía, no arquitectura -aviso a los que recién agarran el libro-, y salió, más que como un "final de obra", como un pleito "transado Art. 832 C.C. Argentino". Estaba es-pec-ta-cu-lar. Estaba convencido de que el iglú era la Casa Blanca en Washington... era lo único que faltaba. Y me hice la película de mi vida en el iglú: quería poner un quiosco de Coca-Cola, claro. Si arriba, en el Retorno y para el valle de "La Coma", no había un carajo. Era un ideón. Le tendría que preguntar al Carchat, y ver qué opinaba... qué opinaba del porcentaje. Volví a la realidad: ese mismo día le había pedido permiso para tomar las festes (días francos) los días 23, 24, y 25 de enero; hasta el momento había optado por no tomar ninguno. Accedió el Carchat, y pacté para verme con el BB Gavatxe. ¿Pero adónde? Eso ya lo vería... mientras tanto, ¡a pensar dentro del iglú!
-Ay... Y en el iglú, ¿en qué pensás? -voz tonta promedio.
-Pensás lo mismo que podés pensar en la cajita de cristal que te criaste, piba. Es lo mismo: te hacés el iglú que querés, ¿viste? Si no te animás a hacerlo de purrete, de grande le podés dar forma de iglú a tu marido, a tu familia, a tu corazón, pero ya no te ahorrás la guita de los materiales, ni la del psicólogo que te cura la represión de tu infancia de no haberte animado a hacer tu propio iglú. Pero recién tenés plata para pagarle la consulta a los cuarenta años. Y a los cuarenta cagaste, porque ya te agarró el efecto invernadero, y no hay más hielo que el de tu propio corazón. Moraleja: Hacete el iglú de pibe, que lo hacés como se te ocurra: de grande, se te hace solo.
Capítulo Tres
EL BB GAVATXE À LA FRANÇA
Quand erru pitxonet
grandmare me branlaba.
Ara que suc grandet
me branlo tout solet.
Jean François (El pister).
-Bona nit: si us plau: Vull trucar’l 71 47862177 a la França!
-Un moment, si us plau.
Y ahí me pasaron la llamada
-Aló?
-Bon soir, je veux parler avec une mademoiselle de l’Argentine, s’il vous plaît.
-Moment, s’il vous plaît. Qui veut parler avec elle?
-Alejo, d´Andorra, merci beaucoup.
...
-¡Holeee!
-¿Qué hacés, Bebé?
-¿Dónde estás?
-Acá estoy, en Andorra. Escuchame bien lo que te digo: ¿qué días vas a estar en Chalon-Sur-Saône? ¿El 23 vas a estar?
-¡Sí!
-Bueno. El 23 de enero nos vemos allá. ¿Te gusta?
-Meeeencanta! -risas. Siempre risas.
-Perfecto.
-Pero, ¿y cómo vas a hacer?
-No sé. Sólo sé que voy a estar el 23 en Chalon-Sur-Saône. Esperame a partir de las 07:00 de la matina, oui?
-Oh oui, en la consigne. ¿Está bien?¿ Y el cosito?
-Tout bien!
-Bueno, repito. Nos vemos en Chalon-Sur-Saône, en la consigna. OK?
-OK!
¡Perfecto! Ya era verdad. Nos veríamos en Chalon-Sur-Saône. Así, de una. Todo estaba OK: tenía guita ganada en Arcalís, tenía festa: pero además, el Carchat (capo total) me había dado un día más, el dilluns. 92 horas de vértigo separaban Andorra de Chalon-Sur-Saône.
- Mane’m?
- Sí. Bon día: per a fer un viatge?
-A on vols anar?
-Vull anar a la França, a Chalon-Sur-Saône.
-Has d’anar a la Tour de Carol, després agafas el tren fins a Perpignan, després a Lyon i després arrivas a Chalon-Sur-Saône a les 06:54hs. I això es en peles...
Y así siguió el diálogo en castellano en una agencia de viajes, todavía la gente se daba cuenta de que aquest noi ancara no parlaba pas el català.
-Pero a eso debes comprarle directamente en las estaciones de trenes. Aquí te puedo dar los horarios y tal. Pero vas y coges el Clìpol de las 11:30 hs. en la Plaça y vas a la Seu d’Urgell, y desde allí vas a la Francia.
-Bueno, muchas gracias.
Ya no quedaba nada que hacer. Sólo irme. No iba a haber más llamadas al BB Gavatxe. Había que ir a laburar, que pasara un par de días, tomar mucho sol para estar más quemado, ya que esa semana venían siendo de días espectaculares de sol: regalos de Dios en invierno. En el Retorno de la Doppelmayr había que aprovechar el sol: aparecía recién a las 12:15, y hasta las 13:20 hs. Se escondía, y volvía a aparecer a las 14:20, hasta las 15:40 hs y... hasta mañana... si no estaba nublado. Además, no es como en Sudamérica, con el Pampero, el Zonda, o el viento norte que viene de Santiago del Estero: allí lo que mata es el viento del norte europeo. Ese viento puto... No sé si viene del Atlántico Norte o de dónde carajos, pero es frío. Y más si uno está en la punta de una montaña que separa dos valles.
En el Retorn, uno aprende a ver las ropas y las actitudes de la gente que va subiendo. A veces se ven como si fueran apariciones, almas que vienen aterradas, como si las fuera llevando Caronte a cruzar el río de la Muerte: son los que no saben qué tienen que hacer cuando se acaba el cable de la telesilla, con esos zapatos para chiquitos con problemas ortopédicos en que se transforman los esquíes, luego de que la silla se despega más de 50 centímetros de la tierra, y no se detiene por doce minutos más. Terminan todos hechos rollos de materia viviente y cridante. Y suelen gritar: "¡Para, para!" También están los “cancheros” que vienen vestidos como si estuvieran subiendo por las escaleras mecánicas del shopping, viendo vidrieras, sin la más mínima noción de que esto se va acabar de repente, y tratan de saltar, pero tienen el guardacos totalmente cerrado y pisado hacia abajo por su propio pie. Y finalmente los que sólo dicen "Bon día..." y pasan.
Esperando ir a Francia estaba un día en la telesilla; lo que veía (claridad meridiana: una de la tarde) no tenía ninguna relación con las ropas, las caras y la onda que uno asociaba "persona-ropa-pelo-Doppelmayr": cuando apareció por la tercera pilona me di cuenta de que había un error de fondo y primer plano. El fondo estaba bien, pero el primer plano era absolutamente de Argentina: es más, esos jeans y esas botas, eran de Córdoba. Además sin esquíes...
-Hola, ¿Alejo?
-Sí...
-Soy Marisa. Marisa Gutiérrez.
-¡Eh! ¿Qué hacés? Vení, ‘perá que la freno.
-¿Cóomo aandás, Negro?
-Bien, ¿ y vos? ¿Lo viste a Matías?
-No. Lo ando buscando y me dijeron que estaba por acá...
-Ya te lo ubico.
-Ta... ta... ta... ta...
-Sí, porque ta... ta... ta...
-Bueno, nos vemos esta noche.
-Sí, dale.
Esa noche, esa nena de Argentina había ido a buscar lo que quería, y lo había encontrado. El hombre de las pocas palabras la había invitado a comer al Tiffany’s, y así fue. Comentarios. "Me voy a Francia" era mi frase, cada 20 segundos. Después de comer me pasó a buscar Oscar, un amic de la estació, y fuimos a bailar al Ambit, d’Erts: era el boliche, la sucursal de Fly en Andorra. Muy bueno. Lo más increíble de todo: al boliche se iba a las 22:00 y ya había onda. La música obviamente no era la misma que en Argentina; no sólo la música inglesa era otra, si no que pasaban mucha música española, y uno no estaba acostumbrado a oír ese tipo de sonidos: Héroes del Silencio, el CINC–A-MIL, Radio Futura, “Sin pasaporte”; y también, The Snap, Black Vox, Tears for Fears, "Freedom", de George Michael. Pero lo mismo se la pasaba "a toda hostia". Además iba la gente de la estación, buen ambiente y pas problema. Por otro lado estaba Arinsal: ése era el valle de los ingleses. Ahí los boliches pasaban otra música. El "Cisco", el "Red Rock " (o Roca Vermella) y así: rock de los ‘60, otra cosa. Yo iba poco para aquel lado. Una noche toqué en el Red Rock, temas míos, de mi grupo Gin, pero me copaba más el Ambit.
Al día siguiente me iba a Francia: ya tenía todo listo, y a las dudas me las habían aclarado esa mañana "Les Reines", dos andorranas hasta la médula, y de Ordino a muerte, amigas que iban a visitarme al Retorno y me enseñaban catalán. Muy buenas amigas les noies. El día se hizo corto, y ya estaba de vuelta en casa listo para partir al otro día a Francia.
-Bueno, compadre, que le vaya bien -Danio dijo.
-Acuérdese de los amigos, compadre -dijo Vito.
-Loco, nos vemos a la vuelta -Matías afirmó.
-El 24 nos vemos -me despedí de todos yo.
Me levanté y fui para Andorra la Vella: cambié guita para ir a Chalon-Sur-Saône: 5.000 pesetas = 260 francos franceses. A las 11:30 estaba rumbo a la Seu. Ahí tomé un bondi hasta Puigcerdà, a donde había un sol espectacular, y me senté en un banquito, durmiéndome al solcito. Y me acordé que era 22 de enero, hacía nueve años que se había muerto mi vieja. Allá lejos en Argentina, y allá lejos en el tiempo.
Bourgmadame: crucé la frontera a pie, como un peregrino. Con el bolso y el pasaporte, y una pinta de animal que me parecía bárbara. Qué lindo lugar. Ahí debía esperar hasta las 17:39 le Petit Train Jeune: un trencito amarillo de tres vagones, alucinante, en el cual el conductor va con los pasajeros, en el mismo compartimiento. Qué lugares cruza ese trencito: cruza los Pyrenées, en la Región de Rusillon, Cerdanya se llama, creo. Es muy lindo, montañoso, con picos nevados. Muy lindo. Y muy puntual. A la hora que decía el trencito, llegaba en punto. SNCF: gavtaxes fils de putes! Qué puntualidad. Los felicito.
Llegué a Perpignan y ahí tomé un tren a Lyon, pero antes me hice amigo de una gorda yanqui, violinista, que también iba para donde yo, y aprovechamos la compañía para no viajar solos de noche en esas estaciones de mierda, que no tienen nada que ver con las estaciones de las montañas. Me sentía muy seguro en Andorra: era como estar en Argentina en ese aspecto. En cambio en Francia, país millonario en habitantes, y en donde las cárceles eran mas grandes, y los criminales mayores en número, me sentía más extranjero. Pero una vez que llegué a Lyon, a las 05:05 de la matina, enganché el tren de las 05:44 hs para Dijon Ville: excelente. Eso me permitió llegar al Chalon-Sur-Saône a las 07:04; era increíble esto de los horarios tan exactos. En eso sí que me sentía un extranjero: en Argentina no sólo no eran puntuales los trenes, sino que estaban hacía 46 días de paro, según el exactísimo reporte de Lalo Aita Tagle, mi amigo-historiador-veraz de Argentina.
¿No ves que el tren no va a esperar?
Si no llegas a hora, él se va, y no te espera.
"Fronteras". Omar Egea, Mousse.
Bajé del tren. ¿Dónde carajo está esta mina?, -pensé. Me voy ya a la consigna, y seguro que está ahí. Siempre tengo buena suerte. Pero esta vez no estaba el BB Gavatxe. Fui hasta el correo, la poste. Mais, no estaba. Ahí traté de llamar, pero no encontré el teléfono. Esperé; y no sé cómo, nos vimos de repente en la Gare du Train. ¡Bien!
-¡Qué hacés!
-¡Holeeeeeeeee!
-¿Qué hacés, tenés puesto el manteau?
-Sí.
-¿Te sentís muy canchera?
-Sí: muy.
-Bueno, ¿Qué hacemos?
-Yo tengo que ir al colegio, al Lycée Mathias, a avisar que no voy a ir.
-¿Que no vas a ir? -risas.
-Dale. Vamos, y vamos a desayunar.
-Dale. Vamos al supermercado.
Nos metimos en el Lycée Mathias, el colegio que le correspondía según su organización del viaje, y bordeamos la costa del río Saône; esperé en la entrada, y de ahí fuimos a un supermercado, compramos, mientras nos reíamos, mil pelotudeces, leche, cerveza, galletitas, quesitos, y no sé qué zonceras más. Era impresionante y muy raro verse con BB Gavatxe en Francia, en esa ciudad más rara, llena de neblina, llana, helada. Todo era muy gracioso. No estábamos en Córdoba... estábamos muy lejos. Eran las diez de la mañana. Nos estábamos cagando de frío:
-¿Qué hacemos?
-Y... no nos quedemos en la calle.
Fuimos a un bar que quedaba en la Rue du Dijon:
-Vous avez les passeports? -dijo la señora dueña del petit hotel.
-Oh, oui! Voilà! -dije.
-Mercí! Oh... Argentina, c’est très loin!
-Oui. Combien c’est ça?
-75 francs.
-Mercí. Voilà le passeport.
-Merci.
Y entramos, con una actitud casi fugitiva, y en horario de clases, lo cual estaba bastante bien. Mucho mejor que estar trabajando, y mejor que estar en clase. Era como una ex casa linda. Nos pusimos a comentar los viajes, a jugar a la vida, a hablar, a escribir unas cartas, y a reírnos absolutamente de todo, y de todos. Nos creíamos los mejores. Éramos los reyes del mundo. Estabámos ahí sin que nadie nos hinchara las bolas, tan lejos de los esquemas de Córdoba, y de cualquier presión típica de esa edad. Y las horas pasaron, y de repente se hicieron las 18:40, y fuimos a un lugar, "Piscine": ella tenía que estar ahí para reunirse con su "familia" francesa. Y me acompañó hasta la rue 8 du Mai du 1945, y tomé mi tren de las 20:08. Todo había terminado. Besos, abrazos, y
-Nos vemos.
-¿Cuándo?
-¡Hablame! -y el tren se iba. Y se fue.
Por la Tour de Carol, y sin darme cuenta, estaba de vuelta en Andorra, a la una de la tarde. Contento: me había ido fantástico! Esas minivacaciones me habían venido muy bien: uno no se da cuenta, pero cuando se está tanto tiempo encerrado entre esos valles con pendientes tan cerradas, uno olvida que el mundo en el llano es más abierto, y hay otras perspectivas visuales. Es diferente la vida en el llano que en los valles. La cuestión era que me había encontrado con el BB Gavatxe, y lo habíamos pasado genial.
Esa noche en casa, ya en Andorra, todo era comentarios. Todos me recibieron con muy buena onda. Nos juntamos a comer en casa y a tomar cava (no champagne) como búfalo -así se decía cuando se brindaba, y el que tenía la copa en la mano izquierda tenía que hacer fondo blanco-: ¡qué mamúa me agarré esa noche! Al otro día no trabajaba. Les hice mis cuentos a los hermanos Vito y Danio Ramonda. Un amigo, Edgardo, de Mar del Plata -¿viste La Feliz?-, había llevado una filmadora, y cada uno hablaba sus pelotudeces; menos Matías. Era muy parco el loco. Dijo tres o cuatro palabras, se fumó un Marlboro, cerca de la ventana, y después se piró a dormir. ¿Quiénes quedamos hablando estupideces? Obvio: Vito, Justa -la médica catalana de Soldeu El Tarter, la otra estación de esquí- y yo: los tres totalmente borrachos. El elenco estable del Dpto. 331.
Capítol Quatre
LA MORT
Advice for the young at heart:
Soon we will be older.
When we gonna make it work?
Tears For Fears.
Mi fecha de regreso a la Argentina por Aerolíneas para el 20 de enero había quedado totalmente prescripta, vencida, invalidada, irrecuperable e inservible: definitivamente, y sin una segunda consideración, había decidido quedarme en Andorra, y hasta mayo. Eso, unido a que la estábamos pasando bien, y no teníamos problemas de convivencia entre los cuatro, generó una especie de pacto tácito: íbamos a quedarnos a hacer la temporada hasta mayo, y nos iba a ir bien. Obvio: si me quedaba, era para no abandonar el puesto de trabajo que yo mismo había pedido.
Encima, había vuelto de Francia a Andorra contento. A mi trabajo. Era 26 de enero; ya estaba mucho más enterado de que la vida en Andorra no tenía por qué no ser como en Argentina. Podías sentirte cómodo en varios aspectos: trabajar, sentirte seguro, darte tiempo para juntarte con amigos; igual que en Argentina, aunque más no fuera por la temporada de ski. Ese día, en el Retorn de la Doppelmayr, se me acercan dos tipos, uno con monoski y otro con tablas. ¿Y quiénes eran? ¡Dos cordobeses! Sí, eran Diego Martínez y Ricky Mazzuco. Qué hacían en Andorra, pensé, qué buena onda. Me dio mucho gusto ver a dos cordobeses; si bien no eran mis amigos íntimos, siempre es un gusto ver gente argentina cuando uno está lejos. Habían decidido ir a Europa y aprovechar la estadía y darle al esquí. Bien Ahí: Inteligentes. Los días que les tocaron para esquiar fueron muy cambiantes, porque al otro día se desató una ventolera criminal, con ráfagas de más de 100 Kmts./h, e incluso ese día se cerró la Doppelmayr. El Carchat no entendía que la telesilla en la parte del Retorn estaba al borde del colapso: en medio de un sol divino de las tres de la tarde, vino una ráfaga de viento muy fuerte y una de las sillas se estrelló contra la pilona, y quedó totalmente desformada e inútil. Hubo que parar la telesilla, y al final de deliberaciones y gritos en medio de esta tormenta de viento, nevisca y luz del sol, decidimos cerrarla por lo que quedaba del día.
Efectivamente, ese viento del norte es el que allí en el hemisferio septentrional lleva los cambios. Y llevó los cambios: al día siguiente no se abrió la Doppelmayr, habida cuenta de una espectacular nevada que había caído durante toda la noche, y que siguió cayendo durante toda esa jornada, satisfaciendo el deseo común de cualquier persona que trabaje en una estación de esquí: tener buena nieve. Ese día lo pasé con el Toni, un gitano sevillano que "flipaba" y tomaba "pala" como un enano: era muy buen tipo, y había manejado en alguna oportunidad los huskies siberianos con el tema de los trineos y "tot aqueix merdet". Y mientras el viento norte seguía llevando nieve, la estación estaba quieta, sumida en una sola nube, en la parte de arriba y en toda La Coma, la parte posterior del valle del mismo nombre. Ya el comentario de todos los pringats de la estación era "lo puta mare que iba estar la nieve mañana", ya que la meteó (el pronóstico) decía que iba a pasar la tormenta, y que habría sol.
Eso significaba que el Kiwi, y el Tomi, cada uno en sus sendas ratracks, deberían pisar la nieve para que las pistas pudieran estar disponibles y conformar a toda la gente que sabía que la nieve iba a estar molt cojonuda. Esta situación significaba para la estación moltes peles. Mientras mejor esté la nieve, más "forfaits" o tickets se venden. Así que el nivel de ansiedad general de la gente era: ¡Vamos a marcar las huellas! Para un esquiador es más valorada la nieve polvo sin marcas que cualquier otra cosa. Todo el mundo estaba ansioso por que las máquinas terminaran de "ratracar" y se diera la orden de abrir.
Mientras tanto, con Fernando tranquilamente (¡que esperen los impacientes!) limpiábamos las sillas, que habían quedado llenas de nieve por el nevadón que, de paso, había traído una claridad espectacular que permitía ver, con una precisión no muy común, de punta a punta los dos valles. Estaba ideal para tomar sol, la telesilla cerrada y yo arriba en el Retorn. Al mediodía la abrieron y subió el malón humano desesperado y con ganas de aprovechar esa nieve, un regalo de Dios: blanca, liviana, polvo, muy mullida, excelentemente pisada, con las pistas bien anchas: el día ideal para esquiar. Pasaron por mi barraca Ricky y Diego, justo cuando estaba con Matías, y almorzamos juntos, mientras el tema inminente era adónde ir con esa nieve acojonante:
-¿Así que le hacés al monoski? -dijo Matías.
-Sí, justamente te quería preguntar - etc.-... ¡Ah! ¿Y adónde hay un lugar copado, pero copado... para que vayamos con Ricky? -preguntó Diego interesadamente.
-Hay lugares muy alucinantes por acá, pero hay que tener cuidado con los fuera de pista, porque la nieve todavía está muy floja, y ha nevado mucho...
Después de almorzar algo, comentarios, consejos y bromas cordobesas acerca de una Argentina que se estaba cayendo a pedazos -el dollar ya estaba por las nubes-; siguieron unos bocatas alucinantes y unas buenas latas de Coke, y a esquiar.
-¡Una fotito para la posteridad! -nos dijo Diego a Matías y a mí.
-Meta.
-Pónganse. ¡Bien, ahí los hermanos!: y que salgan las montañas nevadas.
Era la primera foto que me sacaba con Matías en Andorra. Nunca he sido de sacar fotos: las únicas fotos que valen son las que quedan en la memoria de los protagonistas. Pero ahí salió la fotito: con una nieve de locos, y una luz de locos, de ese radiante de sol y nieve, y pistas ya habilitadas; quedarían para el día siguiente los planes de ir a hacer marcas en la nieve honda.
Ese 30 de enero siguiente, parecía un día de primavera: se había calmado totalmente el viento, no volaba un cristal de nieve, el cielo diáfano: unas condiciones ideales para esquiar, sin frío, sin mucha ropa, y con las palas de nieve esperando ser "operadas" por los escalpelos de algún par de esquís con los cantos recién afilados.
Era la hora de almorzar. Agarré un poco de nieve, me puse a derretirla con la hornalla que tenía en la barraca, para hacerme una sopita y salir como loco a esquiar. Listo, pensé: ya estoy comido, y a esquiar. A tomar solcito, y hacer la mayor cantidad de bajadas por la Negra, hacia la base de la Doppelmayr... ¿Y La Coma? No: La Coma de mierda esa es muy larga, y hay mucha gente. Mejor por la Doppelmayr... con las "bañeras" que producen risa por lo animal que es la pendiente. Y cómo salta la nieve...
Cuando volví al retorno pasaron Ricky y Diego; les quedaba un par de días, y se iban. Un ratito más tarde, a eso de las tres y media de la tarde, pasó Matías:
-¿Qué hacés? ¿A qué hora cierran la silla, che? -muy calmadamente.
-A las cuatro y media es la última cadira. ¿Por?
-No. Ahora miranos, porque vamos a bajar el Port de Rat con Danio y Mark. La nieve está alucinante, y vamos a ver de hacer una buena bajada -explicó.
-¡Uh, qué bueno!
-Va a estar buenísimo -siguió-. Voy a llevar un beeper por cualquier cosa, y Mark el receptor.
-Ahí vienen Mark y Danio -me di cuenta, vigilando la silla.
-Hey, Alehu. ¿Cómo éstas? -Mark saludó prudentemente.
-Eh, compadre. ¿Cómo dice que las lleva?-bromeó el Danio.
-Así que se van al Port de Rat -retruqué-. ¡Ya los alcanzo!
-Bueno... nos vemos abajo.
-Nos vemos. Chau.
Y salieron estos tres reyes magos del esquí, apenas haciendo un sutil movimiento con los pies sobre las tablas, deslizándose sin esfuerzo por la nieve, casi sin siquiera tocarla, para ir hasta la bajada que cruzaba por la "Blava", y de ahí salía al fuera de pista, cruzando la Xarxa con el cartel que decía Perill d´Allau -peligro de avalancha- para ir hacia el hito de piedra (un mojón) del Port de Rat, que, justamente, haciendo honor a su nombre, es un portillo a 2542 metros de altitud sobre el nivel del mar, en la cresta de la montaña que a su vez hace las veces de frontera entre Andorra i la França: sobre, un esquí, Andorra; sobre el otro, Francia.
Y como decía la canción que habíamos compuesto con Marquitos en Gin: Otro día que se va / y otra vez estoy acá... Ya eran las 4 o’clock: faltaba media horita, y subía el último, i cap a casa! Los minutos que faltaban los iba a aprovechar viendo cómo se acercaban los tres por el faldeo hasta el mismo Port de Rat. Cada tanto miraba, y avanzaban un poquito más. Me fijaba si venía gente en la silla, y ojeaba para ver esta tan anunciada bajada: estaba virgen la nieve. Desde mi barraca, a unos mil metros del mismísimo Port, se veía con una claridad inusual. Nieve, todo blanco, y tres puntos colorados, azules y amarillos que se movían de a poco: Parecían la bandera andorrana en movimiento. La formación era muy clara: Matías adelante, Mark al medio, y Danio atrás. No viene nadie en la silla, -me dije. Volví a mirar cómo iba la llegada hasta el Port de Rat, y me di cuenta de que Matías se había detenido justo antes de una piedra, para cruzar una pala de nieve. Ahí vienen dos en la silla, -observé.
De repente sentí detrás mío un ruido calmo pero muy ronco y muy grave, que salía de la naturaleza, y me di cuenta, al darme vuelta hacia el Port de Rat, que era una avalancha, y bastante grande, que estaba desprendiéndose justo por delante de la piedra en la que Matías había estado parado hacía una fracción de segundo. Pero Matías no estaba a la vista. Éste no se salva, -supe, y tiré la pala al suelo. Y me quedé mirando. Nunca había visto una cosa así. La mare que ho va parir... y esa nube seguía inflándose, mientras bajaba muy lentamente. Este guaso... Bajaba y se inflaba.... está muerto. Sí. Chau. No sé por qué. Me di cuenta de que su historia había terminado ahí mismo, esa tarde.
-¡Wuup! ¡Wuup! ¡Wuup! ¡Wuup! ¡Wuup! -sonó el teléfono de la barraca.
-¿Hola, Fer?
-¡Hola, Alejito! -qué hace éste llamándome, pensé. Efectivamente está muerto y Fernando no sabe qué, ni cómo carajos decirme nada, y reconfirmé para mis adentros: él tenía radio, yo no.
-Qué hacés loco, ¿todo OK? -le dije.
-Che -silencio-... ahí me parece q... q... que escuché por la radio que a los chicos se les desprendió una placa... pero está todo bien.
-Sí, man. No te preocupés -le contesté con la misma calma que reinaba esa linda tarde de sol.
-Pero no, si va a estar todo bien. Después subo para allá.
Sin palabras: ¿Fernando subiendo a la hora del cierre? Estaba peor que yo. Esa llamada era un síntoma de certidumbre sobre la situación que se avecinaba. Eran las 16:11 hs.
Calma. Con la misma calma de esa avalancha lenta, pero imparable. ¿Qué hago?, me dije. O pienso, o cago. Y ya somos dos. Cuando cierre la última silla -instintivamente se me ocurrió- y si me autorizan, voy para allá. A ver. No sé esquiar bien en ese territorio, y no tengo que ser el “hermano nervioso de la escena”, y que por eso no me permitan ir. Tengo que llegar hasta el lugar, con calma; y que intervengan los que sepan. Si realmente está muerto, está muerto. No hay lugar a errores.
En ese momento ya veía que por la telecadira de La Coma iban subiendo al rescate el Cap de Pistes Marcel, el Xurri, Vito, Marc, el Pere, Josep María, el Xin, Huguito, el Metge, Julio pister, Maní, el Oscar, Enric (Catalá) i altres, para tomar la misma huella que habían hecho Matías, Mark y Danio. Hasta el lugar del accidente había veinte minutos y más, desde la entrada a fuera de pista, hasta el lugar de la avalancha. Mientras tanto arriba, en el mismo lugar de la avalancha, estaban Mark y Danio, calculo que totalmente sorprendidos. Danio se había quedado quieto, congelado e inmóvil, en el borde de la huella de la avalancha, luego de que Mark le hubiera indicado que tal cosa hiciera; Mark se había detenido hacía instantes, cuando se cortó la placa de la avalancha. Entonces, Mark le hizo una clara seña a Danio, como diciéndole "Aproxímate". Eso hizo Danio. Se llegó hasta el punto. Y quedó como una marca humana: duro. Duro de miedo e incertidumbre, supongo. Pobre compadre. Mark, fríamente, empezó a bajar prudentemente por sobre la inestable superficie de la reciente avalancha, que había hecho desaparecer el cuerpo de Matías, intentando localizar la señal del beeper cuyo receptor portaba él mismo en su brazo. Bajó unos cincuenta metros. Se detuvo. Siguió otro tramo. De repente, levantó un bastón. Danio abandonó su posición, y empezó, cautelosamente, a bajar por la huella de Mark, y llegó hasta donde éste. Se detuvieron un momento.
Yo veía todo desde mi Retorn, y de repente me llegó un relevo. No recuerdo quién era. Creo que era Marcelo Zanotti, uno de los dos porteños.
-Alejo: está todo bien -me saludó. Pero los ojos nunca mienten, -pensé.
-No creo. Aguantame, loco, que tengo que ir para allá. Está todo bien.
-¿Podés? -no sabiendo si ayudarme, o quedarse "muzza".
-Todo bien, y... gracias.
Me puse los esquíes, y emprendí camino hacia el Port: iba despacio, y la nieve estaba honda, pero ya habían hecho bastantes pisadas antes de mí. Avanzaba mientras pensaba, qué les iba a decir a esta gente, o qué me iban a decir. No había una gota de viento. Y el sol, a pesar de todo este oscuro panorama, aún alumbraba.
De repente, vi que Mark se separaba de Danio, dejándolo de seña, en el virtual sentido de la palabra. Avanzó unos metros, lentamente, muy lentamente, y de golpe se detuvo. Había encontrado a Matías. Le hizo una seña urgente a Danio: la misma que la anterior: Danio bajó. Y se quedó inmóvil. Entonces Mark aceleró el ritmo, y como un profesional, rápidamente y con cuidado logró llegar hasta el "Furat", el túnel vial inconcluso hacia Francia. Allí se encontró con una de las ratracks y partió en schuss hacia la telecadira de La Coma.
A todo esto, yo avanzaba a mi paso por esa ladera. Ya voy llegando, pensaba, cuando vi allá lejos, a unos doscientos metros más arriba, la piedra en la cual había visto por última vez a Matías, desde el Retorn. Llegué y vi que ya habían cavado en medio de la avalancha, un hueco como de un metro y medio de hondo por cuatro metros de largo y ancho. Al medio, estaba Matías, tirado en el suelo; aparentemente sano, pero inerte. A su lado, Joan, el Metge, el médico de la estación.
Está muerto. Seguro, pensé.
-Un, dos, tres, quatre, cinc: Va! -aspiraba y expiraba el "Xurri", pister, y contaba mientras le aplicaba presión sobre el pecho- Un, dos, tres, quatre, cinc: Va!
-Compadre -dijo Vito mientras me apoyaba la mano sobre el hombro.
-Compadre... ¿quiere que ayude en algo?
-Un, dos, tres, quatre, cinc: Va!
-No compadre; ‘tá bien nomás -sugirió atinadamente Vito.
-Un, dos, tres, quatre, cinc: Va! Hostia puta, me cagendena!
-Pasa res: un, dos, tres, quatre, cinc: Va!
-Ves tu de fer ho, si us plau! -dijo alguien.
-Un, dos, tres, quatre, cinc: Va!
-Sembla que de moment no hi ha cap helicopter a la França, hostia!
-Un, dos, tres, quatre, cinc: Va!
-Tommy, Tommy: M’en sents? -dijo el Marcel, Cap de Pistes.
-Un, dos, tres, quatre, cinc: Va!
-Estig aquí pujand amb la ratrac, i ancara no he pasat pas la telecadira de La Coma -se escuchó por la radio.
-Un, dos, tres, quatre, cinc: Va! -intentó alguien más.
-Marcel, Marcel: Em sents? Ha arribat la ambulancia fins a La Coma -dijeron desde la ratrac.
-Un, dos, tres, quatre, cinc: Va!
Ya no había más nada que hacer. Ya estaba muerto. Con mucho cuidado, levantaron el cuerpo entre cinco personas, en medio de esta nieve, y lo empezaron a mover unos metros, fuera del área del hueco. En ese momento se sintió otra vez un temblor, y una especie de viento salió de entre la nieve: era la avalancha que se estaba soliviando, acomodándose. Urgentemente, Marcel, el Cap de Pistes, decidió que debíamos abandonar el área, habida cuenta de que ya no había posibilidades de vida. Pusieron el cuerpo en una de las "barquetas", y comenzó la caravana a bajar rumbo a una posición más segura, ya que la avalancha podía en cualquier momento volver a desplazarse. Julio, el pister, fue el elegido para la difícil tarea de llevar el accidentado hasta el Furat, en donde ya estaba esperando la ratrac de Tomi Haytree. Pero la bajada era muy dificultosa, y no era normal: había que hacerlo con una barqueta, y con una persona que, en el mejor de los casos, no estaba consciente. Para mí la suerte ya estaba echada...
Mark Crichton tomó las riendas del asunto. El terreno estaba por demás complejo, y la situación no era como la de todos los días: esta vez era uno de adentro, uno de la estació. Era Matías. Con una destreza y una frialdad propias de un zorro de la nieve, Mark resolvió su cometido, hizo unas vueltas "María" y encontró el camino más corto a la ratrac, varios metros más montaña abajo, hecho lo cual subimos la barqueta, conjuntamente con otros que vigilarían su transporte.
Yo me voy esquiando, resolví. Yo me voy pensando, supe. Tomé todos los atajos posibles hasta la base de "Els Orris", el telesquí de La Coma: ahí estaba la ambulancia.
-¿Puedo ir en la ambulancia con él, por si tiene algo que decir? -le pregunté a la Roxana, haciéndole entender que lo que en realidad quería saber era si estaba muerto o vivo.
-Alejo, oie, mejor vente conmigo, ya po´ -dijo la Patricia, que estaba con la Break 18 en La Coma: ¿? Ya no hacía falta reconfirmar nada.
Y nos fuimos en la Break, Vito y yo en el asiento de atrás, con la Patricia y la Roxana. Silencios, risas de nervios. Llegamos al edificio de la Escola de Ski, bajé, busqué las cosas de Matías, y le vi la cara a Danio: le vi la cara a la muerte. La cara de Danio lo dijo todo: Matías estaba muerto. Yo ya lo había entendido: había visto la avalancha, y había visto la avalancha en la cara de Danio. Y éste estaba destrozado. No estaba. Estaba ausente.
-Va arribar la policía -escuché a alguien.
-Vamos al hospital -nos dijo la Patricia a Danio, a Vito y a mí.
Y partimos para el hospital, en Andorra, a 30 kilómetros. Cuando llegamos al hospital entramos, nos sentamos y Patricia entró por un pasillo, y apareció de vuelta.
-Oie: que no está acá el Matías. Está en la Clínica Meritxell.
Y por detrás salió una médica francesa:
-Algú de vosaltres es el germà? -se dirigió a Danio, que tenía la cara blanca y estaba estupefacto, pero de pie y sin poder hablar.
-Per que no crec que li trovin amb vida... Ho sento molt...
Danio, Vito y yo y nos abrazamos.
Partimos hacia la Meritxell. Entramos y me encontré con el Carchat:
-¡Hostias, Alejo! Se van los buenos y se quedan los malos -me dijo llorando y dándome un fuerte abrazo; y yo también me largué a llorar.
-Me cagendena, Carchat!
-¡Hostias, Alejo! La mare que ho va parir!
Andorra, Andorra... Lo parió... esto no estaba en los planes.
El Carchat, al que yo supuestamente le iba a tener que decir que la telesilla había explotado, justamente él, tuvo que decirme que Matías estaba muerto. Era muy duro. Pero por algo era. No sé por qué; y nunca lo sabrá nadie, pero así es la vida.
No era momento de conclusiones: tenía que estar fuerte, y actuar.
-Escolta, Alejo, después el Joan Metge quiere hablar contigo.
-Sí, Carchat. Lo que haga falta.
-Alejo, com vas? -dijo el Joan Metge.
-Be. Na’ fen’.
-Mira, debes de reconocer el cuerpo d’en Matías, i ver si es él, como testigo.
-No hay problema, vamos. Y bajamos una escalera hasta las camillas conservadoras.
-Sí. Es Matías.
-Molt be. Ja está. Mercès, Alejo.
-Tanqui, si us plau -le dijo a un encargado.
-Doc, ¿y de qué murió? -le pregunté.
-Mira, o ha mort d’asfixia, o ha mort d’un cop al cap, o al coll. Es decir, se le ha cortado el pescuezo.
-¿Paro cardiorrespiratorio, mejor?
-¿Tú crees, Alejo, que... es necesario hacerle la autopsia?
-No, no lo creo. Es más, Doc: la causa de la muerte, si tú lo dices, es el paro. Y por mi parte, no hay necesidad de investigación alguna: él murió por su propia responsabilidad y riesgo. Por mi parte, no hay nada que decir, y no hay culpables: Sólo pasó -concluí-. Gracias por todo -agregué.
Capìtol Cinc
I ARA QUÉ FAIG?
El amigo debe comportarse
con el amigo como consigo mismo,
porque el amigo es otro él.
Anónimo, El Mollar, Bajo de Olmos.
Subí a la entrada de la Clínica Meritxell, y me encontré con mucha gente de la estación, amigos de nosotros cuatro: de Danio, Matías, Vito y míos.
¿Y ahora qué hago?, pensé mientras iba subiendo las escaleras. Sin superficialidades, con calma, decidí que ése no era el momento para reflexionar sobre mi nueva situación. Ya llegaría, así como llega la muerte sin aviso ni permisos de nadie, mi momento para sentirme mal o bien. Mientras tanto, a no dar lástima, y ver cómo era lo que seguía. Inmediatamente, no decir que no a nadie: a la cordura la manejo yo.
-Vito, compadre, mire: ahora somos tres. Y hay que meterle. El Danio está hecho bosta. ¿Qué le parece que hagamos?
-Ahí el loco está hecho bosta... Mire -siguió-, la Patricia decía que vayamos a la casa de ella.
-Vamos. Yo tengo que ver cómo me comunico con Argentina. Voy a tener que decirle a la Bola que se murió Matías, compadre... No hay otra.
-¿Y qué le vas a decir?
-Y lo que pasó, compadre... Se va a matar, pero es la verdad. Y si no se lo digo yo compadre, ¿quién si no?
-Y sí, compadre.
Mucha gente vino a saludarme. Todos me dijeron lo mucho que lo lamentaban. La verdad es que esta noticia había sorprendido a toda la gente de las estaciones de esquí: amigos y conocidos de Matías estaban en la clínica. Partimos hacía La Pleta, en Ordino, a lo de Patricia: ahí ya había mucha gente amiga. Saludos, pésames y lágrimas.
-Oie, Alejo: ¿qué vai a hacer con tu viejo? ¿Por qué no lo llamái? Si querí, ahí tení el teléfono, po -me ofreció Patricia con su tonada chilena. Patricia sabía bien de qué se trataba todo esto: alguna vez tuvo ella misma que lidiar con la muerte en un lugar alejado, cuando su ex marido en Tahiti se inmoló como un bonzo.
-No te quiero joder, pero te pago las llamadas, porque van a salir un huevo, y te lo quiero pagar.
-Oie, ¡deja esa lata, uon! Lo llamai y punto.
-Perfecto, pero después arreglamos.
Seguía cayendo gente, y más gente. Gente que evidentemente quería a Matías, de todas las estaciones: de Soldeu, del Pas, de Arinsal, de Pal, y obviamente de Las Leñas y de Arcalís: pasó toda la estación por lo de Patricia. Desde los más pringats hasta el cap de caps: hasta Monseuir Gaçon estaba en La Pleta. Desde el más viejo, hasta el más joven.
Dos cosas me preocupaban: una, mi viejo. Tenía que avisarle con calma. Y otra, más inmediata: que esta gente se llevara una impresión correcta de cómo estaba yo. Muchos eran amigos míos, y no quería que pensaran "Ay, pobre Alejo, lo que debe estar sufriendo". No eso no. No le tengo lástima a nadie, menos iba a estar autocompadeciéndome; mucho menos delante de terceros.
Con eso me quedé tranquilo; todos estaban de acuerdo en una cosa:
-Escolta Alejo, el teu germà es va morir fen ho qui ell volia.
Sabias palabras: se había muerto haciendo lo que quería. Y así era. Una tarde, volviendo de laburar, me dijo:
-No sé si algún día me moriré o no, pero si me muero me gustaría matarme contra una piedra, esquiando, y estar enterrado acá en Andorra.
Para toda la gente del esquí, su vida es el esquí. ¿La vida y la muerte? Son lo mismo: en un esquí va la vida y en el otro la muerte. Así se esquía. Así se vive. Si de morir se trataba, que fuera esquiando. En ese momento entró el "hombre grande" de la estació, el Ramó Garriga. Se me acercó, me dio un abrazo en silencio y se largó a llorar, y yo lo acompañé. Luego, me miró y me dijo:
-Alejo: Tu ets un roure!
Ésas eran las palabras. Ramón era viejo, 60 y largos años. Y sabio. Además, quería mucho a Matías. Y por ese motivo, nos habíamos hecho amigos en el 3 y el 4, los telearrastres del Abarsetar, el valle anterior al valle de La Coma, y donde estaba la mayor parte de la Estación. Allí estaba Ramón los días en que el elevador "Els Orris" en La Coma estaba cerrado. Vodka, cigarros y català de por medio, mientras me contaba sobre sus épocas de paracaidista en la famosa Legión Extranjera, y sobre la pérdida de tres de sus dedos. Ramó era "vaquer": un hombre que año tras año observaba la naturaleza dar sus pasos y cumplir sus ciclos, lenta pero segura, y sin detenerse. No se había equivocado en su apreciación hacia mí: había entendido instantáneamente mi actitud.
Yo me había dicho: esta situación, o me mata, o la venzo. Mi actitud fue muy soberbia, pero muy útil. La muerte, esta novia de nadie, a la que ninguno quiere, a la que nadie nunca invita, la que todos siempre evitan, puede llegar a ser muy mala enemiga, si uno no le hace el frente que se merece. Duro con ella: no es blanda ni menos indecisa. Es inevitable. Y los que no entienden la necesidad de una batalla con ella, pierden la guerra entera. "Ineluctabile factum", decían los romanos. En ese momento opté por vencer a la mort, esta amiga indeseable, con la debida cuota de indiferencia, y con la debida cuota de asunción que merece, más allá de que la gente le grite "puta", "maldita", "fuera de aquí" y otras necedades. Alguna vez en mi vida, en años anteriores, algún convenio tuve que firmar con esta señora para poder seguir viviendo con dignidad, y entendí que su paradójica naturaleza consiste justamente en el hecho de vivir todos los días entre nosotros, a cada minuto. Pero era evidente que esta vez, la Parca había venido muy decidida a cobrar una cuota más del convenio de la vida. Esta vez se trataba de una cuota bastante gruesa y por la cual sólo había esperado veintiséis años. En este permanente comercio del vivir, nos acostumbramos a dar en pago los cueros más viejos, y eso no nos molesta, o al menos así lo preferimos: todos quieren pagar sus cuotas a la muerte con los cueros viejos o los ajenos. Nadie quiere pagarle sus cuentas con los cueros jóvenes, los más fuertes, los que supuestamente mejor estado tienen, y los que más satisfacciones nos van a dar. ¡Pero no, autocompadecidos! La muerte no transa, y no hace rebajas; y quien sea llamado a sentarse a su mesa, debe saber llevar la conversación de manera tal que al final de la reunión, se le pueda decir "¡Que te vaya bien!" Porque si es insultada se ofende, y hasta que no la saludes, no se va.
Así que, esa vez, pagué esa cuota: asunción y dolor. Y se fue.
-Fins aviat, amiga! -le sonreí. ¡Perra!, pensé.
-Ens veurem! -me aseguró.
Después en Argentina, en mi casa, con mi gente, acomodaría las monedas restantes. Ahí veremos, como el pueblito santiagueño.
-¿Cuántas cuotas? -preguntó un imprudente.
-¡Tantas como amores! -contestó un valiente.
-¿Dónde está el Salva Eudal? Quiero avisarle -dije, acordándome de este gran amigo de Matías.
Al día siguiente, en la enésima vez desde la tarde anterior, intentaba comunicarme con la casa de la Bola. No lograba dar con Sudamérica:
00 54 51 43 261... 00 54 51 43 261... 00 54 51 43 261... 00 54 51 43 261... 00 54 51 43 261... (ruidos a satélites incomunicados.)
-No engancha con Córdoba, ni con Sudamérica -dije.
Logré comunicarme por teléfono con el BB Gavatxe, en Francia, quien no entendía si lo que le estaba diciendo era otra ocurrencia mía o era verdad. Ya era tarde: las 23 de Andorra. En Argentina debían ser como las 18, pero era 30 de enero. ¿Habría alguien en realidad en Argentina?
Así que, para el otro día, se me ocurrió algo relacionado a mis anteriores veranos:
-Ya sé: llamo a la Garza, a Punta del Este -dije, y lo hice.
-¿Hola?
-¿Cristina?
-Sí. ¿Quién es?
-Qué hacés, Cris. Te habla Alejo.
-Hola, Negro, ¿Cómo andás?
-Bien, Cris, muy bien. ¿Está la Garzita?
-No. Está en Córdoba "el Mostro".
-Mirá, te quiero decir una cosa, y no te preocupés: estoy en Andorra, y Matías se ha muerto.
-Ay, chiquito, ¡Pero cómo me decís eso! ¿Qué pasa?
-Lo que oís, lamentablemente -seguí explicándole, y le pedí que tratara de comunicarse a Córdoba, con la Bola o Ezequiel, y les dijera que me hablasen.
-Cris: gracias!
-Chau, Negro, y cuidate.
Intenté varias veces más a Córdoba, pero en aquellos años las comunicaciones telefónicas no eran lo que son hoy... menos mal.
A las 14:30 sonó el teléfono en casa de Patricia:
-Alejo, ¡es tu viejo!
-Gracias. ¿Hola, Bola?
-Hola, querubín: ¿Qué pasó?
-Se murió, loco... Estaba esquiando y lo agarró una avalancha, pero no sufrió. Murió en el acto. Se le cortó el pescuezo, o se asfixió. Iba esquiando fuera de pista, con Danio y Mark Crichton, y los agarró una avalancha; pero sólo a él, que iba primero... los demás están bien.
Añadir más palabras era al vicio: ¿qué explicar a un padre sobre su hijo? ¿Cómo podía explicarle a él, lo que yo había visto, estando todo a 10.000 Kmts., a través de un cable de teléfono? Ahí recordé cuando lo saludó levantando la mano derecha, antes de desaparecer entre el fuselaje de Austral.
-Pero, ¿y qué tenés planeado hacer? -me preguntó.
-Mirá: Matías me dijo que a él le hubiera gustado estar enterrado acá. Y acá la parroquia me ofreció un nicho, pero no sé qué querés vos.
-Sí, está bien -me dijo sin saber de qué estábamos hablando.
-Mirá: lo que digás. Acá está todo listo, para que te quedes tranquilo, pero hagamos una cosa: te voy a hablar más tarde; combinemos un horario, y hablemos más tarde.
-OK, querubín.
Todo ese día estuve con el Maní -Manuel Llau-, cap de la escuela de esquí- con el tema de los papeles de Matías: me dio una mano muy grande. Había varias cosas para hacer: Matías había muerto en un accidente, cuya causalidad, para las autoridades, sería objeto de una revisión, para determinar si había habido infracción a alguna norma legal. Matías no era andorrano, ni siquiera europeo. Era un extranjero, muerto en Andorra, en ocasión de un accidente y en horario de trabajo; y a cuyo cadáver, en principio, no se le había practicado autopsia alguna, ya que yo no lo había solicitado (jamás lo hubiera hecho). Además, había que hacer entrega de ese cadáver a alguien que tuviera derecho a ello, si por alguna razón o derecho lo solicitare. Además, la Seguridad Social y las veguerias (las entidades administrativas con competencia en estos casos) debían tomar intervención, como la embajada argentina en España o la de Francia, ya que Andorra en ese momento era un coprincipado y no tenía tantas autonomías (ni yo tantos ni tales conocimientos). Había que ver qué sepultura se daba a ese cadáver, y qué tratamiento. ¿Incinerar? En su defecto, ¿quién se encargaría del traslado a la República Argentina y sus gastos, de un cadáver que debía no sólo llevar todas las normas de preservación material, sino también las de traspaso de fronteras internacionales y aduanas? ¿Y quién iba a asumir esa responsabilidad? Aparte de eso, había que arreglar cualquier deuda u obligación a su cargo. Una avalancha de quilombos. "Si te vas de Andorra, no cagués a nadie", hubiera dicho el mismo Matías. Él se había ido.
Aparte de todo eso, mi decisión ya estaba tomada: yo me quedaba. Aunque todo estuviera listo para partir. ¿Para lamentos? Íbamos a tener toda la vida, cuando volviera a Argentina a ver a la Bola y Ezequiel. Matías ya estaba muerto, y nada se podía hacer. Al volver, tendríamos toda la vida para tenernos lástima, como le dije unos meses más tarde a la Bola desde la Seu d’Urgell, en mi camino de regreso a la Argentina. ¿Volver? ¿A morir en la melancolía y el fracaso de haber sido un cobarde por volver antes de tiempo? ¡Jamás! ¿Y ahogarse en las penas? Nunca. No: había que volver con la frente en alto. Era una decisión aparentemente dura. Había dos situaciones: mi viejo y Ezequiel estaban en Argentina, se tenían el uno al otro para lamerse las heridas. ¿Y yo? Yo estaba solo, sin mi familia y conmigo mismo, a cargo de todo ese quilombo, no de papeles, sino de vida. No dudé en quedarme. Decidí que eso no me iba a vencer. No me equivoqué. Los años no me han matado. Y conocí a dos grandes amigos: Danio y Vito Ramonda.
Gracias a Dios, la Bola decidió que el cadáver de Matías fuera a Argentina. American Express se portó de primera, y se hizo cargo de la mitad de los gastos de repatriación de los restos de Matías. De la otra mitad se hizo cargo absolutamente la vegueria de Andorra. Eso definía, en cierto modo, la incertidumbre general. Iba a demorar unos días, pero ya se había escogido un camino, y un objetivo. Es como cuando se muere un potrillo en el campo, pensé: uno quiere ir a ver los huesos del animal, al sitio donde estén. Acá era algo parecido. Yo había visto todo el accidente, desde el inicio hasta el final, y había visto los últimos segundos de su existencia. Pero mi viejo no. No conocía Andorra, siquiera. No debe haber podido creer lo que pasó, por más que lo hubiera intentado con ganas. Enviar el cuerpo de Matías era, de alguna manera para siempre insatisfactoria, algún tipo de consuelo para mi viejo, si es que lo hay.
Ese 1º de febrero, el Comú d’Ordino y los amigos de Arcalís hicieron una misa en la Esclesia del Poble: Lleno. A tope de gente. No imaginé nunca que tanta gente iría a despedirse de Matías. Me alegré, y sentí una liberación total: Matías había muerto en su ley, en Andorra, esquiando al palo, y con la gente que realmente compartía su estilo de vida. Este tipo se murió viviendo. No vivió muriendo. ¡Egoístas y cobardes, entender! La vida no es pura Voluntad; es Oportunidad. La voluntad, a veces, sólo es necedad. Y la oportunidad es supervivencia. No muere el deudo; muere el muerto. El deudo sólo muere la muerte del muerto, si es necio.
-¡Salva!
-¡Alejo!
Otro abrazo, otro gran silencio, muchas lágrimas. El Salva se llevaba muy bien con Matías: eran muy buenos amigos, a pesar de su diferencia de edad; los unía el hecho de ser dos pedazos de piedra con vida. Estaban hechos del mismo material: pocas palabras, mucha, acción, y coraje. Allá en esas tierras tan lejanas de Córdoba, tuvo un amigo de verdad.
Con el Salva hablé seis o siete palabras, no hacían falta más que ésas. Los verdaderos amigos no necesitan palabras.
Esa tarde nos quedamos en lo de Patricia, con Danio y Vito: ahí estábamos los tres, sentados en lo Patricia.
-¿Y, compadre? -dijo Vito.
-Y bueno, compadre, llegamos cuatro y volveremos tres -le dije.
-Y acá estamos, compadre Alejo -me aseguró Danio.
-¡Y no le afloje la cola a la vaca aunque losté cagando! -alegró Vito (risas).
Capítol Sis
LA BONA SORT I EL DESTÍ
Realmente, siempre había pensado lo mismo, y en esos días también lo pensé: soy un guaso con suerte. Y sí; por más adverso que pudiera parecer todo, contaba con muy buena compañía, que eran Danio y Vito, y con la buena voluntad para seguir adelante con lo que habíamos tenido en mente al llegar a Europa: terminar la temporada y volver a la Argentina. Ése era para mí un buen aliciente, mientras me quedaba en Andorra. Terminar, concluir aquello por lo cual habíamos ido con Matías a ese país.
-Alejo, ara jo no vull pas veure´t aquí a l’estació. Ves a la França, i retornes després de trovarte amb la teva noia. Quand tu vulgis.
-Carchat, jo vull treballar, continuar al retorn de la Doppelmayr.
-Pas problem! Pero abans d’això, t´en marxes a la França i et veus amb la teva noia. El treball es teu. Vagi bé! -dijo el muy capo.
Carchat era un tipo con criterio, además de ser primario de primera hora. Por algo estaba donde estaba. Comprendió al toque que me haría muy bien picar a Francia por unos días y encontrarme con el BB Gavatxe. La vida me había brindado otra vez una buena oportunidad. ¡Vamos!
Prontamente, me puse en contacto con Francia. Listo: nos veríamos el 3 de febrero en Périgueux, Dordogne, en la famosa Aquitaine. Había unos cuantos kilómetros. Me estarían esperando a las 19:00 hs. en la estación del pueblo. Nunca había estado ahí, no sabía cómo carajos sería el lugar.
Salí de Andorra la Vella, desde la Plaça Guillemo, en el Clìpol de las 08:06, y partí rumbo a la Tour de Carol, 20 kmts. después de la frontera con España. Desde ahí tomé un tren con rumbo a Toulouse, Midi Pyrénées. Espectacular el trayecto, por entre las montañas, y muy linda la estación de Toulouse. Me puse a pensar en las vueltas que tenía la vida: una semana antes estaba paseando por Francia y, sin planearlo ni imaginarlo, estaba otra vez en un tren, rumbo a Francia, a ver al BB Gavatxe. Me acordé de un mediodía en la Cañada, el día que la conocí. Todo era ultrainsólito, por lo menos a mí cosa como ésta no me había pasado jamás.
-Excusez-moi: Je veux savoir à quelle heure partira le train vers Bordeaux -se me ocurrió decir.
-À les 13:41, monsieur! -dijo la persona de la gare.
-Merci.
Y partí en él. Y como un pelotudo, chocho con el tren y abriendo la jeta, me bajé a 136 kilómetros de donde debía; estaba en Agen, en Lot et Garonne, la ciudad de Nostradamus, y la única cuarteta que logré descifrar era:
Helio, tard Périguex par terres de
unes ( ) loin cheval de fer.
En Venus et Marte paix. Perdu.
Passage. Equi vocare.
¿Pero en qué carajos estaba pensando? Con lo que me embola equivocarme en esas cosas relativas a los viajes. Me sirvió de consuelo entender que en realidad ése no era el cambio de rumbo y horarios: todo el viaje a Andorra era una caja de sorpresas. Y con el asombro como base de la filosofía, seguí mi camino, totalmente convencido de que iba a llegar, de alguna manera u otra, a tiempo a Périgueux. Sin embargo, estaba muy retrasado -eran las 18:24 cuando tomé el tren a mi destino final-, y lo más probable era que ya nadie estuviera esperándome en la estación. Ya se había puesto oscuro, era invierno.
Iba en el vagón con los ojos y oídos bien abiertos, y sentí una frase en francés. Avisaban que estábamos llegando a Périgueux. Era enorme esa ciudad. No era un pueblito, y había tres estaciones... ¿Cuál es la estación?, pensé. Ma’sí... ¡me bajo en la próxima! Eran las 21:00 en punto. Acá no encuentro a nadie, -me dije, mientras veía pasar las columnas de la estación a través de las ventanillas. Pero bajemos, ¡qué carajos!
Bajé y no vi a nadie: ni rastros del BB Gavatxe, no había nadie a esas horas. Bien. Algo había que hacer. Esperé cinco minutos -una eternidad-, con frío, y me dije: acá no me quedo. Y tomé una calle que conducía exactamente hacia... ¿hacia dónde? ¡Pero si no junaba nada ahí! Doblé en otra, esta vez iba en el mismo sentido que los autos, alejándome de la estación.
Insisto: soy un tipo con suerte. De pronto, en medio de la noche, escuché:
-¡Alejo!
Vi unas luces de freno que estallaban en una Peugeot Rural 505. ¡No podía ser! Pero era. Era el BB Gavatxe, que me había visto, y me gritaba. Subí al auto.
-Bon soir!
-Comment ça va?
-¿Qué te pasó?
-Y no: me bajé mal en Agen y -ta... ta...
¿Dije que tenía suerte? Pues así era.
Partimos rumbo a no sabía dónde, y llegamos después de veinte minutos de doblar, frenar, semáforos, un puente, y un barrio alejado. Muy lindo, tipo campo, diría. Era la casa donde vivía el BB, que me presentó a su "familia": la madre, el padre- Monseuir Toni- y un hijito. Una casita linda, limpia: 79 Rue Jean Jaures, Chamiers, Périguex. Dejé mis bolsos, y nos pusimos hablar un poco de todo, de Argentina, de la nieve, de los idiomas. Que cómo se dice esto, aquello, etc. Hasta que llegó la hora de la comida (hora que ya había pasado, hacía rato : esta gente come a las seis y media p.m.). Buena gente. Después de eso, pasaron por la tele la vida de Perón y Evita. Una casualidad. Y empezamos a hablar, y estos franceses hablaban de los derechos humanos, y de Hitler amigo de Perón, y las pelotas, y yo pensaba que no me gusta hablar de política. Y nos mirábamos con el BB, como dos alumnos que no sabían la leccion del día, mientras el padre decía cosas cuyas respuestas eran unos ausentes Oui! La politique, oui!, y nos reíamos de todo. El BB era una sonrisa con patas.
Después me mostraron mi cuarto, la-haut, escaleras arriba. ¡Mi cuarto! ¿Qué estaba haciendo yo en esa casa? Todo estaba buenísimo: una aventura de película. Todo era así. Y me quedé hablando con el BB, que preguntaba cómo habían sido las cosas, y qué pasaría. En un momento sonó el teléfono: era la madre del BB, que hablaba desde Córdoba. ¡Epa! Bajamos, y ella habló lo que tenía que hablar, y yo hablé lo que no tenía que hablar, así es en estos casos:
-Te quiere saludar mamá.
-Bueno.
-Hola -ta... ta... ta...
-¿Cómo está?
La madre del BB era muy buena persona: tanto como su hija.
Casualmente ese día, el 3 de febrero de 1990, en Argentina el dólar se acababa de ir a las nubes. Pasó de valer 1.000 australes, según mis registros de noviembre, a 4.000 australes. Es decir que a mi pregunta " Y... ¿Cómo está?", imaginé la respuesta: "¡Como el culo!"
Era domingo al otro día: me pegué un baño, tomamos el "petit déjeuner" (sí, el mismo de la Petite Hélène del Mauger), y esta gente nos llevó a misa: fuimos a una catedral gótica muy grande, muy linda. Y terminada la misa, picamos.
-¿Adónde vamos, BB?
-Je ne sais pas!
-Nous fairons une promenade pour la Dordogne, et après nous irons à Vérzène -dijo monsieur Toni.
Recorrimos esa zona tan linda de Francia, llena de ríos anchos, navegables, y sierras. Frenamos frente a un castillo, y tomamos una cerveza: muy buen programa. Y muy piolas los gavatxes éstos. A eso de las cinco de la tarde seguimos el recorrido en la Traffic de Toni; fuimos a una casa en un campo, y la voiture se quedó sin batería. Después de renegar una hora logramos cambiar la batería por otra de un amigo de Toni. Y partimos a "casa". Una sopita, y a la cama.
Al otro día sucedería una serie de coincidencias, de algunas de las cuales no me enteraría sino hasta diez años más tarde.
-Mañana tenemos que juntarnos con las chicas del otro grupo -dijo el BB.
-¿Adónde?
-En Sarlat, después de ir a las Grutas Trogloditas de Font Madame. ¿No querés venir?
-¡Dale! Entonces me voy a Andorra a la tarde, en vez de ir a la mañana.
Mucha fue mi sorpresa cuando llegamos a un colegio, desde donde saldría ese grupo, y encontré a mi ex profesora de francés del Colegio Monserrat (de Córdoba, Argentina), cuyo nombre no recuerdo: era una de las encargadas del grupo. Fuimos a esas grutas de Font Madame, muy interesantes, por cierto, llenas de pinturas rupestres de los trogloditas. De ahí, picamos para Sarlat, un pueblito muy pintoresco, muy bien mantenido, lleno de flores y construcciones muy cuidadas, típicas de esa región. Sarlat es la capital del foie gras: una exquisitez, a la que sistemáticamente había dejado pasar, inadvertida como a muchas otras en mi vida. Pero esa vez no.
En un momento los dos grupos se juntaron, y luego de la histeria general decidieron sacarse fotos.
-¿La conocés a tal?
-¡Hola!
¿Y... a tal?
-Hola , qué hacés.
-Pero vos...no, ¿no estabas en el grupo?
-No. La verdad que no.
-Pero, ¿y entonces?
-Pasa que - ta... ta... ta...
-¡Vení para la foto! -me dijo el BB.
A mí que no me gustan las fotos, pensé. Pero bueno... me puse, y cada integrante sacó su fotito y estallaron los flashes. Nunca vería esas fotos: nadie iba a robarme el espíritu... el tiempo diría si no las vería, diez años más tarde, quizá.
-Bueno, a ver, ¡chicas! ¡Vamos volviendo! -dijo alguna de las jefas de grupo.
Terminamos en un colegio, en medio de Francia, en la Dordogne, cantando el Himno Nacional Argentino, mientras izaban la "celeste y blanca", lo cual fue bastante emotivo; y luego de eso, nos dieron de almorzar en un comedor escolar.
Habían sido tres días muy intensos de "sociabilización gavatxa", quizá mucho para el ermitaño ataráxico del Retorn de la Doppelmayr. La había pasado muy bien con el BB, pero era hora de volver a Arcalís. El "recreo-clase" ya había llegado a su término.
-¿Y a qué hora te vas?
-Me voy en el primer tren.
-Bueno, y...
-Escuchame: ¿nos vemos?
-No sé si nos dejarán ir a Andorra, no creo. Estaría buenísimo.
-Preguntale a tu vieja. Estaría bueno que nos viéramos.
Nos despedimos en la estación de Périguex: de ahí iría a Limoges. Partí a las 18:30, y llegué justo para la hora de comer, cosa que hice luego de ir al cine y ver Expreso de medianoche, con música de Giorgio Moroder. Salí del cine, di una vuelta por la plaza de Limoges, y vi una vieja mendiga, agitando una campana en la mano y gritando: Les clochards! Les clochards! Me asustó esa mujer, podiosera igual que en Argentina. Tomé el otro tren, esta vez sin errores, y partí para Toulouse, Aix-Les-Thermes, Tour de Carol, y finalmente Andorra, ¡nuevamente Andorra!, a las 13:00 del día siguiente.
En los días que siguieron, ya de vuelta en el Retorno de la Doppelmayr, -¡mi lugar!- recibí los saludos de los que por una razón u otra se habían enterado de lo de Matías, pero no me habían visto. Richard & Sandy, que justo habían salido de Andorra, pasaron por el Retorn, se acercaron. Recuerdo la frase de Richard:
-Alejo, we have to be philosofical -he said.
-Thank you, Richard. You are right: life goes on. And so we do.
-I’m so Sorry, Alejo.
-Thanks, Sandy, I know you are.
-We were thinking with Sandy that maybe on Saturday night you could go home and have dinner with Danio and Vito. Do you think that ‘d be possible?
-That’d be great!
-Well, I will write down the address in a piece of paper, and tomorrow by the time we come up to La Coma, I give it to you.
-Roger! (Roger means OK in pilots`slang)
-Oh, Roger! That’s fine.
Y partieron esquiando, con Timber por detrás, que los seguía y ladraba.
Esa tarde pasé a buscar mi sueldo por el banco Crédit Andorrà, sucursal de Ordino, en donde todos teníamos "nómina", número de cuenta para cobrar. Me estaban esperando 83.215 pelas, algo así como ochocientos o novecientos dólares. No estaba mal: mi ultimo sueldo anterior, en Argentina, había sido de diez dólares. Un poco había mejorado.
Toda la gente de Andorra se portó de primera, nunca tuve un problema, y todo eso gracias a la buena onda y predisposición de toda la gente de Ordino a dar una mano. Nunca me sentí un extraño.
Tenía, sí, muchas ganas de ver a ¡Hostia, macho! -Mark Crichton- con quien no había estado desde el día del Port de Rat. Así que una noche fuimos los tres –Danio, Vito y yo- a comer a lo de Mark y la Isa. Isa Roger era la mujer de Mark. Los dos eran instructores en Arcalís, y tenían un perrito llamado Buk, más malo que las arañas. Lo más importante fue que esa noche estuve con Mark y Danio, quienes habían tenido el terrible mal ocote de protagonizar esa "pasada" que el destino les había preparado. Era una buena oportunidad de hablar con ellos, que habían estado en el accidente, in situ; seguramente tenían necesidad de contarme a mí, el hermano de su amigo, algún detalle o particularidad por ellos vivida en esas fracciones de segundo, y que no era de consumo masivo pero sí para nuestro ámbito privado. Tanto ellos como yo teníamos cosas que decirnos, preguntarnos y respondernos. Siempre es tarde después de la muerte: lo que no hablaste, va a la tumba. ¿Por qué no iba entonces a juntarme esa noche, a conversar con estos dos buenos amigos de Matías, sobre los últimos minutos de su vida? Si no se hacía entonces, la vida que pasa, lenta o rápida pero pasa, se encargaría en el futuro de separarnos en la distancia, a pesar de mantenernos en los afectos.
Capítol Set
BB & CO.: LA GRANDE FUGUE
Honey honey babe
y ya dejemos de llorar
te veo ahí en media hora
no te olvides nos largamos de aquí.
Dos días en la vida nunca vienen nada mal
de alguna forma de eso se trata vivir.
"Dos días en la vida", Fito Páez.
-Hey, Mark! Don’t forget about tonight: We’ll be waiting for you and Isa!
-Yes, I won’t. We shall be there by 9:30.
Abandoné el Retorn y bajé esquiando para volver a casa a preparar la comida para la noche.
Esa mañana, después de bajar en medio de la lluvia y las nubes con el Kiwi y el Carchat desde Arcalís hasta La Massana, llegué a casa, encontré una carta de mi tío Hernán Núñez, la leí y le contesté. Mark me había prestado una guitarrita en su casa, pero no tenía cuerdas en buen estado. Más tarde puse cuerdas nuevas al instrumento: sonaba bastante bien. Ya lo había comprobado con las viejas cuerdas: con las nuevas seguro sonaba bien. Era obvio que Mark era un tipo con cierta sensibilidad: por lo menos para la música, la tenía desde que era dueño de esa guitarrita. Y si tenía para la música la misma sensibilidad y precisión que tenía sobre las tablas para el esquí, seguro que era muy buen músico.
Mark era un irlandés nacido en África, en Zambia, donde su familia tenía ocho mil hectáreas de tierra, si mal no recuerdo, donde alguna vez había salido de cacería.
-Hostia, macho: cómo te cagas cuando sientes la ruhido de un lion -dijo una vez acerca de cómo lo había abandonado, en medio de la selva, un baquiano con el que habían ido a cazar y a pasar frío en una montaña en no sé qué parte de África.
Se había casado (esta vez con s y no con z) con la Isa Roger, andorrana pero de madre italiana; era muy gracioso: hablaba inglés aprendido en África, y castellano, pero que se le mezclaba con el catalán con tonada italiana aprendido de la Isa, su mujer. A pesar de esa mezcla de tonadas, no pasaba lo mismo con la claridad de sus conceptos y acciones. Era un tipo muy capaz. Y muy serio en su laburo.
Mark e Isa partieron. Cuando ya estábamos durmiendo, a eso de la 01.00 del ya 17 de febrero, de repente "toc, toc": la puerta.
-¿Quién carajos viene a esta hora?
-Es el Andrés Raya -dice Vito.
-"Mike", lo buscan a usted -me dijo. Me fui hasta la puerta, entre cerrada y abierta, y yo entre dormido y despierto, saludé a Andrés.
-Hola Alejo. Mira: quería avisarte que han llamado la BB Gavatxe & Co. a casa avisando que por favor te avisara, y no le dejaban de cap (de ninguna) manera venir a Andorra.
-Bueno, no hay problema...
-¡Holeeeeeeeee! -sentí una voz de mujer, atrás de la puerta, y de repente vi al BB Gavatxe, acompañada de su amiga del alma.
-¡No! ¡Animales! ¡Qué buena onda, pasen!
-¡No me diga que es el BB, compadre!
-Sí, y viene con chaperon incluido.
¡Pasen! ¡Metan las cosas!
Nadie podía creer lo que estaba pasando: ni siquiera ellas mismas, que se reían sin parar: no podían hablar. Se miraban y se reían.
Estas dos nenas argentinas nos empezaron a contar toda su Odisea desde Francia hasta Andorra, y todas y cada una de las vicisitudes que les habían ocurrido en el camino. Su grupo de intercambio cultural debía partir en tren el 15 de febrero, desde Périguex a La Rochelle, en Poitou-Charentes -donde se quedarían hasta el 28-, haciendo transbordo en Bordeaux (¡TransBordeaux!), Aquitaine. Allí bajaron los dos grupos de estudiantes. Después de idas a baños y comprar bebidas y sandwiches, llegó el tren que había que abordar. Ambos grupos se subieron a sus vagones respectivos, y las coordinadoras de los grupos empezaron a tomar lista de alumnos, no fuera a ser que se olvidaran de alguno de los educandos.
-Me faltan dos alumnas -dijo una voz medianamente preocupada.
-¿Alguien ha visto a BB Gavatxe & Co? -se escuchó.
-Deben estar en el baño... ¿no?
- ¿?
En eso, ya entre medio del movimiento del tren, bolsos y personas, una tímida mano se elevó, y una voz impersonal dijo:
-¡Las chicas se fueron a Andorra!
-¿Cóoooooooooooomo?
Pagaría oro para saber quién fue la valiente que levantó la mano, y mantuvo la respiración para decir la frase completa sin temblar. ¿Quién sería?
Las dos recientes audaces heroínas del grupo ya habían tomado una resolución:
- ¿Nos vamos a Andorra?
- ¡Sí!- se escuchó con el ruido de una latita de Coca Cola, y brindaron.
Nunca subieron al tren. Y ya no había posibilidades de volver atrás: el otro tren había partido a La Rochelle, y no se iba a detener, y dentro del mismo, el desmadre causado estaba cada vez más lejos de la estación de Bordeaux, donde las amigas continuaban con su plan. Ahora lo que les quedaba era abandonar su escondite improvisado debajo de una de las escaleras que tiene la estación de Bordeaux, y tomar lo más rápido posible el próximo tren para la Tour de Carol y de ahí a Andorra, o bien ir hasta Aix-Les Thermes, y de allí el Clìpol hasta la misma Andorra La Vella. El cruce a Andorra, si uno no tiene auto propio, es jodido por lo horarios y por las combinaciones de trenes y buses tanto desde Francia como desde España. Luego de averiguar y nada encontrar, resolvieron que lo mejor sería pedir ayuda. La “santa” de Patricia Anguita, en medio de la noche andorrana, recibió un llamado de las dos nenas que estaban varadas en la frontera, y sin decirme nada, las buscó y las llevó hasta casa, para darme una sorpresa.
Eran las tres y media de la mañana cuando las recién llegadas terminaron de reírse, contar los detalles de su proeza y analizar sin adrenalina su reciente y semi-clandestino desmembramiento del grupo. Danio y Vito se fueron a dormir. Y yo me quedé conversando con ellas.
-¡Vamos a tener que hablar a Argentina! -dijo una, riéndose con preocupación.
-Y sí... -contestó su alma gemela.
-Les quiero decir algo -aclaré-. Acá están invitadas a quedarse todo el tiempo que quieran. Ya les he preparado un cuarto para que duerman solas, ahí juntitas. Pero si se quedan, es por su propia voluntad. Yo no las obligo. Es más, si tienen alguna duda, mañana mismo están en un hotel. Les digo esto para evitar líos con sus viejos. Y es más: mañana, si quieren, van a ir a hablar a Córdoba; y ustedes mismas les van a decir lo que realmente quieran hacer. Acá, sepan que están invitadas, no tienen nada que pagar ni mucho menos. Por el contrario, vamos a conseguir esquíes y pases gratis. Pero son libres de partir esta misma noche: si se quedan acá es por propia decisión.
-¡Sí! No hay problema. Queremos quedarnos -afirmaron despreocupadamente.
-Me parece que vamos a tener que hablar, y así se quedan tranquilos en casa -dijo la una..
-Pero...¡ bueno! ¡Acá estamos! -se miraron cómplicemente, como sellando y celebrando su propia Acta de la Independencia. Acta que soberanamente rigió sus libertas vidas por los restantes once días en el principado.
Toda esta justa "Revolución Francesa" perpetrada por estas dos íntimas amigas e incansables compañeras, era una afirmación de la amistad que las unía: optaron por tener una aventura fuera del programa del viaje estipulado. Debe haber sido una afirmación de la propia personalidad.
Evidentemente, este acto de autodeterminación iba a ser muy duro de entender para sus viejos, allá a la distancia, en la Argentina. Habían hecho una jugada muy buena estas dues noies. Y también... las profesoras encargadas de los viajes... en fin.
Convengamos, por otro lado, que tanto una como la otra estaban muy contentas con su “pecado” de haber alterado los planes de viaje: cada minuto de su nuevo estado de libre albedrío era una gota de adrenalina en sus vidas. Además, esa situación las ponía, en relación a sus pares, en una posición diferente: ni mejor ni peor, más que eso, simplemente diferente.
Por delante había un mundo: Andorra, la fuga, el esquí. En fin: el destino que ellas mismas habían decidido ir a ver con sus propios ojos, de acuerdo a su propia rebeldía, y por sus propios medios. Por supuesto, esta aventura iba a tener un final, por cierto feliz, el día en que volvieran a París, a tomar el vuelo de regreso a Córdoba, cuya reserva ya tenían ab initio, para el 28 de febrero. En esa ocasión deberían reencontrarse con el grupo, y también con las coordinadoras, lo cual generaba toda una incógnita. Ocurría lo mismo en relación al momento de la vuelta a Argentina. Pero eso sería más adelante: Ahora habría que aprovechar a full los días por venir, y disfrutar de la nieve.
Así fue que rápidamente pude conseguir botas, bastones, tablas y pases gratis para que BB Gavatxe & Co. aprovecharan su estadía en Andorra de la mejor manera durante esos últimos once días de su viaje de estudios. A las mañanas las aprovechaban para aprender a esquiar y practicar: siempre había un pister o instructor amigo que te daba una consejo de buena gana. Así que BB Gavatxe & Co. tenían clases y consejos asegurados. Cada tanto pasaban por la barraca, y charlábamos un rato, una latita de Coke, un poquito de sol si había, después una hora de esquiar, antes de volver a mi trabajo.
Por esos días fue el recital de Yes en Barcelona; yo ya había sacado los tickets anticipadamente con la Carla Donoso, chilena vecina nuestra que vivía al frente, en el Tiffany’s. Esa noche partimos para Barcelona en el auto del Pata, otro chileno, fotógrafo de la estación, bohemión, con toda la onda "fotografía+esquí". Un tipo muy agradable.
Llegamos a Barcelona y fuimos a un estadio de fútbol, creo que se llamaba Santiago Bernabeu. Sí me acuerdo de estar subiendo las escaleras mientras escuchaba los acordes del primer tema del recital: era el mismísimo Steve Howe tocando Mood for a Day, en vivo y en directo. No lo podía creer. Era Yes, sí, el mismo de los discos que tenía Cacho Fournier, un amigo de Argentina de Matías (Cacho: toda una institución. ¡La verdad es que me acordé de él!). Minutos más tarde se encendieron todas la luces, y aparecieron en escena Jon Anderson, Chris Squire, John Wetton, Rick Wakeman y Bill Brafford: una cosa de locos. Tocaron temas de Yessongs, y temas más nuevos, ya de la última formación del grupo.
Cuando terminó el recital era un quilombo de gente, como todo recital, pero sin ningún incidente ni mucho menos. Lo mismo decidimos evitar la mayor cantidad de gente, y salimos por la parte trasera, y por donde no salieran las estrellas, para evitar el gentío. Íbamos llegando a la parte trasera del estadio, paso al lado de una insignificante puerta, y de repente noto que se abre y sale un tipo grandote, pelo largo, rubio, pinta de plomo, y atrás de él, un tipo más bajo, rubio, pelo muy, muy lacio: ¡Era Rick Wakeman, en persona, a dos metros de mí! Me le acerqué:
-Rick: the show was great! -dije, casi no creyendo a quién me dirigía.
-Thank you! -dijo este titán del teclado.
-Would you please sign an autograph, for a friend of mine?
-Sure!
-Thank you very much!
-Bye. Thanks for coming!
¡No! No podía ser... encima este animal me daba las gracias por haber ido a su recital. Evidentemente iba a ser una buena "aneda".
Debo decir que la verdad es que Yes nunca fue mi banda favorita, a pesar de que es una de las bandas de la historia del rock. Igualmente, el trofeo nunca deseado ya era suficiente. Y pensé: ya está, al autógrafo se lo doy a Cacho, que no lo va a poder creer; y además, lo va a valorar más que yo. Así hice a mi regreso de Andorra, sin pensar que años más tarde volvería a tener la oportunidad de regalarle otro autógrafo de uno de estos titanes del rock, compañero de banda de Wakeman, Steve Howe.
Al día siguiente del recital volví a Andorra -200 kilómetros- como a las 06 de la mañana, pero no a trabajar, ya que tenía "festa". Así que llegué a casa, con bastante sueño, y me metí a la cama, sin dudarlo. A descansar. Ese día a la tarde fuimos con Huguito Gómez, compañero de trabajo en Arcalís, con "las nenas", que a las 18:30, hora andorrana, iban a recibir una llamada muy importante desde Argentina, en donde tenían que acomodar las cuestiones con sus mayores. Estaban muy nerviosas, ya que debían dar explicaciones de sus actos y sus destinos. Fuimos a un hotel que tenía teléfono público, en donde jugamos billar y tomamos unas cervezas, mientras esperábamos la famosa llamada. De repente sonó la llamada, y luego de lágrimas, "Te quieros", "Nos vemos a la vuelta" y perdones mutuos, sendas sonrisas de tranquilidad y alivio se dibujaron en las caras de BB Gavatxe & Co. Tutti contenti. Así que esa noche, con un muy buen motivo, en este caso la tranquilidad de la conciencia de las inocentes fugitivas, salimos a festejar.
Y así los días fueron pasando, de una manera muy rápida e increíble, muy divertida, en ese país que tanto había pedido, pero que tanto me había dado. En Andorra me ocurrieron las cosas más insólitas de mi vida. Difícil olvidarlo y más aun no recordarlo con muy buena imagen y concepto.
Aprovechando que faltaba poco para la partida de BB & Co, filmamos un video en las pistas, esquiando y mostrando un poco los alrededores de Ordino-Arcalís. Además, les encargué entregar en Argentina cartas y papeles para diferentes personas. Un 27 de febrero, a la mañana, partieron las viajeras rumbo a París, para tomar un avión definitivamente a la Argentina, en compañía de su grupo originario.
Había sido una experiencia muy buena la visita del BB Gavatxe por el principado. Una muy buena compañía para los días que estaban corriendo. El hecho de poder verse en Europa fue una característica fuera de lo común para las típicas relaciones que tenía en Córdoba. En realidad, parecía una película todo lo que venía pasando, y los protagonistas éramos varios.
Chapter Eight
LATTER DAYS, LETTER DAYS & LITTER DAYS
Para esa época de marzo, los días en Arcalís empezaban a ser más largos, y más lindos, con más luz, y sin tanto frío; se iba acercando lentamente la primavera. Por otro lado, ya no subían por mi silla esas toneladas métrico-humanas de franceses de vacaciones, a los gritos como marranos, que venían a "quejarse" en vez de esquiar, mientras subían por la Doppelmayr hacia La Coma como esos camiones que van al matadero. Los franceses en algunos casos, miraban con cierto desprecio este pequeño principado de Andorra: consideraban quizás que al lado de "La France", Andorra es casi la nada, o más bien no existe. Entonces con una forma de ser más que pedante, se quejaban permanentemente de todo:
-Pour quoi le siège est si lent?
-Pour quoi le siège s’arrete?
-Pour quoi le siège ne s’arrete pas?
-Pour quoi il n-y-a pas du soleil?
-Pour quoi le soleil est si fort?
-Pour quoi est-ce qu’il-y-a- du rocs à la niege?
-Pour quoi le vent est très fort?
Parecían Jordi, el bebito francés que canta Dur, dur d’être Bebe!
Víctor Hugo no estaba equivocado en Les Misérables: algunos –no todos- prefieren no gastar francos franceses en Francia, donde todo es más caro, pero sí ir a dar órdenes a la "petite Andorre" y descargar su French psycho, para decirlo de alguna manera.
Sin embargo no hay que ser injusto con los vecinos transpirenaicos: los hay muy buenos, y esos también pasaban por Andorra; además Francia es un gran país y una gran potencia, con lugares muy copados.
Lo particular de Andorra es que de todas las nacionalidades que pasaban por ahí, se formaba una ensalada bastante particular de nacionalidades, lenguas y modos de vida:
Les Françaises: Pour quoi? J’ai le droit du faire...
The English: Yes, you are completely right. But, why don’t you try this way?
Los argentinos: Sí, sha sé: si a eso en Buenos Aires hace rato lo inventamos...
Els catalans: Parla’m en Catalá o no’m parles res! El Català es una llengua, no un dialecte!
Os portogueises: Não comprendo: mais despacio, senhor.
Justamente, para los últimos días de temporada que quedaban en Andorra, decidí que debía aprovechar al máximo el tema de los idiomas: meterle al catalán y al inglés, lo más que pudiera. ¿Con el francés? No me simpatizaban mucho los franceses, tanto como sí el catalán, que era vital. ¿Y con el portugués? No había ninguna necesidad (¡no estaba en Portugal!) ni había tantos portugueses; y no sentía ninguna atracción a saber nada, inclusive si se tenía en cuenta que toda mi vida la había pasado en Argentina, al lado del Brasil, país que más millones de portugueses-parlantes tiene, y ni siquiera se me ocurría ir de vacaciones. Mucho menos hablarlo.
Con el tema del catalán era muy fácil -y me encantaba-, pues estaba en un país cuyo idioma oficial es el catalán: si uno quiere puede hablar en castellano, o en francés, pero a la hora de los bifes, hay que saber hablar catalán: No hay que ser tan bestia, y negarse a aprender una lengua nueva, y menos si vas a estar medio año en ese país. Aparte, para no ser mirado como un clásico inmigrante hijo de perras extranjeras, al que sólo le interesa ir a sacar "calés" para volver a ahorrarlos en su país de origen, es mejor aprender el idioma. Si uno no aprende el idioma, es muy difícil que entienda el significado y origen de las palabras, y a qué se refieren cada vez que se dicen. Y al inglés -a diferencia del catalán, que jamás había escuchado en mi vida- decidí ponerlo en práctica no sólo con Mark, Richard & Sandy, Kiwi y demás personas, con quienes lo hacía verbalmente, sino que también tuve la oportunidad de hacerlo por escrito, cuando sin querer comencé a cartearme con una anglo-irlandesa llamada Lara Mummery, que había sido ex alumna de Matías, y que yo había tenido la oportunidad de conocer el día de Año Nuevo, en el Retorno, cuando acababa de abrir la telesilla.
¿Quién es el malparit al que se ocurre venir a esquiar hoy, primero de año, a las 09:00 de la mañana, con la niebla que hay acá arriba?- me pregunté. Una sola persona podía ser tan nazi: era mi hermano Matías, en una clase particular a esta piba.
-Eh, ¿ La conocés a Lara? Lara, this is my brother Alejo.
-Nice to meet you. How do you do?
-Hola, A-le-hu, "¿como-ésta?"
-No se ve un carajo... Nos vamos para abajo.
-Espero que no venga... ¡nadie!
-Medio país está borracho: No hay nadie abajo tampoco.
-Mejor.
-Bye.
-Bye!
That’s how I met Lara: a 17 years old school girl, English by father, Irish by mother, whose parents lived in Andorra, while she applied in Eastbourne, Eastsussex, England.
La conexión es que al día siguiente de la muerte de Matías, llegaron dos cartas: una, con su paradoja; y la otra, con su particularidad. Una carta provenía de Marisa, aquella chica amiga de Matías que yo viera subir un mediodía por la telesilla, con una pinta indudable de "cordobesa en medio de los Pirineos" y a muy distantes 10.000 Kmts.. de "la piatonal". La otra carta era de Lara. Entonces, ya que a los muertos que no contestan las cartas no les vamos a andar diciendo "maleducado por no responder", decidí contestar yo mismo esas dos cartas.
La primera, la de Marisa. La había escrito luego de su visita a Andorra, diez días antes de que su destinatario pasara a mejor vida. Por lo que la carta decía, su autora había tenido una placentera estancia en Andorra, y había pasado un buen momento. Tenía planeado volver tan pronto como pudiere, luego de ordenar su vida como futura dentista en Madrid, a donde había ido a intentar suerte a una "consulta", como muchos argentinos solían hacer por tener contactos con españoles que estudiaban para odontólogos en Argentina, ya que no tenían que recibirse de médicos, o no sé qué asunto así. Lo más notable o paradójico de la carta era que esta mujer, al finalizar la carta, y luego de mandar saludos para mí, escribe para Matías, su destinatario, renglón aparte: CUIDATE, NO TE SALGAS DE PISTA. Tan errada no estaba esta damita en su apreciación. Días más tarde nos veríamos, comentando su acertada y premonitoria advertencia, que jamás fuera leída por la persona a quien iba destinada, por diferencia de 24 horas. En esa oportunidad coincidimos en que nada se puede hacer cuando las cosas ya han ocurrido: no hay "hubieras" ni "habrías".
La segunda carta, la de Lara. No recuerdo bien qué decía la carta, pero decidí también contestarla, de la manera más clara posible y sin muchos rodeos, ya que no tenía más confianza que aquel brevísimo cruce de palabras en medio de la neblina y las nubes el día de Año Nuevo. Como contestación recibí una carta con sello del 16 de febrero de 1990, de Eastsussex, Great Britain, que me llamó mucho la atención; estaba compuesta de dos partes: una, la dirigida a mí, con una tarjeta como si fuera de cumpleaños-pésame; y la otra, dirigida a Matías, con una postal con un hipopótamo. Ambas escritas en un castellano de la era antediluviana, semiavanzado. La que iba dirigida a mí decía, de un lado:
In Sympathy - Hola Alejo, muchas gracias para su carta. Sí me acordas. Lloraba por dos días y estoy muy triste para te. Mi compasión es con te. Eres valeroso. P.T.O. Le acompaño en el sentimiento. LARA. Y del otro lado:
¡Muy gracioso! Pero por un momento creo que estuve verdad de Matías tuvo una accidente con una avalancha, que drámatico. Pienso que escribiría los libros. ¡Hacás mucho dinero! Volveré pronto. Por dare Matías mas ataques de corazón. Con me esqui peligrosa. ¡Hasta pronto! Lara.
¿Esta mina es pelotuda, o no enganchó una, y pensó que le estábamos haciendo una joda?, me dije. Me fijé qué decía la postal para Matías, que venía en el mismo sobre destinado a mí, para tratar de entender más: ¡Hola Matías! Muchas gracias para su carta. Lo siento para te, es terrible: ¡muerto! Una avalancha me he enterado en los periódicos que en Andorra hay más nieve. Está bueno. Aquí en Inglaterra tenemos los vientos muy fuerte: 100km/h (¡hicimos una día sin colegio!) y todo el tiempo esta lloviendo. Su hermano tiene raro humor, pero me hizo carcajada. A propósito el hipopotamo es un chiste. Lo siento que esta carta es muy corta, pero mi español no dura por mas tiempo. ¡Hasta pronto! Lara.
Evidentemente, esta mina no había entendido cómo carajos era la realidad de los hechos, y pensaba que todo era una broma. Pero tampoco insistí en contestarle más, por que me di cuenta de que iba a ser mejor que llegara a Andorra (para lo cual presumí que no faltaría mucho); ya alguien le explicaría toda la historia en vivo y en directo. Yo me había quedado con la intriga de saber si realmente esta mujer estaba siguiéndome la corriente, como consecuencia de la buena onda de una supuesta broma que creía que yo le había generado con extraño sentido del humor, o si realmente iba a tener otra reacción por la confusión que había ocurrido.
Un mediodía cerca de marzo estaba en el Retorno y vi aparecer un traje violeta, un mono-suit igual al de este mina. Había dos trajes de ese color que siempre iban a la estación, pero éste era el de ella, por altura y forma. A ver qué pasa, pensé; a ver si es persona, o es animal.
Se dejó llevar por el mismo envión de la silla, se hizo a un lado, se quitó las fijaciones, y se acercó en silencio, a pie:
-Hey, Alejo: I just want to say I’m sorry. I couldn’t believe it was true what you wrote to me -she apologized.
-Lara: I know you are. I thought maybe you hadn’t understood what I had said on my letter. I would’ve done the same in your shoes. It’s all right.
-Yes. I know, but how stupid I was, I’m full of shame...
-Hey girl: forget it! I know what you mean... and you know what I mean.
-Oh, really?
-How long are you staying?
-Well, I think I’m staying for a fortnight, and then I have to go back to school, what really pisses me off.
-Oh school, school, yeah...
Y nos quedamos hablando de generalidades y distendiendo los ánimos del papelón que la mina había protagonizado, y de la eventual puteada que yo le habría pegado, si la mina hubiera sabido e insistido con una broma de mal gusto. Gracias a Dios nunca fue una mala broma ni de ella ni mía. And from that day on, a good friendship grew, in which she practised all her knowledges on Spanish, as well as I did the same with my English ones. English which had never ever been put into practise in such a way: in a real way. This was not another English class; It was life, now, right now, where needs were reality, and not just a simple sample of some bloody exercise in a "funny-boring" English grammar class at school. I had someone in front of me, who was a real person, flesh and blood, and not a "roll play" of a book, who was actually making me profit my fourteen years of English lessons.
I have to say the truth, in the sense that the told confusion generated due to some letters sent between Lara and me, with no second intention, gave place to an opportunity to develop a good practise of English. I began to getting to know who this girl was: she had grown thru´ the years from school to school, from England, to the Middle East, and some emirats in the middle of the desert, where her father could manage to get work with no worries. She was the only child of Robert and Erina Mummery, an English-Irish couple, who by those days lived at Andorra.
Robert was a dentist, and in his family, his father had already been a dentist too, just as well as his grandfather had been too, and so on going back in ancestors. He had the kind of job in which all of a sudden he could receive a phone call from some sheik with a tooth-ache in the middle of some faraway country, with the urgent rush of taking the first plane to destination desired by the patient, who would be hopefully waiting with a bag full of petrodollars, in case he took the pain out. Good job.
And Erina, a typical Kelt, was his wife. She was a very polite and good person, and her worries were to keep the house tidied up, and everything in order. She was a very good cook: I remember having gone to dinner to Lara’s, and eating for good. They lived in Sant Juliá de Loria, in Andorra, let’s say "away" from Arcalís, or La Massana. But, it was a very nice and lonely place, in the side of the road uphill to Auvignyà.
So, Lara had a nice family, and they used to go to ski, but not so often as Lara did on her own. Many times we skied together, in my spare hours at work, and in some of my spare days too. "English-Spanish-ski lessons." That was fun. A good friendship.
One day, in a stormy Eastern Day, she came up to me with a big blue chocolate egg in hands saying:
-Alejo! This is for you: mamma sends it! Happy Eastern!
-Your mother is Irish, isn’t she?
-Oh, yes. Why?
-You know what I mean, girl...
Laugther.
-Oh Alejo, I’m leaving on next Tuesday: bloody school awaits for me!
-Time flies, Lara! Will you be back at Andorra?
-I don’t Think so, before summer, but I will give you my address, to keep in touch.
-Yeah girl, I know what you mean.
Another great guy was "Kiwi", Nigel Boyce, a Newzealander who worked at "Manteniment", and was in charge with Tomi Haytree, the master of Llac -un gos molt maco- of mantaining the skiing areas in good conditions. He was dating out with Susanne, an English-speaking girl whose nationality I really don’t remember. She was also a good woman, but I did not have enough contact to get to know her better. I guess that Kiwi must have had thirty years or about. He was a tall, slim guy, with a moustache, and grey eyes. A very New Zealand guy: very friendly and kind. Every time the snow came, the two ratracs went out looking for action: the Kassborer and the other one, I can’t remember the name.
Down Under, at New Zealand, he used to work in the farms, as a trucker. That’s why his job was a piece of cake for him, due to be keen on it. So with these particularities of his life it was easy to say that Kiwi was a jolly-good-dude. Once he invited me to have dinner with Fernando, my Doppelmayr-mate, and we went out to Cisco’s, where he worked at nights, in order to achieve a little bit more of coins in the season. The Cisco was the pub for people of the Commonwealth: let’s say, you would have no problem going, besides being or not English, but for sure you would catch up the half of the mess in site. Then we went to the Red Rock, and I was invited to play bass guitar and sang some pieces of mine. That was really good.
I remember Kiwi had a very strange but nice coat made of wool, called "Swandri": it was very similar to a big coat, with a hood, wide and longsleeved, very light, all in dark and grey black. I really loved that coat. So once I asked Kiwi where I could get one of those ones, and he told me:
-This is a Swandri. It’s very warm, and light. My mother bought it for me. They make them at home in NZ. The sheperds wear them when they go gathering the sheeps into the outskirts.
-Do you think I could buy one like yours? -I inquired.
-I’ll ask my mother -he said.
A few weeks later Kiwi came up to me and said:
-Hey, Alejo: ¡mira esto! Es per a ti -he tried in "catañol".
-The Swandri! Great, Kiwi! Your mother sent it for me!
-No. This one is mine, but it’s a gift for you. I can buy another one.
-No Kiwi, no way. Thanks, but no.
-I insist, he said.
-All right Kiwi: I accept. We won’t be fighting all day long for this, but let’s have a beer tonite?
-All right.
-Thank, pal!
Kiwi. Great guy.
Capítol Nou
EL RETORN CAP A CASA
Setze jutges d’un jutjat
mengen fetge d’un penjat.
Si el penjat es despengés
els setze jutges del jutjat
ja no menjarien fetge del penjat.
Dit per en Ramó Garriga.
I entre que d'una banda, la neu s'anava fonent, i alguns ànims dels treballadors de l'estació esgotant de tant estar en el fred; i per un altre, ja tots els "pringats" començaven a pensar en l'estiu, i per això en nous treballs, el planter de l'estació es feia més petit, però les relacions entre cadascun es feien més estretes. Al seu torn, jo estava esperant que m'arribés un poder general de la Bola, que per ser l'hereu de Matías, era l'únic autoritzat a administrar o disposar dels béns que haguessin quedat a la mort del Matías, i que estiguessin a Andorra. Per això, amb data 3 d'abril, em vaig anar fins la Vegueria Espanyola, a Andorra la Vella, i vaig tornar amb un "Atestat" -una espècie de declaració personal- a la qual vaig acompanyar aqueix poder que m'havia manat la Bola, i que va arribar desprès del 23 de març: ja amb això, podia actuar en els actes civils relatius a Matías.
Els "veguers" són els representants dels prínceps en les Valls d'Andorra, i tenen al seu càrrec la responsabilitat de l'ordre públic i la justícia. Són els caps suprems de la força i de la Policia, i els jutges en el tribunal de les corts. Els decrets dictats de comú acord per ells, tenen força de llei. La veritat és que vaig tenir molta sort a poder portar a terme tots això tràmits, allà a Andorra, i que no sorgís cap problema. Així mateix, en aquests últims dies de la temporada, vaig finalitzar els tràmits, tambè de`n Matías en relació a l'estació. Sense voler, va sorgir un tràmit que mai hagués imaginat:
Quan un es va de Viatge, el menys en què pensa un és en com va a cobrar l'assegurança de mort que va a treure minuts abans d'embarcar a l’avió: Això és en el que menys està pensant un!
-Me tomo una rica taza de chocolate en el parador de la estación de esquí, voy al baño, y procedo a morir de alguna forma premeditada, así me lleno de guita y soy Gardel.
¿? No, ni en las películas. ¿Para que luego, algún maldito infeliz (que nunca es uno mismo, por que uno ya es "fiambre") proceda a hacerse beneficiario/a de una indeseable suma de dinero, que proviene de la muerte, justamente, de uno mismo? Aunque debo decir en honor a la verdad, y bajo la luz de la teoría intitulada "El mundo es un tarro lleno de mierda", que conozco a muchas personas malnacidas que esperan únicamente eso de sus parientes.
Altra cosa en la qual uneixo mai pensa, és a anar directament, a LITIGAR al seu lloc de treball en l'estranger (també conec aquesta classe de gentussa). A aquesta edat menys es pensa en això. Avui jo tampoc. Encara, com diu Jean François: "Em branlo tout solet."
M'acordo un matí que estàvem els quatre a Ordino, i Matías diu:
-Vamos al Credit Andorrá, así sacamos los números de nómina, para poder cobrar.
-Vamos.
Cadascun va donar les seves dades a Yolanda, una noia molt maca que treballava en el Credit, molt amable; i ens va preguntar a cadascun si voldríem obtenir una assegurança de vida, relacionat a aquest numero d'anomena. Tots vam dir sí que volíem, a pesar de la clàssica broma si em mato, no cobro pas, però Matías -desconec el motiu per què- no va prendre el segur, segurament pensant que no anava a matar-se.
Dies abans de la meva partida cap a l’Argentina, un 20 d'abril, vaig rebre una trucada de la Marta, la secretària de l'oficina d’Ordino Arcalís, qui era qui donava les ordres de pagament de l'estació, dient que volien parlar amb mi. Em vaig anar fins Ordino. El motiu era que aquesta gent, a pesar de que Matías no havia pres l'assegurança de vida, m'anaven a fer lliurament d'una suma de diners, i volien saber si jo estava d'acord. Més que si estava d'acord, volien que jo prestés la meva conformitat. Així mateix, em van manifestar que en virtut que havia treballat a la escola de ski, i en síntesi per a la estació, m'anaven a fer lliurament d'altra suma de pessetes. La veritat és que jo en cap moment vaig considerar que calgués reclamar gens en contra de Arcalís: tot el contrari!
Aquesta gent d'Andorra s'havia portat tan bé, com ningú en el món l'hagués fet. M'havien donat treball, m'havien pagat cada día trenta, m'havien reconegut la seguretat social, m'havien deixat sortir de franc fins que jo volgués, quan vaig anar a França, etc. I més enllà de qualsevol inoportú i freda anàlisi jurídic, i més enllà de qualsevol eventual demanda laboral basada en el poc do de gent de qui la proposés com una idea feliç, o en qualsevol ressentiment propis de qualsevol "nan social", mai pel cap se'm va ocórrer que aquesta situació pogués a arribar a succeir: que aquesta gent em donés aquesta suma de diners, com un respectuós reconeixement al treball i a la mort de Matías, a pesar de que estrictament en el legal, mai la corresponia. Aquí sí, vaig decidir acceptar aquest diners: era una forma més de donar-los les gràcies, i d'acabar les coses en perfecta harmonia. En aquest moment, vaig pensar que la millor manera de donar-los les gràcies a aquesta gent, seria tornant a treballar a l'any següent, a Arcalís, una temporada més. En aquest mateix 20 d'abril, tot estava acabant, i no només la temporada: Vito i Danio estaven a punt d'anar-se de tornada a Tunuyán, Mendoza, Argentina, ¡en la lloma de la merda! Però molt prop de Córdoba!
Aquesta tarda aquests dos "compadres" ja tenien totes les bosses armades, i va arribar l'hora d'anar-se. No anaven a quedar ni els gossos en el apartament:
-Compadre, cuídenos la Estación -va dir el Vito.
-Vuelvan cuando quieran, Mayk -li vaig contestar fent una broma.
-Compadre, ¿Agarramo y los vemo’? -va dir Danio.
-¡Nos vemos, compadres!
-Adeu, Alejo -va dir La Justa.
-Adeu, Justita. Ens veurem!
I van partir aquests germàns del cor. Com els vaig estranyar en aquest moment! I em vaig quedar, aquí en el Tiffany’s, veient com se marxaven aquests dos compadres amb els quals havia passat un dels moments més criminals de la meva vida. Ja ens veuríem novament. En aquest mateix moment, vaig sentir una gran satisfacció, al veure'ls partir: havíem aconseguit el que ens havíem proposat tàcitament aquell dia en l'aeroport de Barcelona: acabar la temporada. I "la Perra", o sigui la mort, no ens havia separat. Al contrari: ens havia unit.
Aquests últims dies de l'estació són realment els millors: un sol espectacular, bufona neu al matí, cada tant una neu petita del cel, molt poca gent, la millor; en general, gent d'Andorra, o sigui no tant turista. A més, els dies ja són més llargs, i hi ha més temps per a sortir a la nit. Justament vaig aprofitar aquests últims 10 dies de treball que quedaven per a esquiar el més que pogués, prendre la major quantitat de sol que hagués, i acabar de compondre devinitivament el tema "The Time Goes by", abans de retornar-li la guitarra a Mark Crichton.
Aquesta setmana va ser una de sortir a menjar totes les nits: a Les Truites, amb tota la gent de la estació, al del Juan Mª K2, al dels porteños amb Richard & Sandy, who picked me up, un altre dia, la Gemma i la Berna, dues bones noies andorranes, van anar a menjar al Tiffany’s, al de la "Cal-la", la meva veïna xilena, i l'ultimo dia de treball, vaig anar amb la guitarra en la mà, al de Mark Chricton i Isa. Els vaig tocar la cançó que havia compostós en honor a tota l'estació, al meu germà, i amb una especial dedicatòria al mes "fil de putes de tots els fils de putes": en Joan Carchat!
Al altre día tothomme es trovaba a l’estació:
-Adeu!
-Fins aviat.
-Ens veurem l‘any que ve!
-Vagi bé!
-Que’t trovaré a faltar!
-Jo també!
Era el dia en que tot arrivaba al seu fi. El primer de maig. No podia creure que ja hi era maig; I jo a l’Andorra. El dia: acojonant sol a tot arreu. Tot homme content, tot homme triste par que es acavaba tot. I qui sap si després ens trobaríem una altra vegada? A mes d’això, es acavaba una sort de magia viscuda amb molta sort, i molta adrenalina, i em marxaba cap a casa, cap a l’Argentina! I després de les begudes, les fotos, les promeses, i les coses que es diuen en aquestes situacions. L'adéu: Adeu, Arcalís!
Vaig tornar a casa: vaig acomodar totes les coses que havia d'acomodar, especialment, la meva ment que anava a deixar d'estar a Andorra, i anava atenir que estar a Argentina. Però per a això, sempre hauria temps. Però em vaig posar amb totes les coses de Matías: les bosses, més bosses, skies, botes, i la mare de Deu; més les meves. I vaig deixar tot llest per a abandonar el Tiffany’s, i vaig lliurar les claus. Al altre dia, vaig anar fins el centre d'Andorra la Vella, vaig pagar i vaig cancel·lar el contracte de lloguer de l'immoble, i vaig tornar al de Patricia Anguita, que molt amablement em habia ofertat la seva casa, fins tant jo partís a Argentina, en dos dies. Ja feia calor a Andorra. Aquesta nit ens vam anar al Ambit, la disco del Jaume, i a ballar: era una bona manera de dir adéu a Andorra.
El dia vuit de maig tenia vol des de Barcelona fins a Buenos Aires: aixì, que ‘m vaig passar quatre dies coneixent "Barça", amb tota aquesta càrrega cultural que té: vaig conèixer el Montjuïc, els preparatius per els jocs olimpics, que tenien a la ciutat potes per a dalt, vaig anar a la platja, i com no podia ser d'altra manera, amb la sort sempre del meu costat, em vaig trobar amb la Carla Donoso, la meva veïna del Tiffany’s a Barcelona! Ens vam cagar de riure, ens vam acordar de tota la lata i tot els viejos cabros, i tota la huevá, i qué sé jo. A més, un amic meu, un arquitecte que anava sempre a esquiar a Arcalís, em habia donat la seva adreça si passava per Barcelona, i em va dur a recórrer la ciutat d'una manera molt bacana. El xicot estava còmode a Barcelona. Estava organitzant justament els pàrquings per a les olimpíades, i el preparat de la costa amb palmeres i no sigues quin altres hòsties. I com fermall d'or, em vaig anar a una correguda de toros: quin bon espectacle! La correguda, la banda, el toro, els cavalls, tota una tradició. Vaig ajuntar tots els meus "petates", vaig començar a dur-los per l'aeroport (la puta que eren molts, i pesats: 9 embalums). Després de trobar-me exprés en l'aeroport amb el Huguito Gómez, a qui jo li havia prestat un calès perquè comprés el seu passatge a Argentina, vam començar a esperar l'avió de retorn a casa. Faríem Paris, i després EZEIZA. Ens vam pujar a l'avió, Huguito es va treure una sabatilla, i em va dir:
-Alejo, acá tenés la guita que me prestate. ¡Gracias, hermano!
-¡Gracias a vos, Huguito!
-Todo OK.
Ens vam prendre tots els Henri Piper de Air France, i ens vam dormir en una borratxera feliç. Al despertar, ja ens trovabem a Argentina!
-Huguito, nos vemos.
-Alejo, nos vemos.
Capítulo Diez
ARGENTINA
¡Ya estaba en Argentina! Y al primer argentino que vi en Argentina fue a Huguito (¡y claro, si iba conmigo en el avión!), con quien el día anterior había subido hasta la punta de la Tour Eiffel, después de pagar 45FF per capita, luego de pasar por la Place de la Étoile y la mar en coche: Paris, Oh la la!
No, me explico mejor: empecé a hablar de París porque llegué a Buenos Aires, y ya que todo el mundo habla así de ella, pues valga la ironía, lamentablemente, para mi pobre país. En este "Paris de l’Amérique" las cosas no iban como en el París de Les Invalides: los trenes no andaban hacía ochenta y seis días. ¡Un amor! Igualito al Petit Train Jeune. Pero qué me importaba eso, si no había vuelto a Argentina para arreglar el tema PAÍS.
¡Qué buena emoción es ver desde la ventanita del avión el suelo argentino! A pesar de que se vea igual que cualquier otro desde esas alturas. Pero lo que se siente en el corazón, no es lo mismo. Volver a la Argentina es muy especial.
Primero tenía que empezar por casa en Córdoba, por Duarte Quirós 581, en donde estaban la Bola y Quequel esperando que yo regresara. Pero hice mi pausa. Y pasé por B.A. Allí tendría el gusto de encontrarme con mis amigos: Tian Sandstede, muy buen amigo; Agustín Rimini, santiagueño de primera línea, y Patí Borda, básicamente un pibe que nació para jugar al fútbol, ser "gashina de River Plate" y buen amigo, estaban ausentes; Agustín estaba en Córdoba, y Pati, en Philadelphia, USA. Y Dani: sí señores, ¡Obarrio! Un momento, que me pongo de pie. Dos letras aparte para Obarrio: o sea, Buenos Aires: madurá. ¿No ves que nació Obarrio?
Mis amigos porteños me recibieron con la mejor de las ondas, y la mayor de las alegrías. Les conté todo lo que había experimentado en Andorra, y cómo era la forma de vida, y en síntesis, qué tal me había ido en el viaje.
Aproveché que pasaba por Buenos Aires, y me junté con una hermana de mi vieja, quien era madrina de Matías, y cumplía años el mismo día en que su ahijado moría. Así que nos fuimos a tomar un café a Rond Point, cerca de su casa, y allí hice los comentarios del caso y aproveché la oportunidad para darle el pésame por su sobrino muerto (aclaro que el sobrino muerto por el cual le había dado el pésame no era Matías: era yo. Varios años más tarde me di cuenta de que no me había equivocado, porque tengo entendido que yo también he muerto para ella).
-Obarrio, ¿te cabe ir a Córdoba?
-¡Totalmente, de la Torre! ¿A qué ahora? ¿Hay casino?
-Y... mañana jueves a la noche, Obarrio, así llegamos el viernes, y tus admiradoras cordobesas pueden salir a bailar con vos. Hay casino de nenas. ¿Qué opinás?
-De la Torre, ¡ya estoy en Córdoba! ¡Es un flash!
Partimos y compramos los pasajes para picar a Córdoba. ¡Al fin a la Docta! Llegamos en el mejor horario: las 09:00 de la mañana de un viernes, el mejor día de la semana. Como el país andaba tan bien, y no había taxis, nos subimos en un Rastrojero, pero no un Indenor: ¡un modelo ‘62, papá! Y allí metí los nueve bultos esos que ya me tenían harto de desarmarse, y demás. Y nos dejó en la facultad el guaso. Así que aprovechamos y nos tomamos unos cafés frente al Monserrat, mi colegio de la secundaria, cuna de errores y aciertos. ¡Muy buenos lugares! Estuvimos un rato, nos encontramos con gente, y picamos para casa:
NO había taxis. Entonces, vamos a lo concreto. Vi otro guaso que venía en un carro (igualito al de la fiesta, pero con ruedas de automóvil) y le digo.
-Viejita, ¿me llevás a Tribunales?
-Subí, fachita... ¿Qué llevai aí en lo´bolso´? ¿Desarmate la cupé, turbina?
-Callate... ¿o queré que te cuente?
Ahí nomás se ganó un "cocin" (cinco mil australes) por el transporte, y también por el brevet de cordobés. ¡Hacía meses que no sentía esa tonada maravillosa! Muy lindo el catalán, pero se extraña el cordobés.
-¡Gracias, papá!
- De naranja...
Nunca había estado tanto tiempo fuera de mi casa, sin usar las llaves de mi llavero, que desde hacía seis meses no hacía "cling cling", y dormía en el fondo de la mochila. Abrí la puerta verde de mi casa:
-Creeeeeeenkk -hizo la puerta.
-Pasá Dani.
-¡Buena’!
-Ve... mire quién ha lligau... ¿Cómo l´ido? -saludó la Clementina, la doñita de casa.
-¿Cómo le va, Clementina? ¿Y el doctor, señora?
-Y no sé... Ha salido. Debe estar en loh Trígunales -dijo.
- Bueno. Va a venir a comer este muchacho, Danielito.
-¿Cómo le va, señora? ¿Qué ondas? -dijo, naturalmente, Dani.
-¿Usté come acá?
-Sí los dos, y no sé si alguien más. Ya nos vemos. Dani, pasá, relajá y bañate. Ya vengo.
Salí a la calle. Ahí estaban los Tribunales: ¡los malditos y benditos Tribunales! Ahí estaba el kioskito del “Pelé”, en la esquina. Qué gusto que tenía de estar de vuelta de Córdoba, -en Güemes, según EPEC-. Sabía que seguro iba a encontrar a la Bola en el bar Quorum. Efectivamente, ahí estaba: en una mesa de café, pero no estaba solo. Estaba en compañía femenina. Bien hecho, nunca al pedo el tipo, pensé.
-¡Bola!
-¡Eh, querubín!
-¿Qué hacés loco?
-Acá estoy, muy bien. Pero y a vos, ¿cómo te fue?
-Muy bien. Todo excelente. Por supuesto... lamento mucho lo que pasó.
-Y sí... ¡qué se le va a hacer! Pobrecito.
-Pero, acá estamos. ¡Qué joder! Y la vida sigue.
-¿La conocés a Adriana?
- Ah sí. La he visto en Tribunales. ¿Cómo estás? Bueno, después... ¿hablamos?
- Sí, esperá...
Se retiró prudentemente su compañía, y nos quedamos hablando de todo lo que un hijo puede hablar con su viejo, al regreso de un viaje tan particular como el que había tenido oportunidad de hacer. Viaje en el cual de dos, volvía uno solo. Le conté todos los detalles posibles de cómo había muerto Matías. También le conté que yo estaba bien. Y que habíamos de seguir viviendo, sea como fuere.
Una cosa es lo que yo sentía como hermano, y calculo que algo así puede llegar a haber sentido mi hermano Ezequiel, pero otra cosa diferente debe ser lo que debe llegar a sentir un padre cuando le avisan que su hijo ha muerto. Máxime si el hecho ha ocurrido a la distancia, en un medio desconocido, o por lo menos no muy similar al cual uno está habituado. En fin, palabras más, palabras menos, ¿qué se puede decir en estos casos? Nada. Sólo hay que vivir. Y hay que hacerlo antes de que los tiempos se cumplan. Y la mente -nadie sabe qué corno hay dentro de ella (si no ya lo estarían vendiendo por diez guitas en la esquina, junto con el diario)- es muy complicada, y en cada "usuario" (de los que la usan) genera diferentes procesos y reacciones. ¿Y el cuore? Bueno... no se metan con el "nene". El "nene" es un poco loco, ¿viste? No es como su amiguita "Mente", que siempre dice que va a hacer esto y hace así. No: el cuore es muy careta; siente mucho pero no cuenta nada. Entonces, cuando hay un ataque tan feroz a los sentimientos, las palabras y los consejos generalmente están de más, al menos por un tiempo, tiempo que es mejor aprovechar para poner las ideas en orden.
Sin embargo, me quedé muy satisfecho y despreocupado cuando vi la entereza con la cual mi viejo se había tragado este vaso de veneno que le había convidado el destino. El tipo estaba parado, sonriente, y dando una imagen fiel y respetuosa del grato esfuerzo que hacía para no caer en las garras del rencor y el resentimiento generados por la señora Parca cada vez que está de visita por esta vida. Bueno: ¿qué más podría esperar de mi viejo, si yo mismo, sangre de su sangre, había vuelto vivo y bien de Andorra? Y como no hemos venido a este mundo a que la gente nos tenga lástima, sino a "gaudir", como diría un catalán, ¡pues a por ello! Tenía todo un país, toda una vida por delante. Ya iría viendo cómo se desarrollaban despacio las cosas por su propio peso.
Evidentemente todo había cambiado: no sólo que ya no vivíamos en la misma casa, en Alberdi 50, sino que vivíamos a partir de ese momento en Duarte Quirós, ya que la Bola se había ganado unos mangos en un pleito de división de condominio que se tramitó en “la antesala del infierno”, una calurosa ciudad del noroeste cordobés...
Las mesas en mi casa, a la hora de comer, siempre han sido -y espero que lo sigan siendo- un verdadero lío: nunca se sabe quién va a comer, no se sabe si se va a comer o no; no se sabe qué se va a comer, ni nada, sino hasta último momento. Último momento que puede ser a la una de la tarde, o bien a las tres de la tarde, dependiendo de qué se haya cruzado por ese momento. La cuestión es que durante mi ausencia en Andorra, la Bola se había ocupado de ir terminando la obra de la casa, y entonces los comensales eran muy variados: La Bola y Ezequiel, el ingeniero Graneros y su tío Antonio, los obreros, el profesor Hugo, y cada tanto algún ave negra que no encontraba piedra más cercana a los Tribunales en la cual reposar. Era claro que ésa había sido una muy buena manera de que la Bola se distrajera y no pensara permanentemente en la muerte de su hijo, o si al menos lo pensaba, en esos momentos estaba acompañado de personas que dependían de él en diversas tareas: recibir los camiones de López con la arena, los hierros, “la porla” y demás enseres de la albañilería.
-Dotor, ya están las coteletas -dijo la Clementina.
-Bueno, dígales que pasen nomás, doña.
-¡Ya le gua’ dar. ..¡Que pasen!
La Clementina era un personaje muy particular, nacida en las sierras de Dumesnil, a 30 kilómetros de la ciudad de Córdoba, cerca de lo de Don Ayala, un viejo que una vez le vendiera a mi viejo dos caballos y dos yeguas, uno peor que otro, pero que dieron sus buenas crías. Medía esta mujer un poco más de metro cincuenta, morocha, ruluda, y había que hablarle al tranco, porque sino, capaz que se trómpezaba. Ella hacía que el mundo funcionara de acuerdo a sus parámetros. Estaba más allá del bien y del mal.
Un día, el primer día de trabajo de la Clementina, la vieja estaba barriendo el patio, y eran ya como las once de la mañana. Entonces mi viejo se le acerca y le dice:
-¡Clementina!
-¡Sí, doutor!
-Mire: ahora me voy a cruzar un rato a los Tribunales, y los chicos capaz que vengan a almorzar después del colegio. Pero no sé bien si van a venir con algún amigo o cuántos van a ser para la mesa. Y habría que ver qué le pido que compre de comida...
-Ahá -dijo mientras seguía aferrada al único elemento cultural que componía su nexo al mundo de lo transformado por la especie humana: la escoba.
-Mire, vamos a hacer una cosa. Yo le dejo una notita sobre el escritorio, diciéndole qué comemos y cuántos comen. ¿Le parece? -concluyó mi viejo.
Y en ese momento la viejita dejó de barrer, apoyó un codo sobre el cabo de la escoba y dijo:
-Ah, ¿ Y quién la lee?
Gutemberg inventó la imprenta al pedo.
Los adelantos tecnológicos, entre ellos la escritura, no iban a demoler el monolítico mundo de la Clementina. No había complicaciones, ni formas de más en el mundo de esta simple y sabia mujer. Tenía una libreta de teléfonos, que no había hecho ella sino alguno de sus parientes, y para evitar el problema de leerla, directamente cada número estaba escrito en un color diferente. Entonces, cuando tenía que comunicarse con alguna persona en particular, elegía el color necesario, y pedía que se le marcara ese numero. Pero, si de números se trataba, ¡eso era otra cosa! No se le escapaba billete alguno. No sé si era por los colores, o por los olores, pero no le pifiaba a la hora de las sumas y restas. Instinto de supervivencia, que le dicen. Era una muy buena vieja.
Un día me llegó una carta desde Andorra: era de Lara, mi amiga anglo-irlandesa. Se venía para Argentina. Por supuesto, la carta llegó unos pocos minutos antes del arribo de quien la había escrito, con un castellano comprensible, sólo si uno entendía inglés.
Lara ya había llegado, desde Eastbourne Sussex, England, a Barrio Güemes, más precisamente a lo que alguna vez hubiera sido “el Abrojal”. Era cerca del mediodía. En la casa no estaba más que la Clementina, a quien le expliqué que había venido una chica llamada Lara, desde muy lejos, desde Inglaterra -¿de ande?- y que por unos días se iba a quedar en la casa de la Bola. Ese mediodía salí unos minutos a la calle, y dejé a la Clementina y Lara solas en la cocina. Cuando volví, vi a través de la puerta de vidrio que gesticulaban y hablaban entre ellas. ¿En qué lengua estarán hablando?, pensé.
-Ey, Lara, ¿qué dice la Clementina? -le pregunté
-Io no li entiendé -contestó con esfuerzo.
-All right...
A los cinco minutos aparece en escena la Clementina y dice:
-¿La Clara, se queda a comer, o come su casa?
¡Argentina!
Estaba de vuelta en Argentina, en mi casa, en donde al partir había habido esa fiesta fantástica. Me puse a pensar: Quizá aquella fiesta no había sido organizada por mí porque sí. Ni tampoco mi viaje. Esas dos oportunidades habían servido para llevarse un buen recuerdo de mi hermano por el resto de mi vida. Dos situaciones gratificantes, y como cierres de un ciclo de una vida. Ahora vendrían otros días, con otras expectativas y otras metas. Concretamente me planteé si tenía tiempo para inscribirme en la facultad: para ser abogado había que aprobar todas las materias... Sin embargo, recuerdo una mañana en que me senté a estudiar Derechos Reales: puse una mesita, con buena luz, y empecé: “Un derecho real es aquél que establece el vínculo jurídico directo entre una persona y una cosa...”
-Sí, está bien, - pensé y cerré el libro, pero cuando se murió mi vieja, me retrasé de año en el cole. Bien. Ahora este año, no estudio. El año que viene sigo. Me retraso un año. No tengo ganas de estudiar. Y es lógico: estoy pensando en otra cosa. Ahora lo importante es, sin entrar en sensiblerías, aprovechar la vida en mi casa, con mi familia.
Efectivamente me acordé de cuando se había muerto mi vieja, allá en 1981: ese año me entregué a la rebeldía propia de la situación y de la edad, y a lo único que me dediqué fue a hacer rock and roll, estudiar inglés, francés y literatura en el colegio; las demás materias, simplemente no me interesaban, y no les iba a dar importancia. Me quedé de año, porque con tres materias aprobadas con excelentes notas no bastaba, había que meter todas. Pero lo importante fue que hice lo que quise, incluida mucha música, y me banqué las consecuencias.
Esta vez iba a ser lo mismo. No quería estudiar. Había una cosa más importante que estudiar: pensar. Claro, pensar. De abogado se recibe cualquiera: yo era un cual-no-quiera, estaba en el grupo de los cuales-no-querían, en ese momento. Había que volver a hacer un nuevo replanteamiento familiar, y pensar. Quería saber qué opinaba la Bola de todo esto, y qué opinaba Ezequiel tambien.
La gran conclusión a la que había llegado en mi viaje a Andorra, es que la vida era corta. Tan corta, que todo lo que no hiciera antes de morirme, no lo haría nunca más. Lo que era importante en ese momento, entonces, era poder hablar abierta y francamente con mi familia acerca de si cada uno iba a poder llevar adelante su vida de una manera satisfactoria, a partir de la pérdida de uno de los integrantes de la familia. Es decir: si se iba a poder seguir llevando adelante los proyectos anteriores al hecho desestructurante derivado de la muerte de Matías.
En lo personal, supe que no iba a poder llevar adelante las cosas en la misma manera y en el mismo tiempo en que las había planeado antes de mi viaje. Por ello, decidí abandonar categóricamente por un año cualquier actividad relativa a las obligaciones laborales y académicas: no estudio y no trabajo. Reflexiono. Ése era mi luto. Mucho mejor que entrar en cualquier cuadro psico depresivo, y autodestructivo.
-Vamos a hacer negocios, Vida.
-OK, ¿qué tenés? -me dijo la vida.
-Tiempo. ¿Cómo está cotizando? -dije.
-Está bien de precio. ¿Cuanto tenés?
-Un poco menos de un año: once meses.
-OK, te los pago... te los permuto por una póliza de reaseguro, sobre el contrato que firmamos cuando naciste, ¿te acordás?
-OK. Me parece excelente. ¿Firmo acá?
-Sí.
Así transé con la vida de nuevo. Yo seguía adelante: suspendía mis estudios, y mi trabajo abogadil, por once meses. Usaría ese tiempo para reflexionar, estar con mi viejo, tratar de escuchar, y aplicar la teoría que ya había usado años atrás: “Una muerte = un año de retroceso”. Es como el “Plan Canje”: en vez de quedarte toda la vida con una catramina, te privás de la misma, y después, te dan una “ayudita” para seguir adelante.
Testigo de ello fue el hecho de que en ese año no toqué un libro: me dediqué a viajar, fui especialmente a Portillo, con el tema de la nieve, llevando gente a esquiar. También grabé la canción The Time Goes by, que luego tocamos en un par de boliches con el grupo, y me dediqué básicamente a ir dejando que mi vida me fuera dando pautas de qué camino iba a tomar. Sólo sabía que a fin de año partiría de nuevo para Andorra, a trabajar una temporada más para esta gente. Pero no con el ánimo de traer ahorros, ni mucho menos: simplemente me di cuenta de que esta gente, que tan bien se había comportado conmigo en tremenda situación, entendería que las gracias se daban trabajando.
Capítulo Once
LA VIDA ANTES DE LA VIDA
63. Son personas por nacer
las que no habiendo nacido
están concebidas en el seno materno.
Dalmacio Vélez Sarsfield
Código Civil Argentino
Siempre que me acuerdo de mi vida lo hago a partir de los trece años: “antes de los trece” o “después de los trece”. ¿Qué pasó a los trece, entonces? A los trece se murió mi vieja. Todo un hito en la vida de una persona (es la misma fórmula que utilizan los historiadores occidentales, y la Iglesia, es decir que no es tan errada esa forma de ver la vida, y funciona; mal o bien, pero funciona). Hasta los trece la vida era una cosa. Después otra totalmente distinta. No por el simple sentimentalismo sensiblero de “¡Ay de mí pobre, huérfano!”, sino porque todo cambia. Sobre todo, cambia el entorno que a uno lo rodea, en relación a las reacciones de los familiares de uno.
-¿Y qué me acuerdo de pibe? ¿De mí mismo, más precisamente?
-No me acuerdo del día en que nací. Que no salga ningún vivo a decir que la primera autonegación es la de la propia asunción de la existencia por el simple hecho de no recordar el día del nacimiento de uno mismo.
-OK, si querés le metemos un poco de letra, y sí... te puedo decir que me acuerdo del día en que nací:
El día en que nací el mundo estaba de luto; obviamente: había llegado yo, y el mundo estaba dispuesto a darme lo mejor que tenía y que constituía su fuerza existencial, y la abdicaba toda a favor mío; no vaya a ser que alguno crea que esto es soberbia pura y no entienda la ironía; no. Simplemente, es entender que los que nacemos, no nacemos para venir a quejarnos, ni nacemos para que la gente nos tire “las migas”, como los perros de la Biblia. Todo lo contrario: Si venís al mundo, ponete las pilas, loco. Disfrutá y no me amargués la vida. Jesucristo ya murió hace dos mil años, no se casó, no tuvo hijos, y hay mucha gente que hasta desconfía de la buena reputación de su madre, y no por eso nos vamos a tirar de los pelos. O sea, si tenés 33 años, y te gritan “Solterón hijo de puta”, no te confundas, no dudes ni de tu estado ni de tu madre: que todavía estás vivo, y no hay cruz que lleve tu nombre. La vida no es tan grave como la llorás.
Volviendo al tema, y dejando la ironía de lado, uno no pide venir a este mundo: simplemente llega y vaya a saber por qué. Pero siempre es mejor llegar a tiempo que ser invitado. Calculo que eso me pasó a mí. Hasta hoy no me ha ido mal. Y la vida me recibió muy bien:
-Hola, man! -me dijo la Vida apenas nací, a eso de las cinco de la tarde.
-No sé hablar, ni entender, y no puedo escuchar ni ver, pero explicá nomás, que cuando sea grande compartiremos muchas cosas, que en minutos te empezaré a exigir. A propósito: ¿qué día es hoy?
-09 de septiembre de 1967.
-¡Memorable!
-Ya te encargarás de demostrarlo...
-Bueno, no empecés con la teoría de la culpa judeo-cristiana, que ni siquiera me han todavía circuncidado, ni menos bautizado -años más tarde, nunca encontré la fe de bautismo.
-Pará, man, relajá que es largo el viaje -me dijo-. Y hablando de viaje, ¿cómo estuvo?
-Mirá, nunca había viajado, antes. La verdad, bien. Fueron nueve meses, ¿viste? Pero la dueña del bondi se ocupó de no hacerme sentir los pozos y frenadas del viaje, porque me parece... que tenía quilombos en la línea con el fercho del bondi. No sé, parece que el fercho no le rendía todos los boletos, mentendés, y encima, creo que cuando llegaba a la punta de línea, el quía hacía otro recorrido. Pero eran puras sospechas de la dueña del bondi nomás.
-¿Y? -dijo la Vida.
-Y no sé. Parece que la hermana de la dueña del bondi metió la nariz donde no tenía que meterla, y se armó la cagada.
-¿Pero eso fue antes o después el viaje?
-Dur-antespués del viaje, ¿la cazás?
-Ah... -comprendió-.
-No, pero... buen viaje. Bah, al menos acá estoy, contando esto y todavía no sé ni siquiera hablar. Pero bueno. ¿Qué hay de comer? Porque sólo estoy dispuesto a que me mimes, Vida. ¿Me invitaste? ¡Tratame bien!
-OK. Te voy a mimar, siempre. Pero hay que saber transar. ¿Estás dispuesto?
-Justamente eso te quería decir. ¡Tenés razón! Che... cómo se llama, tu amiga, una que es muy posesiva...
-¿La Muerte? -dijo irónicamente.
-No: ésa sos vos. Yo digo... bueh, ya me va a salir. Aparte, pará la moto, muñeca: no acabo de nacer aún, y ya me querés presentar a la más discutida.
-No, pero ya que estamos, anotá. Porque... en minutos te acabarás de morir -dijo mientras se levantaba y se ponía a caminar dando vueltas, como quien piensa mientras habla.
-¿?
-Obvio. Pensá que para poder cumplir el compromiso que acabo de asumir con vos, en el sentido de mimarte eternamente, debés entender que hay que celebrar la Muerte de tu plácida estancia de nueve meses en el viaje. Ésa es la primera muerte. Y ya te estoy mimando, al hacerte entender y acostumbrarte a que no se sufre tanto, cuando todo es parte de lo mismo, y que no hay tantas definiciones que expliquen la propia infelicidad de quien la trata de entender. Es decir, no es culpa del sustantivo, si no de quien lo diga y lo bautice como tal. Otra cosa -siguió diciendo-; cuatro en realidad: en unos minutos salís a escena. Acostumbrate a actuar. Vas a ser abogado. La primera: vas a salir solo. Es decir, cualquier cosa que pase después de esto, no es soledad, ¿OK? La segunda: vas a salir desnudo. Es decir, lo único que tenés es lo que sos. Todo lo demás, no importa. Ya sos rico. La tercera: salís, pero no vas a saber caminar. Con lo cual, a partir del día en que aprendas a caminar, vas a estar en permanente equilibrio. Es decir, en cualquier momento te podés caer. No vas a pasar, simplemente, más allá del suelo, o debajo del mismo, que es, en definitiva, el destino natural de los pasajeros de los bondis. En realidad, en el bondi quizá te hayan avisado: el viaje termina en el sótano. A propósito, la cuarta: Vas a escribir el libro de un viaje a Andorra.
-Pará, tarada: no sé ni hablar, ni escribir.
-No te va a hacer falta saber hablar. La próxima parada se llama “Ataraxia”.
-Bien. Tenés razón. Yo transo, y vos me mimás, OK. Ya me explicarás qué es la Ataraxia.
- Cuando seas más grande vas a tener una vecina que se llamará Elmira, y un loro que se llamará Pirron, ¿OK?
-¿Quién es tu dealer, o tenés un amigo enfermero que te mezcla el Artane con vidrio? ¿Qué decís? No entiendo.
-Nada, man. Nacé, y callate. Ahí vienen los demás y lo demás. Dale que ahí vas.
-¡ÑAHHHHHHHHHHHHHH! -fue mi primera palabra en este mundo.
Y salí a la vida. La verdad, mudarse siempre es un trastorno: los muebles, las cajas con cosas, etc. Pero esta mudanza, del útero a la cuna, no está tan mala, además no hay nada que llevar con uno, más que la fragilidad propia de quien nace.
Aparte, como no me acuerdo de nada de lo que estoy contando, no puedo comparar. Igualmente, supongo que tuve una buena cuna, y no me mató. Ya había firmado el contratito con la Vida, mi primera amiga (todavía no me defraudó; por eso “amiga”, y ya hablaremos sobre eso, y sobre lo de buena cuna). Si en ese momento alguien me hubiera preguntado “¿Cuántos años tenés?”, le habría contestado: “Ningún años”, por más extraño que suene.
Capítulo Doce
¿CATORCE? CATORCE AÑOS MAS TARDE
Acababa de volver de mi segundo viaje a Andorra: éste había sido para darles las gracias a Ordino Arcalís, por lo ocurrido en mi primer viaje, y lo hice através de mi trabajo en la Doppelmayr. Allá había grabado el video de The Time Goes by en la misma Estación, con las montañas, las personas y la nieve del lugar, que me habían inspirado a hacer tal cosa el año anterior. Me habían hecho un reportaje en la radio, con el Oscar, el locutor de Radio Valira: I tot en Català!. Ya le había dado el cassette al Carchat con la copia de The Time Goes By .
Además, había aprovechado para conocer un poco más Europa: Salzburgo, Ginebra, Brindisi, Brennero, Lugano, Roma, Moscú. Y había ido a Cuxhaven, más concretamente a un pueblito llamado Harsefeld, donde vivía la familia de Katya Oltmanns, una alemana que había sido novia de Matías años atrás. Allí me trataron muy bien. Estuve unos cinco días, y hasta me invitaron a un casamiento. Hecho todo eso, pasé por Andorra, y me despedí de Andorra, como si no fuera a volver a verla nunca más.
Estaba terminado este tema de Europa: había que volver a Argentina, quería terminar la facultad. Quería pisar mi tierra. ¡De vuelta en Argentina!
Un día iba yo caminando por la calle 27 de Abril, a media cuadra de Vélez Sarsfield, y me encuentro con una mujer.
Me dice:
-¡Alejo! Volviste!
-¿Cómo le va? ¿Cómo está su hija?
-No sabés cómo se va a poner la Nati cuando le cuente que te he visto.
-¿Cómo anda ella?
-Ahí está, trabajando.
-Bueno, un gusto. Ya la veré.
Esa noche de mediados de abril estaba viendo tele, solo en mi casa, Rambo II:
-I wanna love my nation! -decía Sly Stalone, llorando las lágrimas prefabricadas y aconsejadas por los abogados de los productores de Hollywood. En eso, sonó mi teléfono, miércoles once y media de la noche.
-¿Hola?
-¡Soy yo!
-¿Quién es?
-¡Nati!
-¡Eh! ¿Qué hacés? ¿Cómo andás? Qué buena onda que llamás.
-Me dijo mi vieja que te vio hoy en el centro.
-Sí, es verdad.
-Te quiero ver.
-¡Dale! ¿Cuándo?
-¡Ya!
-Bueno...
A los veinte minutos sonó la puerta de mi casa. Apunté con el control de la tele, y le disparé a Rambo, justo en la cabeza, y lo maté. Esa versión nunca se vio en Hollywood, pero era el final que yo quería que tuviera esa movie para mí, esa noche. Ahora estaba a punto de rodarse esta otra:
Take one:
-¿Qué hacés? ¡Tanto tiempo!
-¡Nati!
Fue muy alucinante el encuentro: mucha adrenalina, muchos comentarios, el viaje, el video, la vuelta por Europa, etcétera. Cada vez que veía a esta mujer era una buena emoción. ¡Me encantaba esa mujer!
-¿Querés que el viernes hagamos algo?
-Dale. ¿Y vos..?
-Vos dejame a mí.
El viernes a las diez de la mañana estaba en la facultad, y veo pasar al BB Gavatxe por ahí:
-¡BB!
-¡Holeeeeee!
-¿Tenés cinco minutos? -pregunté.
-¡Sí!
-Escuchame: esto se acabó.
-¿Qué?-dijo, no entendiendo a qué me refería.
-Esto: vos y yo.
-¿Cómo? Bueno. ¡Sí, sí! -dijo creyendo que era otro rapto de locura mío.
-En serio. No te voy a mentir. Te lo digo de frente.
-Bueno, bueno: pero el viernes vamos a bailar.
-No. No puedo. Ya no quiero.
Así era. Directo y de frente. Sin mentiras, es más fácil. Es más duro. Pero la verdad a nadie mata. Me parecía que no debía engañar a esa persona. Estaba terminado. Sin resentimientos. Así sabía que iba a ser, porque el BB Gavatxe era una persona inteligente, e iba a manejar la situación con grandeza y entereza. Sufriría, si. Pero no por engaño, y eso me tranquilizaba.
Así comenzó la relación con Nati. Era una mina de hierro. Ahí estaba, contra los vientos y las mareas de la vida. Como cualquier persona con sus problemas particulares, pero sumados a ellos, uno más: yo. Las épocas con la Nati fueron las de mis mayores locuras, sin análisis de ningún tipo, y de caprichos llevados a cabo sin razones aparentes:
-Nati, acá te he comprado tela para que te hagás unos vestidos.
Iba yo mismo, buscaba las telas que me gustaban y que suponía le iban a quedar bien, y las compraba, inconsultamente. Tenía la suerte de que a una persona con gracia y buena figura, cualquier cosa le queda bien. Entonces, de repente, aparecía la Nati, despampanante con los nuevos modelos de vestiditos, hechos por ella misma. ¡Le quedaban bárbaros! En realidad, cuando uno mira a través de The Look of Love, como diría Burt Bucharach en Casino Royale, todos “los vestidos” quedan bien.
Todo era locura. Y de la mejor. Nati estudiaba para ser maestra jardinera: y tenía una amiga y compañera, Laurita, de Villa del Rosario, un pueblo al sur de Córdoba, una flaca, de rulos, muy piola, que decía una frase muy buena acerca de las “minas feas” de “Villa”:
-Sí, las gringas feas de Villa se van a hacer las lindas a Luque.
Villa del Rosario es una gran ciudad comparada con Luque. Por eso, decía que a las que les iba mal en la suerte del amor en la gran ciudad, intentaban el “aeropuerto de alternativa”, en Luque. Por otro lado, Luque es el pueblo de origen de mi familia, los Ruiz Luque. Fuimos allí un par de veces con Nati, y pasamos por lo de una familia muy buena gente de ahí: los Romano, gente muy trabajadora, muy esforzada y muy inteligente.
-¿Nati y vos qué pensás? ¿Cómo viviste vos esta historia? ¿Qué opinás de este libro, ya que formás parte de esta historia?
-No: recién dentro de catorce años voy a pensar...
-OK. ¿Pero qué pensarás, entonces, dentro de catorce años, o bien por el resto de tu vida?
-Y, pensaría esto, más o menos:
Era una noche de fin de semana. Por suerte, salíamos a bailar. No hacía demasiado frío, era una linda noche... Como siempre estaba media Córdoba allí. Calor. Música fuerte. Humo. Alguien dijo:
-Salgamos al quincho.
Allá fuimos. No había mucha gente, en realidad, me parece que sólo lo vi a él. Estaba apoyado en un poste. Solo. Cantaba en inglés con los ojos cerrados. Me quedé impresionada. Yo que siempre me reía de esas frases tontas como “Creo en el amor a primera vista”, no puedo decir qué me pasó en ese momento. Me encantó. Tenia el pelo largo, unos jeans rotos y una camisa de grafa con una cinta patria en el bolsillo. Qué raro, y la vez qué divino. ¡Tenía mucha onda! Yo pregunté:
-¿ Quién es ese chico?
-Un delirado -dijo uno.
-Uno que se hace el rarito -acotó un tercero.
-Se llama Alejo de la Torre.
Era todo lo que necesitaba saber. No sé para qué. Pero sí sé que esos pajaritos en mi estómago fueron una señal fuerte...
Un día más en Fancy, mi lugar de trabajo. Llegaba a las diez y por lo general las mañanas eran tranquis. Atendía a los pocos clientes, acomodaba la ropa y así pasaban las horas. Un poco de todo y un poco de nada. Y así de la nada apareció. Mejor dicho aparecieron los dos. De nuevo mis pajaritos... En mi cabeza se agolpaban las ideas de cómo hacer para acercarme sin entorpecer lo que evidentemente estaba viviendo con esa otra chica... estaban comprando el famoso vestidito.
Por esos tiempos todo lo mío era casi un caos: a nivel familiar, económico, sentimental, en fin... Sin embargo, sentía profundamente una fuerza interior incomparable, algo que me decía que, a pesar de todo, iba a ser feliz. Tal vez eran esas ansias de pajaritos...
¡Cuántos días pasaron desde la compra del vestidito! Pero cuando las cosas tienen que pasar... pasan, y lo mejor de este caso es que yo no lo esperaba.
Medianoche de viernes. A esa hora entrar a la disco era toda una odisea. Una mezcla de empujones, saludos caretas y esperanzas de toda índole. Y así, en ese tumulto, lo vi. ¿Se acordará de mí? A lo mejor ni me registra. ¿Qué le digo?
-Los dólares eran falsos -dije, cuando en realidad hubiese querido preguntar si estaba solo-. ¿Te acordás de mí?
-No, humm... ¡ah! Ahora sí. ¿Qué hacés?
El dato más importante de la noche fue -aparte de mis pajaritos ya conocidos- que estaba solo y que iba a pasar por mi laburo, alguna vez. Efectivamente el día llegó:
-¡Hola! -con voz emocionada- ¿Qué hacés por aquí? -por dentro los pajaritos no me dejaban ni siquiera escuchar lo que me estaba diciendo, sólo lo estaba viendo.
-Salgamos, pero el viernes -me dijo. Si salgo el viernes, es porque no sigue con la novia, pensé.
-El viernes nos vemos.
Creo que realmente seguí mi corazón. Porque después de ese viernes me invitó al campo. Me pasó a buscar en su Renola hecha de goma que se movía para todos lados y a la cual este ser, a decir verdad, conducía de una manera muy especial. Fuerte. Todo lo que estaba pasando era a esa velocidad y en esa misma intensidad. Paramos en Salsipuedes, un pueblito a 40 kilómetros de Córdoba, al costado de la ruta, en un bolichón que curiosamente hoy todavía subsiste y que, cuando paso por ahí, me trae a la mente ese domingo de primavera. Compró pan casero, salame de la Colonia, y la infaltable y recién estrenada Coca-Cola de dos litros. Teníamos todo para nuestro domingo.
Ascochinga casi desierta. En el medio de un camino de tierra, paramos.
-Vamos, es por ahí -y señalando el inmenso paisaje emprendió la caminata.
Yo caminaba unos pasos mas atrás, mientras pensaba. ¿Y si es un loco? Loco mal, de ésos que asesinan chicas... No. No tiene cara, ni pinta. La única loca, claramente, era yo, que estaba en un lugar divino con un completo extraño. Seguí caminando. Nunca fui floja para nada, pero el camino se me estaba haciendo largo y el dichoso río no aparecía. De nuevo me asusté.
-¿Estás bien? -me preguntó- Ya falta poco.
Bajamos y llegamos al Batán, un pozo en un río muy lindo. Por fin. El río se presentaba como en una postal. ¡Chau miedo! Ese lugar quedó grabado a fuego en mis ojos y en mi corazón. El río traía un airecito fresco y el sol tibio nos abrigaba: sentí sus primeras caricias y besos. La naturaleza reflejaba la vida en todo su esplendor, y así también sentía yo este comienzo con mi loco, que hasta el momento no me había hecho nada perjudicial...
Y los días pasaban, y al conocernos más, comprendí algunas cosas fundamentales que iban a determinar esta relación:
1. En él, el concepto de estabilidad emocional no estaba incorporado.
2. Yo no tenía nada que ver con su mundo. NADA. Fundamentalmente, existían diferencias abismales.
3. A pesar de todo, existía en mí un profundo sentimiento para con él, y al estar juntos, ¡todo era una fiesta!
4. Nunca supe verdaderamente qué sintió él por mí.
Al final, todo tiene que ver con todo. Y lo que tiene que sumar a veces resta. Como quiera que sea, nuestra historia seguía... sin importar de qué capítulo a qué capítulo saltaba.
-¿Vamos a Europa? -me dijo, con esa irresponsable frescura...
No pude. Es que no tenía el dinero, ni pasaporte, ni podía dejar a mi vieja con semejante situación familiar sola. Curiosamente, tuve un poco de miedo. Se fue. No supe nada de nada. Y chau. El loco se fue para Andorra.
Mis pajaritos, aunque era verano, hibernaron hasta nuevo aviso, pero los sentimientos crecieron más y más. ¿Qué extraña cosa sentía yo por ese chico tan especial?
Y volvió a mí, de nuevo y sin pensar. ¿Cómo explicarlo? Mis pajaritos se emocionaron tanto. Volvió y fue lo mejor. Me sorprendía a cada momento, y eso me encantaba. Un día que salíamos de mi casa, nos encontramos con la avenida Colón cortada. Nos sentamos en el cordón de la vereda, a ver cómo pasaba la maratón de Canal 12, algo que se hace en Córdoba todos los años. No puedo olvidarme de ese día tan luminoso, como casi todos los de ese otoño. Yo ahí, sentada con él. Disfrutando. Feliz de la vida...
-¡Hola!
-¿Qué hacés?
-Vamos!
-¿Adónde?
-No sé, no importa. Solamente vamos.
¡Y sí! Así de simple era. Y nos íbamos a tomar una cerveza a orillas del camino; o al casamiento de Fulanito; o a la casita de Alberdi. Estar con él era siempre una aventura, una mágica aventura. Yo me sentía su compañera y dueña también de todas y cada una de esas aventuras.
Llegaba religiosamente los viernes con mi bolsito (donde podía encontrar desde un vestido de fiesta hasta mis zapatillas y un infaltable jean). Me entregaba a su entera disposición y ocurrencia, para hacer lo que fuera, pero con él. Era divino. Me sentía su chica. Esa chica que tenía la suficiente entereza como para bancarse cualquiera a su lado, sin miedos, sin prejuicios ni vergüenza. Sola con su amor por él.
Todos esos viajes maravillosos que hacíamos, donde nos confesábamos nuestras cosas, mientras recorríamos caminos y lugares, escuchando a un generoso volumen, según la época, a Frank Sinatra, Pet Shop Boys, Fito o Seal; o Jazzy Mel... sintiendo sólo el viento en la cara y en el cuerpo, ya fuera en las nuevas peripecias en la mismísima XR 250 en la que se fue desde Córdoba hasta Punta, ya fuera sentada de cola en el barro, empujando la chata, en pleno verano de Totoral, o en bondi a Córdoba desde Ascochinga pasando por Jesús María, pues se había pinchado una goma y a su primo Mateo, nuestro compañero de evento, no le pareció prudente traerme en su moto porque era de noche. Me acuerdo también del fin de semana en que conocí a la familia de Hernán Núñez -su tío-, que tan cariñosamente me recibió...
Como quiera que fuera, iba descubriendo un mundo absolutamente nuevo y alucinante, que básicamente no tenía relación alguna conmigo.
No sé, son cosas que se sienten. Sentía que todo eso que yo no tenía -¿diferencias?- se compensaba un poco con lo que sí tenía: fuerza, onda, autenticidad y la entrega incondicional de nada más ni nada menos que mis veinte años. Pensé firmemente que él rescataría algo de todo eso... Pero creo que finalmente me equivoqué o, simplemente, no ocurrió...
Compartir con él su fiebre repentina por los siberian-huskies y todo lo relacionado a ellos (¡pobre Icy, una siberiana que parió sus primeros perritos con mi ayuda!); o el día en que fuimos con Charly House, un buen amigo de él, a la casa de un tipo que parecía un seudo-militar-comando muy raro, a buscar la última adquisición perruna: Victa, una “fiera” Rottweiler, a quien tuve que alimentar en la boca con cucharita cuidando que no se muriera, tan chiquita era...
O cuando se puso a diseñar la casita de Totoral: ¡todo era el diseño! Ni qué hablar de cuando nos insertamos de lleno en el tema de la construcción... ¡Qué manera de incorporar conceptos en mi cabeza y de conocer gente! Me acuerdo del día gris en que fuimos a hacer el tendido de cables para la luz con el Sr. Cano. ¡Qué personaje! Como decía antes, yo estaba ahí, acompañándolo y a lo mejor mi ilusión de un futuro juntos fue creciendo inversamente proporcional al amor que él sentía por mí...
La casa de Totoral estuvo habitable en muy poco tiempo. A todas las cosas de su vida les imprimía una celeridad impresionante, con lo cual la casita se levantó en un santiamén. Era básicamente un lugar muy copado, donde nos refugiábamos los fines de semana. Adentro los espacios eran amplios, con una chimenea enorme de piedra, muy suntuosa, que le costó sus buenas horas al "ingeniero" Enrique, su constructor oficial. Incursioné en el tema de la pintura. Pinté el dormitorio y el pequeño living de rosa-sangre , y todo quedó alucinante. Por esos días hacía un frío de locos... pero ese frío no fue un tema relevante a la hora de dormir por primera vez en la casita. Y sin pensarlo mucho, lo hicimos, si bien a esa casita le faltaba casi todo. Tenía puertas de entrada, ventanas sin protección, todas “de cuarto punto”, que habían pertenecido a un convento de unas monjas. Tenía paredes de ladrillo. No tenía en ese momento baño ni agua. Pero le sobraba onda, y por eso, a la hora de dormir, dormimos igual. Eso sí, era tal la temperatura bajo cero, que Icy durmió debajo de nuestro colchón y yo me puse toda la ropa que había llevado, incluido un gorrito de lana. ¡No se aguantaba el tornillo! ... Aunque en realidad a la que le faltaba un tornillo era a mí. Igual estuvo bárbaro.
Otro tema fue la parquización del predio. Un día de lluvia viajamos en el Falcon, él, Lalito, un buen amigo, y yo; y en la parte de atrás... los árboles. Aprendí las bondades de la Ginkgo biloba y el fabuloso colorido de los robles y los pinos, ésos que plantamos juntos y que no tuve la oportunidad de ver nunca más... A propósito del jardín, a mi bello genio se la había ocurrido idear un sistema de riego no convencional, totalmente descontrolado (palabra que junto a otras tantas terminadas en ado, eran propiedad y uso casi exclusivo de ese gran chico llamado Agustín Rímini, el General, que se juntaba con Cacho y se pasaban la tarde hablando pavadas terminadas en ado. Muy divertido). Una mañanita de mucho calor, iba saliendo él en su camioneta rumbo al pueblo, cuando por alguna razón, inadvertida para mí, que estaba adentro de la casa, se detuvo.
-Nati, ¡vení!
-¿Qué pasa?
-Vení, ¡ayudame!
Está de más decir que allá fui. No recuerdo haber hecho nunca una fuerza semejante, empujando esa bendita camioneta empantanada. Sin contar que, a medida que empujaba, la rueda giraba y decoraba generosamente todo mi ser con un barro de muy buena consistencia y color. Todavía no sé cómo hice, pero salió del pantano. Quedé hecha una escultura... de barro. No importaba: habíamos logrado sacar adelante a esa máquina y él se sentía feliz con mi hazaña. Suficiente.
Cuando pienso en esa casa siento tanta nostalgia... esos atardeceres, o cuando llegaba gente a visitarnos, o el día en que me festejó el cumple... Como decía antes, era inevitable, mis ilusiones aumentaban día a día...
Compartíamos tanto tiempo juntos que me sentía parte de su vida, aunque creo que nunca sabré realmente lo que él sentía. Una noche estábamos preparando papas fritas en su casa. Hablábamos de no sé qué cosas, cuando le dije "Te amo”, casi sin pensar lo que decía. Me miró de manera extraña, por lo que le pregunté:
-¿Y vos, me amás?
-Yo no -dijo-. Te quiero, pero amar... ¡Qué palabra ésa!
Me cayó tan mal su respuesta que rápidamente abandoné mi tarea culinaria y me fui, diciéndole que si no me amaba, no tenía nada que hacer a su lado. Esos episodios de grises, que sí, que no, se sucedieron caprichosamente algunas veces más. “Te dejo...”, “necesito tiempo...”, “no estoy seguro...”, “llegó Lara y no podés pasar...”
-¿Quién es Lara?
-Una amiga.
-¡Y a mí qué mierda me importa que sea tu amiga!
-Pero Nati, hizo 10.000 Kmts. desde Andorra para verme...
-¿Y yo qué culpa tengo?
Sin comentarios al respecto. Sí merece un comentario lo que yo pensaba acerca del amor. En ese tiempo estaba muy influida por mi realidad familiar, que a veces parecía que iba a aplastarme. Pero no: yo seguía y seguía. Ésa es una condición natural mía: seguir remando, resistiendo siempre. En este panorama cobraba mucha importancia el concepto del amor como sentimiento puro. Era todo o nada. Era amor o nada. Yo era una especie de extremista del amor, que a la hora de dar, no medía para con él.
Él, en cambio, expresaba confusos signos de amor hacia mí... No iba a mi casa, no compartía nada con mi familia, cuando se le antojaba me largaba y después cuando le parecía me buscaba como si nada. Sin embargo, yo percibía que el lazo que nos unía, llámese amor o no, era fuerte y profundo. Con el tiempo comprendería que el amor va de la mano de un montón de otras cosas y que no es tan relevante y absoluto ese te amo que tanto esperaba oír.
Tenía veinte gloriosos años...
A esa altura de la historia, trabajaba medio día por la mañana en una guardería, y lo único bueno que tenía era la proximidad con su casa. Por lo demás, ni hablemos. Me pagaban dos mangos, tenía que cuidar once bebés, la dueña era mala onda... etc. Lo que me reconfortaba era salir y llegar por su casa. Algunas veces comíamos juntos y otras yo cocinaba para el batallón de amigos que siempre había en su casa a la hora de comer. Cierta vez, mientras preparaba unas ricas omelettes de jamón y queso (nada elaborado) para los ocho comensales:
-Nati -dijo uno- cuando el flaco se case con vos va a ser muy feliz porque cocinás muy bien...
Me embargó una emoción tan grande... La misma que sentí el día en que una amiga de su mamá me dijo al conocerme que ésta hubiera estado contenta de ver a su hijo conmigo...
Eran cosas muy significativas para mí. Nuestro tiempo juntos fue divino. Esos fines de semana en lo de Mateo, con quien nos divertíamos tanto... los paseos por los interminables caminos serranos... los entrañables momentos compartidos con Ezequiel y con su papá, la Bola... Ambos merecen capítulos aparte, sobre todo Quequel, su hermano, quien me brindó su cariño como un verdadero hermano.
En uno de los últimos distanciamientos se me empezó a hacer difícil la recuperación de estos ires y venires, y a pesar de volver a estar juntos, había algo que no estaba funcionando aunque no me daba cuenta de qué era... Una mañana, llegó a casa a eso de las 07:00. Me despertó mamá. Yo había estado llorando, no sé hasta qué hora de la noche anterior.
-¿Qué hacés a esta hora aquí?
-Vine a hablar con vos. Buscate los fasos y sentate que tengo que decirte algo.
Fue la primera conversación que tuvimos acerca de sus sentimientos y de sus planes de compartir la vida juntos en un futuro no muy lejano... Era lo que yo más quería, aunque mis limitaciones me seguían acompañando como siempre y desde siempre. ¿Qué pasaría con mi historia de Cenicienta? Por más que parezca tonto, sentía que era un poco así, que yo era la nena que tenía un único tesoro: ella misma, en cuerpo y alma. Sin aditamentos superficiales. Sólo ella.
Estaba una mañana trabajando en AF. Me sentí mal.
-Hola, soy yo.
-Hola, Nati. ¿Qué decís?
-Mirá me siento un poco mal, ¿me podés buscar?
-¿Ahora? Pero es la hora de comer y tengo gente en casa...
-Por favor...
Al rato me buscó en el auto de su papá. Adelante charlaban animadamente Cacho Fournier y él. Mi malestar y yo, atrás. Fuimos a una clínica cerca. Entré sola a la sala de guardia. Él se quedó afuera. Al rato salí. Me llevó hasta la esquina de su casa, donde tomé un taxi hasta casa. No me acompañó. Lloré todo el camino. Cómo será que el taxista en un momento me preguntó si me sentía bien o si podía ayudarme en algo... Nadie podía ayudarme. Era simple. Él no había estado donde tenía que estar. No lo sentía. No sé si fue más importante su almuerzo. Me mató su falta de interés. No entendía nada. Si hasta hace poco habíamos hablado de planes... ¿Qué había pasado? Aún hoy no lo sé. Los días se volvieron tristes del todo para mí. No tenía noticias, ni llamados, ni nada. No lo podía creer. Veía todos mis sueños hechos pedazos. Me disgusté con la vida misma. No comía, no dormía, sólo fumaba, lloraba y me echaba la culpa de todo. Mi amor había sido demasiado incondicional, sin exigencias, demasiado tonto.
Fue muy duro para mí. Me costó no sé qué cantidad de tiempo poder pensar claramente. Tenía que pararme, juntar mis partes rotas y volver a empezar mi vida, pero ya sin él. ¿Cómo hacer? ¿Por dónde empezar? Cuando uno tiene que comenzar algo de lo cual no está muy convencido, es más difícil. ¡Sí! Yo no quería empezar, o seguir, sin él. Mi vida había girado en torno a él, todo tenía que ver con él. Había sido mi todo y ahora era mi nada. Me quedaba la nada. Lo extrañaba, quería verlo, estar con él, y todo era en vano. Él no estaba más conmigo, y lo peor es que yo no conocía la razón. Era un hecho. No sabía por qué, aún hoy no lo sé, pero ésa era la realidad. Yo por un lado, él por otro. Mi alma estaba sumergida en la pena. Profunda y tristemente ahogada de pena. El tiempo es el mejor aliado, dicen.
El tiempo pasó. Pero quedó en mí una huella tan honda... La pregunta era: ¿se aplacaría ese dolor? Quién sabe...
Pasaron más de dos años sin vernos ni hablarnos. No tengo presente cómo fue que volvimos a hablar. Era volver a sentir cosas...
Ituzaingó 270. Piso 8. Mi lugar de trabajo. Un día. Ese día.
-Buen día, ¿sos Natalia no?
-Sí -qué cara tan familiar.
-Esto es para vos. Chau.
El emisario fue su primo Francisco, quien después de decirme “Chau” salió con una sonrisa cómplice, dejándome el ramo de rosas más soñado que pueda existir. Ése que toda chica quisiera recibir de alguien especial. La tarjeta decía su nombre. No salía del asombro. Fue tan fuerte... La siguiente conversación la tuvimos en la placita de la iglesia de la Inmaculada. Me pidió que nos casáramos. Pensé que estaba loco. Hacía años que no estábamos juntos, yo tenía novio... Me había costado tanto salir adelante...
-Pero Nati, sé que sos lo mejor y por eso ...
Tuve tanto miedo... me parecía divino y terrible a la vez. Sentía que seguía haciendo lo que quería conmigo. No era justo que después de todo, viniera con toda su frescura, pregonando que había entendido que yo sí era conveniente y buena para él y por eso teníamos que casarnos. Pensé y pensé. Y volví a pensar. Pensé demasiado. No pude aceptar... no acepté. Quiso el destino, o Dios, no sé, que nuestro siguiente encuentro fuera a los pocos días, un sábado a la mañana en la joyería Vartanian, en pleno centro de Córdoba. Yo estaba con mi novio buscando los anillos...
-¡Eh, Nati!
-Eh, hola...
-Te presento..: Alejo, Mi novio. Mi novio, Alejo.
-Nos vemos.
Nunca más nos vimos.
Y así, como si no fuera protagonista de esa historia, dejé que las cosas sucedieran, o no, sin tomar partido. Mirándolas pasar de costado. Las circunstancias me superaban y decidí no hacer nada al respecto. Igualmente, tuve el presentimiento de que nuestros caminos se volverían a cruzar...
Creo que uno con el tiempo, va cambiando algunas cosas, pero básica o esencialmente uno siempre es el mismo. Hoy sé que uno trata de hacer lo mejor, lo que le parece mejor para cada momento... lo bueno es poder contarlo o bien escribirlo como ahora.
-Y bueno, Nati: ¡Así es la vida!
FIN